Hola a todos de nuevo, al teclado otra vez la menda. Después de nuestros alardes musicales, vuelvo al ataque dispuesta a contaros con pelos y señales mi aventura en Irlanda. Aunque con mi tendencia natural al enrolle soy consciente de que necesitaré un par de capítulos (o más, prepararos). Hoy empiezo con la intro.
Después de sobrevivir a las Navidades (milagrito me parece aun tal y como arrancó el asunto) me he superado a mi misma y también he conseguido sobrevivir a mi viaje. Pese a tener contratado un seguro para por si acaso gentileza de mi VISA (oye, hay que tenerlo todo previsto) al final no hizo falta que me repatriaran de cuerpo presente dentro de la bodega de mi avión de bajo costo (aunque dudo que se hubieran atrevido a meterme a mi en un lugar con semejante nombre, porque hasta allí debe haber llegado la reputación que me precede, y ya sabéis que este año he ido afinando considerablemente mi perpretación del "Asturias Patria Querida").
Debo deciros que este viaje se preveía de lo más incierto. Por un lado mi familia y amigos más próximos se despidieron de mi considerando la posibilidad de no volver a verme con vida (de hecho lo del seguro de vida de la VISA fue una sutil sugerencia del íntimo), porque yo he ido firmemente determinada e ilusionada con la idea de conducir por la izquierda.
Por otro lado todo el mundo miraba con poca confianza el experimento de este mi viaje con el íntimo, salvo los elementos familiares de más edad por ambos flancos, que esperanzados creían ver una mínima luz de que quizá un poquito el último bastión y esta marciana misma estuvieran sentando cabeza. La madre del íntimo (cuanto admiro a esta mujer) hasta le instruyó antes de nuestra partida en las normas de comportamiento mínimo a cumplir: regalo en Noche Buena y crema noruega en las manos para no lijarme en caso de mimo. Madre del íntimo, desde aquí le informo: su hijo no le hizo ni puñetero caso, como las dos sabíamos de antemano. Queda dicho. Mi madre también me dejó sus instrucciones (bueno sólo una): "si no se porta, haz que parezca un accidente". Y es que esto tenía toda la pinta de irse a convertir en uno de esos aterradores y románticos Viajes en Pareja. Como sabéis perfectamente el íntimo y yo pareja no somos, no, que va: nosotros somos unos amigos íntimos sin definición determinada que simplemente disfrutamos y compartimos aficiones en común (ahí queda eso).
El íntimo es un espíritu libre de cuarenta y nada treinta y todos, que vive en la casa materna con dos hermanas y esporádicamente con su sabia madre (una gran mujer que una vez que se quedó sola (por fallecimiento del marido) lidiando con el cincuenta por ciento y medio de sus retoños, decidió darles dos euros y dedicarse a recorrer mundo. La mitad del año está en el extranjero, preferiblemente en el que no tiene cobertura). Por su parte, el íntimo está de vacaciones y/o de farra más tiempo que trabajando y tiene clarísimo que él de mayor no quiere ser mayor. En una remotísima ocasión llegó a enamorarse, pero sin ser correspondido, así que nunca ha tenido novia, ni ha vivido con ninguna mujer que no fuera su madre, sus hermanas y algunas compañeras de piso que además de cocinar y limpiar el piso al cincuenta por cierto, se/le daban algún gustillo al cuerpo de vez en cuando (muy bien pensado).
A mi él me parece mítico, porque ha conseguido mantenerse fiel exclusivamente a si mismo (es la única fidelidad que profesa y yo a veces ni esa), e inmune a toda clase de ataduras de las que puede presentarle la vida. Esto a mi que soy una sentimental, me resulta sorprendente y admirable: tanto autocontrol para el tema de las pasiones que ponen emoción a la vida (y problemas claro), y un montón de satisfacciónes (y de dramas)... Porque por ejemplo: yo no soy capaz de deshacerme de un gato petardísimo alérgico a todo, cojo y con el paladar recompuesto desde que se cayó del alfeizar de la ventana de un cuarto piso sin ascensor un día que tomaba el sol sin que yo lo supiera cuando bajé la persiana. Este gato-plasta vive hospedado en mi pintoresca vida solo porque le tengo un inexplicable cariño enorme (y ya llevo invertida en él toda una pasta, porque virgen santa lo delicado que es el animalito para ser un bicho de la calle). Yo es que me tiro en plancha a esas cosas que me complican la vida, pero que me la van poniendo colorcillo. Como el íntimo mismo.
Total, que yo soy mucho más apasionada, un espíritu libre también de treinta y nada (aunque el próximo mes ya empezaré a tener treinta y algo, vaya), independizada hace años de sus padres y ahora dependiente de su hipoteca, de su trabajo de horario y fecha en el calendario. Y que de mayor me he ido haciendo mayor, aunque según Cruela con un especialísimo e inmaduro sentido de la realidad, y eso que he mejorado muchísimo, pero es verdad que sigo siendo de lo más utópica. Yo me animo mucho pensando que en mi caso esto es virtud, y sin duda parte de mi encanto. Además ahora que lo pienso, el íntimo es igual de utópico. Mi utopía es creer que la única manera de tenerlo todo es pringándose hasta las trancas y la suya creer que no pringándose ni un pelo (¿vuelvo a evaporarme?).
El caso es que con esta filosofía que me lleva y me trae, yo pasé de la fruslería del novio y me gradué en matrimonio, doctorándome en divorcio. Ya sabéis que además tengo a mi niña de cinco añazos, (mi tesoro y país limítrofe). Resulta que la edad de el parvulario es una que al íntimo no le interesa lo más mínimo tratándose de humanos. Así son las cosas.
Seguimos jugando a las diferencias. Como en mis últimos años he estado tan ajetreada en eso de currar, pagar hipotecas, casarme, tener una hija y descasarme después, pues he viajado poco o nada, donde me ha llevado el curro unos pares de días. Sin embargo el íntimo ha viajado por todo el mundo, en periodos de meses e incluso años y es más fácil contar los países en los que no ha estado que en los que sí. Él es un ser desprendido que no tiene nada que le ate, ni libros (es bookcrosser), su ropa es de quita y pon y solo la reemplaza cuando una de las dos posiciones cursa baja. Yo de las de terapia de shopping. El íntimo es capaz de sobrevivir dos días con una galleta energética, yo desfallezco sin mis tres comidas al día (ojo, es literal). El íntimo es internacionalmente conocido con una multipandilla de las de un millón de amigos, todos singles con planes magníficos de los que terminana en -ing; yo tengo un petit comité de íntimas, casi todas madres, que no encajamos agenda ni aunque nos encierren en cónclave.
Mi íntimo es un experimentado insatisfecho vital que está ideando constántemente maneras rápidas de ganar dinero y cambiar de vida en cualquier otro lugar del mundo distinto de Madrid, y que se admite no feliz sin ser infeliz. Yo soy una feliz de la vida que o rayo la ingenuidad y o me tiro a ella en plancha, y solo quiero ampliar estos horizontes que ya tengo hasta el infinito y más allá. Una feliz, que en los últimos veinte años he cambiado nueve veces de casa y cinco de ciudad, algunas veces a otras más pequeñas de extension y mentalidad y que vivo encantada varada en esta tan grande que ha visto casi de todo y que no se hace cruces por casi nada.
¿Y qué tenemos en común?, pues en modo de vida nada, eso está claro. Resulta simplemente que es un buen amigo de los generosos, y estupendo tirando a siempre (no me digáis que no es una suerte). Y yo como soy de natural rojero, pues tiendo a ser de lo más tolerante, de las de vive y deja vivir (verbalmente un poco menos, que en seguida tiendo al deporte del despelleje, pero para el dos mil siete he hecho propósito de moderarme), y respeto absolutamente como sea su vida, que para eso es suya y no mía. Bastante tiene una ya con intentar urbanizar la propia sin que se la pavimenten, como para entrar a trabajar en la ajena. El caso es que pese a las evidencias que todo el mundo observa nitidamente, a mi no se me había ocurrido pensar que pudiéramos ser incompatibles (acaso un poco nuestras agendas).
Pero hete aquí que los amigos y hermanas de él empezaron a asustarme justo una semana antes de irnos (cuando el íntimo empezó a invitar a todo el mundo a este viaje), advirtiéndome que no tenía por qué aguantarle, que me volviera por mi cuenta si me resultaba insoportable... Cruela colaboró con mi propia causa abriendo una porra de las de a euro dando la posibilidad de adivinar en cual de los días nos tiraríamos los trastos a la cabeza. Colabora el hecho de que el último viaje que hizo el íntimo (cuando yo andaba descuartizando su coche, antes de tener a mi Luisi) se convirtió en una especie de Gran Hermano sobre ruedas donde todo el mundo se peleaba con todo el mundo. Y el anterior que hizo con previsión de largo, no llegó a terminarlo porque le decepcionó el país y la compañía y se volvió él solito dejando a su amiga plantada medio mes antes de lo previsto... Mi jefe también, me hizo reconsiderar mi solicitud de días de vacaciones porque los pedí con bastantes fines de semana de antelación en los que podría pelearme y despelearme con el íntimo innumerables veces (es que ando un poco temperamental ultimamente, pero es cosa de la hormona y la alimentación).
A mi los viajes me ilusionan ya solo como concepto, y mis bien merecidas vacaciones ni os cuento, pero claro, con esta apertura de ojos general, pues estaba yo como un pelín acojonada. Así que me dispuse animosa a la aventura del viaje no preparado "dove porta il vento" del íntimo, previendo el mío alternativo con sus días calculados en kilómetros sobre mapa y las reservas de alojamiento hechas por internet (que nunca se sabe, oye...)
En un primer momento ni me planteé lo de hacer un viaje sola, pero luego pensé que las ocasiones se presentan a razón de una o ninguna, y esta era una muy buena, y que con íntimo o sin él, o con íntimo y otros cuatrocientos, prepárate Irlanda que pa'llá va la Irma. Es que una no sabe nunca donde esta la aventura, y además, yo sé que si de repente allí la cosa no va, a mi me salta el chip "pues ahora si que me quedo, pero solita y por mi cuenta", porque a una a veces le sale el pelín de chulería, aunque vuelvo a insistir en que todo es culpa de la hormona radiactiva. Fijo que anda revuelta porque ya estoy yo empenzando a mosquearme con lo del herpes nervioso, y las palpitaciones por estrés, y por esa manera de pasar de un extremo al otro desde mi natural suave hasta el verbo agitado. Y por la evidencia: el sábado ponían en la Cuatro un especial de la mejor peli de Disney y lo estuve viendo abrazadita a mi niña, lloriqueando de la emoción en cada seleción de escenas porque me parecía que todas eran tan bonitas... ¡por dios, si eran de Disney! ¡si las tengo todas requetevistas y hasta ahora solo me habían dado sueño!, ¡pero si le tengo además toda la manía del mundo!. Decidme a mi esto no es cosa hormonal.
En fin que este era el panorama a los poquitos días de irnos. No era nuestro primer viaje de más de un par de días sólos por ahí, pero siempre habían sido viajes inconscientes. Aquí estábamos por primera vez en esa peligrosa franja de lo normal que se parece tanto a lo extraordinario, con los ojos y las porras ajenas observándonos y con nosotros dudando si no estaríamos entrando en un jardín del que habría que ver cómo salíamos.
¿Y cómo salimos? ¡Aaaaaaaah!. Tendréis que leerlo en el próximo capítulo.
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