Queridos compañeros de mis viajes,
Después de tanto tiempo de urbanita, he decidido poner un poquito más de emoción en mi vida, he cogido bajo el brazo a mi Luisi, al Vernon y al Inti y a mi retoño florido (la niña) y nos hemos ido todos a vivir al campo. ¿Cómo os quedáis?. No sé si después de esta experiencia, él campo y nosotros volveremos a ser los mismos.
Por eso el largo silencio en este blog de mis amores. Me explico: el campo al que yo me he venido a vivir está tan despoblado como la Laponia Finlandesa y compartimos su misma densidad de población (y a lo mejor incluso algún habitante): uno por kilómetro cuadrado. Pero esto es como la media del pollo: si yo me como dos pollos y tu ninguno, la media dice que nos hemos comido uno por cabeza, y resulta que no es verdad. Pues en nuestro pueblo, alguien se ha comido nuestros pollos y sólo somos 40 vecinos los que vivimos aquí, en invierno y con las nieves alguno menos que se va a alguna capital con los hijos a esperar a que pasen los rigores.
En los dos últimos años se nos han muerto 14 vecinos (de muerte natural y de ancianidad, que por lo que nos cuentan no tenemos un Chernobil escondido), lo que supone un 35% del ala. En invierno hemos tenido bar, que en estos lares se llama Telecentro, porque es el centro social donde está la tele. Ahora está cerrado por obras de reforma. El Telecentro de este pueblo y de todos los pueblos mundiales de Castilla está supervisado por Sanidad, o lo que es lo mismo el veterinario de zona, y contiene los ordenadores públicos para el pueblo con conexión WIFI (servicio imprescindible, porque ninguna compañía ofrece ADSL por estos lares y la conexión telefónica te cuesta todos los ojos del cuerpo). Si no hay ningún voluntario que se preste a gestionar el local, pues pertenece a todo el mundo, y todo el mundo tiene llave del mismo (que en nuestro pueblo son ocho personas). Salvo los extranjeros (sinónimo de nuevo), como nosotros: para que a un extranjero o nuevo le den la llave del centro tiene que hacerse una solicitud que democráticamente deberá ser aprobada en la Junta Anual Ordinaria de Vecinos que se celebra invariablemene en julio. Como nosotros llegamos al pueblo en septiembre, y la Junta es invariable, pues nos hemos pasado una barbaridad de meses pendientes de acertar con los cinco minutos de apertura del Telecentro. Una tarde noche de urgencia, en lo más crudo del invierno, aislada por una nevada (¡y sin tabaco!), osé acercarme a la puerta misma del establecimiento a intentar enviar un par de mails con el hilillo de conexión que se filtraba por debajo de la rendija, y me tuve que volver a casa corriendo, aterida y con las puntitas de los dedos como las de Edurne Pasabán, a puntito de la amputación. Por eso y porque se me apagó el ordenador porque la batería no podía con el bajo cero. Así que hace nada hemos comprado un magnífico router wifi para un montón de equipos ordenadores de la única compañía que tiene cobertura en nuestros lares, y esto ya es otra cosa: de nuevo puedo lanzar mis cuitas al blogomundo mundial.
En fin, que como después de cinco años y de casi diez meses conduciendo por estas carreteras a 1.300 metros de altura, llena de puertos, curvas y únicos carriles para los dos sentidos, sin más compañeros de camino que los tractores, y la fauna local, (diversa como toda la serie del Hombre y La Tierra), alternando placas de hielo con bancos de nieve de un metro... considero que nóvel en esto de conducir, pues ya voy dejando de serlo. Por eso y porque me he dejado empapar por este espíritu trashumante que me empapa, he decidido cerrar esta casa y abrir una nueva en la que espero ir contando todas las aventuras de este pintoresco pueblito y sus geniales habitantes, al que me he trasladado para seguir poniendo un poco de emoción en mi vida. En adelante le llamaremos Cicely (por las muchas similitudes con el ficticio de Alaska, empezando por el clima) y a mi nueva casa: MEMORIAS DE UNA LECHUGA EN CICELY
Hasta pronto a todos. Nos vemos en las eras.
jueves, 10 de junio de 2010
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