Es un hecho que lo que uno (o una) deshecha, otro (u otra) lo aprovecha. ¿Cuántas veces se nos han puesto los ojos como platos tras sacudirnos con alivio un rollete y/o pareja que nos parecía de lo más petardo y descubrir la cantidad de voluntarios (y/o voluntarias) que se brindan a pegar gustosos los cachitos del destrozo y a ser el clavo que saque el anterior?. Yo misma he recogido unas cuantas basurillas ajenas (en sentido metafórico y literal, pero con mucho afecto y respeto, eso sí, a la dejante aliviada y al nuevo cogido, como no), y yo misma he dejado disponibles otras cuantas de lo mismo.
En fin. El caso es que últimamente y sin yo pretenderlo, me he visto en la tesitura de tener que revolver entre varias basuras, desde el tamaño unifamiliar propio, hasta el tamaño industrial del McDonalds y en todos los casos me he sorprendido un mundo de lo que llegamos a tirar. ¡Qué menospreciados están los restos desechados! ¡si con todo lo que digan, a uno no se le conoce tanto por sus actos como por su íntima basura! .
La primera ocasión de revisión de restos ya me pasó en mi propia casa, que por cierto, últimamente anda elástica, y para mi regocijo, resulta que en ella cabe todo el mundo. Porque diga lo que diga la Caixa, resulta que si que es cierto que donde habitualmente comemos una y media, en estas fechas cabemos hasta doce adultos a cenar, y que donde habitualmente dormimos una grande y una pequeña, pueden dormir hasta tres grandes, uno muy grande y una pequeña. Mi salón se ha transformado en una República Independiente donde se alojan mi hermana y mi casi otra hermana Olgui, con su colchón hinchable vía red eléctrica, con su cesta enorme de mimbre a rebosar de chuches de todo tipo, semejante cesta, que ni la mismísima Caperucita (un poner) podría arrastar hasta la casa de su abuelita sin la ayuda de un remolque y un cartel que la señalizara como Vehículo Longo pero que tiene a mi niña y a mi gato levitando en su entorno por el salón en éxtasis constante. Ellas, con sus horas indecentes de sueño y de insomnio que combaten pegadas al canal de Gran Hermano y a unos porrillos que lejos de atontarlas les llevan a prolongar la charleta hasta las tantas de la madrugada. Ellas con sus minúsculas ropitas de talla 36, que me hacen parecer a mi de otra escala. Tan cielotas ellas, cobertura pa’ tó.
El caso es que mi casa elástica ha cambiado su ritmo, y ahora tenemos turnos de ducha, repartos de tareas y satisfacciones del tipo que al llegar a casa, una encuentre un rico couscous cocinado (ya no como de Tuper frío, de pie, pegada a la encimera) y conversación y risas en el sofá. También tenemos miles de botes de gel y champús variopintos, mil cremitas, cepillos de dientes de todos los colores y un ritmo constante de llenado de bolsas de basura que va a frecuencia de una mínimo y rebosando al día.
Pero en la vida hay otras cosas que no son tan fáciles de resolver y coordinar ni ofrecen tantas satisfacciones. Una de ellas es la de sacar punta a los lápices de ojos. Parecen que estos lápices tienen un único uso, porque los compras, los usas, te comes la punta, y los rebañas hasta casi sacarte los ojos. Llegando a este punto, ya puedes tirarlos. La otra opción que sería intentar sacarlos punta es mucho más desesperante, porque lo metes en la maquinilla, procedes a girarlo, y antes de llegar a la longitud aceptable de mina se ha roto, se ha quedado dentro del sacapuntas y ya no hay manera de quitarla de ahí, porque parece pegada con loctite. O sí, consigues sacarla del cacharrillo después de tres cuartos de hora y quince utensilios diversos, y sigues dando vueltas a la pinturilla emperrada ella en dejarse la punta dentro y tú en comerte las virutas. Al final tienes que tirar todo el lápiz pero ahora del tamaño de centímetro y medio, y también el sacapuntas.
Sin embargo esto ocurre menos con los lápices caros y de marca (porque por lo visto los caros incluyen en el precio un cursillo previo que les enseña a comportarse), como por ejemplo los de Christian Dior, que vienen con un sistema sofisticadísimo de sacapuntas lleno de piecitas y gadgets que aprietan al rebelde contra la cuchilla y que sacan la punta osada del cacharrín en el hipotético caso de que se atreviera a dejarla dentro, y todo ello sin soltar apenas rebabas. Yo solo tengo un sacapuntas de estos y lo conservo bajo siete llaves y con todo mi cariño y agradecimiento, para que mi niña no pueda cometer el terrible y comprensible error de utilizarlo con sus ceras Manley.
El caso es que el jueves puentero de la semana pasada estaba casi sacándome el ojo con un lápiz de los baratos, cuando me decidí a arriesgarme a sacarle punta. Saqué de su cajita el sacapuntas sagrado y me encaminé al cubo de la basura a proceder, ya arregladita y mona, muy bien aviada para salir de jarana en cuanto liquidara el asunto ojo. Abrí la tapa del cubo, y ejecutando muy limpiamente saqué a la luz una punta fantástica. Satisfecha, revisé mi joyita afiladora y ¡oh, Lénines! observé restos de mina y viruta pegadas en la sagrada cuchilla. Solté el lápiz sobre la encimera y con delicadeza procedí a desarmar el utensilio limpiador que pertinaz, se empeñaba en no salir. Ya con mucha menos delicadeza forcé el asunto hasta hacer saltar el cacharrito en cuestión y todos los ochocientos achiperris minúsculos de tamaños de agujas de bordar que componen el complejo mecanismo del sacapuntas (¡) que fueron a caer sin ninguna compasión repartidos entre las dos bolsas de basura a rebosar: la de plásticos y metales y la de material orgánico (porque a una la importan bien poco los pingüinos de los polos, que ni se comen ni dan plumas, pero pese a todo, recicla). Ahí que me quedé yo pasmada hasta que mis propios lagrimones me sacaron de mi mismo ensimismamiento (es que estoy en fase hormonal y ando de lo más sensible).
Dispuse las bolsas usadas y dos nuevas sobre el suelo de mi cocina y procedí a trasvasar mierdita por mierdita hasta dar con cada una de las piezas cochinas para así poder lavarlas y remontarlas en su casita sacapuntas. En esta experiencia descubrí que en mi familia-casa bebemos muchííííísimo (yo no, que mi medicación no me lo permite), que fumamos muchííííísimo (yo no, que mi medicación no me lo permite), que comemos muchíííííísimo (eso sí) y que estrenamos muchísimo porque la bolsa estaba repleta de etiquetas y tickets de compra (confieso que mi medicación es absolutamente compatible con este deplorable y perjudicial vicio). También me percaté de que nadie tiene del todo claro si las colillas de los cigarros son material orgánico o plástico y/o metales.
En fin, que una hora más tarde, oliendo a jabón tras lavarme hasta los codos y con mi ralla bien pintada, enfilaba yo dirección Retiro con mi niña, con mi syster, con mi Olgui y con otras dos niñas de la edad de la mía que Olgui misma se había agenciado. El plan era el de pasar un día de infancia imbuidas en el espíritu navideño de estas fechas, o lo que yo llamo un completo: guiñoles y barquitas en el Retiro, Mc Donalds y cine infantil.
Pero ¡ay! ¡qué distintos resultan los planes de cuando se diseñan a cuando se consuman!. De entrada el Retiro estaba a rebosar, y la cola para montar en las barquitas llegaban casi casi hasta Móstoles. Así que nos saltamos ese plan comiendo pipas y adelantamos un poquito el siguiente, el del McDonalds. Allí tras veinticinco colas más, la primera de ellas para pedir el básico, las otras veinticuatro para cambiar el Danonino por la gelatina, el agua por la coca cola sin nada (sin calorías, sin cafeína), para pedir otra pajita que la anterior se ha caído, para pedir más ketchup que con lo que nos ha dado no llega, para pedir mostaza… hora y media después, poníamos orden apilando restos y restos y más restos sobre las seis bandejas, dispuestas a otros tantos viajes al contenedor. Para esto también hace falta experiencia, técnica y disponer de una buena estrategia. La nuestra fue, Olgui con las niñas, con los abrigos, con las bolsas, con los bolsos y cubriendo la retaguardia. Yo con los viajes a razón de uno por bandeja y con todo abandonado sobre la mesa, entre otras cosas mi prensa del día y mi teléfono móvil Bisbal. Entre el segundo y tercer viaje las niñas se deshacían en porfas para obtener el permiso de acudir a la piscina de bolas. Entre el tercero y el cuarto Olgui ojeaba ojo avizor unas veces el periódico, otras las bolas (las de la piscina, que yo sepa), entre el cuarto y el quinto Olgui hacía hueco a una señora que amablemente pedía sitio para posar su bandeja y comerse su hamburguesa sentada en silla. Entre el quinto y el último mi móvil Bisbal había desaparecido.
Y cuando ya fue obvio que no estaba ni en bolso ni en bolsillo alguno, ni en entorno próximo que se pudiera escuchar cuando mi Olgui me llamaba, acepté lo que era la más obvia obviedad: que lo había tirado a la basura junto al restante contenido de alguna de las bandejas.
Tras hacer cola frente al mostrador de Mc Donalds por vez veintiséis, advertí a una amable señorita que allí trabajaba, de que por error junto a los restos miles de nuestra viandas, servidora, que es pelín desatenta, había vertido en la bolsa contenedor tamaño comunidad de vecinos, su propio teléfono móvil modelo Bisbal, y que si no suponía mucha molestia, a servidora mismo de nuevo, le complacería mucho cualquier esfuerzo que se pudiera realizar con objeto de recuperarlo. La amable señorita, me miró me sonrió, me acompañó a la bolsa contenedor de basura tamaño comunidad de vecinos, y sonriendo aun más (por no decir conteniendo la carcajada) me indicó la bolsa, y dijo: “puede buscarlo usted misma”.
Ahí estaba yo, un jueves de puente, en el McDonalds de Atocha a rebosar en hora punta, revolviendo la basura común de casi todo Madrid con el objeto de encontrar mi móvil. Saqué hamburguesas a medio comer, patatas, bebida, muñequitos abeja del Happy Meal protagonistas del film Bee Movie (uno de ellos sirvió para reponer el que mi niña había perdido), hasta pañales… papel albal de bocadillo, un bote de ketchup de los grandes de casa… Cualquier cosa inimaginable, menos mi móvil. (Snif, snif, “quien me iba a decir” a mi que iba a acabar echando de menos a Bisbal).
Total, y por no alargarme, que Señores del Mc Donalds, en cualquier momento que ustedes consideren oportuno, pueden cuestionarme que yo me brindo a ofrecerles una estadística completa de los productos que más y menos éxito tienen entre su variada oferta, todo ello en función de lo que los clientes desechan tras deglutirlos enteramente o más bien a medias. Amigos míos del alma, podéis ir llamándome cuando os apetezca y tengáis un ratito para que yo pueda ir recuperando todos vuestros números de teléfono que ahora reposan en manos de algún caco desaprensivo.
Y a todos los demás, os ruego que seáis atentos y cuidadosos con lo que arrojáis a las basuras, porque con la racha que llevo, tarde o temprano, a mi me tocará revisarlo.
P.D.1: Gracias al amable viandante de a pie (que no de andamio, ni aparentemente lucero) que ayer, mientras yo transitaba por la plaza de Lavapiés tras regresar de un entierro, tuvo a bien espetarme un piropo grosero, de esos bien ejecutados que incluyen cabeza vuelta y doloroso estampe frontolateral contra chirimbolo papelera. Tan agradecida estoy, que este acontecimento lo he anotado yo en mi diario con cariño, por si acaso fuera el último, que oye, nunca se sabe y la menda ya no volverá a cumplir los treinta.
P.D.2: Gracias a los demás que os habéis seguido interesando por este mi blog pese a mi periodo de ausencia.
P.D.3: Besitos a Olgui, a Ada, a Mónica, a Maite (‘pañera!), a Cosita (ra, ra, rá) y a Teresita, cariño, que te queremos muchos, y yo más.
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8 comentarios:
Ais hija, que alegría que hayas vuelto, que ya sabes que yo te exaba mucho de menos !!! Y como siempre magistral, porque has convertido un remover basuras en todo un acontecimiento digno de una peli de Almodovar por lo menos !!
Nena, cuidate, que te llamo mañana y te vuelvo a dar mi movil y un san quiero !!
Besos
Bueno,otra vez por aquí... a quién se le ocurre ir a un MAC DO en jueves de puente y encima en el de Atocha que siempre está a tope... y con tres niñas... lo siento por el móvil de Bisbal... que cantaba it's raining men... Muy bien por dejar de fumar, ya era hora...
Ciao
Dina, que gusto leerte siempre. Me abrumas hija, ya sé que a ti te puede el afecto y que no eres imparcial. Un besito.
Cruela, pues sí, que me vas a contar del MacDo, pero bueno. Yo también echaré de menos mi móvil, de momento estoy reciclando uno catatónico del Inti hasta que encuentre una buena oferta, pero es cuestión de días que le vuelva a poner el It's raining men, que ya sabes que a mi me anima mucho. Besitos también.
Te dejo esta dirección de Foro para que pongas algún post.
Gracias, Saludos
http://comunidaddepropietarios.mundoforo.com/
No sacas la basura muy a menudo.
http://www.netdisaster.com/go.php?mode=fly&lang=es&url=http://conductoranovel.blogspot.com/2007/12/de-basurillas-y-reciclajes.html
Tu tranquila que con el viaje que dentro de nada que vas a hacer a Granada, se te van a pasar todas las penas. Yo tambien te quiero. Shadow
Has vueltoooooooooo!! que alegria. Todos los dias he entrado para ver si habias actualizado y todos los días nada y llevaba 3 días sin mirar y punnnnn sopresa sorpreson. Y como no bueniiiiiiiiiiisimo tu post. Me he reido mucho con lo del lapiz del ojo. Y siento lo de tu movil bisbal. jajajaja. Porfa no nos dejes tanto tiempo sin saber de ti. Besazos.
Yo también he entrado hoy, cuando menos me lo esperaba y... sorpresa!! has actualizado!! Siento mucho lo de tu móvil Bisbal y me ha hecho mucha gracia lo del lápiz de ojos: tienes toda la razón, yo me echo a temblar cuando veo que la punta va disminuyendo y pronto tendré que volvérsela a sacar, porque es una tarea dificilísima!!
Un beso y no nos tengas tanto tiempo sin noticias tuyas!!
PD. Yo sabía algo de ti por Cru, pero echaba de menos tus post.
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