La dignidad. Imposible objetivo incomprable e insobornable, que se tiene o no se tiene y se pierde con facilidad. Lo mismito que la elegancia.
Y es que hay situaciones y circunstancias que ni tienen dignidad ni tienen elegancia, y tantas y tantas veces, son las mismas.
Por ejemplo, la enfermedad no es ni digna ni elegante. Tal vez un tobillo escayolado y reposando en alto sobre una silla Aluminium diseñada por Charles Earl, en un amplio apartamento loft con enormes ventanales orientados al monte Rushmore en una película de los años cincuenta donde la protagonista herida es la exquisita Audrey Herpburn, puede. ¿Por qué? Pues porque es ficción.
Si la exquisita Audrey tuviera roto de verdad el tobillo se habría duchado de aquella manera, con una pierna fuera de la bañera (con gravísimo riesgo de romperse la otra pierna, y los dos brazos), se habría hecho su alto moño sentada en un taburete MAMUT de IKEA color pistacho y no habría llegado a asomar su estilizada cabecita ni al marco del grifo (a metros todavía del espejo). Posiblemente ella tendría asistencia personal privada de pago, y estaría bastante limpia (y aun así lo dudo porque si la escayola no se moja, huele, y si se moja huele aun más), con la ceja depilada a la perfección, las uñas mani-pedi-curadas que te mueres y el moño impecable, vale. Pero estaría con el pijama puesto, la aguja de tricotar imprescindible para calmar picores en la mano y la desesperación en el rostro por no poder alternar el culo de postura. Se le habría caído un poquito del colacao forzada por la posición y habría manchando la pechera de su pijama de seda salvaje china ignorando el lamparón que se quedaría ahí puesto, consciente de que cualquier cosa es mejor que tener que pasar de nuevo por el trance de volver a vestirse. O tal vez, al no verse en la obligación de poner y tender coladas (como nos toca a otras), quedaría desparejada, con el pantalón de un pijama y la camisilla limpia pero de otro. Todo eso, solo por ejemplo.
Ni que decir tiene que yo hoy por hoy, postconvaleciente todavía en trance de rehabilitación, ya no tengo ni dignidad ni elegancia ni tampoco consigo vislumbrarla.
Un poner: el dolorosísimo cólico nefrítico, no es otra cosa que una piedra en el riñón que viene a entorpecer la función excretora de líquidos de una misma hasta el exterior. Una vez que se ubica la dolencia y se sabe que no es que se esté de parto psicológico, sino que es que está una empedrándose por dentro, empieza a metérsete el tufillo a pis en la nariz y ya no consigues sacudírtelo de encima hasta meses después del alta médica.
Con el diagnóstico empiezas a valorar de verdad este líquido elemento, como si fueras el Last Survivor en el mismísimo desierto boliviano del Uyuni (que es todo sal), y te verás almacenándolo y guardándolo en botecitos con tapa azul, si es para los análisis mañaneros y los cultivos, en los de tapita roja, si es para los estudios de sedimentos, y en los de tapa blanca y capacidad para diez litros la producción de toda una semana, dominando con precisión la técnica de suelto el primer chorrito, guardo el segundo y el resto lo dejo correr sin más, aprendiendo a aliviarte a cualquier ritmo y compás del diapasón, comenzando por uno lentito así como de sardana hasta dominar cualquiera incluyendo el trashcore, tipo Pantera o Napalm Death.
Empezarás a también a trasladarte pegada a un orinalillo (o tupper dependiendo lo que quieras invertir en el asunto) y a moverlo y analizarlo como si estuvieras buscando oro en los ríos de California. Y a no poderte despegar del colador de fina tela (o si no quieres invertir tampoco en esto, llegará un día tu Inti con unas bragas horrorosas de regalo que ni tu niña en su fase más pera habría querido ponerse nunca, solo porque la telilla parece que tiene la textura justa para colar tu pis, y ahí andaréis los dos recortando y recosiendo a tu colador con paso tipo criba y diámetro treinta que tantos caldos te había refinado, la telita de la lencería desestructurada). Y empezarás a mirar con verdadera desesperación y deseo los posos quedados en la sedilla sintética tras aliviarte hasta que descubras que la nariz misma está casi rozando el mango. Guardarás todas y cada una de tus sospechas en los botes de tapa roja que se amontonarán en la nevera al lado de las latillas de anchoas, porque después de todo, la lata no se chupa y ya se han hecho pis antes las ratas...
Y cuando creas que ya has tocado fondo en el antiglamú y que con oler a amoniaco valía, llegará el día en que tú médico decida que lo que toca hacer ahora es una urografía.
La urografía como tal, no es muy terrible ni cochina, resumiendo un poco (y sin que sirva de precedente), vas al hospital, te inyectan un calmante y un antialergénico si es que eres alérgica a todo y te ponen en vena un contraste y suero. Te hacen unas radiografías de frente y de perfil igual que en la comisaría, con el antes y el depués del efecto del contraste y te mandan a casa medio lela y drogada. El objetivo del asunto es ver la circulación de tu sistema urinario en plena acción.
Como cual, sin embargo la urografía se las trae que no veas. Porque grapado al volante médico viene un dosier completo que comienza con una redacción de dos páginas a firmar por duplicado en el que asientes y consientes con el convencimiento de morirte solo por tu culpa y jamás por la del equipo médico, por ejemplo del Gregorio Marañón.
Y pasas al siguiente nivel, otro cuadernillo más de tres folios con cuatro pastillitas grapadas e instrucciones para autoperpetrarte parafilias que si no rayan con el delito, descuartizan el buen gusto. Y aquí de nuevo mi consejo de quien ya ha pasado DOS VECES DOS por esto, hacedme caso, apuntaros los deberes en la agenda del móvil y que os pite bien alto cada paso a dar y en su momento, no os saltéis ni uno solo aunque no parezca relevante porque en este caso si, el remedio es mucho peor que la enfermedad.
Los franceses, aunque no lo parezca, son como el resto de los mortales mundanos, lo que pasa es que suenan muchísimo mejor y son cursis como nadie. Por ejemplo ellos utilizan la expresión “Morir por Francia” para denominar el sacrificio absoluto y brutal al que debe conducirse uno mismo como, por ejemplo, cuando se autoprovoca algo tan tremendamente desagradable como lo que en mi familia se conoce por “escurripatea” (mi abuela materna nació en Bilbao) y en la RAE como colitis o diarrea. (No me diréis que no son finos los franceses en sus colmos del chauvinisme).
Bueno, pues basicamente, la preparación consiste en tomarte las cuatro pastillitas que resulta que son laxantes, en sendas tomas previas para ir empezando a matar al cuerpo por la patria, y culminar con una irrigación de dos litrazos de agua hervida y templada (y esto último no es aconsejable sino imprescindible), que te llevará de cabeza y sin remedio a Normandía en el día D.
En mi primera acción suicida, asustadísima por las instrucciones y con el miedo natural del inexperto que se ve por primera vez dirigiéndose como la mismísima Jeanne d'Arc a la hoguera, segura (y con razón) de que de esa no le iba a salvar ni dios, hice todo de manera literal sin perderme ni una letra.
Pero en la segunda de la que aun intento reponerme, me ha podido el olvido lógico con el que había enterrado el tormento y la suficiencia esa de que bueno, a esto también se sobrevive. Y ya fui como la mismísima Marianne de France al combate, sin venda en los ojos y a pecho descubierto.
De entrada memoricé mal las tomas de las pastillas, así que cuando ayer volví de trabajar releí con los ojillos como puñales el párrafo instructor de las tomas, y ví que me había saltado sin querer tres de las cuatro. Como una es una mujer de recursos que no veas, recurrí a la web, que lo sabe todo, y busqué en el vademecum virtual el nombre de mis pastillas, y sobre todo la parte esa en la que ponía los riesgos por sobredosis, y parecían tan poquita cosa, que oye, me tome las tomé todas de golpe. Para no caer en lo ordinario, no os voy a dar detalles, solo os diré que la agonía comenzó a las cuatro de la tarde y ya no paró.
El siguiente párrafo, era el que instruía sobre qué comer: solo carne o pescado o huevos. Nada más, ni verduras, ni lacteos, ni hidratos. Proteina pura. Como yo procuro no darme mucho trabajo a mi misma, me descongelé un poquito de carné picada, la salé y la comí tal cual: cruda (por no manchar, ni cocino). No lo hagáis, es indigesto y mortal combinado con las cuatro pastillas, alguien debería anotarlo en internet y en la página de instrucciones. Con esto tampoco aceleré mi muerte, solo la hice mayor y más larga.
Avancé de párrafo y llegué a la parte de la irrigación, en la que se indica que el agua debe estar bien hervida y templada y aplicarse doce horas antes de la prueba médica. La prueba era hoy a las doce del mediodía, así pues el camino al paredón lo preví justito justito para cuando terminara el capítulo de House en la tele (canal FOX).
El Inti que se preocupa por mí más que yo misma, y que sobre todo, me conoce muy bien, tenía que irse ayer de viaje, porque es lucero, y los luceros compartimos profesión con las señoritas y señoritos de vida disipada, trabajando donde los demás disfrutan (algunos incluso comparten con ellas el sueldo y según lo cobran, se lo entregan). Por eso y porque el show debe continuar muera quien muera, aunque sea yo misma, debía ir a trabajar montando un espectáculo fuera de Madrid (en realidad solo la parte técnica, aunque él es un profesional y me consta que en lo demás también hace lo que puede). Sabiendo que no iba a estar e intentando atemperar mi desidia, había puesto el agua a cocer a primera hora de la mañana (mientras yo me andaba estampando contra la pared) para que le diera tiempo a ir refrescando y evitar escaldes internos de tercer grado innecesarios.
A la hora adecuada de la media noche, llené la bañera con agua templadita y pegué las ventosas de mi cojín reposacabezas impermeable para estar lo más cómoda posible, rellené el artilugio diseñado para facilitar la defunción, justo hasta la rayita que marcaba los dos litros de agua y me dispuse a proceder rogando a Lenin que pasara semejante cáliz lo más rápido posible. Lo que son las cosas, resulta que en verano y en Madrid, lo único que se enfría a temperatura ambiente es el agua metida en una cazuela y como ni se me había ocurrido pensarlo pues todavía menos lo de probar la temperatura antes de empezar a administrármela. Al medio litro tuve que parar muerta de frío por dentro y de dolores, poner agua ardiendo en la bañera para intentar subir la temperatura de la que iba quedándose dentro, y claro en el tiempo que me llevaba esta operación, tuve que morir un poco más por Francia y rellenar de nuevo el artilugio hasta la rayita de dos litros para comenzar de nuevo. Cuatro pastillas y por fin dos litros y medio de agua helada después, continué con mi sacrificio que ya había terminado con Francia y andaba rematando Luxemburgo.
Esta noche he sumado a mi insomnio la imposibilidad de adoptar otra postura distinta de la sentada, para no facilitar ni un pelo el tránsito intestinal. A eso de las once de la mañana ya había muerto por el Benelux completo, por los veintisiete paises miembros de la CE y por parte de la Commonwealth porque me sentía yo de oferta diplomática; y andaba (es un decir) con la natural y acuciante preocupación esa de tener que ir a relajarme con un calmante muscular estiradita sobre una plancha de frío metal angustiándome para agravar en lo posible mi dolencia. Vamos, la debacle.
Afortunadamente nada más llegar la ATS ha tenido problemas para cogerme la vía y sin querer (eso decía) me ha arrastrado una venita hasta esconderla en un tendón (no sé si me ha hecho más daño sentirlo o escuchar como me lo contaba y me explicaba que esto pasa hasta en las mejores familias) y ya me he tensado tanto, tanto, tanto que no ha habido posibilidad siquiera ni de un mínimo escape (una muy hábil estrategia, si señora), hasta estar de vuelta en casa, donde naturalmente y sin poderlo evitar me he relajado de nuevo y he podido terminar de morir por Australia, que se me había quedado a medias porque es realmente grande.
Subiendo penosamente y muy lela las escalera de mi edificio sin ascensor, me ha abierto la puerta la ancianita que vive justo debajo mi piso, y me ha pedido amablemente pero muy seria, que por favor arregle la cisterna de mi baño porque esta noche no ha podido pegar ojo. Le he pedido disculpas, le he asegurado que yo tampoco y le he prometido que lo haría en cuanto pudiera.
Por cierto hoy he visto mi primera radiografía de perfil de la vejiga de un varón impresionante. No todo van a ser tristezas. (Y hala, ya podéis imaginaros por qué estoy tan segura de que era de varón e impresionante).
Y es que hay situaciones y circunstancias que ni tienen dignidad ni tienen elegancia, y tantas y tantas veces, son las mismas.
Por ejemplo, la enfermedad no es ni digna ni elegante. Tal vez un tobillo escayolado y reposando en alto sobre una silla Aluminium diseñada por Charles Earl, en un amplio apartamento loft con enormes ventanales orientados al monte Rushmore en una película de los años cincuenta donde la protagonista herida es la exquisita Audrey Herpburn, puede. ¿Por qué? Pues porque es ficción.
Si la exquisita Audrey tuviera roto de verdad el tobillo se habría duchado de aquella manera, con una pierna fuera de la bañera (con gravísimo riesgo de romperse la otra pierna, y los dos brazos), se habría hecho su alto moño sentada en un taburete MAMUT de IKEA color pistacho y no habría llegado a asomar su estilizada cabecita ni al marco del grifo (a metros todavía del espejo). Posiblemente ella tendría asistencia personal privada de pago, y estaría bastante limpia (y aun así lo dudo porque si la escayola no se moja, huele, y si se moja huele aun más), con la ceja depilada a la perfección, las uñas mani-pedi-curadas que te mueres y el moño impecable, vale. Pero estaría con el pijama puesto, la aguja de tricotar imprescindible para calmar picores en la mano y la desesperación en el rostro por no poder alternar el culo de postura. Se le habría caído un poquito del colacao forzada por la posición y habría manchando la pechera de su pijama de seda salvaje china ignorando el lamparón que se quedaría ahí puesto, consciente de que cualquier cosa es mejor que tener que pasar de nuevo por el trance de volver a vestirse. O tal vez, al no verse en la obligación de poner y tender coladas (como nos toca a otras), quedaría desparejada, con el pantalón de un pijama y la camisilla limpia pero de otro. Todo eso, solo por ejemplo.
Ni que decir tiene que yo hoy por hoy, postconvaleciente todavía en trance de rehabilitación, ya no tengo ni dignidad ni elegancia ni tampoco consigo vislumbrarla.
Un poner: el dolorosísimo cólico nefrítico, no es otra cosa que una piedra en el riñón que viene a entorpecer la función excretora de líquidos de una misma hasta el exterior. Una vez que se ubica la dolencia y se sabe que no es que se esté de parto psicológico, sino que es que está una empedrándose por dentro, empieza a metérsete el tufillo a pis en la nariz y ya no consigues sacudírtelo de encima hasta meses después del alta médica.
Con el diagnóstico empiezas a valorar de verdad este líquido elemento, como si fueras el Last Survivor en el mismísimo desierto boliviano del Uyuni (que es todo sal), y te verás almacenándolo y guardándolo en botecitos con tapa azul, si es para los análisis mañaneros y los cultivos, en los de tapita roja, si es para los estudios de sedimentos, y en los de tapa blanca y capacidad para diez litros la producción de toda una semana, dominando con precisión la técnica de suelto el primer chorrito, guardo el segundo y el resto lo dejo correr sin más, aprendiendo a aliviarte a cualquier ritmo y compás del diapasón, comenzando por uno lentito así como de sardana hasta dominar cualquiera incluyendo el trashcore, tipo Pantera o Napalm Death.
Empezarás a también a trasladarte pegada a un orinalillo (o tupper dependiendo lo que quieras invertir en el asunto) y a moverlo y analizarlo como si estuvieras buscando oro en los ríos de California. Y a no poderte despegar del colador de fina tela (o si no quieres invertir tampoco en esto, llegará un día tu Inti con unas bragas horrorosas de regalo que ni tu niña en su fase más pera habría querido ponerse nunca, solo porque la telilla parece que tiene la textura justa para colar tu pis, y ahí andaréis los dos recortando y recosiendo a tu colador con paso tipo criba y diámetro treinta que tantos caldos te había refinado, la telita de la lencería desestructurada). Y empezarás a mirar con verdadera desesperación y deseo los posos quedados en la sedilla sintética tras aliviarte hasta que descubras que la nariz misma está casi rozando el mango. Guardarás todas y cada una de tus sospechas en los botes de tapa roja que se amontonarán en la nevera al lado de las latillas de anchoas, porque después de todo, la lata no se chupa y ya se han hecho pis antes las ratas...
Y cuando creas que ya has tocado fondo en el antiglamú y que con oler a amoniaco valía, llegará el día en que tú médico decida que lo que toca hacer ahora es una urografía.
La urografía como tal, no es muy terrible ni cochina, resumiendo un poco (y sin que sirva de precedente), vas al hospital, te inyectan un calmante y un antialergénico si es que eres alérgica a todo y te ponen en vena un contraste y suero. Te hacen unas radiografías de frente y de perfil igual que en la comisaría, con el antes y el depués del efecto del contraste y te mandan a casa medio lela y drogada. El objetivo del asunto es ver la circulación de tu sistema urinario en plena acción.
Como cual, sin embargo la urografía se las trae que no veas. Porque grapado al volante médico viene un dosier completo que comienza con una redacción de dos páginas a firmar por duplicado en el que asientes y consientes con el convencimiento de morirte solo por tu culpa y jamás por la del equipo médico, por ejemplo del Gregorio Marañón.
Y pasas al siguiente nivel, otro cuadernillo más de tres folios con cuatro pastillitas grapadas e instrucciones para autoperpetrarte parafilias que si no rayan con el delito, descuartizan el buen gusto. Y aquí de nuevo mi consejo de quien ya ha pasado DOS VECES DOS por esto, hacedme caso, apuntaros los deberes en la agenda del móvil y que os pite bien alto cada paso a dar y en su momento, no os saltéis ni uno solo aunque no parezca relevante porque en este caso si, el remedio es mucho peor que la enfermedad.
Los franceses, aunque no lo parezca, son como el resto de los mortales mundanos, lo que pasa es que suenan muchísimo mejor y son cursis como nadie. Por ejemplo ellos utilizan la expresión “Morir por Francia” para denominar el sacrificio absoluto y brutal al que debe conducirse uno mismo como, por ejemplo, cuando se autoprovoca algo tan tremendamente desagradable como lo que en mi familia se conoce por “escurripatea” (mi abuela materna nació en Bilbao) y en la RAE como colitis o diarrea. (No me diréis que no son finos los franceses en sus colmos del chauvinisme).
Bueno, pues basicamente, la preparación consiste en tomarte las cuatro pastillitas que resulta que son laxantes, en sendas tomas previas para ir empezando a matar al cuerpo por la patria, y culminar con una irrigación de dos litrazos de agua hervida y templada (y esto último no es aconsejable sino imprescindible), que te llevará de cabeza y sin remedio a Normandía en el día D.
En mi primera acción suicida, asustadísima por las instrucciones y con el miedo natural del inexperto que se ve por primera vez dirigiéndose como la mismísima Jeanne d'Arc a la hoguera, segura (y con razón) de que de esa no le iba a salvar ni dios, hice todo de manera literal sin perderme ni una letra.
Pero en la segunda de la que aun intento reponerme, me ha podido el olvido lógico con el que había enterrado el tormento y la suficiencia esa de que bueno, a esto también se sobrevive. Y ya fui como la mismísima Marianne de France al combate, sin venda en los ojos y a pecho descubierto.
De entrada memoricé mal las tomas de las pastillas, así que cuando ayer volví de trabajar releí con los ojillos como puñales el párrafo instructor de las tomas, y ví que me había saltado sin querer tres de las cuatro. Como una es una mujer de recursos que no veas, recurrí a la web, que lo sabe todo, y busqué en el vademecum virtual el nombre de mis pastillas, y sobre todo la parte esa en la que ponía los riesgos por sobredosis, y parecían tan poquita cosa, que oye, me tome las tomé todas de golpe. Para no caer en lo ordinario, no os voy a dar detalles, solo os diré que la agonía comenzó a las cuatro de la tarde y ya no paró.
El siguiente párrafo, era el que instruía sobre qué comer: solo carne o pescado o huevos. Nada más, ni verduras, ni lacteos, ni hidratos. Proteina pura. Como yo procuro no darme mucho trabajo a mi misma, me descongelé un poquito de carné picada, la salé y la comí tal cual: cruda (por no manchar, ni cocino). No lo hagáis, es indigesto y mortal combinado con las cuatro pastillas, alguien debería anotarlo en internet y en la página de instrucciones. Con esto tampoco aceleré mi muerte, solo la hice mayor y más larga.
Avancé de párrafo y llegué a la parte de la irrigación, en la que se indica que el agua debe estar bien hervida y templada y aplicarse doce horas antes de la prueba médica. La prueba era hoy a las doce del mediodía, así pues el camino al paredón lo preví justito justito para cuando terminara el capítulo de House en la tele (canal FOX).
El Inti que se preocupa por mí más que yo misma, y que sobre todo, me conoce muy bien, tenía que irse ayer de viaje, porque es lucero, y los luceros compartimos profesión con las señoritas y señoritos de vida disipada, trabajando donde los demás disfrutan (algunos incluso comparten con ellas el sueldo y según lo cobran, se lo entregan). Por eso y porque el show debe continuar muera quien muera, aunque sea yo misma, debía ir a trabajar montando un espectáculo fuera de Madrid (en realidad solo la parte técnica, aunque él es un profesional y me consta que en lo demás también hace lo que puede). Sabiendo que no iba a estar e intentando atemperar mi desidia, había puesto el agua a cocer a primera hora de la mañana (mientras yo me andaba estampando contra la pared) para que le diera tiempo a ir refrescando y evitar escaldes internos de tercer grado innecesarios.
A la hora adecuada de la media noche, llené la bañera con agua templadita y pegué las ventosas de mi cojín reposacabezas impermeable para estar lo más cómoda posible, rellené el artilugio diseñado para facilitar la defunción, justo hasta la rayita que marcaba los dos litros de agua y me dispuse a proceder rogando a Lenin que pasara semejante cáliz lo más rápido posible. Lo que son las cosas, resulta que en verano y en Madrid, lo único que se enfría a temperatura ambiente es el agua metida en una cazuela y como ni se me había ocurrido pensarlo pues todavía menos lo de probar la temperatura antes de empezar a administrármela. Al medio litro tuve que parar muerta de frío por dentro y de dolores, poner agua ardiendo en la bañera para intentar subir la temperatura de la que iba quedándose dentro, y claro en el tiempo que me llevaba esta operación, tuve que morir un poco más por Francia y rellenar de nuevo el artilugio hasta la rayita de dos litros para comenzar de nuevo. Cuatro pastillas y por fin dos litros y medio de agua helada después, continué con mi sacrificio que ya había terminado con Francia y andaba rematando Luxemburgo.
Esta noche he sumado a mi insomnio la imposibilidad de adoptar otra postura distinta de la sentada, para no facilitar ni un pelo el tránsito intestinal. A eso de las once de la mañana ya había muerto por el Benelux completo, por los veintisiete paises miembros de la CE y por parte de la Commonwealth porque me sentía yo de oferta diplomática; y andaba (es un decir) con la natural y acuciante preocupación esa de tener que ir a relajarme con un calmante muscular estiradita sobre una plancha de frío metal angustiándome para agravar en lo posible mi dolencia. Vamos, la debacle.
Afortunadamente nada más llegar la ATS ha tenido problemas para cogerme la vía y sin querer (eso decía) me ha arrastrado una venita hasta esconderla en un tendón (no sé si me ha hecho más daño sentirlo o escuchar como me lo contaba y me explicaba que esto pasa hasta en las mejores familias) y ya me he tensado tanto, tanto, tanto que no ha habido posibilidad siquiera ni de un mínimo escape (una muy hábil estrategia, si señora), hasta estar de vuelta en casa, donde naturalmente y sin poderlo evitar me he relajado de nuevo y he podido terminar de morir por Australia, que se me había quedado a medias porque es realmente grande.
Subiendo penosamente y muy lela las escalera de mi edificio sin ascensor, me ha abierto la puerta la ancianita que vive justo debajo mi piso, y me ha pedido amablemente pero muy seria, que por favor arregle la cisterna de mi baño porque esta noche no ha podido pegar ojo. Le he pedido disculpas, le he asegurado que yo tampoco y le he prometido que lo haría en cuanto pudiera.
Por cierto hoy he visto mi primera radiografía de perfil de la vejiga de un varón impresionante. No todo van a ser tristezas. (Y hala, ya podéis imaginaros por qué estoy tan segura de que era de varón e impresionante).
8 comentarios:
hubieses podido llamar el post me cago en to lo que se menea pero no hubiese quedado tan fino con lo de mourir pour la france...
Audrey H era anoréxica y se purgaba pero con los dedos así que siempre estaba elegante cual Lady Dy
yo siempre fui de la otra Hepburn , la Katherine que era más salvaje y seguro que ella se iba por la pata abajo cual mortal...
Besos+
jajajajaja Irma no cabe duda que muy buena recomendación ha hecho cruela, me apunto a seguirte ya que la verdad tienes una manera tan peculiar de contar las cosas que no para uno de leer.
y bueno deseandote pronta mejoria.
Como dicen por ahí, te cargaste parte del planeta pero no llegaste a estas tierras...menos mal. Por si pensabas que la urografía es el top de la desgracia,nones....hay otro peor. Pero mejor dejarlo ahí, un placer leerte y que te mejores pronto.Un beso
Que barbaridad, que energica has vuelto !!!! Me encanta...sigue así y con este ritmo que tenemos muchos meses que recuperar.
Bueno, no sé que decir, madre mía por todo lo que has tenido que pasar, espero que pronto te recuperes y dejes ya de morir por Europa y parte del Extranjero.
Besos corazón.
Yo me he quedao sin palabras y tú, casi sin países....
Ojalá yo no tenga que pasar por eso...
Un besico guapa!
Elly
Hola chicas, me he quedado sin países (hola Elly, guapa) y afortunadamente no he llegado a los que no debía (encantada, Fiorella), pero gracias a esto y a que no está el Inti (que es el que guisa) y como poco y de pie picando lo poquito que tengo en la nevera, pues se me va a quedar un tipín... Ahora, que por fin retengo y he conseguido "arreglar" la cisterna (besitos, Dina campeona!).
La verdad es que esta dolencia es asquerosa, pero no muy dolorosa, me muero por saber (no por más países, je,je) cual es aun más asquerosa, Fiorella, (obviamente no en carnes propias), plis, plis, ¡sácanos de dudas!.
Un saludo Xitlis, me encantan tus cumplidos y leerte aquí, en mi casa.
Y tu Cruela ya sé que podrías darme lecciones de finuras (JA!).
Un abrazo, y hasta el próximo!
Se llama colon (por ese sector del intestino,no por el marinero que dijo descubrirnos)por enema. Es una placa (rayos X) que consiste en meter contraste(un líquido blanco medio espeso)por donde se nos termina el territorio corporal...me explico?!.Previamente también dieta y enemas y pastillas, cosa de que no quede nada "sólido" que impida el estudio.El desenlace de tamaño,pero muy útil,despropósito, no es apto en este horario pero un poquito de imaginación ya es suficiente,no?.Un beso
Tanto recorrer continentes dando los últimos suspiros agónicos y resulta que has estado en el mismísimo piso semisótano de la santa casa donde trabajo (y donde me encuentro en esta dramática mañana de sábado... en la que debería estar prohibido trabajar!!).
Me pierden las descripciones literarias de los bajos fondos. No puedo evitarlo!.
Que la mee usted bien, señorita!.
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