He estado muy, pero que muy liada, y la verdad es que directamente he ido de cráneo. Por eso la ausencia de post de la semana pasada. Con deciros que mi estrés se ha estresado y yo creo que ha decidido hasta pasar de mi, últimamente no tengo ni sarpullidos, ni taquicardias, ni na’ de na’. Esto es como el sueño: puedes pasar una noche terrible de insomnio (por ejemplo oyendo llover), y cuando suena el despertador solo tienes ganas de llorar, que no te tienes de pie y te quedas dormida a medio cepillado de dientes. Pero si aguantas un poquillo, se pasa, y hala, resistes el día como si fuera otro cualquiera y hasta te acuestas a la una de la madrugada sin problemas. Pues esto es igual, yo creí que estaba a tope, de eso que una piensa que ya le va a dar algo, pero de pronto llegó mi Luisi a mi vida y me demostró, que de eso nada, monada, y que los días pueden amanecer uno tras otro con ese puntito de emoción e incertidumbre que hacen que tu rutina se convierta en una especie de Isla de los Famosos.
¿Os acordáis de que en una ocasión os explicaba porque era más que recomendable no limpiar por dentro el coche ajeno? ¿aquello del respeto a la intimidad íntima de los íntimos propios?. Bueno, pues ahora puedo deciros que el coche no se limpia por dentro como concepto: ni el ajeno, que además ni es tuyo, y ni muchísimo menos el propio.
Mi coche fue utilizado durante un tiempo por ese ejemplo de familia que son los Melendi2-Esteban, con sus dos churumbeles y su Pastor Alemán. Así que cuando yo lo compré de un día para un día (que ni siquiera les dejé el “para otro”), no les dio tiempo a limpiar esos restos de familia que se les va a las quintas esencias por todos los lados, unos comestibles (los que mi hija iba reciclando por culpa del actimel de frutas, que como no se lo toma, le deja con hambre) y otros indescriptibles, como por ejemplo: el famoso body secándose al sol de este octubre de Madrid en el que no ha parado de llover, y que ha dejado en mi bandeja un cerco a su alrededor como el de tiza de los cadáveres, solo que este de moho. Un casco de obra, que he estado en un tris de quedarme, porque yo tengo debilidad por los gorros, e incluso durante muchísimo tiempo los he coleccionado de todas las partes del mundo. En mi oficina (y sé que puede parecer extraño, pero eso es porque no me conocéis mucho) tengo uno de Laponia de piel, con orejeras y todo, que es una pasada, y que lo tengo para cuando nos llama un proveedor nuestro muy majo que es noruego y que nos envía a la Cruela y a mi los discos inéditos de A-HA. Cuando él llama por teléfono, al que le atiende sabe que le toca ejercer la deferencia de ponérselo y sudar como un pollo, porque hay que ver lo que abriga el reno. Esto no sólo lo hago yo, también lo han hecho la Cruela y su chico, en adelante nuestro jefe, porque todos somos igual de considerados. Tenemos otro proveedor que es mexicano, pero como ya lleva muchos años viviendo en Londres, con él no tenemos la atención de ponernos ni el gorro mariachi ni el bombín (eso le pasa por apátrida).
En fin, que me disperso. Pués además del body con vida interior y del casco de obra, también tenía en mi coche diversas pastillas que yo quiero creer que son para el catarro, pero que por si acaso no me he atrevido a tirar no sea que aparezca luego un clan colombiano o de amables señores rusos a darme un susto (como el hermano pequeño del Melendi2 tiene aficiones alternativas…), tornillos de todo tipo, que estos si que no los tiro ni de coña porque sospecho que son los que se van callendo de mi Luisi y finalmente quilos y quilos de pelo de perro, de color marrón y negro, que no he guardado pero que seguramente le hubieran interesado muchísimo a Dante para el transplante capilar de su Troy.
Así que, acercándose un domingo de estos de no hacer nada, yo pensé, y ¿qué podría hacer hoy con mi coche nuevo? Y me adentré en ese mundo masculino del propietario de coche: limpieza y encerado. Pero como por fuera ya me lo limpia el amable operario de la gasolinera “Por que tu Siempre Vuelves” y más ahora que ya sé como funciona el asunto, pues dije: a limpiarlo por dentro y dejarlo como la patena. Agarré mi funcional bolsa de Ikea tamaño industrial y metí dentro: un barreño de los de la colada, dos botellas de dos litros de Coca-Cola Light llenas de agua caliente, detergente para baños Don Limpio efecto lejía, estropajo, balletas y Glassex multiusos que por eso sirve para todo y yo todavía estoy intentando descubrir para qué mas sirve además de para los cristales.
Quité alfombrillas, aparecieron una galletas María Fontaneda con un cultivo de CSI (gusanitos blancos chiquitines como los de las setas pero en gordo y orondo) aspiré con mi nuevo aspirador de mano, limpié el polvo, pasé estropajo, pasé balletas, desmonté cenicero, radio… todo, y finalmente rematé la faena con un paquete entero de toallitas para dejarlo con ese lustre que deja el jaboncito neutro cuando no lo aclaras. Quedó tan mono y tan oliendo a limpio. Y como todo esto lo hice aparcada en frente de nuestro bar de cabecera, pues cuando acabé me fui a tomar dos cañas con la Cruela y el Clan Melendi2-Esteban y aquí paz y después gloria.
Al día siguiente yo me levanté emocionada, con ganitas de entrar en mi coche lustroso y estrenarlo camino del colegio. Meto a la niña dentro y la ato a su sillita especial, me meto yo misma y luego meto la llave en el contacto. La Luisi, lo intenta pero no arranca. Nuevo intento, la Luisi cada vez llega menos. Yo erre que erre, y ella nada de nada. Cojo el móvil y me enfrento a lo inevitable:
(Yo): (Después de una eternidad de señal de llamada sin responder) - “Melendi2 que no consigo arrancar el coche”
(Melendi2): (Sin disimular el bostezo) - “Me pillas dormido”
(Yo): - “Que creo que me he quedado sin batería”
(Melendi2): - “Eso te pasa por limpiar el coche, te habrás dejado algo dado”
(Yo): - “Que no, que ya lo miré”
(Melendi2): - “Has ¿quitado el frontal extraíble de la radio?”
(Yo): - “¿Lo cualo?”
(Melendi2): - “Pues va a ser eso. Luego te llamo.”
(Mi móvil de Bisbal): - "Tut, tut, tut, tut…"
Así que admití eso que no quería admitir, que mi coche es una patata y que me había dejado tirada. Y que el tunning lo ha hecho un aficionado, porque el frontal extraíble de mi radio no corta corriente si no se extrae. Melendi2 por dios, hazme un manual de mi Luisi que si no me voy a dejar el sueldo en llamadas de móvil y en taxis.
Ahí estaba yo, mañana de lunes, sin dinero (porque me había gastado lo último sueltillo en el par de cañas post limpieza), sin coche y con la hora pegada al culo. Solución de emergencia dos, dado lo fallido de la uno: llamada a teletaxi donde ya me conocen por la voz y me dispuse a esperar los quince minutos que siempre dicen que tardará el taxi en llegar, y que nunca es menos, viendo como pasaban mientras por delante de mi calle que no viene ni en los planos de Madrid otros dos taxis libres. Pero no me atreví a hacerles seña ni con los ojos, porque en una ocasión se me ocurrió dejar plantado a un teletaxi, y la siguiente vez que llamé me cobraron la carrera del plantado (que debía de ser Albacete ida y vuelta) y la del momento y me dejaron a dos velas.
Llegué al cole. Según entré, la encantadora mujer de recepción me hizo la seña de “lo siento, hasta las diez no te cojo a la niña” (porque esta es una norma de espaldas al pueblo que tiene el colegio pijo de mi hija, si no llegas a las nueve en punto, como muchísimo un poco pasadillo, te penalizan con una hora en la que tú no sabes que hacer con la niña y en tu trabajo no saben que hacer ni con ella ni contigo). Afortunadamente tuvo que atender al teléfono y quedarse con la impotencia de ver como yo salía corriendo que me las pelaba arrastrando a mi retoño por los aires sin poder pegarme ni siquiera una voz.
Subí las escaleras saltando de quince en quince, dejé a mi niña en su aula y volví a mi taxi de guardia que me tenía retenido el bolso como prueba de mi regreso (si no empezaría enviarme trocitos de piel de cocodrilo exigiendo rescate…). Del cole a mi cajero favorito de la rotonda a sacar pelas para poder pagar al taxista y de allí a trabajar. A media mañana el Melendi2 se pasó por la oficina con cara de haber dormido bien, vamos de que ni yo ni mi Luisi le quitamos ya el sueño. ¡Dios, como hecho de menos los tiempos en que le llamaba y él estaba dispuesto a venir en pijama hasta la puerta del colegio si hacía falta!. Esteban, te lo advierto: se te está acomodando, de aquí a nada te echa tripa y no se mueve del sofá. Aun así el Melendi2 es majo, y convenció a unos cuantos estudiantes del instituto que tenemos enfrente de mi oficina, de esos voluntariosos que nunca entran en clase, para que le ayudaran a mover mi coche. Gracias a eso, la Luisi arrancó.
Pero como no se cierra una ventana sin abrirse una puerta, a medio día el Íntimo se puso en contacto, y yo vacié en su oreja y en torrente toda mi desesperación con mi coche. Amable que es él, se ofreció a llevarla a un Alcampo y cambiarle la batería. Educada que soy yo, le dije “toda tuya”. Unos ratas que somos ambos, al final decidimos ahorrarnos los 8 euros que costaba el trabajo del mecánico y hacerlo nosotros mismos. Todo fue bien hasta que se nos partieron tres cablecillos de nada, que con mucho sentido, el íntimo atribuyó a cualquier chorradita del tunning (como por ejemplo los leds azules del maletero). Yo abrí la puerta del coche, probé a arrancarlo y arrancó. Con eso basta. Y así nos retiramos a casa, con el coche preparadito para la jornada siguiente.
Y aquí que llega la jornada siguiente, y que meto a mi niña en el coche, que me meto yo misma, y que meto la llave en el contacto. Y que nada de nada, de nada, de nada. Pienso, ayer arrancó, qué hice, abrí la puerta (así que abro la puerta) y arranqué (así que arranco) y ahí sí, me meto en el coche, cierro la puerta, y se para la Luisi. Abro la puerta y arranca, cierro la puerta y se para. Pues eso era, una chorradita del tunning: mi antirrobo mudo. Corre al almacén de mi trabajo, coge herramientas, baja corriendo, retira tuercas, ajusta las tres mierdecillas de cables, vueltas y vueltas de cinta aislante (hasta llegar al cartoncillo), corre para el cole, llega no fuera de hora, sino indecentemente tarde… ¡cuanta emoción para una mañana!.
Cuando abrió la boca la simpática recepcionista la señalé con mis manos llenas de grasa y directamente mierda y le dije: “La niña entra”. Se calló y ella misma le acompañó a su clase. Así que respirando hondo y bien relajada he decidido que me quedo con todo el tuning de serie y por lo que pueda pasar también con el abono transporte.
lunes, 6 de noviembre de 2006
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