jueves, 30 de agosto de 2007

EL BODORRIO

Me han invitado a una boda. En realidad no me han invitado a mi, le han invitado al Íntimo y a su accesorio, que resulta que soy yo. A mi a estas alturas de mi vida, figurar como accesorio en ningún lado, me da muchísima pereza. Yo ya quiero ser prenda, mucho más que lacito. Pero este bodorrio al que me acoplo de pegadillo en concepto acompañante fémina, no me lo perdería por nada del mundo, porque si una boda es pintoresca de por sí, no podéis imaginaros una producida dentro del gremio lucero: puede ser salvaje.

El novio casante se ha dedicado hasta hace dos día a boxear y entrenar boxeadores, y además con renombre y relumbrón. Y desde hace dos días a trabajar en este gremio nuestro de la iluminación que se monta y se desmonta y pone luz y colorcillo al evento cultural y patronal. Esto significa que en la boda va a haber tres tipos de invitados:

A) Los de la novia
B) Los amigos boxeadores del novio
C) Los amigos luceros del novio

El evento se celebra en una hacienda con tres salones para tres bodas simultáneas, pero en este caso los hacendados han tenido la deferente precaución de dejarnos todo el espacio para nosotros solos y que no nos moleste nadie. Y esto ha sido de lo más sensato, porque yo ya me imaginaba al borracho A de la boda A, cruzándose con los codos pa’fuera, con el borracho B de nuestra boda B, e iniciando el habitual diálogo:

(Borracho A, suyo de los otros): - “¿y tú queg lo que miras?”
(Borracho B, propio de los nuestros): - “¡Uy lo que m’adicho! ¡a mi la legión!”

Y ya está: montada la de San Quintín, que ya sé yo que no habría otra opción. De verdad que en este mundo nuestro los boxeadores llevarán la fama, pero en cuanto a bestias, yo os digo, que en el gremio lucero lleno de individuos acostumbrados a cargar y descargar equipos de tonelada y media, romperse la crisma u otras partes anatómicas contra trusses y escenarios, todo ello de empalmada golfa, y maldurmiendo archivados como sardinas en autobuses durante meses, soportando y adaptados a todos los vicios de la farándula… en este gremio señores, se carda pero que muy bien la lana. Si en esta boda se vieran implicados civiles ajenos a ella podría resultar muy peligroso, vamos que soy yo parte y mitad de los casantes y ni reservaría habitación para la noche de boda, ni nada. Directamente pediría cita con el abogado en el cuartelillo para eso de las once.

A parte del añadido de emoción que supone un comedor con dos mesas enteras de invitados luceros sabiamente combinadas con otras dos mesas de invitados boxeadores, a parte de esto, debo confesar aquí y en público con un pelín de rubor, que yo voy encantada porque es que a mi y en el fondo las bodas me gustan mucho.

Ya sé que no es lo habitual, que lo frecuente es que te llegue la invitación, que empieces a pensar en el qué te pones, en el regalo, en la fecha que siempre coincide con un fin de semana inoportuno, en los asistentes incluyendo a parientes petardos y en los paripés que toca hacer, y todo a una, como en Fuente Ovejuna, comienzan los recuerdos a la parentela difunta del invitante. Sin embargo, yo no, yo soy una invitada agradecida y las cuatro veces (cuatro, ninguna más, y dos de ellas en concepto de bolso de mi ex) que me han invitado a bodas en mis treinta y cuatro años de vida, las he celebrado hasta dando palmas.

Yo sé de sobra que cada uno cubre las carencias como puede y mi afición a las bodas es mi manera de compensar la falta de glamour de que adolece mi vida. Yo me alegro muchísimo de poder trabajar con vaquero y bambas y de no tener que estar supeditada al tacón y al traje gris en cada uno de mis días. Pero a mi me hace mucha ilusión también eso de poder disfrazarme de princesa por un día, y claro, no lo voy a hacer para ir al Carrefour.

Nunca he envidiado a la novia que va de blanco ni tampoco he ambicionado jamás ese puesto. A mi lo que me gusta de verdad es el de invitada de tiros largos. En realidad lo que me colmaría es que alguien me llamara de vez en cuando para asistir a un mega estreno de cine y acudir acompañada del brazo (y de todo lo demás, estaría bueno), pues no sé, vamos a poner que de George Clooney, por ejemplo. Ahí me veo yo, bajando del mega coche lustroso del otro mundo que os contaba ayer y pisando con garbo y salero la alfombra roja mientras GC me brinda su punto de apoyo en la palma de su mano abierta con los dedillos un pelín doblados y con la espalda un pelín inclinada (¡Ay! Suspiro). Pero, como todavía no he descubierto muy bien donde hay que apuntarse para que a una la inviten a esto, me voy apañando de momento con los fiestorros de las bodas.

Yo como toda mujer de mi edad con cierta previsión de vida social, incluyo en mi fondo de armario (en el caso del mío es más bien en el abismo) un par de vestiditos de fiesta como para acudir a cualquier sarao Jet de lo más propia y oportuna. Por si acaso el acto requiere una presencia más pía y recatada, como por ejemplo un entierro, cuento con un smoking corte clásico aunque con hechuras femeninas, que me resuelve mucho en lo nocturno, en lo invernal y, por lo negro, en lo difunto. Todo pensadísimo. Lástima que en mi entorno la gente se case tan poco (y tampoco quiero que ahora empiecen a morirse, no, no), que ‘Gen Santa lo que me está costando amortizarlos.

Así que cuando me llegó esta quinta invitación en ciernes, a mi me dió un vuelco al corazón y no me importó lo más mínimo que fuera ni en concepto de bolso ni de riñonera, que a mi se me salieron para fuera las palmas esas que os decía antes. A continuación procedí a desempolvar mis modelitos, pero ¡o dioses del destino! ¡qué sois unos pedorros, más que pedorros!. Resulta que gracias a las hormonas prescritas, que no proscritas por mi médica (esta brutal diferencia de una letra me la ha descubierto mi amiga Teresita una filósofa magistral de la vida, escritora de talento con un sentido del humor hilarante. Nena, voy a crear la plataforma “QTPY” (Que Te Publiquen Ya)). Decía antes de dispersarme imprescindiblemente, que gracias a estas hormonas, hemos conseguido lo que yo no había conseguido nunca antes: que me brote un pecho y un culazo que sí, serán espléndidos, (yo creo que este último si fuera más turgente desde luego que pasaba por brasileño) pero que no me caben en ningún sitio.

Yo he intentado ser creativa y he cambiado impresiones con Cosita, que además de creativa es modista, pero ya me ha dicho ella “hija, aunque no te lo creas, en este caso cuesta mucho menos meter que sacar”. Así que tras semanas negando la evidencia, ayer ya tuve que admitir que tenía que invertir de nuevo mi dinero ya invertido en hipoteca y buscar un modelito apto para mi nueva talla.

Esto parece que no viene al caso, pero ya veréis luego como si. Cuando uno no conduce idealiza mucho la idea de conducir, y va creando en su cabeza imágenes de momentos futuros donde la protagonista es una misma y su coche. Mi hermana me contaba que para ella el éxtasis era visualizarse con el mando electrónico del coche, apretando el botón, haciendo pip-pip y entrando ante todo el mundo observante a sentarse en el asiento ante el volante.

Pues para mi, el momento glorioso imaginado, era aquel en el que yo iría con mi Luisi (aunque en el momento imaginativo, yo aun ni la conocía ni tenía nombre) a recoger a mi madre (que no ha conducido nunca y sigue sin hacerlo) allá donde estuviera para irnos las dos juntitas de parranda a cualquier Factory de la faz de Madrid. Para el que no lo sepa los Factory son centros comerciales donde te venden todo Outlet, o lo que es lo mismo fuera de temporada. Todo ropa de firma pero muchísimo más barata de lo habitual. En mis ensoñaciones, las dos nos íbamos solas, sin hombres, sin padre, solo las chicas. Porque mi padre es un santo que no solo no se queja si le toca Factory, si no que hasta es capaz de encontrar divertimento buscando la mejor oferta de calcetines dentro de la tienda Punto Blanco, pero yo sé que esto no es lo frecuente y que además la tienda se le acaba a él mucho antes que a nosotras las ganas de seguir mirando y probandonos ropa.

Pues mentira parece, pero desde que me he sacado el carnet un año largo hace ya, todavía no había encontrado ese hueco de agenda para irnos las dos juntillas en momento Luisi y momento tiendas. Y ayer, con la excusa de la boda y del rematísimo final de rebajas, y de recoger un trocito de la exquisita tarta de ciruelas claudias que ejecuta mi madre, fue el día.

Ayer me agarré mi Luisi y me fui a buscar a mi madre de mis amores para irnos ambas juntas al Village de Las Rozas, que dentro de los Outlet es lo más más, y hasta tiene tiendas de Versace y Carolina Herrera…

El objetivo en mente era encontrar algo apropiado que yo me pudiera poner para el evento sin deslucir mi particular estilo, que fuera espectacular a ser posible a la par que discreto y adecuado, y que me hiciera sentir cómoda como en una segunda piel absolutamente natural en mi. Quedaban por tanto excluidos todos los modelitos tipo baile de graduación de película americana de los años ochenta, y los de hermana u otra familiar próxima de la novia (¡lo de parecer su madre ni me lo planteo!), que no sé por qué, pero nunca quedan de mucho gusto. Vamos, que el objetivo básico era vestirme para el estreno con GC y no para una boda en compañía del I. Otro objetivo igual de básico era el de gastarme lo menos posible, mucho mejor si no llegaba a las tres cifras.

Por tanto la tarea era difícil. Pero nosotras, inasequibles al desaliento y muy bien entrenadas, llegamos a las cinco y media y empezamos a trabajarnos nuestros puntos de mayor interés: cualquier tienda susceptible de tener dentro un vestido no de sport. A las ocho y media me había probado dos modelitos potables, tropocientos indecentes (¡por dios qué risas en Vitorio y Luccino!, ¡qué eufemismo ese de vintage para denominar lo viejo!) y andábamos ya derrengadas, con los pies doloridos: era el momento de decidir, y la decisión fue comprar el más barato que además era el que “más así” me había parecido (y ya sabéis como es algo “más así”: no está mal pero no es lo perfecto). Nos dirigimos a la tienda de Jesús del Pozo.

Pero justo al entrar a mi me abandonaron las fuerzas y me agarré del brazo de la dependienta (¿o me eché sobre sus hombros?) a vaciarle mi alma desesperada llenita de ampollas y a dos segundos de llorar y le expuse que era lo que yo realmente quería: “mire, yo solo quiero ir espectacular sin ser hortera, como Ana Belén” (para que me entendiera, que yo sé que es muy musa de J del P y la viste gratis). Y añadí, que me había probado aquel vestido (señalándole), pero que estaba empezando a considerar que quizá una falda espectacular y ya le acoplaría yo algo… Allí fue mi madre quien perdió fuerzas y presencia y casi se pone no a llorar, porque no es su estilo, pero si a agarrarme de mi larga melena para sacarme de la tienda. Sin embargo la dependienta, pese a estar a punto de cerrar, me miró con ojos tiernos, mentón firme y seguro y empezó a mostrarme faldas y más faldas espectaculares todas y larguísimas, llenas de cancanes y fru frús. Yo casi deliraba y ya me había vuelto la sangre al cuerpo y la color a la cara. Imbuída de aquel frenesí quasi Pretti Woman (y digo quasi porque se percibe una diferencia brutal: donde ella cobra yo no veo un duro y donde ella no paga yo me dejo una lana, ya veis que tontería, y esto sin mencionar a Richard Gere). En fin, que en este despiporre, yo ya no recuerdo si fue ella o fui yo la que sugirió probar una falda a modo de vestido, y dicho y hecho, falda altura pecho palabra de honor (el escote, no mi pecho, aunque también es muy íntegro y fiable) y fular bajo pecho anudado con cuco lacito a modo de corte imperio. Oye, espectacular: la falda de dos tallas más a la mía para que entrara a aquella altura, me quedaba como un vestido largo hasta los pies que por delante apenas dejaba asomar la puntita de mis Converses fucsias y por detrás tenía una pequeña cola que arrastraba apenas, lo justo para imponer dignidad sin que a una la fueran pisando. Yo correteaba por la tienda ya sin clientas, recogiendo los refajillos que crujían e imaginando mis tacones de cristal cual Cenicienta a puntito de perderlos, y para que intentar ser fina: flipaba conmigo misma.

Ni me lo pensé. Pagué el importe y doblamos y redoblamos aquello hasta conseguir meter tanto volumen en una bolsa.

Hoy antes de irme a trabajar he vuelto a deleitarme viéndola colgada en mi armario y todo lo que la encuentro son virtudes: desde las dos tallas más grandes, que van a eternizarla junto a mi y a mis diversos estados corporales, hasta la imposibilidad de encontrarme con el mismo modelito de vestido dentro de la boda. Y finalmente y lo mejor: sus holguras que me estilizan sin impedirme ponerme morada comiendo, sin oprimir y sin marcar ni una tripilla ni un inadecuado volumen, que es el objetivo que tamibén me he propuesto cumplir en esta boda. Ese y el de echarme un millón de risas con Cosita, que también viene a este evento.

P.D.: Mami, que un besito y muchas gracias. La tarta de campanillas, como siempre.

martes, 28 de agosto de 2007

TOMÉMONOS DOS SEGUNDOS PARA HABLARLES A LAS PLANTAS

Yo sé que existe un mundo paralelo al mío propio donde habitan los coches nuevos de colores relucientes que aun llevan las etiquetas colgando y que tienen matrículas con cuatro números delante y tres letras detrás. En ese mundo, los coches no necesitan llave y se abren cuando te acercas a la puerta por obra y magia de un sensor. Se ponen en marcha al pulsar un botón y tienen unos chivatos traseros y delanteros que pitan incrementando su frecuencia conforme uno se aproxima a un obstáculo O. También cuentan con una limitación de velocidad inteligente que hace que cuando el conductor (sea su amo o el chófer de) se excede pisando el acelerador, el solito y paulatinamente sin que apenas se note para no ofender a nadie, reduzca hasta la buena velocidad de crucero, libre de multa y claxon. Con las mismas, al salir del coche, él solito intuye si es o no para no volver en un buen rato y se cierra por fuera y por dentro, quedándose parado con sus retrovisores autoplegados, en posición de firmes y a la espera de nueva orden. Con las mismas pone en marcha los limpia parabrisas cuando llueve y las luces al caer el sol. Sin intervención humana ni divina. Y estoy segura de que dedicándoles el tiempo suficiente, estos coches aprenderían a preparar un té con pastas e incluso nos traerían el desayuno a la cama. Mismamente como la zorra de la Esteban en un futuro próximo.

Pero en el mundo en el que yo vivo, los coches son diferentes (que no digo yo peores) y la chapa reluce menos y llevan algún que otro bollo que les otorga carácter y personalidad. En mi mundo, los coches no son nuevos, y se abren con llave y se vuelven a cerrar con llave o con seguro desde dentro. Cuando no se les cuida con suficiente atención y mimo, nuestros coches se ponen enfermos y tosen y se acatarran o se les agarran unas decimillas de aceite que les deja baldados por algunos días e incluso les puede llevar a la muerte.

En este mundo mío y no en el otro, habitan el Grison, el Vernon y mi Luisi. A mi me gusta conducirlos todos, pero especialmente el Grison, que va muy requetebién. Aunque debo deciros que nos ha salido con mucho carácter y no es que esté demostrando tener mucho aguante. Resulta que este viernes pasado, tras un suspiro, se nos ha cruzado de brazos, nos ha hecho un medio corte de mangas y nos ha dejado tirados en la carretera a Boadilla del Monte. Bueno, realmente no nos ha dejado tirados. A mí no. Le ha dejado tirado exclusivamente al Íntimo y esta es una delicadeza que yo le agradezco sobremanera al Grison.

Yo sé que los coches son coches, y no son ni amigos, ni confidentes, ni familiares. Yo sé que encariñarse con un coche no es nada práctico, que lo práctico es verlos como lo que son y utilizarlos para lo que sirven, que es llevar y traer al portador (igual que un talón). Yo sé que ponerles nombres es una ñoñería, pero ¿que queréis?. Yo a mis coches aunque no sean míos, les tengo mucho cariñito, y me da a mi por creer que a ellos les pasa como a las plantas: les gusta escuchar cuando les hablas. Hasta ahora ningún miembro del género vegetal (incluyendo los comas profundos) ha respondido a su propietario regante con el Discurso del Método, pero oye, el padre Mundina y mi exsuegra se comunicaban hasta por los codos con sus propiedades vegetales, y éstas estaban hechas un primor. Pues más o menos a mi me pasa algo así con los coches, todavía no he conseguido que me hablen, pero me devuelven mis atenciones tratándome con mucho amor.


Mi Luisi, por ejemplo, tardamos un poquito en conocernos, pero luego después, jamás me ha dejado tirada, ni con una avería ni con nada. Ni siquiera con esos imponderables que un coche no puede controlar como por ejemplo las heridas en sus extremidades. La única vez que mi pobre Luisi pinchó, tuvo la deferencia de hacerlo en una de esas infrecuentes ocasiones en las que yo cedo su uso a Topí, el canguro de mi hija. Fue a él a quien le tocó ocuparse de cambiar la rueda, de reparar la otra… y a mi nada.

Topí es un pedazo de pan gigante (en sentido lírico y literal) y con un corazón proporcionado, o sea, enorme, pero también es un hombre, práctico y poco sensible al mimo a la chapa. Para él el coche es el coche y ya está. Topí es una de las tres altas torres, junto a la Esteban y a mi misma, que han caído en el curso 2006-2007, cuando los tres, para epate de todo el barrio y nuestros propios entornos, tras años y años de propósitos y fracasos, conseguimos sacarnos el carnet de conducir y conducir incluso. Él lo hace subido a un Ford Fiesta año tropocientos, muy viejo y muy esforzado que le regaló un amigo cuando ya había decidido darlo de baja y llevarlo al reposo de un merecido desguace. A la edad en que otros coches por fin descansan y pasan al retiro, a éste le ha crecido una nueva vida lleno de Topí y de su mujer (de talla muy proporcionada a la de su hombre). Cuando ambos están dentro del coche uno les mira y piensa que están metidos en un bache y si les miras de frente no consigues ver la luneta trasera. Además al coche le han impuesto una sillita infantil y un niño bebé que no ha cumplido aún los dos años, y al que por su tono de piel color miel y su mala leche, los del barrio hemos decidido apodarle cariñosamente “Hamilton” (y también, para qué negarlo, por el nada desestimable hecho de que a su padre le toca las narices muy mucho). Pero el coche es cumplidor, y les lleva y les trae incluso de vacaciones en Levante, y también a las dos niñas de la Calcuta, que como ya os he contado, ha estado de mudanza.

Topí es hombre y práctico como os decía, y no mima ni anima a su coche, ni habla con él exhortándole con frases tipo: “tú puedes campeón” (que es lo que yo les digo a los míos en la cuesta y aceleres). En consecuencia su coche se desgana: solo en estas vacaciones se le ha roto la cerradura del maletero y se le ha pinchado una rueda. La cosa no habría ido a más si no hubiera sido por la sobrecarga en el vehículo, si Topí no hubiera ido despistado compaginando como podía las atenciones a la carretera y a su tropa , y si no hubiera circulado zumbando a 160 km/h, que francamente aun no sé como ha podido el cochecito. El caso es que se produjo el pinchazo, y Topí no se dio cuenta. Reventó la cubierta, y Topí no se dio cuenta. Se deshizo el neumático en diversos látigos y Topí no se dio cuenta. Los latigazos se cargaron la yanta, un piloto, parte del parachoques y un no-se-qué, que no puedo transcribir porque hasta ayer no lo había oído mencionar en mi vida. Y Topí no se dio cuenta hasta que llegó al barrio. Yo le comenté que eso le pasa por llevar a Hamilton dentro (me entenderán los que hayan visto la carrera de Turquía), pero me ha puesto cara de “hoy no hay clima” y no he querido insistir.

Y es lo que yo os digo. A veces hace más una mano izquierda con cariño que una derecha con la herramienta. Algo que va sabiendo el Íntimo. Porque aquí viene otro ejemplo: el Vernon.

A mi el Vernon jamás me ha fallado ni me ha dejado tirada. Es cierto que una vez olvidé cerrar bien la puerta del maletero y le tuve toda la noche con la luz encendida. ¿Y qué hizo él? pues vaciar la batería. Aun así, como sabía que yo lo había hecho sin querer, pese a que el coche estuviera cerrado por dentro en la parte habitáculo de pasajeros con el cierre electrónico centralizado por el cuarto de vuelta en la puerta delantera, y a que ni siquiera podía acceder al interior para abrir el capó y enganchar las pinzas para alimentar de nuevo la batería, y pese a los fracasos de mis intentos de entrar en el coche de cualquiera de las maneras, incluyendo el método de la percha que conoce mi prima Mariví. Pese a todo eso, yo conseguí volver de vacaciones subida al Vernon y en fecha prevista sin pasar siquiera por el taller ni llamar al seguro. (Ya sé que las cosas que me pasan a mi no suelen ser frecuentes, pero he aquí un consejo de máxima utilidad para la gente con vida pintoresca: se puede alimentar la batería desde cualquier lucecilla del coche incluyendo la del maletero: pinza + en borna +, pinza – en borna –).

Sin embargo el íntimo no puede decir lo mismo. El íntimo puede llegar a hablar muchísimo, bien largo y bien extendido, pero a este hombre los mimos verbales (no confundir con los orales) se le caen siempre en negativo con un no bien rotundo por delante. Así que imaginad lo que le ha tenido que escuchar este pobre coche ¡ay, ay! ¡qué estrés mi pobrecito!. Visualizo ahora lo que tuvo que sufrir cuando me le cedió para irse a la África más profunda, el pobre coche sin pegar ojo toda la noche pensando en que al día siguiente y durante un largo mes le iba a conducirle, yo, la agresora de recoletas iglesias románicas… aguantó como pudo. Posiblemente por eso, y por la tensión acumulada, en cuanto el Inti volvió a poner su culo en el asiento del conductor, el Vernon se desinfló y encendió todos los pilotitos del salpicadero. Empezando por el del aceite que estaba todo retorrado.

¿Y qué hizo el Inti? ¿le dio las gracias por los servicios prestados?, ¿le compró una fruslería para el retrovisor de dentro ni para el salpicadero? (como yo, que en estas últimas vacaciones le compré un perrito de los que mueven la cabeza en los Seat Panda), no, señores no. Nada de nada. Y el Vernon, que es muy sentido empezó a defenderse como pudo: dejándole sin frenos un par de veces en la eme cuarenta. Reposando tres meses en el taller mientras le cambiaban el ordenador del ABS... Y vengarse costándole un dineral, pero esta ha sido la cuestión personal.

Y veis, yo jamás he tenido ninguno de esos problemillas.

Ahora llega el Grison, y yo le cojo, le traigo, le llevo, le muevo, le paseo y digo a todo el que me quiera oir lo bien que funciona este coche. Y no nos engañemos, cuando yo le llevo, al coche se le ve contento. Pero este coche no es el Vernon, este nos ha salido con un carácter que me da a mi que no se va a llevar pero que nada bien con el Inti. Cuando la semana pasada lo puso en marcha (y debía ser la cuarta vez que lo hacía) para irse a trabajar (su moto, la fucsia estaba en el taller en lo que él llama mantenimiento, pero vaya usted a saber de qué manera la habrá ofendido) ya empezó el Grison a rezongar encendiendo una lucecita con forma de motor ni más ni menos. El Inti lo comentó en casa sin mostrar demasiada preocupación ni deferencia por la enfermedad de su utilitario y ¿qué es lo que ha hecho éste mismo resentido?. Dejarle tirado un viernes por la tarde en la carretera de Boadilla del Monte.

Así andaba yo en ese momento, preparando unas sopitas de ajo para capear el finde con el estómago entonado y lleno, cuando sonó el teléfono:

(El Inti): - “Hola, ¿qué hacías?”
(Yo): - “Uy, no me hagas contártelo…” – (es que él dice que en el fondo y cuando me encuentro en mi intimidad más íntima, yo disfruto siendo una maruja y no me apetecía argumentar dándole la razón).
(El Inti): - “Ya, pero ¿te aburres?”
(Yo): - “Yo no me aburro casi nunca”
(El Inti): - “Bueno, pero ¿tienes planes?” – (empiezo a darme cuenta lo buenos clientes que somos para cualquier compañía de teléfonos).
(Yo): - “¡Uy!” – emocionada, imaginando un excitante plan nada más arrancar el finde – “¿qué propones?”
(El Inti): - “que si vienes a buscarme a un taller en la calle Virgen de Lluc, que el Grison me ha dejado tirado”
(Yo): - “Vale cojo la Luisi y voy”
(El Inti): - “No, coge el Vernon que en la Luisi no quepo y además, me pican las plumas rosas” – (ya empezamos ofendiendo…)

Así que por el momento nos hemos quedado sin Grison y de nuevo el Vernon ha vuelto al ataque recogiendo el testigo, y demostrando que él será más feo y más viejo, pero mucho más leal. (Nota personal: Cosita, vamos a tener que posponer nuestros planes. Por cierto reina: qué atracón de pollo cocinado en todas las formas posibles, es que ahora veo uno en el Carrefour y me no te digo de que me dan ganas, pero lo puedes imaginar).
Eso sí el Inti ahora conduce callado y cuando cierra la puerta lo hace, yo lo noto, con mucha más suavidad que antes. Estoy segura de que de aquí a nada, y cuando nadie le vea, empezará a hablarle como a una planta.

miércoles, 22 de agosto de 2007

LA ESTEBAN Y SUS ESPECIES

Yo de mayor quería ser escritora, pero no de las de Internet, no, yo de las de Premio Planeta para arriba. Lo que pasa es que la vida es muy caprichosa y la mía además se empeña en plantarme ante todo tipo de retos que me distraen de la obra cumbre. Así mientras yo tenía previsto hablaros hoy del sentido etéreo de la vida y la transcendencia del ser sobre el estar (o cualquier otra fruslería por el estilo, vaya), me veo obligada a dedicar este post, a mi querida amiga y convecina, la inigualable, la sin par Esteban, o mejor dicho, a hablaros de:

LA ZORRA DE LA ESTEBAN

Y no, no es que yo quiera insultarla ni dar aquí pábulo a sus aficiones horizontales. Para nada, que ella tiene vida formal y casta de mujer casada y madre de jornada completa. Ella es leona y gladiadora del hogar, y eso la deja muy poco tiempo para ejercer otros nobles artes. Os explico.

El verano se va acabando y con ello las vacaciones de mis convecinos y sin embargo amigos de esta la República Independiente del Barrio en el que vivo. Así el lunes la plazoleta ya contaba con la presencia del Blas más Blas, que ha regresado de un Rave en Almería que le ha durado mes y medio. Y ayer mismo, altura media mañana sonó mi teléfono oficinero y me encontré ni más ni menos que con la voz de la mitica Esteban inquiriendo al otro lado:

(La Esteban): - “Oye Irma, que si tú que dominas Internet conoces alguna página web donde me puedan decir como domesticar una zorra”

(Yo): - “¿Pero qué ha hecho ahora el Melendi2?. No sé nena, si estás pensando empezar a currar a estas altura de tu vida, yo creo que podrías empezar pensando primero en otras opciones. Además, yo creo que más que domesticar, como mucho consigues que te hagan precio…

(La Esteban): - “Que no imbécil, que es que mi suegro y yo hemos adoptado una zorrita pequeña y gris más mona, pero se pasa todo el día gruñendo y atacando… que, mira, el Melendi no vuelve hasta las siete, bajo a las tres y te lo cuento”.

A las tres suena el teléfono oficinero mostrando el número de móvil de La Esteban.

(La Esteban): - “Que si jarrita o bote, que ya estoy en el bar”
(Yo): - “Clarita, que me estoy recuperando del finde”

Y bajé al bar a abrir mi consultorio de barra altura taburete frente a bandeja de patatas bravas.

La cuestión es la que sigue: el padre del Melendi2 (también conocido como el suegro de La Esteban o El Indio) tiene una profesión muy liberal y una mente absolutamente hippy. A sus tentaytantos años donde le veis, en llegando la fiesta patronal y el evento cultural, se recoge su melena cana en una larga coleta, se enfunda en sus mallas ajustadas y sus capas siglo décimo y se larga al mercadillo medieval a vender su arte en forma de bisutería y achiperris varios. De mercadillo en mercadillo y de feria en feria como el titiritero, el padre el Melendi2 y suegro de La Esteban va coincidiendo con todos sus colegas, con los que a fuerza de compartir época va trabando confianzas y amistades. Así este año está plantando su puesto al lado del de un artesano peletero que vende accesorios realizados con colas y pieles de zorros.

La Esteban que tiene un perro y dos niñas, una de ella de corta edad, y mucho tiempo pero ninguna gana de quedarse dentro de casa, se apunta a cualquier bombardeo. En cuanto el Melendi2 libra y surge feria, ella sugiere:

(La Esteban): -“Nene, que estoy pensando que podíamos ir con las niñas a ver a tus padres, que hace días que no disfrutan de sus nietas.”

Y claro, el Melendi2 no puede decir que no. Allí en ese mercadillo La Esteban se siente una reina, porque ella tiene todo un talento para la venta en puesto. Y para la compra. Y una caridad humana para con los bichos que no la cabe en el cuerpo.

El Melendi2 como ha podido ha puesto cierto orden en el zoo que es la casa donde viven y ahora cuentan con vacantes para cubrir plazas de animal doméstico o exótico, pero cuando llegó a ella, a parte de a La Esteban y a su hija mayor, vino a encontrar: un Pastor Alemán, un Schnauzer mediano, un azul ruso (gato) y un gato callejero. Una iguana, varios peces y mil canarios. Con la inestimable ayuda del Topi, canguro de mi hija y bonachón oso de tres cuerpos de armario de alto por cinco de ancho, los gatos encontraron mejor alojamiento en mejor vida. Por mediación del Melendi2 que es pequeñito de aspecto pero un pedazo fiera por fuera con un carácter que válgame dios, el Pastor Alemán huyo a otro hogar o gasolinera, para no volver jamás, aunque como el Melendi2 además de muy fiero por fuera también es muy cachito de pan por dentro, no pudo con la pena de ver a su churri deshecha y compungida y le compró otro Pastor Alemán mejor, aunque como dice La Esteban:

(La Esteban): - “Si, si, mejor, pero monórquido” (que para quien no lo sepa significa que no tiene dos testículos, sino que solo le ha bajado un huevo al animalito).

El Schnauzer mediano, que era precioso pero insoportable pilló una enfermedad incompatible con la infancia y fue desterrado a la finca de los suegros de la Esteban, padres del Melendi2, donde el padre tiene su terrenillo para sus expansiones y mucho hueco desde que se deshicieran de la Luisi que dormía allí hasta que yo la adopté.

De la Iguana se encargó toda la familia a coro: todos juntos la mataron y ella sola se murió. No sabemos si de vieja o de estrés cuando nació Lulú, el bicho pasó a mejor vida. Los peces van sobreviviendo con bajas que inmediatamente se reemplazan. Los pájaros no, los pájaros se mantienen cantarines y ponedores, y además La Esteban los mima con primor, que hasta se les ha llevado de vacaciones a la playa de Bolonia en Cádiz dentro de la furgona familiar.

Pero claro, en los cuatro años o por ahí que lleva el Melendi2 habitando ese zoo el número de fieras se ha reducido de cinco y muchos pequeños accesorios, al perro y él, y eso para La Esteban es una carencia de las gordas, rayando la tragedia.

Así que pegando hebra con el vecino de puesto en la Feria Medieval, La Esteban se enteró de que cuando no vende pieles, las cría y ahí fue cuando ella vió la luz y se le salió para fuera la Noé que lleva dentro. Agarró al suegro por banda y comenzó la conspiración:

(La Esteban): - “Indio, necesito tu apoyo porque al Melendi2 le puede dar algo y a tu mujer ni te cuento, pero que estoy pensando que nos podríamos llevar a casa un zorrito salvándole de una muerte segura y un futuro de bolso de pelo vuelto, con la ilusión que le haría a Lulú. Primero te quedas tú con él en la finca mientras yo voy ablandando al Melendi2, y cuando tenga el terreno preparado tú dices que es incompatible con la casa y con mi suegra, y yo te juro que me lo traigo a casa. Las niñas ya estarán encariñadas, el animalito dócil y el Melendi2 ya sabes que grita mucho, pero nos queremos tanto que no sabrá decirme que no”.

El suegro de La Esteban que es igual de hortera y exótico que ella, lo visualizó: su casita, su terrenín, su corralillo… y por todo allí correteando, un zorrito rojo de la tierra. Lo vió e ipso facto comenzó la negociación con su colega. El viaje de vuelta lo hicieron todos callados en medio de un ambiente que se podía cortar con una motosierra, y con una jaula enorme de gallinas que guardaba dentro una bola de pelo gris (que resultó ser hembra) y que gruñía como si fuera el perro Grim de Harry Potter.

Ahora no se atreven a sacarlo de la jaula. La Esteban hizo un intento y le mordió la mano, la suegra ha puesto el grito en el cielo, diciendo que ha aguantado de todo, que hasta ahora no se ha divorciado, porque mira, más cornás da el hambre, pero que como se les ocurra meter una zorra en casa, vamos que si se va. Y el Melendi2 ya ha dicho que churri, a mi ni me mires que yo contigo ya tengo bastante.

Y en esas estamos, intentando domesticar al animalito vía virtual, para que tenga alguna gracia reconocida y vaya ganando su huequito en el hogar donde cohabita el Melendi2.

Ahora, que no se me ocurre mejor manera de terminar este post que con las propias palabras de La Esteban:

(La Esteban): - “Tía quien me lo iba a decir, pero es que de repente me han entrado unas ganas de ir al pueblo de mis suegros…si al final lo que no ha conseguido mi suegra, lo va a conseguir la zorra de mi suegra”.

Y dicho esto nos despedimos, yo camino de mi siesta y de mi casa y ella del Carrefour para comprar el collar, la correa y todo el kit necesario en rosa para hacer de su animalito una Barbie zorrita.

Pues eso.

jueves, 16 de agosto de 2007

¡QUE MALA ES LA DISLEXIA CUANDO UNA TIENE PRISA!

El inti tiene un amigo del alma que es el Pin de su Pon. Un amigo único con quien cohabitó y vivió únicas experiencias (heterosexuales todas, quede dicho) durante meses allá por las antípodas, cuando a los dos y de un día para otro les dió un arrebato de "que me largo y que le den dos duros al mundo", y ¡vaya si se largaron los dos con dos duros menos!. Este gran amigo del alma, vive en una casa estupenda con piscina y con vistas al lago Manzanares y a la sierra de Cercedilla. Aprovechando que la semana pasada contaba con prefiesta y fiesta de la Virgen Despaña (quince de agosto), el Inti y él se habían marchado improvisando una cuchipandi por Valladolid, ciudad de origen de Pin, y yo me había quedado en los madriles más sola que la una porque es bien sabido que Madrid en agosto está todito todo cerrado por vacaciones de sus habitantes que se esfuman para invadir el resto Despaña. Como estaría la cosa de deshabitada que llamé a mi amiga la Calcuta para ofrecerme como pinche en la mudanza de su casa (¡en un festivo impar a media semana!), pero ni siquiera ella estaba operativa.

Así que ese día festivo y sin otros grandes planes en vistas, yo lo comencé permitiendome el lujo de perezosear en casa y en mi cama, una actividad no muy trepidante a la que estoy cogiendo muchísimo gusto utlimamente, sobre todo desde que me pego estos madrugones para venir a trabajar con la jornada intensiva de verano. Pero hete aquí que mi querida (y nunca tan anhelada) Cristina está de vacaciones invadiendo también ella Laspaña y por eso ha dejado de venir a asear mi casa sacando todos los pelusos y lo que no son pelusos de debajo de mi cama hasta dejarlo todo como “si fuera un altarcito” y tomarnos juntas de paso y con la excusa, una coca cola bien reída y conversada. Yo tan escrupulosa no soy, la verdad, ya me conformo con que no parezca un corral y lo cierto es que últimamente empezaba a no ser fácil lo de encontrar las siete diferencias. Así que tras siestear hasta las once de la mañana dando vueltas en la cama, reuní el valor suficiente y me auto eché fuera de ella, agarré los útiles de aseo y me imbuí en la tarea esa que siempre pospongo de dejar mi habitat eventual como una patena.

En esas andaba yo altura catorce horas, en camisón y chancleta, con el pelo recogido en pañuelo y apaño-moño, entonando a voz en grito a la Piquer (me estimula mucho en esta tarea, ella y el mítico Raphael) deteniendome de vez en cuando para un sentido solo de fregona, cuando sonó el teléfono con la voz del íntimo al otro lado:

(El Inti): - "Oye que ya hemos regresado, que si te vienes a casa de Pin a comer y hacer un día de piscina", y sin que terminara de hablar, a mi ya se me había caido la bayeta como si diera alergia. Respondí, "ya estoy saliendo" y "yo llevo las brochetas que tengo como quince kilos congeladas" (en mi familia sentimos pánico a la nevera vacía).

Pero no era cierto, claro, porque para poder estar saliendo aun tenía que rematar un poco lo estaba limpiando, como mínimo recoger lo barrido, y luego tenía que destender una colada, tender otra colada y poner aun otra colada más (empiezo a creer que estoy obsesionada con mi lavadora). Y después debía asearme a mi misma y quitarme ese look mucama y todo el polvo que había levantado de mi suelo para quedárseme pegada a mi misma, que soy como un paño atrapa polvo (ejem, sin coñas marineras). Al final lo del "ya estoy saliendo" me llevó hora y media más. A eso de las tres y poco el inti volvía a llamar preguntando que donde estaba. "Saliendo de casa", mentí yo descaradamente. Y añadí, "anda, dime como se llega que ya lo apunto".

Él tiene talento para las explicaciones, luego se desorienta con facilidad, pero indicar indica muy bien:

(El Inti) - “Coges la eme 40 dirección aeropuerto y vas siguiendo los carteles con dirección a Colmenar Viejo que es la ene 607. Sigues siempre esa dirección, y cuando pasas Colmenar empiezas a seguir las indicaciones de Soto del Real. Pronto empezarás a ver las que te llevan a Manzanares del Real. - (que era mi destino) - Una vez en Manzanares sigues dirección patatín y te metes por la calle patatán - (no daremos más indicaciones por respeto a la intimidad de Pin, y porque su casa está muy bien situada pero no es muy grande y todo puede ser que con esta discreción tan detallada que yo me gasto, se le empiece a llenar la casa los fines de semana de blogosferos y dejemos de caber nosotros).

Yo, que siempre he sido muy buena con los apuntes, lo apunté todo tal cual y sin dejarme ni un suspiro transcrito como coma.

Al poco ratito ya había salido de casa y enfilaba con el Grison la eme 40 dirección Colmenar Viejo, nombre que no viene en ningún cartel hasta que no estás casi llegando, pero como yo tengo una memoria privilegiada, recordaba la numeración 607 de la ene (como el Peugeot) y eso si que viene en todos los carteles y recuadrado en naranja. Todo era perfecto: la carretera casi vacía, el Grison acelerando y cogiendo las curvas suaves, sin revolucionarse ni un poquito ni hacer como que se va pa'lla (algo que si hacía el Vernon, que más que holgura de dirección tenía cuatro tallas de sobra), las brochetas se desconjelaban en el maletero según previsto, y la música toda a mi gusto tronaba en el MP3, a la vez yo leía toditos todos los carteles sin que se me escapara ni uno y el aire entraba por la ventanilla bajada secando mi cabello recién duchado mientras el solito calentaba mi brazo izquierdo apoyado como si fuera una profesional del motor. Estaba contenta y además tenía un presentimiento que henchía mi ego y me decía que, esta vez si, iba a llegar en un plis, yo solita y sin perderme (je, je).

En seguida se me echó encima el desvío a Colmenar Viejo y yo lo esquivé muy habilmente, consciente de que ese no era mi camino, no: yo debía esperar al cartelón que anunciara la dirección a Hoyo de Manzanares. Y este también llegó muy rapidito, anúnciando primero el desvío a 1000 metros, luego a 750 metros y finalmente a 500 metros. Yo puse mi intermitente y luego reduje primero a cuarta, luego a tercera... y ahí que me adentré en Colmenar mismo siguiendo rotonda tras rotonda sin perder ni una sola vez la dirección Hoyo de Manzanares. Estaba pletórica saboreando mi éxito, gracias a esa mi privilegiada memoria tantas otras veces despistada. En saliendo de Colmenar y enfilando otra ene cuya numeración no recuerdo, pero que me suena a 618, me saltó un chip tardío que debía estar echándose la siesta, y pensé “Hoyo de Manzanares, Hoyo de Manzanares... Irma, ¿tú estás segura de que era Hoyo de Manzanares?” y ¡zas!, tras un vistacillo de reojo al cuaderno de apuntes que reposaba sobre el asiento de copiloto, abierto por la página "Cómo No Perderse", se hizo la luz: “¡ERA SOTO DEL REAL!”. Un poco apurada y cayéndoseme los mecágüenes a borbotones, aparqué malamente en un huequillo de aquella carretera, le pusé al Grison a guiñar todos los ojos, y llamé al Inti:

(Yo): - “Inti que por una de esas cosas inexplicables que pasan, estoy llegando a Hoyo de Manzanares ¿Cómo hago para llegar desde allí a Manzanares del Real?”

El Inti, preparado para esta llamada y otras quince como ella, sin alterarse ni un pelo me respondió

(El Inti) - “Dando la vuelta”.

Apesadumbrada y cabreada como una mona, colgué el teléfono y di la vuelta, dispuesta a retomar la ene 607, que curiosamente sigue dos direcciones: una que lleva a la sierra y otra que vuelve a Madrid. Esta última es la que yo tomé, naturalmente. Llevaba ya un ratito entregada a mi conducción cuando me percaté de que era un poco sospechoso que las torres del Real Madrid cada vez se vieran más cerca y delante, en lugar de más lejos y detrás de mi. Se me cayeron otro par más de mecágüenes, y me dispuse a tomar el cambio de sentido en Tres Cantos. Os cuento que tras mi experiencia en este pueblo, pienso investigar si el alcalde de Tres Cantos es pariente próximo de nuestro Gallardoncíííííísimo, porque al igual que su primo, tiene obsesión por cubrir y cortar todo lo imprescindible con muy inoportunas obras. No sé ni como me ví en el centro del pueblo dando vueltas y más vueltas sin encontrar ningún cartel interesante ni conseguir llegar a ningún otro lado que no fuera la Avenida de La Industria. Cuando ya estaba a punto de vomitar por el mareo paré en una gasolinera, sin cerrar el coche, ni subir las ventanillas, ni coger siquiera el bolso, corrí al mostrador a preguntar a una Tricantina del Cono Sur de América como volver a la ene 607 especificando "dirección Colmenar Viejo". La Tricantina, ambilísima, me indicó como y yo volví a encontrarme dentro del coche ante otra incorporación cortada por otras obras. Tras otro par de mecágüenes más y cienes y cienes de vueltas acabando siempre en la Avenida de la Industria, llamé al Inti para decirle que fueran comiendo el primero, que no me esperaran, porque yo llegaría en breve con las brochetas practicamente cocinadas. Eran las cuatro y media. Paré en otra gasolinera donde otro Tricantino también natural del Cono Sur de América, y también ambilísimo, me indicó otro camino para salir a la ene 607 y esta vez ¡oh milagro! no estaba cortado por obras.

Pero yo ya estaba herida en mi orgullo propio (y también de bastante mal yogourt). Enfilé dirección Colmenar Viejo haciendo caso omiso de las limitaciones de velocidad impuestas en una carretera sin más vehículos que el mío y otro de la Guardia Civil de Tráfico que encontré circulando pachón y sereno por el carril de la derecha. Tal y como procede yo les revasé vista y no vista por mi carril de la izquierda.

Al poco se me avalanzó de nuevo la dichosa salida esa de Hoyo de Manzanares y yo la ignoré haciéndola una pedorreta. Un kilómetro más allá me encontré la salida hacia Soto del Real. Y esto también es mala leche, porque si hubieran puesto esta salida la primera, yo nunca me habría confundido: Hoyo y Soto se parecen (dos sílabas, las dos con "O") y Manzanares no se parece en nada a Real, claro, salvo cuando vas a Manzanares del Real. (Esto no es nada, yo soy un hacha con las asociaciones ilícitas de ideas: una vez pedí en un bar un vino tinto Ribera del Duero de marca Torrespaña, en lugar de Prado Rey, que era el nombre bueno. Creo que todavía se está riendo el barman).

Pues nada, que ahí seguí yo cual Carlos Sainz que hubiera conseguido arrancar el coche y ahora sí y en un plis encontré el pueblo, la calle y la casa, y volví a llamar esta vez notificando que las brochetas y yo ya habíamos llegado. El Inti, su amigo y la novia de este (aunque ella menos, que es bien maja y estaba impresionada con que yo hubiera encontrado la casa a la primera) no podían con el recochineo, pero cuando blandí amenazadoramente las brochetas chorreantes, consideraron mucho más interesante dejarme en paz y comenzar a cocinarlas, que al fin y al cabo ya eran las cinco de la tarde y yo estaba manchando el suelo…

Ahora estoy acojonada pensando en lo cara que me va a costar a mi esa comida de media tarde, porque me cagüen la leche la de multas que le van a llegar al inti por culpa de mi dislexia.

Eso sí, y con permiso del Vernon, el Grison un campeón. ¡Como me gusta este coche!.

P.D.: Cuelgo este post a traición y sibilinamente a unas horillas escasas de retomar el Grison e irme en busca de Cosita que también tiene acceso a los hoteles gratis que tienen de todo gracias a su alianza íntima con CQPP (Cosita Que Pierde Perros). Nos vamos las dos de finde gorrón a las fiestas de no sé qué pueblo de no sé dónde (pero no pasa nada porque llevo mapa del MOPU). Así que cosita, reina:
cuando leas este post ya estarás de vuelta y tú y yo habremos encontrado el pueblo a la primera, habremos llegado a hora prudente y no se habrán terminado todavía las fiestas. Y si no es así, siempres puedes dejarme tu reclamación pública a la vuelta en forma de comentario.

Besitos a todos y buen fin de semana. Especialmente a Luís: espero que no te toque ejercer de pigmalión automovilístico.

ANCHA ES CASTILLA Y NO ME CABE ENTRE LOS BRAZOS

Mi amiga Olgui está haciendo el camino de Santiago a plazos, en etapas y veranos distintos. Ahora se está planteando andar desde León hasta la Compostela, porque lo anterior lo tiene caminado de hace algunos años. Comentando sus planes, yo evocaba un viaje reciente por aquella zona, y le conté mis impresiones, convencida de que es una parte del camino preciosa, llena de paisajes que sobrecogen y de pueblitos con historias que beben un poco de esa magia gallega vecina que nadie ha visto aunque haberla la halla. Ella estaba de acuerdo conmigo, y cree que las partes más bonitas del camino son la de Roncesvalles y la llegada a Galicia. Y añadía, “no como Castilla, ese secarral plano, lleno de días de treinta kilómetros bajo el sol de torrarse, viendo paja cortada seca y nada más”.

Esto lo cuento y aprovecho para congraciarme con los murcianos. Hace un par de meses escribí un post contando mis días de asueto en la región de Murcia-Qué-Hermosa-Eres, y comentaba que me había parecido un secarral sin encanto. Entonces hubo naturales de Murcia que no estuvieron de acuerdo con mi apreciación y en aquel momento yo expliqué que lo de la belleza y su aprecio es algo bien subjetivo que siempre depende del ojo que mira. Pues he aquí el ejemplo claro:

Yo soy de ese otro secarral plano, lleno de días de treinta kilómetros bajo el sol de torrarse viendo paja cortada. Y eso que a mi amiga Olgui le saturó los pies y el alma hasta hartarle más que muy mucho, a mi todavía me emociona y me conmueve. Yo es que veo una llanura amarilla segada y se me hincha el pecho de viento y sol a la hora de la siesta, de baños en los ríos, y de merendolas de chuletillas en las bodeguitas al caer el sol.

Olgui añadía que no sabe como a Machado los famosos campos de Castilla le dieron como para escribir tanto libro y poema, que a ella le sobró desde el segundo vistazo. Yo no quise sumar más, porque noté que no había mucho clima dispuesto al aprecio del terruño, pero estuve por contarle que además, Miguel Delibes (vallisoletano de pro) opinaba que no se puede entender a las personas sin ver el entorno en el que viven, que el paisanaje siempre está unido a su paisaje hasta resultar casi mimético, y que la gente de castilla es como su tierra: seca, árida y muy dura por fuera aunque luego guarde el calor del verano y el agua de la nieve del invierno muy, muy dentro, bajo la capa quemada o congelada.

Pero Delibes tiene razón. En mi tierra, Castilla La Vieja, no somos muy dados a la efusividad en la demostración de afectos. Se nos dan mejor los cantos regionales. En mi familia todos somos Castellanos Viejos, pero por parte de madre yo creo que tenemos raigambre judía, porque desde los ancestros que podemos recordar encontramos el gen itinerante, desde los tatarabuelos carreteros, pasando por los bisabuelos errantes que no tuvieron dos hijas en la misma ciudad y por mi abuelo que recorrió toda España tendiendo la línea telefónica. Así hasta mi propia familia de padre, madre, hermana y yo misma, que hemos cambiado de ciudad más de cinco veces, esto todos juntos o por cuenta ajena. Donde otros nacen, crecen, se reproducen y quedan hasta morir, nosotros tenemos un baúl de la Piquer lleno de pegatinas de muchos lugares, cuajadito de recuerdos, nombres de calles y números de portales y de teléfonos con prefijos diferentes. Así que sí somos muy castellanos, pero también muy mediterráneos, y muy vascos y muy andaluces, y madrileños, y catalanes… Supongo que si investigáramos encontraríamos un ancestro gallego de culo inquieto (¡por dios, que no sea Fraga!).

Pues este fin de semana pasada estuve yo empapándome de mi Castilla querida, visitando el pueblito donde nació mi padre, por donde los judíos pasaron un poquito y de visita. Para mi hija y para mí este lugar es como un parque temático, en el que ella se mueve sin vigilancia de adulto de casa en casa, de corral en corral, donde cada gallina, pollito, paloma, conejo y hasta ratón de campo o infame topillo la conoce y la teme. Dispone de toneladas de tierra bien distribuida por cualquier parte para hacer comiditas, y ensuciarse hasta el cogotillo, un divertimento que cualquier niño del mundo disfruta infinitamente más que la última versión de una video consola. Y yo me solazo a solas o con ella (dependiendo de sus planes y agenda) en merendolas, conversaciones a la fresca y paseíllos por el campo y el río, con la compañía de los familiares y amigos que siempre nos reciben alegrándose de vernos. Un gustazo para mis ojos, mi corazón y mis pies de madrileña adoptada.

Llegar a este pueblo de la Castilla que entronca directamente con el Cid y sus parientes, siempre arrastra una ceremonia de besos y saludos que a mi se me antoja bastante divertida por lo pintoresca que resulta, pero que estoy segura que a cualquier otro ajeno le dejaría desconcertado.

Es aparcar el coche (Grison), desembarcar mi retoño y yo misma y dirigirnos tres pasos más allá hasta donde mis familiares y otros parientes toman el vermutillo y los aperitivos resguardados en la sombra que les proporciona la casa de Isidora. Comienza la ceremonia del beso:

- Hombre Uno: “no, no a mi no me plantes besos que esas cosas no me gustan”.

Lo resuelvo ofreciéndole muy pomposa mi mano derecha y en eso se queda el saludo. Los otros hombres, animados por la ruptura de hielo del de más edad, se apuntan “a mi tampoco, a mi tampoco…”: así que más manos pomposas con mis risillas por dentro. Las mujeres somos distintas, y aceptamos los besos con más gusto, aunque mi tía siempre da un respingo cuando me siento a su lado y le toco el hombro para llamar su atención y comenzar la conversación. Decididamente los castellanos como concepto no somos gente de contacto físico.

Pero yo que tengo todos los genes de la sensibilidad y el sentimiento, si soy cariñosa y abrazona. A mi me encantan los besillos, los abrazos y los mimos, todo lo que no se me cae fácilmente de palabra, se me cae de gesto. A mi niña le doy unos achuchones que parecen tornados (en uno reciente tiramos un par de vasos y el plato de panchitos de una mesa), y los saludos a mi hermana y otras amigas a las que veo tras tiempo de ausencia, exceden el roce en las mejillas y se eternizan en baterías de sonoros besotes de abuela y abrazos de osa. Pero aprecio que esta inclinación de la familia mía no es algo que se estile demasiado en los tiempos que corren.

Yo últimamente ando dando vueltas a la cabeza con posibles negocios que me saquen de asalariada y pobre (esto último es obra y gracia de mi hipoteca, como ya os he contado abundantemente), y reflexioné sobre el tema de los abrazos. En Madrid, zona Preciados y Puerta del Sol, algunos sábados se puede encontrar a gente con cartelones anunciando “SE DAN ABRAZOS GRATIS”, y yo alguna vez he hecho uso del servicio porque me parece divertido, y me encanta que haya gente por el mundo con ese sentido del humor.

Pensando, pensando he estado echando cuentas: Una mujer de treinta y tantos años, (como yo misma), con vida liadísima, (como yo misma), viviendo sola (como yo misma) sin un íntimo próximo (lo cual tampoco garantiza siempre el abrazo, que les hay muy parcos para estas cosas) y con cierto apuro para reclamar abrazos (ese no es mi caso porque a mi no me importa nada ser un poco plasta), ¿con cuantos abrazos se encuentra a lo largo del año? Y digo abrazos de esos de los sentidos de verdad, no de los de saludo ceremonioso. Veamos: Navidades, Año Nuevo, tal vez cumpleaños y/o enhorabuena/desgracia notable. Vamos un erial.

Y empecé a creer que no era mal negocio el del afecto a domicilio. No estoy hablando de ese otro “afecto” de hotel y apartamento con visa o efectivo, no, señores, estoy hablando del “TELE AMIGA”, de esa que llega a echarse unas risas, a ver una peli de llorar a moco tendido sin racanear lagrimones, de poner a parir al ex traicionero hablando de lo pequeña que la tenía y lo mal que la usaba (esto es un secreto a voces, todas sabemos que es una fase de la ruptura por la que se pasa casi siempre salvo contadísimas excepciones como el de las ex de Nacho Vidal) de contar inquietudes penas, incertidumbres, y arreglarlo con sesiones de “nenas tu vales mucho” y unos abrazos bien hermosos.

Yo creo que la vida se las apaña siempre para irnos soltando momentos de esos de hipersensibilidad y melancolía. Yo misma he tenido días adolescentes en los que mi madre me preguntaba si me había acordado de comprar el pan, y yo con el olvido patente y las manos vacías me ponía a llorar como una magdalena diciendo que no, que se me había olvidado y para cuando conseguía dejar de hipar ya no había quien me consolara.

Pues ya está, es que me parece el negocio del siglo. Todavía estoy investigando en que parte de terruño lo planto, porque haciendo caso a Delibes, la cosa funcionaría allá por el Amazonas, y me da por pensar mucho eso de que lo únicos TELES que de verdad funcionan aquí Enespaña son los TELEPIZZAS y los TELECINCOS. No sé, no sé, yo creo que algo se me está escapando…

P.D.: Como es obvio sigo sin saber como dejar mis propios mensajillos en mi propio blog, así que sigo con la técnica de los post datas.

P.D.1: Cosita reina, que yo creo que si hablamos con el Inti hasta te deja el Vernon, porque está empezando a percatarse de que este coche es muy conocido en éste mi barrio y no hay nadie dispuesto a adoptarlo. Dice que no estaría mal moverlo un poco para lucir el cartelillo. Yo si quieres te voy tramitando las gestiones, y ya tendremos cuidado que Cosita Que Pierde Perros (CQPP) no se entere de estos nuestros movimientos.

P.D.2: Si señor, Luís, lo tuyo si que es de campanillas. Y dime, ¿superaste el infarto?, ¿estresaste a la novel?, ¿te sigue hablando?, ¿y el padre, te habla?. Piensa que podría ser peor: el coche podría haber sido el tuyo, y tú no sabes lo sibilinas que llegan a ser la iglesias románicas y las columnas de garage...
De todos modos, desconfía, los padres somos muy listos... (je, je)

Besitos a todos.

martes, 14 de agosto de 2007

EL VERNON HA MUERTO, VIVA GRISON

El mítico Vernon reposa aparcadito frente a mi casa, con aire de muy cansado y cara tristona, como resignado al retiro, soportando estoico y con dignidad los cartelillos de SE VENDE que a traición el íntimo le ha pegado en las lunetas.

Y a mi me da mucha penita, porque este coche va a quedar unido a mi recuerdo y a los anales de mi historia personal de la conducción por ser el primero que me llevó y trajo, el primero que yo he conducido en mi vida sin profesor de autoescuela, y con el que me he diplomado este año recorriendo la geografía española a la zaga de los hoteles gratuitos del íntimo que sí tienen de todo. Cual mono Amedio detrás de Marco. Cual Marco en búsqueda de la pista incierta de su mamá.

Con el Vernon he disfrutado de días cargados de emociones, he superado retos, he ido un poquito más lejos, probándome a mi misma que como decía Buzz Lightyear, tras el infinito hay mucho más.

Aun recuerdo el día de hace un año recién cumplido. Puedo verme con mi carnet provisional recién recogido y bien aprisionado entre mis manos, con el corazón henchío de gozo, y mi satisfacción personal porque tras haberlo intentado durante diez años, tres matrículas en autoescuelas distintas, un año seguido de prácticas (o lo que es lo mismo, un dineral de escándalo), y tres exámenes en Mósteles, había conseguido por fin mi licencia para rodar por el torrao asfalto despaña y a solo un día de mis vacaciones.

Subida en el autobús urbano, agarrada a la barra roja, toda mi yo estallaba en saltitos. Con mi sonrisa más radiante dando dos vueltas y media a mi cara llegué a mi barrió a celebrar con el íntimo el nuevo acontecimiento. Él mimético con mi efusión, soltó también efusivo: “¿Irma, quieres llevarte mi coche en tus vacaciones?”. Sin parar de dar saltitos ni menguar un diente mi sonrisa en espiral, respondí preguntando: “¿y no será arriesgado?”, porque hasta aquel momento mis manos no se habían posado sobre otro volante que el del coche de la autoescuela. Sacando la bandera aventurera y osada que tantas veces enarbola enhiesta el íntimo, imbuido por mi entusiasmo, dijo igual de cantarín “no lo sabrás si no lo pruebas, y algún día tendrás que empezar a conducir”, saltarina yo también y aun más entusiasmada de entusiasmo, respondí “vale, que sí, que la vida es de los intrépidos”, un poco menos entusiasmado pero aún saltando el íntimo en bajito respondió “vidas breves, eso sí”.

La noche la pasé en vela, toda excitada por la emoción en ciernes y con semejante acojone tras la borrachera de osadía, que no pude parar de dar vueltas y brincos en la cama y patadas y codazos al íntimo que reposaba en ella y a mi lado. En la patada quince, con los ojos hinchados como almendras verdes en su funda permitiendo apenas intuir sus pupilas, él me dijo:

(Él): -“que estoy pensando que lo ideal sería que te acompañara alguien”.
Y yo sintiéndome un poco menos valiente:
(Yo): -“pues si, la verdad…”,
Y él:
(Él): - “¿no conoces a nade que quiera hacer contigo este viaje?”
Y yo, por dentro y para mi misma
(Yo): -“no sé ni si quiero ir yo misma conmigo conduciendo…”
Pero por fuera
(Yo): -“pues no muchos, no…”.

Y seguimos con lo que estábamos, él intentando dormir y yo dando brincos e involuntarias patadas. A media mañana siguiente me llamó por teléfono: “oye, que he pensado que voy contigo hasta Burgos” (mi primera etapa del viaje previsto atravesando toda España hasta una playa de Santander).

Ese viaje fue mítico. Me salté todos los semáforos en rojo desde mi casa en el extrarradio de dentro hasta la Castellana de fuera (el inti consideró que era mucho más didáctico comenzar conduciendo por ciudad en lugar de por M40). Ensayé en una vía de servicio paralela a la Nacional Uno el sofisticado y complejo mecanismo del “frena, arranca, frena, arranca…” que el íntimo consideró rudimento único imprescindible para que llegáramos a cualquier lado. Lo demás decidió dejarlo para lecciones más avanzadas y momentos menos vitales. Sin pasar ni medio pelo de mi límite de velocidad permitido (80 km/h), el Vernon rodó de Madrid a Burgos en la nada desdeñable cifra de seis horas y un poquito, tras alguna parada para hacer pis y alguna otra para bajar el nivel de adrenalina a niveles compatibles con la vida.

Pero llegamos en medio de un frío rallando el bajo cero que los de allí llaman “fresquillo” (que es lo que tiene Burgos, que hace frío hasta en verano. Eso, una catedral de escándalo y el “honor” de haber sido la primera capital de la España franquista de la era Nacional). En una acera me esperaban mis exsuegros (casi azules) con mi niña de la mano, dispuestos a cedérmela unas semanas para que disfrutara de ella en mi turno vacacional. En la misma acera, me esperaba también el portal de la casa prestada donde iba a pasara la noche. Y frente a ella, el Vernon abandonado sin aparcar, con las puertas abiertas como las orejas del Príncipe Carlos, y con el Inti sudando sangre, aun sentado en el asiento del copiloto, con el pulso todavía alterado (no se le pasó hasta el tercer orujo que se tomó de un trago, dudando si beber por vasos o tirarse en plancha a la botella como el mismísimo Ánsar en un simposio de bodegueros y en la intimidad de su hogar). Con el aliento de la muerte aun resoplándole el cogote se sentó frente al volante, dudó entre cerrar puertas y pisar el acelerador bien a fondo para desaparecer para siempre jamás, o aparcar. Hizo esto último. Ya en la casa, tras el cuarto o quinto orujo y con la voz notablemente afectada, me dijo. “Vale, te acompaño hasta la playa y punto”. Con el sexto orujo yo le veía mover los labios en lo que, sin ser nada experta, intuí como maldiciones varias a la hora en que me ofreció su coche, el día en que se lo compró y el año en que me conoció y se desorientó hasta tomar la dirección que le encaminaba adentrándose cada vez un poco más en el galimatías que es mi vida, en lugar de salir pitando por la contraria, tal vez más sensata y propia de sí mismo. De vez en cuando movía la cabeza hacia ambos lados, en lo que yo supe que era la pregunta que le martirizaba una y otra vez: ¿cómo era posible que él tan alérgico, especialmente a la infancia, hubiera acabado un treinta y uno de julio, casi uno de agosto, en una casa de Burgos, con una loca insensata aferrada a un volante que no pasa de 80 por hora y no mira los retrovisores, ni los carteles, ni las señales ni nada de nada salvo lo que ella llama negro y es la carretera, con una niña marcianilla como colofón, que habla y mucho y sin parar, de animales que solo existen en su imaginación?.

Pero también llegamos a la playa y pasando por Bilbao para visitar a mi amiga Ra, y además conseguí hacer un trompo con el Vernon, hito que he repetido fácilmente después pero sin querer, y que no logró nunca con este coche un experimentadísimo profesor de condución intrépida del RACE. Cuatro días después, mi niña y yo decíamos adiós al Inti, que se volvía montado en su coche, a su vida ajena y carente de madres intrépidas y niñas imaginativas. Yo le despedí con la pena y la certeza de que jamás volvería a verle. Y mi niña con la alegría de que terminado ese trámite nos largábamos a la playa.

Pero volví a verle. Y no sólo eso, si no que volví a guiar su coche con él de cobaya sentado a mi derecha. Esa vez eludimos Nacionales Unos, y circulamos por las carreteras comarcales que son más bien caminitos de gravilla y tierra, cuajaditos de bonitos pueblos a rebosar de románico, placitas pintorescas y gente, mucha gente. En ese viaje aprendí a cambiar de segunda a tercera y de tercera a segunda, en función de la curva o de la recta. A girar bruscamente con la mano de un solo volantazo y a subir las cuestas arrancando con el freno de mano. También aprendí que cuando se va marcha atrás girando hay que mirar hacia atrás pero también hacia delante. Esto lo sentí muy vivamente en las propias carnes del Vernon, altura morro, faro izquierdo, donde estampé el magnífico paramento románico de una bonita iglesia románica de un pintoresco pueblo castellano, dejando al Vernon con la chapa repujada, al íntimo y a los paisanos del pueblo presentes en la plaza, sin palabras y frotándose los ojos, y la bonita iglesia románica en la bonita plaza del pintoresco pueblo castellano, resistente en pie después de al menos diez siglos, mordida en un ladito, y con parte de tintura verde Vernon transferida a sus históricos sillares. Arranqué a todo meter y me largué antes de que nadie con la boca abierta pudiera cerrarla y reaccionar.

Después el íntimo que es un osado se largó a la África más profunda (más cerca él lo sentía como al lado), dejándome las llaves de su coche, y su coche propio a mi cargo, diciendo, que un golpe o dos más daban lo mismo, simplemente me advirtió “procura que no sea contra otro coche ni contra una persona viviente”. Y yo le hice caso, como bien sabéis: me golpeé solo contra una columna de garaje.

Del resto ya conocéis toda la historia: la habéis ido leyendo aquí. Con el Vernon he aprendido como funciona un túnel de lavado y lo importantísimo que es entrar en el sin pisar el freno. Tanto como acordarse de quitar el de mano cuando se vaya a circular de un punto A a uno B.

Con el Vernon me he dado el único golpe que lleva mío mi Luisi. Este es un episodio que no he contado aquí antes por pudor, y que solo ahora cuento, porque estoy un poco floja por la emotividad de la despedida a ese coche viejo que ahora nos deja y que tan buenos servicios nos ha prestado.

Yo en Madrid me muevo siempre con mi Luisi, porque es pequeñita y apañada y cabe en cualquier lado. Pero cuando el viaje era más largo, ahí siempre entraba en acción el Vernon, grande, aparatoso y pesado, pero seguro como un tanque, podía ponerle a más de cien sin sentir que se aflojan los tornillos con la vibración ni que las chapas se fueran a caer de un momento a otro. El Vernon ha dormido mucho en mi calle al lado de la Luisi porque el íntimo es motero y lo conduce muy poco, pero a veces también dormía en la calle de su casa propia. Y ésta que os voy a contar, era una de esas veces. Yo me iba a ir en pos del gorroneo en hotel todo gratis el finde y tenía que recoger el Vernon de la calle del íntimo. Propuse a la Cruela irnos en mi coche las dos hasta su calle y luego volvernos hasta la nuestra, ella conduciendo mi Luisi y yo el Vernon. Mucho mejor que ir andando o en autobús, algo que no he vuelto a hacer nunca jamás desde que me convertí en la conductora novel que conocéis.

Llegamos al punto de acera donde estaba el coche, me bajé de la Luisi, me subí en el susodicho, arrancó la Cruela y arranqué yo tras ella, sin haber colocado ni asiento, ni uno solo de sus espejitos. Callejeamos no muy deprisa respetando cedas el paso y semáforos mientras yo me iba apañando entre conducir y ajustar el coche a mi medida. Y llegamos a la incorporación a la M40. Y la Cruela frenó con mi Luisi, y yo frené con el Vernon, y aproveché para colocar el retrovisor de dentro. Y la Cruela arrancó con la Luisi, y yo arranqué con el Vernon sin soltar el retrovisor. Y la Cruela frenó porque venía uno, y yo no porque estaba mirando al retrovisor. La embestí con el Vernon, la desplacé hasta sacarla a la M40, le esquivó un coche, nos dio un ataque de risa, los otros coches nos esquivaban aun más rápido pensando que estábamos locas de los nervios y que podíamos ser peligrosas. Y seguimos hasta casa donde comprobamos que el Vernon es un tanque que ni había notado el roce (lo que me lleva a pensar el calibre de los otros dos golpes que sí le arrugaron y muy mucho), y que mi Luisi está tan ajada que no conseguimos saber cual de todas las marcas era la del último golpe.

Sé que soy la única persona que es capaz de golpear los dos coches que conduce el uno contra el otro. Pero esto también es un talento.

En fin, que el Vernon nos deja. Recordemos los excelentes momentos que nos ha brindado. Guardemos su recuerdo en lo más profundo de nuestras agradecidas memorias, donde se guarda todo lo bonito que se embellece aún más con el paso del tiempo. Ya está: guardado. Saludemos al Grison, que llega a reemplazarle y sin saber donde se mete, me parece a mi que va a tener también un viaje interesante. Pero eso es lo iré contando en los próximos capítulos.

P.D.: Sigo sin saber como dejar mis propios mensajes en mi propio blog, así que allá van mis recadillos:

Cosita tesoro ¡que nos vemos en la boda! je, je, va a ser de antología. Nena, tengo que ir a verte porque con esto de las hormonas y mis nuevas tallas ya no quepo en ningún trapito.

Luís, que qué gustillo para el foro que no estés de vacaciones. Ya me imagino que tú lo ves de otra manera...

viernes, 3 de agosto de 2007

LOS VIGILANTES DE LA PISCI

Mi niña ha vuelto de su primer turno de vacaciones con los abuelos paternos y el íntimo ha desaparecido de mi casa llevándose casi todas sus cosas hasta mejor ver, que será más o menos cuando mi niña vuelva al segundo turno de vacaciones con los mismos abuelos y él regrese de las suyas propias que comienzan en un par de días.
Ya os he hablado otras veces de mi vida bipolar que se va cruzando sin guión y como puede: la de mujer independiente con hija en casa ajena, que es sentisexualmente activa, trabaja, disfruta, vive y paga su hipoteca. Y la de madre dependiente con hija en casa propia, sentisexualmente mucho menos activa, que trabaja, disfruta, vive y paga su hipoteca. Pues este es el turno en el que estoy ahora.
Imbuida desde hace solo unas horas en estas funciones, me he ido a la piscina con mi niña, la Cruela, la Musu y los tres churumbeles que suman ambas. El equipo estaba compensado: la niña de la Cruela es de la misma edad que el mayor de la Musu, y el pequeño de la Musu de la misma edad que la mía. Dos y dos, el equilibrio perfecto para que ellos lo pasaran en grande, y sus madres (nosotras mismas) hiciéramos lo propio bien relajadillas.
Y así nos hemos ido: yo con mi botella de agua. Cruela con lo puesto y la Musu, que es mucho mejor madre que nosotras, con un bolsa tamaño híper abarrotada de chuches y con una nevera portátil cargada de refrescos gaseosos azucarados que no edulcorados (es musu-lmana practicante y respetuosa con todas las normas gastroetílicas, salvando el cava, porque ha llegado a la conclusión de cuando ella lo bebe Alá y Mahoma están concentrados mirando para otro lado, Oriente Medio, por ejemplo). Ha sido llegar, montar el campamento, mandar a los niños al agua y sin tiempo casi ni para el parloteo ni para la vuelta y vuelta de churrasque, hemos montado el número, que de verdad que yo no sé que es lo que nos pasa, pero donde vamos se nos ve.
Yo como madre no soy de las más cargantes, y en la piscina en concreto, mi niña va a su aire con muy poquitas restricciones. Es cierto que no le quito el ojo, pero dejo que se bañe en la piscina en la que no hace pie anuque no le acompañe ningún adulto y aunque yo no esté en el bordillo vigilando. Yo me planto en la atalaya de mi toalla, establezco contacto visual y hala, que nade, bucee y hasta haga pis que es lo que hacen todos los niños cuando están en el agua. La Musu se inquieta un poco más con su pequeño, pero yo le explico que el porcentaje de niños que se ahogan en las piscinas públicas es muy reducido y suele ocurrir a principio de temporada, no a alturas tan avanzadas como estas, luego el riesgo en un día como hoy, es tirando a insignificante. ¿Qué posibilidad hay? ¿una entre mil? Exacto: una.
Porque la variable con la que yo no contaba es con que la Musu y la Cruela cuando se juntan, son letales. Esto no es un eufemismo, es una verdad como un templo. Por circunstancias vita-profesionales de sus retoños artistas, compartieron vecindad y espectáculo en la ciudad de Barcelona (y en mis oídos resuenan a coro las voces del Mercury y la Caballé). Unidas por las circunstancias y el destino, y por la química petarda que se me gastan ambas, se movían como cuasi siamesas por la ciudad Condal: a comer al restaurante, de paseo por el barrio del Born. Fue en ese tiempo y con ellas dos presentes, cuando más bajas se produjeron entre todo el entorno suyo, conocido o sin conocer. Ejemplos:
1- Restaurante comiendo: abuelo desconocido infartado atendido por el Sámur.
2- Comunión de una amiguita de la niña de Cruela: abuela de la comulgada mete el tacón en el agujerito de un sumidero de agua, pierde el equilibrio y se desnuca contra un bordillo de Faunia. Cruela no asistió al entierro porque la cosa se demoró con la autopsia y ella tuvo que regresar a Barcelona. Supongo que la familia de la difunta lo agradeció.
3- Suegra de Cruela, madre de su C, se cae al salir de un restaurante, se rompe la cadera. Un año entero convaleciente. Cuando le van a dar el alta se cae y se rompe la muñeca. Medio año más.
4- Otro restaurante comiendo: madre de hija de unos cuarenta y muchos se atraganta. Las últimas palabras que oyó fueron: "¿¡mamá qué te pasa!? ¡Mamá! ¡Mamááááá!".
5- Suegra de Musu: Ictus. Todavía en el hospital. Va para dos años.
6- Hermana de la suegra de Cruela, tía de su C: se caé y nunca más podrá salir de la residencia.
A mi la verdad es que me suele dar un poco de yuyu juntarme con ellas, y más en esta ocasión porque la próxima semana tengo que ir al médico a hacerme unas pruebas, y con lo que son, lo mismo hasta me dicen que tengo cualquier fruslería como cáncer. Me tranquilizo un poco pensando que nunca han mandado al otro barrio ni a la UCI a nadie menor de 65 años. Pero tal y como han ido las cosas esta tarde, yo ahora estoy mucho más tranquila. O pensándolo bien, no lo estoy para nada.
Estábamos tan pichis contándonos intimidades sagradas de esas de "pero por dios, que no salgan de aquí", (haciendo uso de nuestras muletillas habituales como “si cariño”, “qué bien cariño”, “que te vayas para lo menos hondo, cariño!“ y “seis, o siete, u ocho puntos, cariño” ante las constantes interrupciones de nuestros retoños empeñados en mostrarnos sus evoluciones en el medio líquido y en que pongamos nota a sus tiradas de cabeza) cuando la niña de la Cruela, respirando con dificultad nos ha avisado de que el niño mayor de la Musu iba a atravesar la piscina buceando, como ella misma, que acababa de hacerlo. Hemos dicho lo típico: “muy bien cariño”. Y así se ha quedado la cosa, hasta que la Musu, que es la buena madre, se ha callado, ha reflexionado un poco y ha dicho “¿y donde está mi niño?”. La niña de la Cruela ha respondido “aquí, bajo el agua” y la Musu agudizando la vista con notoria desconfianza ha insistido “¿no es ese que se está ahogando?”, la niña ha mirado donde la Musu miraba, y ha respondido “no, ese no es“. Y vuelta a la conversación. Hasta que nos ha saltado el resorte a las tres, nos hemos mirado, hemos mirado al niño, y hemos concluido que sí, que efectivamente el niño se estaba ahogando. Nos hemos mirado otra vez, y a la de tres, hemos empezado a gritar como energúmenas:
- “SOCORRISTAS, SOCORRISTAS, SOCORRISTAS, EL NIÑO, QUE SE AHOGA, SOCORRISTAS...”
Simultáneamente y sin dejar de gritar ni gesticular ni hacer aspavientos para llamar la atención de los profesionales, nos poníamos el sujetador para salir de nuestro topless y lanzarnos nosotras mismas al agua prestas al rescate porque inauditamente, el socorrista que estaba en frente ni nos veía ni nos oía y porque no sé por qué estúpida razón hemos pensado que era mejor no salvar al niño con los pechos al aire y que ya que estaba, la criatura podía esperarnos.
En estas uno de los dos maromos socorristas nos ha oído, se ha girado, ha visto al niño y a partir de aquí ya todo sucede a cámara lenta: vuelve sobre sí mismo, a la vez que arranca a correr, y a la vez que se arranca la ropa dejando a la vista un torso lleno de torso y de abdominales y de otros bultos que supongo que serían unos músculos que a mi nunca me han presentado, y que yo jamás había visto ni tan desarrollados ni tan de cerca. Sin terminar de quitarse la camiseta comienza a lanzarse al agua en posición fronto lateral (como los accidentes) y de cabeza. En el aire ha terminado de quitarse la prenda y ha movido la mano que la sujetaba hasta alinearla en perfecto escorzo con la otra colocada en posición de exposición y así, impecable y con la camiseta en la mano ha atravesado el agua sin salpicar gotitas a penas.
La Cruela, la Musu y yo misma nos hemos quedado mudas (no sabéis lo extraordinario que es eso). Yo que soy la que más dificultad tengo para esto, solo he podido decir pero muy muy bajito y sin casi aire “veinte puntos”.
Y el socorrista ha sacado al niño que no se estaba ahogando sino que estaba jugando a sacar una anilla del fondo y volver a tirarla y volver a sacarla, así hasta la extenuación. Afortunadamente se ha llevado una muy buena, contundente y merecida bronca de su padre que yo creo que con la tensión de la expectación y el susto del concurrente, no se veía con coraje para hacer otra cosa.
Nosotras, después aleladas por la impresión, que no muertas de vergüenza, nos hemos justificado con los socorristas especialmente con el del espectáculo al que yo no he sido capaz ni de mirar a los ojos (no he conseguido subir de los abdominales ensombrecidos por su prominente y duro pecho), explicándole que veíamos al niño entrar en el agua y salir y entrar y salir otra vez sin avanzar, como intentando nadar, y que cada vez se metía más tiempo bajo el agua y salía menos... Pero ellos eran muy jovencitos y parecían encantados con la tensión de la acción del momento (seguro que ha sido lo más emocionante que les ha pasado en todo el verano que llevan sentados en su silla), con la atención y el aplauso cosechado, y supongo que sobre todo aliviados de no contar con una demanda de los padres de un niño ahogado.
Ahora en casa, la imagen se repite una y otra vez en mi cabeza y no hago más que pensar en las pruebas estas que os contaba que me tienen que hacer la semana que viene y cuyo escenario es el interior de mis bajos. Esto traerá consigo una cuarentena que se sumara a mi quincena de madre inactiva, y me da por pensar que si sobrevivo a la Cruela y la Musu, va a ser un tiempo terrible de sobrellevar. ¡Ay! ¡Dios mío!, ¡qué calor hace en Madrid por estas fechas!.

jueves, 2 de agosto de 2007

Y CUANTO MÁS ACELERO, MÁS CALENTITO ME PONGO…

La imaginería erótica de cada cual es muy poderosa. Yo ya he conocido unos cuantos hombres que cuando les preguntan cual es su ideal de mujer, responden sin muchas vacilaciones con una bronceada Bo Derek en pernetas cabalgando un caballo blanco por la orilla de una playa. Y se evaden, y les cuesta volver. Hay otros sobradamente capacitados para la divagación, que en la difícil edad de los despertares y la pubertad, no podían ni con la trigonometría: leían seno, y se ponían malísimos, coseno y aun más malos, a sobre b, y tenía que ir a aliviarse…
Las mujeres acostumbramos a ser de otra pasta, y los primeros encantos con los que nos llenamos la boca suelen ser esos de la inteligencia, la sensibilidad y el sentido del humor. Es en la segunda vuelta cuando se nos empiezan a poblar las cabezas con Georges Clooneis, Bratts Pitts, Seanes Connerys o Roberts Redfords según generaciones.
Hay una viñeta de Mafalda en la que ella pregunta: “Mamá, ¿y tú cuando conociste a papá sentiste que te devoraban las llamas de la pasión, o que apenas se te tostaba algo?”.
Yo ya soy de la que me hago poco a poco, despacito y por todos los lados, como si fuera un pollo al ast, muy poco dada al fogonazo de la autocombustión, la verdad. Soy sensible a los encantos esos que van llegando al ralentí, como la inteligencia, el sentido del humor, la capacidad de disfrute y lo de ser buena persona, todo ello mantenido a lo laaaaaargo del tieeeeempo. Esos ralentís son los que me llevan a apreciar, a disfrutar otros talentos y hasta a competir en ellos, del tipo capacidad de eructe diciendo A-NAS-TA-SIA sin forzar, y a entrenar para conseguir el siguiente reto A-NNA-KA-(esta sílaba si que es difícil)-RE-NI-NA. Pero claro, no se puede decir que esas virtudes sean las que yo vengo a disfrutar ni lucir a primera vista. Para eso me hace falta estar ya bien cocinada. Porque yo de entrada, me encuentro con un individuo de cuarenta años por la calle que me eructa ni cuatro ni veinticinco sílabas sin decaer la presión del gas, y os aseguro que lo más probable es que se me desplomara la lívido hasta los pies y solo me diera para pensar que seguro que es técnico lucero (es una habilidad que se demanda, ver vivir rodando). Pero no se me ocurriría imaginarme como quedaría adornando los cuadrantes de mi cama. Aunque fuera el mismísimo George Clooney.
O sí se me ocurre: si llevara una pedazo moto bajo el culo o lo hiciera a través de la ventanilla de un Porsche.
Y es que he descubierto recientemente que a mi lo que me pone de verdad de la buena es el olor a gasolina y el motor de explosión, que para eso si que me da lo mismo si es de cuatro o de dos tiempos.
El íntimo es depositario de los talentos antes mencionados, y también del de asignar el valor justo (pero muy muy justo) que tienen las cosas y prescindir de todo lo que pudiera resultar superficial e innecesario. O dicho de manera mucho menos florida y con la voz de la Cruela: “TÍA, ES UN CUTRE” (porque ella consigue decir las cosas con mayúsculas). Y en lo que tiene que ver con los utilitarios, es un hecho que compite conmigo en el ahorro de inversión en coche y moto (y costaría saber quien gana). Así hasta hace poco disponíamos del mítico Vernon, un BMW 520i del año 1991, color verde verde, por todas partes menos por una esquinilla del culo que es verde spray carrefour un poco menos verde, por un retrovisor que es gris apañado de otro coche y menos por dos severos rozones obra mía, y que ya no tienen pintura y son de tono chapa oxidada. También usaba hasta hace dos telediarios una moto Suzuki 500 vieja para desplazarse sorteando el denso tráfico de Madrid. Esta moto pierde aceite por arrobas y Troy anda indignado con el charco que tiene plantado frente a la puerta de su gimnasio donde el inti suele aparcar su moto cuando viene a visitarme. Me dice que gracias a la flojera de esfínteres de la moto del íntimo y a la homofobia que este país tiene bien agarradilla a la médula, se está viendo obligado a soportar un recochineo en el gimnasio que no es humano, aunque él puede resistirlo gracias a los años que lleva fortaleciéndose mentalmente al lado de Dante. Pero que un día va a salir algún cliente por su puerta, va a patinar sobre la balsa de aceite y vamos a tener una desgracia, y que él no piensa pasar el cargo de gastos médicos a su seguro, que esos me los pasa directamente a mi buzón, y añade muy serio, mirándome a los ojos fijamente "porque yo sé donde vives" (vamos juntos a las reuniones de esa nuestra Comunidad de Vecinos, y son muchas, obra y gracia de las derramas).
Pero esto ha cambiado: hace nada el ínti ha dado un giro de 720º (dos vueltas sobre un pié cual grácil bailarina de ballet adornado con un pliez) y ha renovado todo su parque móvil. Así el Vernon pasa a mejor vida sustituído por un Citroen Xsara absolutamente impersonal, color plata impersonal, y un bollo personal altura guardabarro derecho delantero que no es mío, y que trae de serie para ahorrarme el trabajo. También trae dos airbags (aunque no ABS, un accesorio que yo llegué casi a quemar en el Vernon), trae aire acondicionado, trae cierre centralizado y sobre todo trae una radio con frontal extraíble, CD y MP3, que a mi me pone sonrisilla boba cuando imagino en lo que van a ganar en calidad ambiental mis viajes, a años luz de aquellos amenizados con el Fisher Price de mi niña (micro incluído) enganchado al mechero del coche reproduciendo cintas casettes.
Pero eso no es lo gordo, eso solo viene a colmar mi satisfacción de gorrona motorizada por cuenta ajena. No, lo que ha hecho que mi lívido suba hasta límites desorbitados y mi adrenalina ande disparada como una botella de cava agitada por las manos de Alonso, es el pedazo de moto Kawasaki Todo que se ha comprado. Por fin una moto adulta y de verdad. Yo debo decir que a mi las motos me han dado miedo siempre. De hecho cuando alguna vez íbamos en la Suzuki Sarasa a tomar un cacharrillo por los centros de los madriles, yo hacía el viaje de ida tan tensa, que había que separarme las piernas con forceps para que pudiera bajarme de la moto. La vuelta, no, la vuelta la hacía relajada, disfrutando del fresquillo de la noche y de la velocidad y no sé si hasta yendo para los lados cual tente tieso, pero claro, eso era gracias al doping etílico, que si no de qué.
Esta vez no, esta vez ha sido ver la moto, y decirle, “chato, en cuanto contrates el seguro, tienes que darme una vuelta“, y os juro que me salió un tono que a mi misma me sorprendió un poquito y yo creo que el inti no tuvo del todo claro si hablaba en metáfora o en sentido literal, ni si para eso hacía falta que llevara el casco o no. Y es que tendríais que verla, toda fucsia metalizada, con líneas rojas (la verdad es que de lejos parece entre roja y granate), pero de cerca es única. Es la moto que yo hubiera elegido para mí. El inti, no, el inti que no se había percatado de lo fucsia del tono, ha dicho que en cuanto tenga un ratillo y ganas la pega un brochazo a un color más discreto y sufrido, (aunque creo que en su intimidad más intima a él también le gusta, porque es un hecho reconocido que él también es un hortera).
Desde entonces, fin de semana que surge, fin de semana que nos plantamos el casco, el culo en pompa, y hala, a comer millas. Que he descubierto que ni miedo ni nada, que a mi eso de tomar las curvas al ras, de adelantar los coches a mil por hora con absoluta libertad sin más limitación que la raya continua, de ver las 90 y las 100 millas por hora... (las millas están al cambio igual que el euro, aunque variando el tema de ceros: 60 millas = 100 Km). Eso de coger las rectas ausentes de vehículos y acelerar y acelerar y que el corazón se te haga elástico y en el despegue se quede una milla más atrás y luego te vuelva de golpe, a la boca y palpitante, a mi eso me encanta, y me hace ir con la sonrisa lela todo el viaje, que cuando me quito el casco todavía la tengo puesta y me duelen los dos carrillos de no haber podido cambiar el gesto en una hora.
Pues no termina aquí mi racha de suerte. Qué va. Tengo un compañero de profesión esta de las luces, que es de los que pese a ser unas veces competencia, otras proveedor y otras cliente, es amigo de los de confianza y aprecio sincero.
Con este amigo y sin embargo colega (en adelante F para abreviar), me he chupado varios viajes en los que vamos juntitos a visitar clientes. Dentro de su Land Rover Mil, hemos comentado nuestras reflexiones vitales, risillas e ironías, anécdotas de juventud... Y en los últimos años mi cambio de estado civil y recientemente el suyo.
Bueno pues este jueves pasado teníamos que asistir F y yo a una visita a un cliente bien petardo que tenemos y habíamos quedado en que pasaba por nuestra oficina a recogerme, como siempre, porque dice que no él no se monta en mi Luisi si puede evitarlo, que es padre de dos hijas y joven para morir. A la hora acordada suena el teléfono, descuelga Cruela, cuelga Cruela: “Irma, es F, que salgas, que dice que está el novio esperándote a la puerta del instituto” (el que está enfrente de nuestro trabajo, y al que solo nos atrevemos a acercar nuestros vehículos en época estival, cuando no contiene ni alumnos en vías de delincuencia ni policía en vías de detenerlos). Cojo el bolso y nos vamos C o mi Boss, y yo en dirección a la calle, él a comprar el periódico al quiosco del Tatchenko, y yo a subirme en el Land Rover Mil camino de mi calvario particular hecho cliente. Y no veo su coche, pero veo la cara de C o mi boss, pasando del morenote ciudad al blanco más lívido y luego al verde envidia. Achino los ojos para enfocar (no veo muy bien sin gafas, pero lo disimulo, porque dan mucho calor y pesan) y veo un cochecillo pequeñito y aplastado, descapotable pero con la capota puesta y veo a C o mi boss, dirigirse a él con pasos reverentes y despacito. Me acerco y aprecio que sentado dentro, sobre la tapicería toda de cuero roja (y no de escai negro con logos de Volkswagen) se encuentra F. C o mi boss, empieza a alabar el vehículo, a decir que “qué capricho, que él sólo cometería una locura para comprarse uno igualito”, y yo que cada vez ando más mimetizada con mi barrio popular y de clase pero que muy obrera, pensé que se trataba de un Smart Roadster, un coche que yo sé que a C o mi boss, le gusta mucho, y que de hecho ha alquilado alguna vez por puro gustito. Meto mi culo (y todo lo demás, naturalmente) dentro del coche y empiezo a pensar que tal vez no sea un Smart Roadster. Me callo y no opino para no parecer una ignorante. Entorno un ojillo hacia el volante, con miedo a comprobar que quizá, tal vez me esté equivocando, pero no: cuando fijo mi vista me encuentro con el pedazo escudo de Porsche ahí mismito, en todo el centro. Os juro que en ese momento, aunque hubiera querido, no hubiera podido hacer pis (vosotras me entendéis).
Nos despedimos de C o mi boss y de su cara verde que evidenciaba que por primera vez en su vida hubiera deseado ser gay o mujer objeto para poder ser él el digno de ser impresionado con el paseíllo que me esperaba a mi en el coche.
Enfilamos discretamente las calles que nos alejaban de mi barrio, y en cuanto pasamos a la zona desconocida, bajamos la capota, nos pusimos casi a 200 por hora y fuimos como locos por las radiales de Madrid, yo gritando de emoción (que es que no sé fingir ni un poquito). Nunca he sentido tanto que mi cliente no viviera un poquito más lejos (y he fantaseado largamente con esto), algo así como en Noruega o en Mongolia.
A mi vuelta a la oficina, con las piernas talmente flojas, el corazón latiendo al lado de mi úvula, y con nudos en el pelo del tamaño de un nido de cigüeña de la catedral de Ávila (parcela de mil metros, tres plantas y piscina), C o mi boss me ha llamado a conclave en su despacho, hemos cerrado la puerta, me he sentado a su mesa frente a él, con el resumen preparado detallado de la reunión comercial, aportando mis apreciaciones y todos los detalles técnicos: “Porsche Boxster, los números pasan de 100 a 150 y luego a 200... No por 110, 120, 130...”. Y tras compartir mi experiencia con quien mejor podía apreciarla, me he vuelto a mi mesa pensando que F nunca me había parecido antes ni tan atractivo ni tan divorciado. Perdón, divertido (¿en qué estaría yo pensando?).