EN ESTAS ENTRAÑABLES FECHAS (Y VAN 2)
Hace un par de sábados me encontré sin niña y sin íngimo, y esto hacía mucho tiempo que no ocurría, porque normalmente mis fines de semana suceden a ritmo alterno de uno infantil con mi niña y otro en proceso de maduración con mi íntimo. Pero la semana anterior a este finde había surgido una pequeña incidencia del tipo folklórico sentimental entre mi hermna y el Melendi 1, mi cuñado para los no iniciados, (desde aquí aprovecho para enviar un saludito a la gente del Valle de Asón, qué bonito sitio y qué gente más maja). Así que se imponía el plan de gabinete de crisis en jornada íntima de mujeres deseperadas, a medio camino entre su casa y la mía, una en una punta y la otra en medio.
Mi íntimo anda cerca, pero aun no se ha convertido en una mujer desesperada, así que quedaba excluido del plan y mi niña pasaba el finde con su papi. Todo organizado. Pero ¡oh destino! finalmente en vísperas de agarrar mi Luisi y salir dirección Norte, mi sister me llamó por teléfono indicándome que se había resuelto el incidente folklórico familiar, lamentando no vernos y anunciándome que prescindía de mis servicios porque les convenía intimidad, así que yo me quedé compuesta y sin íntimo, que ya había hecho sus planes y curraba. Pero una es una mujer a la que le falta tiempo y sobran planes, así que pensé: genial el plan del Culto a las tres Ces: Cuerpo (manicura, pedicura, exfoliante, caprichitos comestibles en el sofá); Culturilla (prensa, libro "Es fácil dejar de fumar si sabes como" (qué mal momento ha elegido para morirse de cáncer de pulmón su autor) y películas bonitas de ayer y hoy) y Capitalismo (shoping desenfrenado). Y en esas andaba yo con el pie recién puesto en la acera comercial de la calle Goya, cuando recibí la llamada de mi amiga Olgui, en la misma tesitura de finde con el paso cambiado y necesidad de adquisiciones. El plan se ponía estupendo: jornada de niñas bonitas dándose un caprichillo al body. Animosas y contentas, empezamos la ruta juntas a las 11:30 de la mañana en el punto alto del Barrio de Salamanca. A las 20:30 de la noche (nueve horas después), estábamos desfondadas en la Plaza de Bilbao, tras habernos pateado enteritos el Barrio de Salamanca, la Puerta del Sol, sus calles aledañas, Gran Vía en su plenitud, toda la calle Fuencarral y el barrio de Chueca. Y yo creo que no nos dejamos ni una tienda.
La cuestión es que las dos habíamos salido emocionadas, o como mínimo animadillas, y de repente éramos como dos abducidas recién aterrizadas en Navida-Glitter-Landia. ¿Qué había pasado con las tiendas? es que en estas fechas solo podemos vestirnos con A) larguísimos trajes de fiesta que ni la mítica Obregón emulando a Gilda o B) Mini-minifaldas glitter acompañadas de mini-minitops de lentejuelas que ni Paris Hilton podría calzarse sin sentir rubor. ¿Dónde están los amorosos jerseys de punto sin renos ni copos de nieve? ¿y los vaqueros de toda la vida, lavados a la piedra pómez (y no con pepitas de purpurina)?. ¿Y cuando perdieron nuestros ojos la capacidad de distinguir otros colores distintos del rojo, oro, plata y negro?. Desesperante. Nos pateamos todas las tiendas posibles en mil niveles distintos y sumando las adquisiciones de las dos conseguimos juntar: unos zapatos, un paraguas y unos calcetines (¡y un cepillo para el pelo!).
Es lo que tiene, que llegan estas entrañables fechas y todos nos transformamos. Porque uno abre los ojos a partir del día 1 y su vida ha dejado de ser la que era, si hace caso a la tele, a las tiendas, a los híper, la vida de un elemento humano integrado con su medio debería ser: levantarse de la cama en su habitación decorada por Ikea, con un pijama de cuadritos rojos y verdes y clazarse unas amorosas zapatillas nórdikas forradas con borreguillo. Tras la reconfortante ducha, se secaría el cabello con el ¡nuevo! secador de pelo diseñado por Llongueras que hipervoluminiza (¡Jesús, qué palabro!) tus rizos. Si después no te gusta como queda, no pasa nada, lo arreglas con las super tenacillas-plancha para todo tipo de pelo de Braun y como nueva. Hecho esto, te vistes como la Preisler para recibir a Clooney y te direges al Carrefour a hacer tu compra diaria. De vuelta en casa, pones todo sobre la encimera y aliñas y cocinas las viandas, tan parecido todo a tu avituallamieto habitual: el marisco congelado, las gulas del norte, las huevas de lumpo, los ahumados e ibéricos, los patos, pavos y/o pulardas, o cordero y cochinillo, ahí el paladar. Lo degustas acompañado de panecillos y canapés de mil tamaños y variedades distintas y bien regado con cava o sidra. Para finalizar te empachas con turrones de todo tipo, polvorones de la estepa (¿qué estepa? ¿la rusa?) y los famosísimos bombones Ferrero Rocher que en casa de la Preisler y Paloma Cuevas se toman a todas horas, pero en las del resto de mortales, solo en Navidades. Para digerir todo esto, es imprescindible echar mano de un exótico espirituoso digestivo, cualquier cosa menos licor de hierbas porque éste tan vulgar y popular, hace un mes que ha desaparecido de los estantes. Después puedes instalar el televisor superplano que acabas de adquirir para que te lo traigan los Reyes Magos de toda tu familia a escote, deshacerte de tus taconazos dorados y dejarte caer lánguidamente un ratito en el sofá como si fuera una chaisselongue, a disfrutar de una peli cuajadita de renos y nieve algodonosa. Puedes también fotografiarte en este trance con tu supercámara digital y así felicitar las fiestas a tus familiares y amigos con una instantánea tuya enviada por SMS multimedia desde tu supermóvil nuevo.
Y me pregunto yo: qué podemos hacer la gente normal con el desaguisado de estas fechas, porque tenemos que seguir yendo a currar todos los días y no nos da ni el cuerpo ni el tiempo para semejante ritmo, como el titiritero de fiesta en fiesta. Señores del mundo de la moda, ¿qué nos ponemos para salir a la calle y no deslucir?, señores del Carrefour ¿qué comemos?, hagan el favor de no esconder las porquerías habituales baratas y normales. Y sobre todo, responsables del mundo: ¿donde podemos ir con nuestros hijos que no esté lleno, plagadito, cuajadito, de esas cosas que a ellos tanto les excita y que se llaman juguetes, video consolas, chuminadas con vida propia en la tele, pero que se transforman en armatostes de plástico mal encaja'o en cuanto salen de la caja?. Nos aben ustedes cuanto daño hacen con su creatividad y el dichoso espíritu glamouroso de estas fechas y del Corte Inglés. Ni con los villancicos del hilo ambiental, que se te acoplan en la oreja, y ya no consigues desatascarlos hasta febrero.
Porque seamos realistas, yo no sé como son vuestras fiestas navideñas, pero yo suelo pasarlas en mi casa familiar y a veces rallando el pijama, porque hasta ahora nunca me ha tocado ni ir al Ritz, ni al Palace ni siquiera a Villa Jura'o.
Pero como una sale de compras un día de cada mil, y además con buen espíritu y ánimo, pues me resisto a admitir que no haya nada hecho para mi. Siempre regreso a casa con una bolsa que ni quiero mirar y que contiene algo inapropiado que sé sobradamente que voy a ponerme entre una o ninguna vez. Y esto no es algo que me pase a mi sola, esto nos pasa una cantidad de personas que somos legión. Bien, no desesperemos porque hay solución. Para eso precisamente se inventó el siguiente engendro: la cena navideña entre compañeros y amigos cuya mejor virtud es la de amortizar esos trapos. Y a veces también la de jugar al amigo invisible (¿a que sí, Ysae?).
La variedad cena de compañeros, en nuestro trabajo la hemos liquidado definitivamente y sin ningún ánimo de resucitarla. La razón: nuestros fallidos y patéticos intentos. Muestra breve las de los dos últimos años: el de hace dos, yo aun con mi ex, pero mi ex ya con otra y a unos segundos ambos de ver la luz. Él incordiado por tener que ejercer de consorte, invitó a un amigo suyo para que le acompañara y resultó curioso: yo le llevaba a él de acompañante, él se acompañaba de su amigo, y su amigo al menos tuvo el decoro de cortar ahí la cadena de compañías. Cruela se llevó a su chico que es el jefe, y el jefe a su chica que es la Cruela, así que por ahí acabamos pronto. Y por último vino nuestra tercera compañera de la que nunca hablamos por respeto a la intimidad ajena, que ni tiene compañero ni nada de nada. Cenamos opíparamente, y nos fuimos a tomar una copa. La compañera impar ya estaba como una cuba rellenada tres veces, mi ex y su amigo, querían seguir la juerga a poder ser por su cuenta, supongo que para ampliar a más las compañías, y la Cruela y su chico desaparecer directamente, de hecho en un momento dado doblaron una calle y ya no volvimos a verles. Yo pegué un Irmazo y dije que me iba a casa, cogí a la compañera impar (que no se tenía de pie) y le lancé una mirada asesina a mi ex que venía a advertir cariñosamente: "ni se te ocurra dejarme sóla con semejante panorama" y empapados todos de entrañable camaradería y buen rollo, nos montamos en el búho bus. La compañera impar se hizo veinticinco chichones dándose cabezazos contra la barra del autobús. Cuando llegamos a su parada se negaba a bajar porque no la reconocía (milagro que viera algo), pero mi ex, que iba calentito le arreó un empujón y la dejó plantada en la acera justo antes de que el autobús arrancara de nuevo. Fin de la noche.
El año pasado, coincidiendo con unas vacaciones de la compañera impar, nos largamos a comer por ahí la Cruela y su chico, también llamado jefe, la madre del jefe (da para un post completo esta señora, que es una terrorista divertidísima), mi por entonces recién adquirido íntimo, que por aquellas señaladas fechas aun andábamos estrenándonos, y la menda. Yo, fruto de mi divorcio, había mejorado muchísimo de aspecto (vamos que había rejuvenecido por lo menos un lustro, que mucho más tampoco puedo), y la madre de mi jefe me dijo el piropo más grande que puede salir de su boca: "Ay, Irma, estás monísima, pareces la Obregón" (yo visualizaba a Ana y los siete y tenía que sujetar con empeño el alma para que no se desplomara sobre mis propios pies, los demás sin excepción se partían de la risa). La comida de nuevo opípara, la postcomida bien regadita de licores y espirituosos. Y llegó la noche, donde a mi todo se me convierte en calabaza sin necesidad de que den las doce: el íntimo se quedó frito en el sofá de la casa de la Cruela y su C hasta que conseguí por fin despertarle y arrastrarle hasta mi casa. Allí dió señales de revivir (¡qué reparador resulta dormir la mona!). Y en el horizonte asomaba la parte buena, la de los mimos, las ternuras, los ejercicios acrobáticos... esperanzada y por animarle (y por cierta incontinencia verbal que ya me conocéis...) yo solté una ternurilla bastante tierna, la verdad, pero ¡cielos! él se puso lívido, de pie, la ropa, taquicárdico y oí un portazo de mi propia puerta de la calle. Tardé en volver a tener noticias suyas cerca de un mes: que es que se había asustado.
Así que este año Cruela ha dicho que de cena nada, que un jamón para cada una y santas pascuas. Y vive dios que agradezco la iniciativa, creo que este año me lo voy a cenar yo entero y a solas, que estas fechas señaladas acaban sacandolo peor de mis aledaños. Y qué se yo, puede ser que también lo saquen de mi misma, que ya ando muy cerquita del mismísimo moño.
P.D. Sr. Ag, habrá observado que me he tomado la molestia de responderle en su propio blog para devolverle la atención de una visita a su propia casa. No añadiré más. A los demás: chicos, que tal y como se está poniendo de duro lo de publicar en terra, yo creo que no voy a poder colgar más post hasta que vuelva de mi viaje, así que a todos ¡Felices Fiestas! (que es un buen deseo que nos vale a todos para todo el año). Ya os contaré detalles, que se me acumulan los post pendientes, y es que creedme, que mi vida cada vez parece más un blog.
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