jueves, 30 de julio de 2009

MARÍA MAGDALENA Y TODOS LOS SANTOS


El santo de mi jefe (en adelante El Santo, sin más) es un hombre joven de cuarenta años inteligente, prudente y buena gente a espuertas. Hombre del barrio de toda la vida, nos conocemos desde hace siglos, cuando la empresita que gestiona ahora era de su padre y estaba situada en el local bajero lindante con el que nos contenía trabajando a la Cruela, a su C y a mi. Ambas empresas las dos dedicadas al lucerío, que ya es casualidad.

El suyo era un gua lleno de focos y de cacharros con un pequeñín cuartito de aluminio y cristal comido al terreno, donde se apelotonaban tres personas: en una misma mesa El Santo y mi compañero horizontal de la derecha (el monitor de Spinning); y el padre del Santo (portador de un carácter mítico que convertía a la Hidra en el padre Vicente Ferrer) en otra mesa detrás, echándoles el aliento sobre el cogotillo (que en dos días se me quedaron calvos) y todos atendiendo al teléfono en un barullo que para qué.

Su local y el nuestro confraternizaban y hasta hacíamos intercambios, nosotras chicas, ellos hombres, con su discurrir continuo de luceros desaliñados y en ocasiones sin camiseta, sudorosos, desinhibidos y fornidos por la carga y la descarga de los camiones cuajaditos de flight cases. Ese sí que era espectáculo y no lo que nos daba de comer. Cruela y yo observábamos, apoyaditas en el quicio de nuestro local, con la tacita de café, o coca-cola, o caña (dependiendo el momento del día) dando aprobaciones, y escuchando gustosas los comentarios siempre cumplidos de nuestros compañeros de gremio. Teníamos sobornado al cartero que nos dejaba toda su correspondencia a nosotras, y nostras nos sobornábamos la una a la otra, para obtener el derecho de entrar en aquel almacén de testosterona pura a entregarla gentilmente y con una sonrisilla boba. ¡Qué ránkines que nos hacíamos con los poles positions de los hombretones!. ¡Qué época aquella Cruela ¿recuerdas?!.

Con el tiempo ambas empresas fueron creciendo y El Santo y compañía se trasladaron desde el agujerillo de nuestro barrio a una nave en un polígono industrial, con su muelle de carga y oficina en planta. Nosotros nos quedamos siempre en el barrio, pero nos expandimos ocupando su local de repente tan huérfano y vacío…

Algunos años después yo me trasladé de una empresa a la otra, directamente y en plancha a trabajar en el cole de los hombres, como uno más que es como me tratan (insisto: ¡qué tiempos los otros!), y cuál fue mi sorpresa cuando llegué y descubrí que yo no tenía mesa ni tenía sitio ni tenía ná, que la oficina se había quedado estrecha y de nuevo andaban todos apiñados unos con otros insertando sus respiraciones en los cogotillos de los otros (y por eso todos son calvos, digo yo, menos mi Inti, que es free lance).

A veces y con mucha suerte quedaba libre la mesa propia del Santo, que debía acudir a reuniones, y en cuanto se movía de la silla, todos los flotantes que llevábamos tiempo dando vueltas por allí observando sibilinos, corríamos como locos con los codos para fuera, desenfrenados por ocupar el puesto ahora vacante y todavía caliente del culo anterior. No era infrecuente que se ausentara dos segundos para ir al baño, y a su vuelta se encontrara a un director técnico o a la menda allí repantigada hablando por teléfono, con el portátil y todos sus achiperris devorando su espacio vital.

Obviamente aquello era insostenible. Así que llegando la primavera del año pasado, se agarró los machos y los informes de la agencia inmobiliaria y se fue a buscar una nave industrial espaciosa, suficiente y muy bien ubicada.

Y aquí es donde estamos ahora. En inmejorable ubicación, en salida directa de la carretera de Toledo, con un patio enorme con aparcamiento de los de plazas pintadas y chapas con nombres, con mesas de sobra para todos los que somos y los que puedan llegar, con despachos individuales para cuando hagan falta, y sobre todo y mira que bien: colindante con el famoso puticlú de Parla.

Este puticlú por el día y de puertas para fuera es un sitio muy discreto, un hotelito con buen gusto, muchas plantas, cuatro estrellas y muy parecido a cualquier NH de diseño. Por la noche se transforma y se distingue (a kilómetros) de todos los demás del mundo mundial porque es el único que adorna su fachada con un auténtico espectáculo de luz y de color obra y gracia de los potentísimos focos de mi oficio.

Con tan buena vecindad y roce, era imposible que no surgiera el cariño, y así disponemos siempre todos (y me incluyo yo) de un montón de atenciones en forma de tarjetitas que te invitan a la primera copa, a la fiesta aniversario; y de todos los descuentos del mundo mundial: los propios por cercanía, los propios por cliente habitual, los propios del pronto pago (de los de “que te dejo el sueldo y que ya iré viniendo” - yo no, pero muy pocos podrían decir lo mismo), y los de los momentos de decaimiento de clientela por razones inevitables: las elecciones (los clientes están organizando y dando mítines), los de final de liga, Eurocopa, olimpiadas y Mundial (los clientes están viendo la tele) o los meses de verano (los clientes están con sus señoras e hijos en la playita o montaña, según afición).

Por ejemplo ahora estamos en temporada de descuento por mes de julio, y la tarifa ha bajado a ciento cincuenta euros con regalo de una copa.

Lo de que estamos en temporada baja es un decir que yo no veo. El puticlú abre a las cinco (de cinco a cinco para ser más exactos). Durante el invierno, yo dejo mi oficina a las cuatro y media para ir a buscar a mi retoño a su colegio, y a esa hora es cuando las chicas entran a trabajar y de puro coincidir nos hemos hecho amigas de coche, ellas a puntito de entrar en el parking privado subterráneo con sus fantásticos caprichitos (Mini Cooper, Smart For Four…), y yo saliendo del mío descubierto con mi desguace antigualla, imposible no vernos las unas y yo misma, que nos guiñamos los ojitos dándonos las largas (las que trabajamos solo con hombres nos reconocemos como iguales). Pero hay días en los que salgo un poquito más tarde siempre antes de las siete, y a esas horas ya está el parking de clientes, cuajaditos de cojocochazos impresionantes, exactamente igual que cuando hay liga, Eurocopa, y que ahora mismito en verano.

Yo miro a estas niñas y las veo jovencillas, pero no especialmente monas, más bien tirando a muy normalitas, pero claro es lo que tiene el democrático vaquero que nos vuelve a todas iguales (señoritas de cobre y de las de gratis). Y pienso si no me habré equivocado muy mucho administrando mis alegrías y con mi profesión, que yo estoy igual de dotada que ellas (y en lo que no, pues voy y me opero, que yo le pongo voluntad) , porque como que no me visualizo yo saliendo del Vernon para llegar a un cochecito de esos.

Mi compañero Santiago (¡y cierra ‘Paña!) me saca de dudas, y me dice que él a mi no me vee en esto, que esa es una vida durísima para la que no estoy preparada (por lo visto solo por eso), que no hay nada más peligroso que una pelea entre estos angelitos de la noche, que ellas se quitan el tacón mucho más rápido que tu echas mano del cinto, y se tiran con él directamente a los ojos del enemigo (cuanto tengo que aprender de autodefensa…).

Yo lo visualizo, trago saliva y le hago caso, porque algo sabrá él de esto, que ahora ejerce de lucero de seguridad para el más duro evento (es que nos toca trabajar en unas plazas…), pero primero ha trabajado y mucho en la dura vida de la noche y de la seguridad internacional (vamos que antes que lucero fue mercenario en Yugoslavia e Irak, y sabe un montón de palabros feos en ruso). Él es un arma letal y asesina escondido en el cuerpo de Carlos Latre cuando hace de Bea la Becaria (la vocecita es la misma), pero eso no debe despistar de su colmillo asesino.

Como muestra un botón: Un año en Navidades mi empresa y otra afín montaron una jornada de confraternización en un parajillo de la sierra echando una peleílla de nada jugando al Paint Ball, (bolas rellenas de pintura que a veinte metros te hacen unos moratones y unos pelotones, que ni los que salen en CSI), alegre y feliz iba el muy añoso y poco desarrollado M. de la empresa amiga, cuando una bola le pintó directamente la chaquetilla a la altura ventrículo izquierdo en posición de sístole. Sorprendido se miró el impacto y miró luego a Santiago (su asesino virtual) y aturdido y desconcertado, a la criaturilla no le dio el cuerpo para otra cosa más que para salir corriendo.

Santiago, que tiene muy bien estudiado eso de que no deben quedar flecos (“por eso yo si estoy vivo” - añade) se lanzó a la carrera tras él, cual felino que se tira a los pies de su presa en un perfecto placaje que arrebató muchos aplausos del público allí asistente. Parecía que aun estaba en el suelo, y sin embargo ya estaba incorporado, con un pie en la garganta de M. (muchos más aplausos) y sin vacilar ni en segundo plantó su arma en la frente yaciente y vació entero su cargador, a purita quemarropa (y aquí se hizo, claro, un silencio sepulcral mitad acojone, mitad veneración).

M. tardó un buen rato en volver en sí, que creíamos que se había quedado lelo, y ni os cuento lo que tardó en bajar el volumen de los chichones. Los demás flipaban mirando a Santiago, que le recriminaba suavecito al herido, con su vocecita de Bea: “hombre M., es que la próxima vez lo que tienes que hacer es morirte a la primera, no salir corriendo”. Y estoy segura de que M. estuvo de acuerdo.

Ayer comentando con el Inti y con los otros compañeros la nueva oferta, estuvimos echando cuentas para llegar a la conclusión de que a ciento cincuenta euros realmente el polvo no es tan caro (yo estaba tan contenta) y la mitad de mis compañeros asientieron diciendo que a ellos los polvos con sus señoras les salen muchísimo más caros.

Yo no he dicho, nada, pero yo sé que el Inti también ha echado sus cuentas y miedo me están dando sus conclusiones, así que he decidido que a partir de ahora o me aprieto el cinturón un poco y aplico también rebaja y copa gratis, o ni siquiera me va a quedar el Vernon para saludar a mis compañeras dando las largas.


P.D.: Hoy es día de cobro y están pasando todos los compañeros luceros por la oficina con el fin de hacer acopio de talones. Mientras, yo disimuladamente escribo y tecleo este post aquí expuesto. En concreto ahora mismito y recién finalizado, acaba de llegar uno de ellos y a la vez que nos plantábamos dos besos, me ha preguntado él habitual “qué: ¿hoy cobramos?” - y yo le he respondido, todavía con mi santo en el cielo: “los dos besos todavía no, lo demás ni lo dudes”. Habrá pensado que hay que ver, que cómo se está poniendo el patio...

jueves, 23 de julio de 2009

MORIR POR FRANCIA (Y POR EL BENELUX): ABSTENERSE ESTÓMAGOS SENSIBLES

La dignidad. Imposible objetivo incomprable e insobornable, que se tiene o no se tiene y se pierde con facilidad. Lo mismito que la elegancia.

Y es que hay situaciones y circunstancias que ni tienen dignidad ni tienen elegancia, y tantas y tantas veces, son las mismas.

Por ejemplo, la enfermedad no es ni digna ni elegante. Tal vez un tobillo escayolado y reposando en alto sobre una silla Aluminium diseñada por Charles Earl, en un amplio apartamento loft con enormes ventanales orientados al monte Rushmore en una película de los años cincuenta donde la protagonista herida es la exquisita Audrey Herpburn, puede. ¿Por qué? Pues porque es ficción.

Si la exquisita Audrey tuviera roto de verdad el tobillo se habría duchado de aquella manera, con una pierna fuera de la bañera (con gravísimo riesgo de romperse la otra pierna, y los dos brazos), se habría hecho su alto moño sentada en un taburete MAMUT de IKEA color pistacho y no habría llegado a asomar su estilizada cabecita ni al marco del grifo (a metros todavía del espejo). Posiblemente ella tendría asistencia personal privada de pago, y estaría bastante limpia (y aun así lo dudo porque si la escayola no se moja, huele, y si se moja huele aun más), con la ceja depilada a la perfección, las uñas mani-pedi-curadas que te mueres y el moño impecable, vale. Pero estaría con el pijama puesto, la aguja de tricotar imprescindible para calmar picores en la mano y la desesperación en el rostro por no poder alternar el culo de postura. Se le habría caído un poquito del colacao forzada por la posición y habría manchando la pechera de su pijama de seda salvaje china ignorando el lamparón que se quedaría ahí puesto, consciente de que cualquier cosa es mejor que tener que pasar de nuevo por el trance de volver a vestirse. O tal vez, al no verse en la obligación de poner y tender coladas (como nos toca a otras), quedaría desparejada, con el pantalón de un pijama y la camisilla limpia pero de otro. Todo eso, solo por ejemplo.

Ni que decir tiene que yo hoy por hoy, postconvaleciente todavía en trance de rehabilitación, ya no tengo ni dignidad ni elegancia ni tampoco consigo vislumbrarla.

Un poner: el dolorosísimo cólico nefrítico, no es otra cosa que una piedra en el riñón que viene a entorpecer la función excretora de líquidos de una misma hasta el exterior. Una vez que se ubica la dolencia y se sabe que no es que se esté de parto psicológico, sino que es que está una empedrándose por dentro, empieza a metérsete el tufillo a pis en la nariz y ya no consigues sacudírtelo de encima hasta meses después del alta médica.

Con el diagnóstico empiezas a valorar de verdad este líquido elemento, como si fueras el Last Survivor en el mismísimo desierto boliviano del Uyuni (que es todo sal), y te verás almacenándolo y guardándolo en botecitos con tapa azul, si es para los análisis mañaneros y los cultivos, en los de tapita roja, si es para los estudios de sedimentos, y en los de tapa blanca y capacidad para diez litros la producción de toda una semana, dominando con precisión la técnica de suelto el primer chorrito, guardo el segundo y el resto lo dejo correr sin más, aprendiendo a aliviarte a cualquier ritmo y compás del diapasón, comenzando por uno lentito así como de sardana hasta dominar cualquiera incluyendo el trashcore, tipo Pantera o Napalm Death.

Empezarás a también a trasladarte pegada a un orinalillo (o tupper dependiendo lo que quieras invertir en el asunto) y a moverlo y analizarlo como si estuvieras buscando oro en los ríos de California. Y a no poderte despegar del colador de fina tela (o si no quieres invertir tampoco en esto, llegará un día tu Inti con unas bragas horrorosas de regalo que ni tu niña en su fase más pera habría querido ponerse nunca, solo porque la telilla parece que tiene la textura justa para colar tu pis, y ahí andaréis los dos recortando y recosiendo a tu colador con paso tipo criba y diámetro treinta que tantos caldos te había refinado, la telita de la lencería desestructurada). Y empezarás a mirar con verdadera desesperación y deseo los posos quedados en la sedilla sintética tras aliviarte hasta que descubras que la nariz misma está casi rozando el mango. Guardarás todas y cada una de tus sospechas en los botes de tapa roja que se amontonarán en la nevera al lado de las latillas de anchoas, porque después de todo, la lata no se chupa y ya se han hecho pis antes las ratas...

Y cuando creas que ya has tocado fondo en el antiglamú y que con oler a amoniaco valía, llegará el día en que tú médico decida que lo que toca hacer ahora es una urografía.

La urografía como tal, no es muy terrible ni cochina, resumiendo un poco (y sin que sirva de precedente), vas al hospital, te inyectan un calmante y un antialergénico si es que eres alérgica a todo y te ponen en vena un contraste y suero. Te hacen unas radiografías de frente y de perfil igual que en la comisaría, con el antes y el depués del efecto del contraste y te mandan a casa medio lela y drogada. El objetivo del asunto es ver la circulación de tu sistema urinario en plena acción.

Como cual, sin embargo la urografía se las trae que no veas. Porque grapado al volante médico viene un dosier completo que comienza con una redacción de dos páginas a firmar por duplicado en el que asientes y consientes con el convencimiento de morirte solo por tu culpa y jamás por la del equipo médico, por ejemplo del Gregorio Marañón.

Y pasas al siguiente nivel, otro cuadernillo más de tres folios con cuatro pastillitas grapadas e instrucciones para autoperpetrarte parafilias que si no rayan con el delito, descuartizan el buen gusto. Y aquí de nuevo mi consejo de quien ya ha pasado DOS VECES DOS por esto, hacedme caso, apuntaros los deberes en la agenda del móvil y que os pite bien alto cada paso a dar y en su momento, no os saltéis ni uno solo aunque no parezca relevante porque en este caso si, el remedio es mucho peor que la enfermedad.

Los franceses, aunque no lo parezca, son como el resto de los mortales mundanos, lo que pasa es que suenan muchísimo mejor y son cursis como nadie. Por ejemplo ellos utilizan la expresión “Morir por Francia” para denominar el sacrificio absoluto y brutal al que debe conducirse uno mismo como, por ejemplo, cuando se autoprovoca algo tan tremendamente desagradable como lo que en mi familia se conoce por “escurripatea” (mi abuela materna nació en Bilbao) y en la RAE como colitis o diarrea. (No me diréis que no son finos los franceses en sus colmos del chauvinisme).

Bueno, pues basicamente, la preparación consiste en tomarte las cuatro pastillitas que resulta que son laxantes, en sendas tomas previas para ir empezando a matar al cuerpo por la patria, y culminar con una irrigación de dos litrazos de agua hervida y templada (y esto último no es aconsejable sino imprescindible), que te llevará de cabeza y sin remedio a Normandía en el día D.

En mi primera acción suicida, asustadísima por las instrucciones y con el miedo natural del inexperto que se ve por primera vez dirigiéndose como la mismísima Jeanne d'Arc a la hoguera, segura (y con razón) de que de esa no le iba a salvar ni dios, hice todo de manera literal sin perderme ni una letra.

Pero en la segunda de la que aun intento reponerme, me ha podido el olvido lógico con el que había enterrado el tormento y la suficiencia esa de que bueno, a esto también se sobrevive. Y ya fui como la mismísima Marianne de France al combate, sin venda en los ojos y a pecho descubierto.

De entrada memoricé mal las tomas de las pastillas, así que cuando ayer volví de trabajar releí con los ojillos como puñales el párrafo instructor de las tomas, y ví que me había saltado sin querer tres de las cuatro. Como una es una mujer de recursos que no veas, recurrí a la web, que lo sabe todo, y busqué en el vademecum virtual el nombre de mis pastillas, y sobre todo la parte esa en la que ponía los riesgos por sobredosis, y parecían tan poquita cosa, que oye, me tome las tomé todas de golpe. Para no caer en lo ordinario, no os voy a dar detalles, solo os diré que la agonía comenzó a las cuatro de la tarde y ya no paró.

El siguiente párrafo, era el que instruía sobre qué comer: solo carne o pescado o huevos. Nada más, ni verduras, ni lacteos, ni hidratos. Proteina pura. Como yo procuro no darme mucho trabajo a mi misma, me descongelé un poquito de carné picada, la salé y la comí tal cual: cruda (por no manchar, ni cocino). No lo hagáis, es indigesto y mortal combinado con las cuatro pastillas, alguien debería anotarlo en internet y en la página de instrucciones. Con esto tampoco aceleré mi muerte, solo la hice mayor y más larga.

Avancé de párrafo y llegué a la parte de la irrigación, en la que se indica que el agua debe estar bien hervida y templada y aplicarse doce horas antes de la prueba médica. La prueba era hoy a las doce del mediodía, así pues el camino al paredón lo preví justito justito para cuando terminara el capítulo de House en la tele (canal FOX).

El Inti que se preocupa por mí más que yo misma, y que sobre todo, me conoce muy bien, tenía que irse ayer de viaje, porque es lucero, y los luceros compartimos profesión con las señoritas y señoritos de vida disipada, trabajando donde los demás disfrutan (algunos incluso comparten con ellas el sueldo y según lo cobran, se lo entregan). Por eso y porque el show debe continuar muera quien muera, aunque sea yo misma, debía ir a trabajar montando un espectáculo fuera de Madrid (en realidad solo la parte técnica, aunque él es un profesional y me consta que en lo demás también hace lo que puede). Sabiendo que no iba a estar e intentando atemperar mi desidia, había puesto el agua a cocer a primera hora de la mañana (mientras yo me andaba estampando contra la pared) para que le diera tiempo a ir refrescando y evitar escaldes internos de tercer grado innecesarios.

A la hora adecuada de la media noche, llené la bañera con agua templadita y pegué las ventosas de mi cojín reposacabezas impermeable para estar lo más cómoda posible, rellené el artilugio diseñado para facilitar la defunción, justo hasta la rayita que marcaba los dos litros de agua y me dispuse a proceder rogando a Lenin que pasara semejante cáliz lo más rápido posible. Lo que son las cosas, resulta que en verano y en Madrid, lo único que se enfría a temperatura ambiente es el agua metida en una cazuela y como ni se me había ocurrido pensarlo pues todavía menos lo de probar la temperatura antes de empezar a administrármela. Al medio litro tuve que parar muerta de frío por dentro y de dolores, poner agua ardiendo en la bañera para intentar subir la temperatura de la que iba quedándose dentro, y claro en el tiempo que me llevaba esta operación, tuve que morir un poco más por Francia y rellenar de nuevo el artilugio hasta la rayita de dos litros para comenzar de nuevo. Cuatro pastillas y por fin dos litros y medio de agua helada después, continué con mi sacrificio que ya había terminado con Francia y andaba rematando Luxemburgo.

Esta noche he sumado a mi insomnio la imposibilidad de adoptar otra postura distinta de la sentada, para no facilitar ni un pelo el tránsito intestinal. A eso de las once de la mañana ya había muerto por el Benelux completo, por los veintisiete paises miembros de la CE y por parte de la Commonwealth porque me sentía yo de oferta diplomática; y andaba (es un decir) con la natural y acuciante preocupación esa de tener que ir a relajarme con un calmante muscular estiradita sobre una plancha de frío metal angustiándome para agravar en lo posible mi dolencia. Vamos, la debacle.

Afortunadamente nada más llegar la ATS ha tenido problemas para cogerme la vía y sin querer (eso decía) me ha arrastrado una venita hasta esconderla en un tendón (no sé si me ha hecho más daño sentirlo o escuchar como me lo contaba y me explicaba que esto pasa hasta en las mejores familias) y ya me he tensado tanto, tanto, tanto que no ha habido posibilidad siquiera ni de un mínimo escape (una muy hábil estrategia, si señora), hasta estar de vuelta en casa, donde naturalmente y sin poderlo evitar me he relajado de nuevo y he podido terminar de morir por Australia, que se me había quedado a medias porque es realmente grande.

Subiendo penosamente y muy lela las escalera de mi edificio sin ascensor, me ha abierto la puerta la ancianita que vive justo debajo mi piso, y me ha pedido amablemente pero muy seria, que por favor arregle la cisterna de mi baño porque esta noche no ha podido pegar ojo. Le he pedido disculpas, le he asegurado que yo tampoco y le he prometido que lo haría en cuanto pudiera.

Por cierto hoy he visto mi primera radiografía de perfil de la vejiga de un varón impresionante. No todo van a ser tristezas. (Y hala, ya podéis imaginaros por qué estoy tan segura de que era de varón e impresionante).

miércoles, 22 de julio de 2009

POR EL MÓVIL MUERE EL PEZ (SOBRE TODO EL BESUGO)

Hola compañeros de blogipecias. Vuelvo a ser yo. Esto hace mucho que no me pasaba porque he estado fuera de juego por causas ajenas a mi dirección. A ver, no es que me haya dado a las drogas (al menos no voluntariamente, que si lo he hecho ha sido por prescripción médica), es que tras cerca de cuarenta años (pero aun más cerca de treinta y cinco), estando siempre sana como una golden australiana, he dado con una mala racha en la que lo he pillado todo, y cuando digo todo me dejo tan solo las venéreas más escabrosas.

Si no he escrito antes ha sido porque no me pillaba en la postura buena, y porque, hay que ver lo que es el cuerpo: teniendo tiempo como he tenido, no he tenido ni pizca de ganas. Sin embargo, miradme ahora, currando como una afroamericana, de nuevo insomne sin empalmar desde hace siglos cuatro horas seguidas de sueño, y de nuevo a la tecla que llevo cuatro líneas y se me queda pequeño el metafórico papel y lentos los dedos sobre las teclas.

Si son ciertas la teorías de Darwin y las especies evolucionan solo a base de hacerse fuertes, entonces en mi familia estamos destinados a perdurar, porque somos lo que se llama un clan bien organizado con sus miembras especializadas cada una en la disciplina para la cual derrocha más talento (como los Ángeles de Charlie pero en versión cosanguíneo). Expongo: mi hermana es la especialista en hombres terriblemente guapos y mucho más jóvenes que ella (es la Demi Moore de la familia sobre todo en lo referente a su colección de Aston Kutchers), yo en conocimientos absurdos de dudosa aplicación (por ejemplo, ¿sabíais que el guano peruano más cotizado, lo que vendría ser el Channel del guano peruano, no viene de Perú si no de Indonesia? Pues la próxima vez que tengáis que aprovisionaros de guano, haced el favor de mirar la etiqueta). Y mi madre es la experta de la saga en las últimas altísimas tecnologías con conocimientos suficientes como para poder utilizarlas (ella, el Inti y el C de la Cru son las únicas personas que yo conozco del mundo mundial que además de leerse, se estudian los manuales de instrucciones, a veces en dos o más idiomas). Mi padre vendría a ser el Charlie de la familia, porque como bien sabéis los fieles lectores míos que aun permanecéis al pie de la letra pese a mi silencio, él sólo colecciona virtudes.

En fin, que como mi madre no tiene hipoteca y tiene medios, siempre está a la ultimísima en todo lo tecnológico y gracias a su generosidad invirtiendo en este su vicio, los demás disfrutamos de dispositivos ultra modernos y sin caducar de MP3, ordenadores portátiles, cámaras digitales y teléfonos móviles que ella repone constantemente sin el menor temblor de pulso en la firma de la tarjeta del Cortinglés.

Yo antes tenía un discreto y ligerísimo Nokia negro con banda fucsia, que en total medía medio centímetro de espesor. Mi Nokia sonaba potente y cabía pegadito a la Black Berry del curro en el bolsillo trasero de cualquier vaquero aunque fuera pitillo y aunque fueran dos. Pero entonces heredé un teléfono móvil nokia blanco y rosa de unos cuatro centímetros de ancho, que se abre como un sandwich con el queso pegado por un lado, que yo solo había visto primero en el Vogue y luego en las manos de mi madre. Y yo regalé el mío al Inti que había perdido el suyo al arrancar con exceso de reprís su moto. El caso es que la herencia es rosísima y preciosa pero suena tan bajo que no lo oigo jamás pese a llevarlo colgado al cuello, golpeándose con la BB como si fuera un cencerro de Ciencia Ficción, porque necesitaría una riñonera generosa de las de Uralitas Caminero para poder llevarlo a mano en la cintura. Eso sí, en lo que es eficaz como ninguno es en la alarma despertadora, que mi madre programó con una bonita cancioncilla brasileña, evocadora, sabrosona y dulce, que la despertaba a ella con muy buen rollito en sus mañanas israelitas del verano del año pasado, y que sin embargo a mi me ha hecho aborrecer desde Carlinhos Brown hasta la Caipirinha.

Así que noche tras noche últimamente me acostaba haciéndome la longui sin poner el despertador y dispuesta a pasarla en vela. Y mañana tras mañana, como buena insomne de libro, me quedaba dormida a la hora en que sonaban todos los despertadores de todo el mundo menos el mío. Gracias a mi convalecencia, me he estado haciendo la loca quedándome en la cama sin mover siquiera los pulmones para no parecer despierta mientras la casa se iba evacuando. (Advierto que ultimamente mi casa se evacua muy muy rápido, porque mi niña está de vacaciones fuera del hogar materno y el gato Machín de mis amores murió tras haber agotado como unas trescientas doce vidas, de las siete que le correspondían).

Pero ya no estoy convaleciente y hoy me ha tocado madrugar para ir a trabajar. Precavida y dispuesta a darlo todo de mi parte y harta de las noche en vela y sus consecuentes ojeras que me echan encima los años que no tengo, ayer noche cené copiosamente compartiendo con el Inti tête à tête (que para los que no sepáis francés significa cabeza con cabeza y no lo que parece) dos botellitas (¡que no brik!) de un heladísimo Lambrusco de a tres euros en el Carrefour (Cruela, corre que aun llegas a la oferta). A la una caí en la cama y a y media ya estaba sumergida en un coma profundo. Pero se vé que necesito ingerir como mínimo tres veces más cantidad de alcohol para darle a mi cuerpo la paz que me reclama, porque a eso de las cuatro de la madrugada ya andaba yo de nuevo alerta, dando vueltas primero a los sesenta y siete centímetros (coma cinco) de colchón que me corresponden cuando duermo acompañada, y un ratito después como alma en pena por la casa.

A las seis de la mañana desistí y volví a la cama. A las siete desistí y cerré los ojos. A las siete y cuarto se ve que desistió el insomnio y me quedé dormida. A las siete y media sonó el despertador del Inti (ya os digo que yo ya ni programo el mío). Ipso facto, yo comencé a llorar y supliqué como una nenaza media horita más de cama. El Inti me engañó y añadió cinco minutos. A y treinta y cinco volvió a sonar, yo lloré y supliqué nuevamente y el Inti añadió otros cinco minutos. A y cuarenta sonó de nuevo y ya ahí ni lloré ni nada, me hice directamente la muerta, tan requetemetida en mi papel, que mientras tanto él se duchó, se peinó y se vistió y yo ni me dí cuenta. A las ocho gritó a mi oido “¡que me voy!” y yo entré en pánico porque como aun estoy un poco débil, dependo de su conducción para salvar los treinta y cinco kilómetros de M50 que nos separan a ambos del trabajo. Así que sabiendo que en cuanto a puntualidad él es hombre tajante, serio e inflexible y consciente de que me he tirado tres semanas sin pisar la oficina sumados a otros seis meses más que le precedieron y que hace tiempo que no justifico mi sueldo; pues casi me ha dado un infarto simultáneo al reflejo de ponerme de pie a toda leche, saliendo disparada de la cama para estrellárme todo a una con lo que tenía más cerca en línea recta: la pared.

Así que hoy he vuelto a la oficina con unas ojeras que llegaban hasta el suelo por la falta de descanso, y hasta la mesa de mi compañero por efecto del golpazo. Y en medio de ellas, dos heriditas que eran mis ojos aguantando sin cerrarse por amor de la cafeína.

Pero en fin, y ya que estamos hablando de móviles, quiero dejar aquí constancia de unos consejillos que son de vital utilidad con respecto al uso y abuso de los mismos.

Vaya por delante que creo que mentir está muy muy feo, y engañar a las personas que uno quiere además de estar feo es la mejor manera de mentir y engañarse a uno mismo. Vaya seguidito que no mentir no significa contarlo todo hasta quedarse sin pizquita de intimidad: doy por sentado que todos somos lo necesariamente inteligentes a la par que prudentes como para subsistir en la jungla humana con discreción y consideración al ajeno (uno puede anunciar que viene del baño sin hallarse en la obligación de hacer un informe detallado de cantidad y consistencias, eso depende del buen gusto de cada uno). Y vaya un poquito después que en lo tocante a lo pendón, yo hace tiempo que he salido del armario y no tengo nada que ocultar a nadie, y gracias a eso puedo descuidar mi móvil con absoluta tranquilidad y despreocupación, no como otras. Unos me quieren como soy y otros no. Como a todos y vivo felizmente con ello.

Pensad que os lo digo con todo el cariño de observadora (a veces en carne propia) de la torpeza ajena.

Hombres y mujeres infieles que vais a obviar mis consejos previos y os vais a dar al adulterio con temor a ser descubiertos y sin ninguna intención de confesarlo, sabed que mientras tengáis móviles estáis vendidos. Como mucho podéis torear con cierta dignidad el desastre inevitable.

PASE UNO: Los mensajes se borran. Se leen, se disfrutan Y SE BORRAN. No intentéis memorizar las palabras (sirve de más la tabla periódica y a estas alturas tampoco la sabemos). No releáis y releáis y conservéis como único tesoro el SMS flagrante. Tarde o temprano olvidaréis el móvil en un sitio inadecuado y ¡ZAS! estaréis perdidos.

PASE DOS: Y esto es utilísimo para las que A) no seáis capaces de borrar las palabras de vuestro amado. B) Tengáis factura. Amigas mías, el Fulanito, objeto de vuestros amores, nunca jamás puede llamarse Fulanito en vuestro movil: JAMÁS!. Deberá ser Verónica, Carolina o Patricia. Cualquier nombre de amiga lo suficientemente común como para poder ser una o varias de cualquier elenco femenino, pero que sin embargo no figure en vuestra agenda. Así el mensaje tipo “Tesoro, ardo en deseos de verte y se me hace eterna la espera hasta volver a disfrutarte” carecerá de interés si va a parar o proviene de Rebeca, en lugar de ser causa de ipsodivorcio si el remitente fuera un tal Paco o David por poner un ejemplo. (Inciso: esto es imprescindible si tenéis uno de esos retoños rayanos con la adolescencia, de los que flipan con los móviles pero aun no disponen de uno propio. No dudéis de que antes de que termine de pitar el mensaje, la criatura lo habrá abierto y estará leyéndolo en viva voz sin omitir remitente y sin considerar ni un pimiento los oídos que ejerzan de testigos). No olvidéis: el remitente lo ponéis vosotras. Ningún hombre conoce el nombre de toooodas nuestras amigas y conocidas, (a veces ni nosotras mismas) y normalmente (salvo excepciones contadas) entre nosotras tendemos a ser cariñosas (de palabra incluso cuando no lo somos de pensamiento)..

PASE TRES: Compraros un móvil baratísimo con tarjeta prepago. Os ahorrareis la factura que refleja esas llamadas a horas extrañísimas que se repiten con insistencia siempre al mismo número mientras se supone que sufríais horrores en un viaje y/o reunión de trabajo y/o familiar. Utilizadlo solo para llamar al número en cuestión y nunca a ningún otro número que figure ni en la agenda ni en la memoria de vuestra vida oficial. Y no lo cojáis cariño. Prepararos para despegaros de él diciendo, “anda pero que chulo, pues que va no es mío” en cuanto caiga en manos no deseadas.

PASE CUATRO: Si pregunta por vosotras un número que no identificáis en pantalla extremad las precauciones. Ejemplo:

6XX XXX XYZ: Nananino, nananino, nananinoní (Es un Nokia)
Amiga A: “¿Si?” - Despistada
6XX XXX XYZ: “Hola ¿Amiga A?” - Muy educadamente.

El error:
Amiga A: “Si soy yo” - Con la guardia baja
6XX XXX XYZ: “¿Qué tienes tú con mi Paco? ¿y que es eso que dices que vas a hacerle en el puente de mayo? (1 y 2 de mayo coincidiendo con fin de semana para los naturales de Madrid, tampoco confundir con lo que parece). Como vuelvas a llamarle o enviarle un mensaje me planto en tu casa y te saco los ojos” - Y me autocensuro porque podéis imaginar el resto.

En estos casos lo adecuado es:
Amiga A: “¿Perdone?” - Relajadamente
6XX XXX XYZ: “Es usted la amiga A?” - un poco insistente
Amiga A: “No, ¿por quien pregunta?” o “No, ¿quien llama?” - prudentemente
6XX XXX XYZ: “Soy una amiga” - si tiene pocos recursos o “soy una compañera de trabajo” - si tiene alguno más o “le llamo del Carrefour” - si es un bicho.
Amiga A: “No disculpe, me parece que se ha equivocado”

Y aquí paz y después gloria. El único riesgo es perder una oferta del Carrefour.

En fin, insisto que esta es mi personal observación de las circunstancias ajenas, o propias como corneada que se ha visto sin querer con un mensaje inoportuno en móvil impropio pero de confianza o con una factura común absolutamente marciana, porque cuando una llega a estas edades colecciona de tó. Pero estoy segura de que me faltan consejos y experiencias que vosotros mismos podréis completar de vuestras observancias propias.

No olvidéis la máxima: el amor puede no durar toda la vida, pero vuestro ex sí.