martes, 14 de noviembre de 2006

LA INOCENCIA DE LA INFANCIA...

Haciendo caso a mi médica, la Dra. House (saluditos, Ysae), me he tomado el fin de semana con relativa calma, así que me fui un ratito al cine a sentirme de nuevo como una niña viendo ese pedazo peliculón que es “Colegas en el bosque” y ponerme ciega a palomitas y Coca-Cola (sin cafeína). Por cierto, los que vayáis a verla, fijaros en el ciervo gracioso, se da un aire a mi amigo Melendi2.
A mi las películas infantiles de ahora me gustan casi todas (pero yo soy muy cinéfila, a mi también me gustan casi todas las adultas, excepción hecha con las de Swarzennegger que no estoy dispuesta a que me guste ninguna nunca por culpa de una manía personal: ¡qué mal me caes Gobernador!). Aunque solo un inciso: Sr. Hugh Laurie (también conocido como Dr. House), deje de hacer películas infantiles con papelones del tipo papá del ratoncito ñoño Stwart Little o de ladrón tonto de "101 Dálmatas: La película", porque para las madres del mundo usted tiene cierto morbillo (ni me lo explico, pero es así) y las madres del mundo vamos al cines con nuestros retoños, y nos está jodiendo el gustillo de los martes. Queda dicho.
A lo que iba: yo he sido una niña de España, y a la edad de mi niña había visto la cifra habitual de pelis de Disney de mi generación: una o ninguna. En mi infancia nos curtíamos con Marco, la abeja Maya, Yaki y Nuca, Mazinger Z, el Comando G, y esa exaltación para las hormonas que era el pedazo de maromo de Orzowey (que el otro día vi una reposición y me pareció un hortera de cuidado, pero bueno, también me chirrían los dientes cuando veo ahora una foto de Leif Garret, por no hablar de que a mi edad todavía no he conseguido mirar a los ojos a los Bee Gees setenteros). Creo que otra vez me estoy descentrando… A lo que iba. Las pelis modernas para niños están hechas pensando en sus progenitores (salvo excepciones sangrientas como Bambi 2). Así que son llevaderas y algunas circulan incluso entre los padres que no tienen hijos reconocidos, como es el caso de la saga Shrek. Pero además, tenemos también las otras, los clásicos. Con los clásicos, o lo que es lo mismo, las de Disney pasa una cosa curiosa. Todos las conocemos, pero no hemos empezado a verlas hasta que no hemos tenido niños. Y además, estas no son de ir al cine, son de electrodoméstico pequeño y tele. Así que son la moderna niñera que catatoniza a nuestros niños y nos garantiza un sinfín de momentos de intimidad y conversaciones intranscendentes, igualito que las habitaciones infantiles de IKEA solo que por el módico precio de veinte euros, y claro nos tiramos en plancha a ellas sin más ni más. Que tienes que hacer algo que requiere concentración y ausencia de niño: peli de Disney. Que tienes evento gastronómico familiar y el niño se aburre: peli de Disney. Que necesitas pero que ya una cabezadilla en el sofá: peli de Disney… Esto significa que para cuando nosotros empezamos a ver la primera peli de Disney con verdadera atención, nuestros niños ya la han visto quinientas veces, la han interiorizado y andan abducidos por su mundo de fantasía e ilusión. Porque es lo que tiene Disney que no molesta en la tele y no le prestamos la atención que deberíamos. Pero si analizamos bien el asunto, bajo ese bigotillo fino, y esos ojillos sonrientes, ese look que a mi me recuerda al difunto Dr. Iglesias Puga (¡cuánto ha caído el “Corazón de Temporada” desde que ya no estás con nosotros…) se esconde un peligrosísimo hombre muy astuto. Para empezar, si tu vas a una tienda de películas, como la FNAC o el Corte Inglés, a la sección de infantil, puedes encontrar una y sólo una película de las clásicas de Disney de toda la vida y todas las Bambi2, Mulán2, Peter Pan2, La Sirenita2… del mundo, pero que son una porquería que no interesan ni a los niños. Y no falla, la película de las buenas a la venta nunca, nunca jamás coincide con la que tiene enganchado a tu retoño. Porque los niños pasan por momentos Disney: tienen momentos Peter Pan, y ya no quieren ver otra cosa, y tu te dejas dinerales en alquilarla en el video club finde tras finde, porque ese año Peter Pan está descatalogado y lo único que se vende es Pocahontas. Entonces, por fin, unas Navidades reeditan Peter Pan con nueva remasterización y un segundo disco en el que se explica los términos del acuerdo prematrimonial con Wendy, la compras, y resulta que tu niña ha cambiado de fase radicalmente y ahora está en periodo Sirenita, que por supuesto también está descatalogada y vuelta al gasto del dineral en el video club (fuera de coñas, en el mío de cabecera solo existe la tarifa plana para las pelis infantiles). ¿Qué pasa al final? Que vas comprando todas, para que sea cual sea el momento Disney que tenga tu niña a ti te pille como mínimo preparada. Y un viernes por la noche estás descansada, te sientes moderna y estupenda y le dices a tu hija: “esta noche merienda cena con palomitas, que nos vemos tú y yo juntas tú película”. Y empiezas a analizar lo que vamos echando a los ojos de nuestros hijos, y a mi personalmente, es que se me ponen los pelos como escarpias. Yo desde aquí me pregunto, Sr. Disney ¿qué clase de infancia tuvo usted? ¿qué le pasó a usted con su madre? ¿no era buena? ¿y su mujer? ¿se reía de usted?. Porque lo de este hombre realmente es una obsesión. Veamos: La Cenicienta: de entrada la pobre no tenía madre, y su padre, como ya se explica, una bellísima persona, se casó con una madrastra que le tenía absolutamente engañado y ni siquiera podía sospechar a qué clase de explotación tenían sometida a su hija (por cierto, en qué trabajaba este hombre que no estaba nunca en casa… o es que trabajaba hasta muy tarde… a lo mejor, la madrastra también era una víctima que estaba harta de las excusas del marido y era una pobre mujer frustrada y enferma, que no creo yo que en la época del príncipe azul el divorcio estuviera muy bien visto…). Otro caso: Blancanieves, aquí el buen padre que también vive en la inopia se casa en segundas nupcias con otra excelente mujer que le tiene absolutamente engañado, pero bueno esta al menos es mona, y en fin, aunque se gasta una pasta en cosméticos (porque ese espejo embellecedor debió costarla un dineral) por lo menos se lo puede permitir porque también pagan servicio doméstico, así que esta niña al menos vive en un palacio de un buen barrio residencial (lo que sería ahora el chalé en la Moraleja, digo yo) y no tiene que currar limpiando la casa. Pero esta madrastra con defectillo, contrata a un asesino a sueldo para que liquide al retoño. Después ya sabemos el resto: una ya no se puede fiar del servicio, y ella misma tendrá que encargarse personalmente del asunto. Seguimos. La Sirenita: no tiene madre. Pocahontas: no tiene madre. Mulán: no tiene madre. Otra: a la madre de Dumbo la encierran en el vagón cárcel por loca. Con la edad este señor Disney aun se radicalizó más, y así a la madre de Bambi directamente se la carga en escena. Geppeto, listo el hombre, angustiado en su deseo de ser padre, buscó el camino más sencillo: se hizo un muñeco de madera (Pinocho) y venga a rezar a la estrella azul para que transforme el cacho de madera en niño, vamos, lo que haría cualquiera, lo que sea antes que el método tradicional. Pero sí hay una excepción, hay una peli en la que sí sale una madre: Los Aristogatos. Aunque pensemos, esta gatita no deja de ser una madre soltera con tres niños (¡en aquella época! ¡qué pedazo escándalo!) que la primera vez que sale de su casa aprovecha para liarse con un gato bohemio y casquivano, de una reputación imposible, del arrabal ni más ni menos y que no parece lo mejor y más recomendable elección como ejemplo para estos niños pijos. Aunque no se hace extraño porque desde el primer momento queda claro que esta no era una madre con muy buena cabeza. Disney es peligroso para la imagen que nuestros hijos pueden hacerse de nosotras mismas, madres del mundo. Su poder es grande. Acordaros de Pixar, gran compañía con títulos del calibre histórico de Toy Story y Monstruos S.A. La compra Disney y ¿que cual es la primera película que hace? Pues buscando a Nemo. Sin ánimo de destripar argumentos, a la madre se la comen en el segundo fotograma. Nuestra infancia fue más sana. Yo la primera vez que fui al cine de pago debió de ser para ver los Goonies, y a partir de ahí, pues la educación indiscriminada, con trece años lo mismo te tragabas Top Gun, que la Chica de Rosa, que los Gremlins, que Flash Dance, que Holcausto Caníbal… lo que tocara en la sesión de las cinco. En fin. Que yo he tenido siempre mucho cuidado con que mi hija no viera el telediario (no me parece un programa apto para menores, y a veces ni siquiera yo tengo suficiente estómago, francamente), pero teniendo en cuenta la educación que la he ido dando, casi, casi me parece hasta inocuo. Y por lo menos el malo es Bush, y no su madre (la de mi hija, no la de Bush, que bastante tiene la pobre con lo que tiene en casa), que en mi caso soy yo, y está empezando a preocuparme…

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