Sabeis que vivo en un barrio modesto de los que si salen en las fotos o en la prensa, es siempre en la sección de sucesos (vean una bonita semblanza). Es un barrio de alubión y residencia de aquellos de los años setenta, pegadito al cementerio de la Almudena (altura crematorio) en la confluencia entre lo más granado de Vicálvaro y San Blas. Desde hace unos diez años cuenta con una parte noble, que son las casitas nuevas que se construyeron aprovechando el hueco que dejó el derribo de "Los Focos", con sus urbanizaciones privadas, sus garajes con acceso a planta y sus piscinas comunes. Pero yo habito en la parte innoble, y en esta parte, los atractivos y esparcimientos son todos muy de andar por casa, a saber: los bares habituales (Iulius, la terracita de la plazoleta...), el kiosko del Tatchenko, los institutos armados, el gimnasio de Troy que ocupa los bajos de mi bloque y, cómo no, el Carrfour.
En este barrio los convecinos nos conocemos todos uno a uno con nuestras idiosincrasias propias y carecemos de secretos los unos para los otros. Es como si todo sucediera siempre de puertas para afuera en esta república independiente donde si cabe el misterio es tan solo durante los dos segundos que tarda algún versado en deshacerlo. A esto el que más ayuda es el Tatchenko que es la portera oficial de nuestras cuatro calles y nos tiene a todos al corriente, al día y muy bien informados incluso de lo que preferiríamos no saber. Pero sabemos también que cumple su labor imprescindible e impagable mucho mejor de lo que lo haríamos nadie.
Por ejemplo, este año los blases nos dejaron. Para quien no lo sepa, los blases son la panda de jóvencetes treintañeros, sin oficio civil pero con unos pingües ingresos y con unos beneficios de esos que ni se declaran ni aparecen en ninguna estadística que no sea la criminal, y que son lo más saneado que ellos tienen. Los blases eran Curro, el bello tatuador del barrio, con un sexapple tan arrollador que hacía que estas cuatro calles parecieran una delegación de la Yakuza, tan pintados de tinta como andamos todos facilmente convencidos por su encanto natural. Era el Blas que pone nombre a los blases: hombre enorme y gordote, rapado, absolutamente tatuado a todo color y con un aspecto que da pero que mucho, mucho miedo, aunque mira por donde y sin poner en cuestión su profesionalidad en el oficio, es también en muchas ocasiones la ternura hecha carnaza. El resto de la panda son varios satélites que pivotaban entre estas dos bases (el Güendolín, un fan total de Julio Iglesias y del Festival de los Monegros, el Mandarina...).
Bueno pues el Curro se volvió a su tierra con su mujer y con su niña empujado por la crisis (y por la falta de centímetros de piel sin tatuar en este su campito natural) dejando suspirando a muchas de las niñas de los institutos y a algunas de sus madres; y el Blas se independizó empujado por sus pacientes padres y por su boyante situación financiera y nos dejó en la parte innoble para irse tres calles hacia arriba a compartir piso con los otros blases en la parte noble y pija. Casi no soy capaz de imaginar lo que habrán ganado esos bloques con sus competiciones de saltos bombas en la piscina.
Un día de este invierno cuando ya nos habíamos acostumbrado al silencio de su ausencia, nos despertamos con la noticia de un asesinato en nuestro barrio. Más aun en el bloque del padre del Blas de los blases y más aun en el del mismo Tatchenko que es también el presidente de esa comunidad. El suceso se contó en los medios como sigue: "a las tantas de la madrugada del fin de semana, un hijo de un habitante de aquel portal se presentó en la casa de su padre en la cual ultimamente ya no vivía, visiblemente perjudicado por la ingesta de alcohol (y muy posiblemente también de psicotrópicos), y dejándose llevar en la violenta discusión en que derivó la conversación, liquidó a su progenitor de varios aciertos con el cuchillo jamonero". Habiéndonos desayunado con esos datos, os podéis imaginar nuestro susto, que yo ya veía a mi Blas de los blases con el traje de rayas y la foto de frente y de perfil en las comisarías.
A las nueve en punto, ya estaba medio barrio acodado en el ventanuco del cerrado kiosko , todos sedientos de novedades. El Tatchenko llegó puntual y serio como requería la situación y con su dominio de la escena nos soltó un escueto “no ha sido él” que solventó nuestras inquietudes y liquidó a más de la mitad de la concurrencia. Con ello también evitó varios amagos de infartos y apuros que si sufrieron los adelantadillos que no tuvieron la precaución de confirmar la noticia dando por bueno lo supuesto y se presentaron en la casa paterna del Blas a dar el pésame directamente y en persona al mismo difunto que salía a abrirles la puerta.
Esta primavera compartiendo una cervecilla con el Blas de los blases, al que no veía desde hacía evos, me decía que había sido un año raro, que le había llamado todo el mundo mundial con los que hacía décadas que no hablaba, con la excusa esa de enterarse de si finalmente había matado a su padre o no (porque en las noticias no daban nombres), y que gracias a eso había recuperado una cantidad increíble de números de teléfonos. Que le había sorprendido cuantos amigos suyos estaban dispuestos a apoyarle en cualquiera que fuera el trance, incluso en el supuesto del parricidio y que no sabía si eso le tranquilizaba mucho o le ponía muy nervioso. Y lo entiendo perfectamente, que hay alegrías envenenadas, y si no que se lo digan a su padre, que aun no ha digerido las emociones de tantas muestras de afectos hacia su familia.
En fin que como veis, en este barrio de rutina clase Z, vivimos abandonados de la mano de Gallardón, y aquí nunca se inaugura nada, ni se estrena nada, así que nos queda otra que irnos apañando con la acción que nos vamos generando nosotros mismos, autárquicos que somos.
Y uno de nuestros espectáculos más seguros y celebrados es el que nos dejan los bomberos cada vez que vienen a nuestro barrio.
De hecho este año hemos tenido un evento de muchas campanillas, cuando mi vecina de ventana de enfrente de mi cocina olvidó una olla exprés al fuego sin dejar ventilación a la presión, y la olla explotó saliendo despedida por la ventana, acompañada de paso por el microondas, y haciendo un boquete en su fachada que para qué. Yo estuve un par de días sacando su col de mi cocina. Pero eso no es nada, porque ellos estuvieron meses sin poder entrar en su casa y tuvieron que rehacer la estancia por completo.
Aquello fue una explosión tremenda, seguida de gritos, de humareda y de llamadas, a razón de una por vecino, a los servicios de emergencias, que nos oíamos los unos a los otros a través de la centralita (“Mari cuelga, que ya he llamado yo y tus niños te están pidiendo la merienda, que lo oigo perfectamente por el patio”). En diez minutos la calle estaba cortada y bloqueada por los camiones de bomberos, por los coches de la policía y por las ambulancias del Sámur. Y en quince estaban todos los bomberos del calendario 2009 desfilando (aunque esta vez con la ropa puesta) delante de mi ventana. Ada churri, yo guiñaba el ojo a Marzo desaforadamente, pero creo que pensó que me había entrado carbonilla en un ojo y tras mirarme durante unos segundillos fijamente me desestimó por leve. Ya ves tú.
En fin que aquello fue un hito comunitario que disfrutamos y mucho todos. Pero el personal , el hito de mi vida aquí en mi barrio ha acaecido este verano, y ni siquiera me he enterado que me lo han tenido que contar. Pobre desgraciada que es una.
El hecho fue el que sigue: yo había estado la primer parte del verano solipandis de Rodríguez en mi casa, sin mi retoña que está de vacaciones desde el día cero de playa en playa y de casa de abuelos paternos a maternos; sin Inti que tenía que montar su espectáculo por las playas españolas, y sin gato de siempre que está difunto. Mi vida discurría entre oficina y bar y bar y oficina (lo del bar es que es muy socorrido, una se toma un par de tintillos de verano con otros convecinos que también consumen y a la par que se hecha unas risillas, va cenando de las tapitas gratis con que nos obsequian las consumiciones en Madrid, y así una ahorra si no una lana, si un montón de tiempo de guisoteo y de Fairy).
En esta rutina cotidiana andaba cuando volvío el Inti un poco antes de lo previsto y coincidiendo con el finde. Fue verle y que se me encendiera el cuerpito de fiesta todo a una, sin duda un hecho físico muy incentivado por la escasez de los días precedentes. Para festejarlo como merecía, organicé una romántica escapadita que nos permitiera no solo solazarnos en tan buenas compañías, si no también y como plus, de un poquito de sol y de agua.
El plan era, carretera con poco tráfico (la A1 camino de la sierra pobre, descartada, la A2 está atascada incluso en día corriente y lo que la sigue es un erial, la A3 carretera de Valencia descartada igual que la A4 de Andalucía porque en verano son destinos preferentes, la A6, la de la sierra rica aun más descartada que la pobre. Conclusión A5 por descarte: Extremadura) y el objetivo: cualquier pantano con camping (a poder ser con el peor camping del mundo para que no estuviera sobreocupado como lo están todos en verano).
Aun así, yo soy muy precavida a mi manera, y mi tienda es de camuflaje pero fucsia, de esa manera me aseguro poder verla desde cualquier punto del entorno, da igual donde esté puesta ni en medio de qué marea de otras tiendas, pardas, verdes y sosas: la mía siempre destaca. El problema no previsto es que cada vez que la planto me crece un corro de niños que vienen a observarla de cerca y siempre son muy comunicativos y quieren saber muchas cosas que nos preguntan. Pero bueno, mi niña, que es la más comunicativa del mundo, está felizmente encantada. El Inti sin embargo sufre, pero en silencio y se aguanta.
En fin, que a las tres horas de haber comenzado el viaje, yo ya sudaba como un pollo agarrada a mi volante, porque en mi coche el aire acondicionado es opcinal, y o ventila o anda el coche, y cuando circulo, pues lo apago. El Inti se había hecho casi entero el cubo de Rubik de emergencia que llevo en la guantera y no habíamos avanzado aun ochenta kilómetros, en fila de a dos y en caravana, cuando de pronto nos saltó desde la cuneta un cartel que decía "PANTANO DE CAZALEGAS", con el triangulito de una tienda dibujado. Volantazo a la derecha y ya habíamos encontrado destino.
El camping sin duda cumplió mis espectativas, si no era el peor, andaba cerca. Los vecinos eran variopintos pero todos todos estaban impecablemente equipados. Parcela a nuestra derecha, con barbacoa de las de medio bidón cortado con patas de forta soldadas, que parecía la barbacoa de la película "Tomates Verdes Fritos" y en los tres días que estuvimos no dejó de quemar churrascos en ningún momento ni del día ni de la noche.
A mi me parecieron espectaculares, pero parecieron unos aficionados cuando los comparé con los vecinos de la parcela de la izquierda que contaban directamente con un mueble de cocina a gas de los de sus cuatro quemadores, su armarito para el butano y su horno de dos bandejas , plantado sobre el cesped (todo ello transportado en una furgoneta de Seur con doble vida). Y la parcela de más allá ya era el despiporre porque estaba ocupada por todo un campamento de Aleluyas (creo que el nombre correctos es Evangelistas de la Ascensión del Séptimo Día) con sus mil pabellones enormes y todos idénticos de color cremita y del Coronel Tapioca y con su rock cristiano en castellano a todo meter de seis de la mañana a dos de la madrugada. Vamos que con Dios me levantaba y con la Virgen me acostaba, o al revés (que no sé exactamente como funciona esto).
El macrochiringuito vecino al camping tenía el look original de su fundación allá por los años del desarrollismo, y la mugre y la pintura databan de la misma época, como su futbolín equipado con las alineaciones del Real Madrid y del Atlético Aviación. Las tapas acompañantes tenían todas la sutil intención de fomentar el consumo de líquidos, así eran todas del mismo estilo: cacahuetes con cáscara y mucha sal pegada, o sin cáscara y mucha sal pegada, o pipas con mucha sal pegada, o torreznos con mucha sal pegada. En fin, cada caña que te servían era consumida de un trago y después de tres tenías aun más sed que al principio.
Cuando creímos que no podíamos desecarnos más, nos fuimos a contemplar el borde del lago, con su brisita fresca, con sus luces reflejadas de la urbanización de la orilla opuesta, con el rock cristiano en castellano amenizando en lontananza, con las estrellitas de la lluvia de San Lorenzo clareando el cielo, y en esa orillita nos sentamos el Inti y yo dejándonos llevar por el ambiente, imbuyéndonos de él y de la quietud y de la soledad, y como los adolescentes que obviamente ya no somos, nos dejamos arrastrar por la pasión y la emoción hasta el pleno magreo romántico. En esas estábamos, con nuestras risitas del pecadillo furtivo, cuando oímos un carraspeo que nos hizo detenernos y prestar atención a nuestro derredor, ahora sí, con los ojos acostumbrados a la oscuridad circundante. Ingenuos de nosotros que habíamos pensado que "¿qué hay más íntimo que la noche en el campo en medio de la nada, al borde del bonito lago?" pues el Corte Inglés el primer día de rebajas a las siete de la tarde. Por ejemplo. Ahí estaba, pegadito a nosotros que no sé como no les habíamos pisado, un auténtico campamento durmiendo al raso para reservar primera línea de agua en la mañana siguiente. Pedimos disculpas, nos adecentamos y nos fuimos muertos de todo, pensando que ya estamos un poco mayores para estos alardes.
Resumiendo para no alargarme, que el finde estuvo estupendo, tuvimos de todo, un incendio que se extendió y afectó a un coche que explotó como en las pelis, con helicóptero y todo, tomando agua del pantano para vertirlo un poquito más allá para apagar el fuego (qué aplausos de la concurrencia ante cada evolución), cuchifrito exquisito a tutiplén, y muchas risas y esparcimiento. Tanto que pospusimos el retorno del domingo al lunes dispuestos a prolongar el disfrute al máximo aun a costa de madrugar para llegar oportunos a la oficina.
El caso es que para adecentarnos un poco, antes de ir a trabajar pasamos por casa, y al llegar descubrimos que si bien mi toldo del dormitorio si estaba donde tenía que estar (altura ventana por fuera), todo lo demás, que son los anclajes, patas que lo sujetan y bastoncillo que lo despliega, estaban sobre mi cama. Y obviamente aunque a veces puedo ser un poco dejada, yo no lo había dispuesto así.
Indagando indagando, supe que no había sido ninguno de mis mil conocidos que tienen llaves de mi casa (casi todos mis amigos tienen una copia de las de en concepto de por si acaso). Indagando indagando me enteré de que la noche del viernes sopló un fuerte viento en mi calle, y que los toldos ondeaban, y que el de mi dormitorio rompió sus anclajes, y que pegaba bandazos, y que los vecinos se asustaron, y que estaban aburridos porque en verano y en finde no ponen nada en la tele, pues que llamaron a los bomberos a ver qué pasaba. Que vino un camión y comprobó que efectivamente cabía el riesgo, que llamaron a otro camión con escala desplegable, y que vino otro más (y ya son dos) cuajadito de más bomberos con todos los meses del año. Que desplegaron la escala, que subieron los cuatro pisos por fuera, que desmontaron el toldo y que entraron por la ventana de mi dormitorio en la oscuridad de la noche para dejármelo justo encima de mi cama. Ada: Enero, Febrero, MARZOOOOO, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre todos en mi dormitorio dejándome cositas en la cama, ¡¡¡¡¡¡y yo fuera de casa!!!!!. (Que de haberlo sabido les hubiera dejado puesta una cervecilla, no van a ser ellos menos que Papá Noel y a los Reyes).
Vamos, que ahora cada noche en la que el viento sopla fuerte, yo bajo mis toldos, abro mis ventanas de par en par y duermo bien peinada y maquillada como en la pelis. Pero que si quieres arroz catalina, que creo que tengo mi cupo de espectáculo cubierto y no va a volver a tocarme jamás en la vida.
Perra suerte la mía. Feliz regreso a todos.
En este barrio los convecinos nos conocemos todos uno a uno con nuestras idiosincrasias propias y carecemos de secretos los unos para los otros. Es como si todo sucediera siempre de puertas para afuera en esta república independiente donde si cabe el misterio es tan solo durante los dos segundos que tarda algún versado en deshacerlo. A esto el que más ayuda es el Tatchenko que es la portera oficial de nuestras cuatro calles y nos tiene a todos al corriente, al día y muy bien informados incluso de lo que preferiríamos no saber. Pero sabemos también que cumple su labor imprescindible e impagable mucho mejor de lo que lo haríamos nadie.
Por ejemplo, este año los blases nos dejaron. Para quien no lo sepa, los blases son la panda de jóvencetes treintañeros, sin oficio civil pero con unos pingües ingresos y con unos beneficios de esos que ni se declaran ni aparecen en ninguna estadística que no sea la criminal, y que son lo más saneado que ellos tienen. Los blases eran Curro, el bello tatuador del barrio, con un sexapple tan arrollador que hacía que estas cuatro calles parecieran una delegación de la Yakuza, tan pintados de tinta como andamos todos facilmente convencidos por su encanto natural. Era el Blas que pone nombre a los blases: hombre enorme y gordote, rapado, absolutamente tatuado a todo color y con un aspecto que da pero que mucho, mucho miedo, aunque mira por donde y sin poner en cuestión su profesionalidad en el oficio, es también en muchas ocasiones la ternura hecha carnaza. El resto de la panda son varios satélites que pivotaban entre estas dos bases (el Güendolín, un fan total de Julio Iglesias y del Festival de los Monegros, el Mandarina...).
Bueno pues el Curro se volvió a su tierra con su mujer y con su niña empujado por la crisis (y por la falta de centímetros de piel sin tatuar en este su campito natural) dejando suspirando a muchas de las niñas de los institutos y a algunas de sus madres; y el Blas se independizó empujado por sus pacientes padres y por su boyante situación financiera y nos dejó en la parte innoble para irse tres calles hacia arriba a compartir piso con los otros blases en la parte noble y pija. Casi no soy capaz de imaginar lo que habrán ganado esos bloques con sus competiciones de saltos bombas en la piscina.
Un día de este invierno cuando ya nos habíamos acostumbrado al silencio de su ausencia, nos despertamos con la noticia de un asesinato en nuestro barrio. Más aun en el bloque del padre del Blas de los blases y más aun en el del mismo Tatchenko que es también el presidente de esa comunidad. El suceso se contó en los medios como sigue: "a las tantas de la madrugada del fin de semana, un hijo de un habitante de aquel portal se presentó en la casa de su padre en la cual ultimamente ya no vivía, visiblemente perjudicado por la ingesta de alcohol (y muy posiblemente también de psicotrópicos), y dejándose llevar en la violenta discusión en que derivó la conversación, liquidó a su progenitor de varios aciertos con el cuchillo jamonero". Habiéndonos desayunado con esos datos, os podéis imaginar nuestro susto, que yo ya veía a mi Blas de los blases con el traje de rayas y la foto de frente y de perfil en las comisarías.
A las nueve en punto, ya estaba medio barrio acodado en el ventanuco del cerrado kiosko , todos sedientos de novedades. El Tatchenko llegó puntual y serio como requería la situación y con su dominio de la escena nos soltó un escueto “no ha sido él” que solventó nuestras inquietudes y liquidó a más de la mitad de la concurrencia. Con ello también evitó varios amagos de infartos y apuros que si sufrieron los adelantadillos que no tuvieron la precaución de confirmar la noticia dando por bueno lo supuesto y se presentaron en la casa paterna del Blas a dar el pésame directamente y en persona al mismo difunto que salía a abrirles la puerta.
Esta primavera compartiendo una cervecilla con el Blas de los blases, al que no veía desde hacía evos, me decía que había sido un año raro, que le había llamado todo el mundo mundial con los que hacía décadas que no hablaba, con la excusa esa de enterarse de si finalmente había matado a su padre o no (porque en las noticias no daban nombres), y que gracias a eso había recuperado una cantidad increíble de números de teléfonos. Que le había sorprendido cuantos amigos suyos estaban dispuestos a apoyarle en cualquiera que fuera el trance, incluso en el supuesto del parricidio y que no sabía si eso le tranquilizaba mucho o le ponía muy nervioso. Y lo entiendo perfectamente, que hay alegrías envenenadas, y si no que se lo digan a su padre, que aun no ha digerido las emociones de tantas muestras de afectos hacia su familia.
En fin que como veis, en este barrio de rutina clase Z, vivimos abandonados de la mano de Gallardón, y aquí nunca se inaugura nada, ni se estrena nada, así que nos queda otra que irnos apañando con la acción que nos vamos generando nosotros mismos, autárquicos que somos.
Y uno de nuestros espectáculos más seguros y celebrados es el que nos dejan los bomberos cada vez que vienen a nuestro barrio.
De hecho este año hemos tenido un evento de muchas campanillas, cuando mi vecina de ventana de enfrente de mi cocina olvidó una olla exprés al fuego sin dejar ventilación a la presión, y la olla explotó saliendo despedida por la ventana, acompañada de paso por el microondas, y haciendo un boquete en su fachada que para qué. Yo estuve un par de días sacando su col de mi cocina. Pero eso no es nada, porque ellos estuvieron meses sin poder entrar en su casa y tuvieron que rehacer la estancia por completo.
Aquello fue una explosión tremenda, seguida de gritos, de humareda y de llamadas, a razón de una por vecino, a los servicios de emergencias, que nos oíamos los unos a los otros a través de la centralita (“Mari cuelga, que ya he llamado yo y tus niños te están pidiendo la merienda, que lo oigo perfectamente por el patio”). En diez minutos la calle estaba cortada y bloqueada por los camiones de bomberos, por los coches de la policía y por las ambulancias del Sámur. Y en quince estaban todos los bomberos del calendario 2009 desfilando (aunque esta vez con la ropa puesta) delante de mi ventana. Ada churri, yo guiñaba el ojo a Marzo desaforadamente, pero creo que pensó que me había entrado carbonilla en un ojo y tras mirarme durante unos segundillos fijamente me desestimó por leve. Ya ves tú.
En fin que aquello fue un hito comunitario que disfrutamos y mucho todos. Pero el personal , el hito de mi vida aquí en mi barrio ha acaecido este verano, y ni siquiera me he enterado que me lo han tenido que contar. Pobre desgraciada que es una.
El hecho fue el que sigue: yo había estado la primer parte del verano solipandis de Rodríguez en mi casa, sin mi retoña que está de vacaciones desde el día cero de playa en playa y de casa de abuelos paternos a maternos; sin Inti que tenía que montar su espectáculo por las playas españolas, y sin gato de siempre que está difunto. Mi vida discurría entre oficina y bar y bar y oficina (lo del bar es que es muy socorrido, una se toma un par de tintillos de verano con otros convecinos que también consumen y a la par que se hecha unas risillas, va cenando de las tapitas gratis con que nos obsequian las consumiciones en Madrid, y así una ahorra si no una lana, si un montón de tiempo de guisoteo y de Fairy).
En esta rutina cotidiana andaba cuando volvío el Inti un poco antes de lo previsto y coincidiendo con el finde. Fue verle y que se me encendiera el cuerpito de fiesta todo a una, sin duda un hecho físico muy incentivado por la escasez de los días precedentes. Para festejarlo como merecía, organicé una romántica escapadita que nos permitiera no solo solazarnos en tan buenas compañías, si no también y como plus, de un poquito de sol y de agua.
El plan era, carretera con poco tráfico (la A1 camino de la sierra pobre, descartada, la A2 está atascada incluso en día corriente y lo que la sigue es un erial, la A3 carretera de Valencia descartada igual que la A4 de Andalucía porque en verano son destinos preferentes, la A6, la de la sierra rica aun más descartada que la pobre. Conclusión A5 por descarte: Extremadura) y el objetivo: cualquier pantano con camping (a poder ser con el peor camping del mundo para que no estuviera sobreocupado como lo están todos en verano).
Aun así, yo soy muy precavida a mi manera, y mi tienda es de camuflaje pero fucsia, de esa manera me aseguro poder verla desde cualquier punto del entorno, da igual donde esté puesta ni en medio de qué marea de otras tiendas, pardas, verdes y sosas: la mía siempre destaca. El problema no previsto es que cada vez que la planto me crece un corro de niños que vienen a observarla de cerca y siempre son muy comunicativos y quieren saber muchas cosas que nos preguntan. Pero bueno, mi niña, que es la más comunicativa del mundo, está felizmente encantada. El Inti sin embargo sufre, pero en silencio y se aguanta.
En fin, que a las tres horas de haber comenzado el viaje, yo ya sudaba como un pollo agarrada a mi volante, porque en mi coche el aire acondicionado es opcinal, y o ventila o anda el coche, y cuando circulo, pues lo apago. El Inti se había hecho casi entero el cubo de Rubik de emergencia que llevo en la guantera y no habíamos avanzado aun ochenta kilómetros, en fila de a dos y en caravana, cuando de pronto nos saltó desde la cuneta un cartel que decía "PANTANO DE CAZALEGAS", con el triangulito de una tienda dibujado. Volantazo a la derecha y ya habíamos encontrado destino.
El camping sin duda cumplió mis espectativas, si no era el peor, andaba cerca. Los vecinos eran variopintos pero todos todos estaban impecablemente equipados. Parcela a nuestra derecha, con barbacoa de las de medio bidón cortado con patas de forta soldadas, que parecía la barbacoa de la película "Tomates Verdes Fritos" y en los tres días que estuvimos no dejó de quemar churrascos en ningún momento ni del día ni de la noche.
A mi me parecieron espectaculares, pero parecieron unos aficionados cuando los comparé con los vecinos de la parcela de la izquierda que contaban directamente con un mueble de cocina a gas de los de sus cuatro quemadores, su armarito para el butano y su horno de dos bandejas , plantado sobre el cesped (todo ello transportado en una furgoneta de Seur con doble vida). Y la parcela de más allá ya era el despiporre porque estaba ocupada por todo un campamento de Aleluyas (creo que el nombre correctos es Evangelistas de la Ascensión del Séptimo Día) con sus mil pabellones enormes y todos idénticos de color cremita y del Coronel Tapioca y con su rock cristiano en castellano a todo meter de seis de la mañana a dos de la madrugada. Vamos que con Dios me levantaba y con la Virgen me acostaba, o al revés (que no sé exactamente como funciona esto).
El macrochiringuito vecino al camping tenía el look original de su fundación allá por los años del desarrollismo, y la mugre y la pintura databan de la misma época, como su futbolín equipado con las alineaciones del Real Madrid y del Atlético Aviación. Las tapas acompañantes tenían todas la sutil intención de fomentar el consumo de líquidos, así eran todas del mismo estilo: cacahuetes con cáscara y mucha sal pegada, o sin cáscara y mucha sal pegada, o pipas con mucha sal pegada, o torreznos con mucha sal pegada. En fin, cada caña que te servían era consumida de un trago y después de tres tenías aun más sed que al principio.
Cuando creímos que no podíamos desecarnos más, nos fuimos a contemplar el borde del lago, con su brisita fresca, con sus luces reflejadas de la urbanización de la orilla opuesta, con el rock cristiano en castellano amenizando en lontananza, con las estrellitas de la lluvia de San Lorenzo clareando el cielo, y en esa orillita nos sentamos el Inti y yo dejándonos llevar por el ambiente, imbuyéndonos de él y de la quietud y de la soledad, y como los adolescentes que obviamente ya no somos, nos dejamos arrastrar por la pasión y la emoción hasta el pleno magreo romántico. En esas estábamos, con nuestras risitas del pecadillo furtivo, cuando oímos un carraspeo que nos hizo detenernos y prestar atención a nuestro derredor, ahora sí, con los ojos acostumbrados a la oscuridad circundante. Ingenuos de nosotros que habíamos pensado que
Resumiendo para no alargarme, que el finde estuvo estupendo, tuvimos de todo, un incendio que se extendió y afectó a un coche que explotó como en las pelis, con helicóptero y todo, tomando agua del pantano para vertirlo un poquito más allá para apagar el fuego (qué aplausos de la concurrencia ante cada evolución), cuchifrito exquisito a tutiplén, y muchas risas y esparcimiento. Tanto que pospusimos el retorno del domingo al lunes dispuestos a prolongar el disfrute al máximo aun a costa de madrugar para llegar oportunos a la oficina.
El caso es que para adecentarnos un poco, antes de ir a trabajar pasamos por casa, y al llegar descubrimos que si bien mi toldo del dormitorio si estaba donde tenía que estar (altura ventana por fuera), todo lo demás, que son los anclajes, patas que lo sujetan y bastoncillo que lo despliega, estaban sobre mi cama. Y obviamente aunque a veces puedo ser un poco dejada, yo no lo había dispuesto así.
Indagando indagando, supe que no había sido ninguno de mis mil conocidos que tienen llaves de mi casa (casi todos mis amigos tienen una copia de las de en concepto de por si acaso). Indagando indagando me enteré de que la noche del viernes sopló un fuerte viento en mi calle, y que los toldos ondeaban, y que el de mi dormitorio rompió sus anclajes, y que pegaba bandazos, y que los vecinos se asustaron, y que estaban aburridos porque en verano y en finde no ponen nada en la tele, pues que llamaron a los bomberos a ver qué pasaba. Que vino un camión y comprobó que efectivamente cabía el riesgo, que llamaron a otro camión con escala desplegable, y que vino otro más (y ya son dos) cuajadito de más bomberos con todos los meses del año. Que desplegaron la escala, que subieron los cuatro pisos por fuera, que desmontaron el toldo y que entraron por la ventana de mi dormitorio en la oscuridad de la noche para dejármelo justo encima de mi cama. Ada: Enero, Febrero, MARZOOOOO, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre todos en mi dormitorio dejándome cositas en la cama, ¡¡¡¡¡¡y yo fuera de casa!!!!!. (Que de haberlo sabido les hubiera dejado puesta una cervecilla, no van a ser ellos menos que Papá Noel y a los Reyes).
Vamos, que ahora cada noche en la que el viento sopla fuerte, yo bajo mis toldos, abro mis ventanas de par en par y duermo bien peinada y maquillada como en la pelis. Pero que si quieres arroz catalina, que creo que tengo mi cupo de espectáculo cubierto y no va a volver a tocarme jamás en la vida.
Perra suerte la mía. Feliz regreso a todos.