martes, 12 de junio de 2007

POR EL HUMO SE SABE QUE LA IRMA ESTÁ QUE ARDE

Hola, inexplicablemente sigo zen y sin fumar. Debo deciros que esto de convertirse en exfumadora es un mundo totalmente nuevo para mi y si que tiene su intríngulis, si. Os confieso que cuando hace dos días salí de la consulta de mi médica con las recetas de los parches para dejar de fumar estrujadas en la mano, estaba en estado de shock. Tuve que pararme un poquito en medio de la acera para asimilar mi inminente abandono de la tabacosis y en cuanto empecé a visualizarlo empezaron a entrarme sudores fríos (que yo me limpié muy apropiadamente con la receta en cuestión). Pero una vez que me repuse del ataque de pánico y recompuse los papeles (los míos propios que había perdido y los del Insalud), y dado mi natural positivo y muy frecuentemente superficial, empecé a buscarle ventajas inmediatas al asunto. Porque de las otras, las de los hábitos saludables y todo eso, las hay a patadas, (hasta esa que esgrime el íntimo del tipo: “verás como empiezas a conducir mejor”, que seguro que sí, como mínimo empezaré a hacerlo con las dos manos en lugar de con una), pero son a tan largo plazo que desesperan.
Y de pronto recordé que mi muy querida Carrie Bradshow dejaba de fumar y también con la inestimable ayuda de los parches en la cuarta temporada de Sexo en Nueva York. De repente me sentí ilusionada: si ella había sido capaz de convertir este esfuerzo y su apósito en una actitud y un accesorio llenos de glamour, yo también podría hacerlo y que pareciera una ocurrencia chic. Bueno, pues debo confesaros, ahora que he empezado a usarlos que cuesta muchísimo dominar la técnica del parche y conseguir que queden mínimamente dignos, ya no digo que parezca algo in. Yo ayer cometí el error de principiante de coger el sobrecito del parche, abrirlo, despegarlo de su papelito protector y plantármelo en el brazo sin más, así, a lo loco, y sobre todo sin haber hecho una reflexión ni un estudio previo. Para empezar, los parches de Carrie eran cuadraditos y semitransparentes, algo realmente discreto. Los míos son color tirita muy muy clara (como la media espesa para invierno de una monja), brillantes como de charol y redondísimos. Lo de la forma no debería ser importante, si no fuera porque todo el mundo sabe que los parches no son redondos sino cuadrados, así que pienso que si yo viera a alguien con un círculo de unos siete centímetros de diámetro pegado al cuerpo me preguntaría que es esa ridiculez que lleva puesta, pero seguro que tardaría en pensar que puede tratarse de un parche, ya les hay quienes me ha recomendado que le pinte un “target”. Pero bueno, no le demos importancia. Lo del color tampoco sería relevante si tenemos en cuenta que habitualmente yo tengo un tono de piel aun más claro que el de Nicole Kidman interpretando a una difunta, pero es que yo he regresado hace dos días de quemarme en la playa y ya se me está asentando el colorcillo tostado. Es justo en este único momento del año, y no en otro, cuando yo me pongo morena y cuando el parche a mi me puede cantar como una almeja. Y ese brillo que tiene, deslumbrando al sol. Si me pongo un chaleco de emergencias fosforito y reflectante se me vería menos. Ahora lo que si os aconsejo a los que estéis considerando la posibilidad de apuntaros a la técnica del parche es que penséis muy bien donde os lo ponéis. Los de fumar deben colocarse siempre en el torso, jamás de los jamases en partes inferiores. Tampoco a la altura pecho ni a la altura estómago, así que nos queda espalda y brazos. Yo por razones impepinables que he decidido que no vienen al caso, no puedo colocarlo en la espalda tapada con ropa, y decidí ponérmelo en el brazo izquierdo parte de muy arriba. Es importantísimo que la piel esté limpia y seca. Esto es una tarea titánica e imposible cuando se trata de un cachito de plástico que no transpira, porque es acercarlo al cuerpo, con los calores que nos traemos a estas alturas de año y comenzar a sudar la zona como una cochina. También hay que considerar que el brazo es una parte del cuerpo movible (y en mi caso mucho). Dos horas después yo me desenvolvía por los quehaceres de mi vida con el parche medio despegado agarradillo con un hilo de goma laca nicotinada. Llegando el medio día me fui al Carrefour a comprar actimeles para mi niña. Cuando volvía en el coche me percaté de que mi brazo carecía de parche y no me dió un patatús de milagro porque me sale casi a cuatro euros cada uno así que no estamos como para andar tirándolos. Afortunadamente y ya en casa me percaté de que el parche había caído dentro de una bolsa de la compra y pude recuperarlo pegado a una lata de berberechos. Me dio un subidón y una alegría, la verdad, que me lo volví a poner pasando tres kilos y medio de aquello de la higiene, yo dí por hecho que la lata estaba limpia y que las ratas de los almacenes de los centros comerciales solo se hacen pis en las latas de Coca Cola justo en la zona por la que se bebe. Eso sí, después de esto tomé mis precauciones, cogí una goma del pelo y la pasé por encima del parche, para asegurarme de que acababa el día conmigo y no se me caía más veces. A esas alturas del día yo ya era más que consciente de que aquello del parche cogido con una goma a la altura brazo de arriba, no tenía glamour ninguno. Si quería convertir la experiencia estética en algo que no fuera penoso iba a tener que esforzarme mucho, pero que muchísimo más. Dios mío, cada vez admiro más a la estilista de Carrie Bradshow. La noche la acabé muy bien, contentísima de haber resistido sin fumar nada de nada. A la hora cama tenía el brazo medio insensible por culpa de la goma y con una marca en la piel que si me hubiera esforzado un poco con un rotulador y mi creatividad hubiera parecido que me lo acababan de pegar al cuerpo. Me deshice de la goma del pelo. Imagino que al poco se me caería el parche. Al mucho rato me percaté de que no tenía parche en el brazo. Me puse a buscar el parche. Encontré el parche pegado en el muslo del íntimo que lleva más de tres años sin fumar nada de nada (por dios con lo que insiste el prospecto en que jamás se ponga por debajo del abdomen). Lo recuperé discretamente y sin que se despertara (esto en su caso no tiene ningún mérito, él no duerme: entra en coma) y ya no me lo volví a poner porque al fin y al cabo y hasta la fecha yo nunca he fumado dormida. No lo tiré directamente por si a media noche me entraba la desesperación, solo por ese por si acaso lo dejé en la mesilla a mi vera verita vera. Esta mañana me he despertado pletórica, celebrando mi primer día sin tabaco. El íntimo me ha explicado que este es otro síntoma del proceso: la alternancia de estados de euforia con los de mala leche. Yo asustada (porque me da muchísimo miedo que a mi me aqueje eso del mal carácter, que yo soy propietaria de un carácter muy muy majo desde siempre) he pedido información sobre los ataques de mal humor y sobre todo sobre la duración de la manifestación del síntoma. Según el íntimo eso nunca se pasa una vez que dejas de fumar (pero sospecho que esa es una excusa suya para justificar que a veces se ponga pelín indigesto) según mi amigo Pablo, que también lleva unos cuantos años de vida doméstica sana tras haber sido un golfo de antología, esto dura una semana. Y la verdad es que mi amigo Pablo es un encanto. También he preguntado cuando se pasan las ganas de fumar, y en eso todo el mundo está de acuerdo: nunca. Y oye si que me ha dado un poquito de angustia… He preguntado a mis queridas compañeras de trabajo (e incluyo a la Cruela en lo de querida) si se me notan actitudes asociables al mal yogourt y me han dicho que no, Cruela ha especificado que no se me nota porque no hablo (pero eso es porque estoy escribiendo) y que mira que bien que si además de dejar de fumar, dejo de hablar va a ser la leche (siempre que puede hace proselitismo de lo pesadísima que le resulta mi extraordinaria capacidad de comunicación oral. Yo pienso que va a ser envidia de mi talento). Pero de momento yo sigo feliz y contenta, con mi parche adherido al homoplato justo debajo de la tirilla de mi sujetador para que no se caiga (¿habéis visto que bien pensado?). Tengo unas ganas de fumar que para qué, porque sospecho que los parches no te quitan el mono, no, solo tienen una función absolutamente disuasoria: cualquiera se arriesga a la calada que te puede llevar a un infarto, sería algo así como la calada rusa. Esta mañana Cruela le ha preguntado a su C, hablando a voces de mesa a mesa con la mía de por medio “¿Y Menganito X (vamos a respetar su anonimato), siempre dijeron que su ataque al corazón lo habían provocado los parches de nicotina que se puso para el avión?”, su C, muy majo a respondido “Cruela, que era yonki”, pero Cruela ha insistido “si, también, pero fueron los parches…” Con lo cual yo ando evitando hasta a los fumadores que me encuentro por la calle. Por si acaso. Y eso sí, me he gastado tres euros en chuches: veinte chupachupses (por seguir la técnica de Cruyff), veinte regalices con pica pica (que es la única chuche que a mi de verdad me gusta), y diez chicles (para tener la boca ocupada en los casos de mayor desesperación)… yo lo que sea con tal de ir aguantando el tirón, que no haya falta de empeño y voluntad. Ahora sospecho que todo lo que consiga ahorrar con el tabaco me lo voy a gastar en dentista. Pero chicos, me veo en el camino. Por fin, quien lo iba a decir en mi vida, estoy dejando de fumar. No sé que voy a hacer ahora con lo del cáncer de garganta… P.D.: Gracias a todos/as por vuestros mensajillos de ánimo. Cruela, contigo no tengo palabras, para que veas, que sí, que estoy dejando de hablar-te. Vale, sí tengo palabras, y no, no puedo dejar de hablar, que los parches tampoco hacen milagros: el inti dice que últimamente cada vez que hablo sube el pan. Pues eso. Si antes dedico un post a mi placer con el tabaco antes me lo quitan. De hecho no pienso hablar de sexo hasta que no se me pase la racha del Karma chungo. Dina cariño, no tengo mucha fé en eso de conseguir ahorrar nada, si algo sé a mis treinta y cuatro añitos es que lo mío es vocación de gasto, que no de ahorro. Mil gracias por tus lindezas, como siempre, eres un encanto. Marc y Pandora, hermosos, no me suele salir mucho eso de ponerme de mala leche. De hecho les hay quienes dicen que yo no sé pegar un grito, que tampoco es verdad, lo que pasa es que yo los gritos los suelto dar en bajito y para dentro, pero dudo mucho que me ponga a atizarla a la Cruela con la grapadora en la cabeza, si no lo he hecho hasta ahora… Y Shadow corazón: ya ajustaremos cuentas tú y yo en privado.

HE VISTO A DIOS

He visto la luz, sí señor, algo que está muy bien teniendo en cuenta que trabajo en el gremio de los focos. Pero la luz que yo he visto ahora no es la prosaica esa que se mide en lúmenes y candelas, no señor, yo confieso aquí y en público que tras años y años de ateísmo convencido y agnosticismo declarado, yo tras una postadolescencia como para quemarme en la hoguera que me llevó hasta el punto de tocar las narices reclamando mi apostasía, yo que he sido todo eso debo declarar aquí y en público ante toda la concurrencia que yo estaba equivocadísima, que he notado la mano de Dios y ahora puedo asegurar ante todo el foro que existir, Dios existe.
Lo de que he notado la mano de Dios es verídico y real, y ha sido más o menos y exactamente a la altura del cogote, así, me agarró por detrás y apretando pero que bien firme. Y después me soltó y me pegó una colleja que todavía me duele. Y es que creo que he conseguido agotarle la paciencia y que ahora me las está devolviendo todas juntas. En fin, que he vuelto de mis vacaciones en Murcia, una provincia que desde aquí digo, me ha parecido un secarral, tirando a feucha, y esto lo cuento sin ánimo de ofender a nadie y menos aun a los murcianos, que mi sentido del gusto es especial donde los haya (a mí mi íntimo me parece tirando a guapo y es un hecho que todo el mundo cree que se parece demasiado al Puma y además en su fase hortera). Y otra cosa que me ha parecido es que Murcia a veces huele a cañerías. Y desde aquí le digo: señor Valcárcel, presidente de esa su Comunidad, deje de vender campos de golf y aplíquese un poco con su región o de lo contrario deje de mentir como un bellaco fomentando galas con el irónico nombre de Murcia Qué Hermosa Eres. Porque es que a mi me entra la risa cada vez que lo oigo. Con todo mi cariño a los murcianos, también sea dicho, que lo cortés no quita lo caliente. Total que mis vacaciones en Murcia han estado muy bien, sobre todo porque han sido vacaciones. Por lo demás no me he relajado ni un pelo (gracias íntimo, otra vez será), me he quemado como un churrasco olvidado sobre una parrilla en un bosque gallego, me pegué un homenaje comiendo comida nepalí en la versión hot, hot, hot que a mi no me pareció lo suficientemente picante y me llevó a reclamar más picante a un camarero sin pizca de sentido del humor que en lugar de mi comida me trajo una ración de fuego sobre plato. Y yo me lo comí todo, primero porque yo no sé abstenerme de comer si hay comida, y segundo porque no me atrevía a decirle al camarero que ahora picaba demasiado, que lo mismo me lo tiraba a los ojos para dejarme ciega. En consecuencia me agarré una sexi y atractiva colitis que me tuvo una madrugada entera alojada en el WC con puerta de vidrio transparente, sin pestillo ni nada de nada de mi bonita habitación de hotel NH ubicado en un polígono industrial, compartida con el íntimo. Se me pasó a la altura horaria en que unos operarios del ayuntamiento comenzaban a perforar con un martillo hidráulico la acera de Murcia por el punto justo de debajo de la ventana de mi habitación. Afortunadamente, en la tele ponían el mítico capítulo del coche fantástico en el que David Hasselhoff luce unas mallas negras hiperajustadas (mérito el de los chicos de producción que consiguieron meterle dentro) y una camiseta sin mangas hiperglitter con un escote caído hasta el ombligo que dejaba al aire su pecho lobo frondoso cual felpudo y nos deleitaba con una baladita heavy sobre un escenario con mega bola de espejos. Un espectáculo que me reconfortó y reconcilió con el mundo. Resumiendo que me he reído un mundo con mis amigas que se apuntaron al finde. Marimar cariño: la próxima vez que veas unos pantalones horrorosos en un escaparate yendo camino de la playa no nos lo hagas saber, que mi pasión por lo hortera es mítica. Así nos ahorramos la frenada en plena calle, la pitada del coche de detrás, el aparcamiento en plaza para minusválidos con las luces de emergencia y las tres horas de tienda en lugar de playa probándonos todo el género dos prendas a precio de una, incluyendo los pantalones de floripondios de la sección de niños que milagrosamente conseguí cerrarme. (Aviso desde aquí que no me compré nada porque ya sabéis que mi hipoteca no me lo permite). Pero sobre todo y lo que más he hecho han sido ejercicios mentales de autocontrol de mi misma, demorando cada palabra que brotaba de mis labios directamente desde mis higadillos hasta tener la certeza de que expresaba en sus términos más exactos y de forma bastante aséptica cualquier opinión del tipo “pues parece que hace calor”, ante la alta probabilidad de encontrarme con respuestas del tipo “¿calor? define calor”. Gen Santa íntimo, la próxima vez que necesites aislarte del mundo hazlo. Porque la otra alternativa que es que yo respete tu tensión y permanezca en silencio, no es viable de ninguna manera, me puede dar un patatús y de los gordos. Yo callada, amos hombre, por dios. En fin, que desde el domingo estoy de vuelta y he inaugurado la semana asistiendo a mi ginecóloga de cabecera, otra que también encuentra cierto gusto en tocarme las bolillas o sus equivalentes femeninos. Y mirándome seriamente a los ojos, tras analizar concienzudamente los resultados de las tropocientasmil pruebas hechas a mis bajos, mientras giraba de lado a lado la cabeza y decía “tche, tche”, me espetó un “solo puedo ponerte tratamiento si dejas de fumar radicalmente”. Yo al principio no me lo tomé muy en serio y abrí la boca para decir, que bueno, que nada, que qué pena que otra vez sería y que ya me sobrehormonaría cual vaca de granja en otra ocasión. Pero ella que debió intuir mi decisión por la serenidad pasmosa con que me tomé la noticia, cogió el toro por los cuernos y no me dio opción, se puso a escribir un simposio de recetas, las unas de hormonas que me pueden causar unos trombones del tamaño de tapones de cava que me dejarían ipsofacto sin pulmones en el caso de que yo siga con mi cochino vicio de fumar (vamos, tan chungo me lo ha puesto que es que no puedo ni esnifar de pasadilla el humo del cigarro ajeno) y otras de unos parches de nicotina con distintos grados de veneno, que debo ponerme en sesiones de semanas sin que se me escape ni un solo cigarrillo mientras los llevo puestos, porque me podrían producir semejante viaje de taquicardias que me llevarían al otro barrio. Y con eso y un bizcocho me largó a la calle a que me las apañara con mi estrés y como pudiera. Que digo yo, que si no sería mejor quedarme como estoy, un poquito corta de hormonas, que al menos solo me hace llorar incoherentemente con las películas más cutres, pero que no parece que tenga riesgo inminente ni de muerte ni de quedarme más pallá. El caso es que mientras os escribo me fumo mi último cigarrillo cual rea condenada, justo antes de pasar por la farmacia a recoger los parches que tengo encargados. Y os advierto que si en adelante, mis próximos post son agresivos, nerviosos, incoherentes o arremeto inopinadamente contra cualquiera que se cruce por delante etc, etc, será por causas ajenas a la que suscribe, o sea a mi misma, que es que en adelante creo que yo ya no voy a ser yo. En fin que lo que decía, que dios existe y cuando aprieta, aprieta pero bien. Tu verás dios, pero si cuando me muera (y según mi ginecóloga puede que falte menos de lo que tú te piensas) me toca verte, prepárate para el par de yoyas que se me están cocinando dentro. Y me acaba de picar un cínife del tamaño de un concorde mientras hacía pis.

martes, 5 de junio de 2007

NUESTROS MÍTICOS TRENES PERDIDOS

La memoria es selectiva y los recuerdos subjetivos. Un mismo hecho concurriendo en dos personas distintas con la misma localización en espacio y tiempo son siempre dos experiencias diferentes, y en algunas casos, diametralmente opuestas.
En mis tiempos aun más mozos, (allá por mis diez y siete años) cho tenía un novio que tocaba en un conjunto beat-cheh-cheh (léase entonando como Rubi y los Casinos). El caso es que el muchacho me escribió una canción dedicada a mi misma que yo escuchaba con deleite cada fin de semana en las sesiones de ensayo de su grupo y esporádicamente y cuando se terciaba en algún concierto frente a su afición. La canción me tenía el ego a rebosar, y me la sabía de memoria. Hasta había escrito su letra en un apartadillo de mi carpeta clasificadora del instituto, justo después de la de London Calling (to the faraways town / now that war is declared / and battle come down!) de los Clash. Un día de estos tontorrones en el que no teníamos nada qué hacer pero era mejor no hacerlo juntos, estábamos los dos sentados en un banco del parque frente a mi instituto. Para matar el tiempo él cotilleaba en mi carpeta, que era todo un muestrario muy entretenido, lleno de dibujillos, fotos y de pensamientos que a mi se me caían empujados por el mortal aburrimiento de algunas clases (podríamos decir que mi carpeta clasificadora fue la precursora de mis post). Avanzando páginas llegó al apartado donde yo había plasmado su arte y él tras leerlo con detenimiento me miró con cara epatada y me preguntó “¿esta es mi canción?” y yo con arrobo moví repetidamente la cabeza de arriba abajo, asintiendo cual perrito de plástico de un Seat Panda. Entonces él empezó a reír: resulta que lo que yo había escrito y traducido como parte lírica de su canción no tenía nada que ver con lo que él cantaba. Él la sacaba para fuera con un texto y a mis oídos llegaba siempre con otro. Después la volví a escuchar otro montón de veces, y nunca jamás llegué a saber qué es lo que cantaba él, porque para mí, la letra buena, era la que yo había escrito. Pero lo que si he corroborado después de todos estos años es que en torno a una muestra pequeñita, las personas tendemos a construir mundos (en mi caso y según el íntimo, auténticas películas) y con frecuencia mitos. Durante siglos, este novio fue el titular de una ruptura traumática y bien llorada y por todo ello del exclusivo grado de Histórico. Para los siguientes evos, él era el protagonista de una relación romántica prematuramente truncada que por culpa de las malditas alineaciones interplanetarias, no había podido llegar a buen puerto. Hubo hombres protagonistas posteriores (afortunadamente, no quiero imaginarme el erial que habrían sido mis días después, condenada al celibato de la nostalgia) con nombres y recuerdos nuevos y propios, pero ninguno pudo estar nunca a la altura del Histórico. El Histórico fue siempre aquel que una quiso y no pudo, y todos los demás dignas y disfrutadas opciones alternativas, siempre habida cuenta de que la opción A no era posible y el sentido práctico obligaba a la exclusión y el olvido. Pero siguió residiendo como invitado de mis relaciones en forma de una mal disimulada mencionitis que le transformaba en un viejo conocido de mis nuevos amigos que jamás le conocieron. A partir de aquel momento yo ya escribí mi carta a los Reyes comenzando con un “si no puedo el Ibertren, entonces unos Juegos Reunidos”, “si no puedo el Ibertren, entonces un Lego Technic”, “si no puedo el Ibertren entonces…”. Porque estaba claro que el Ibertren no lo podía. El paso de aun más tiempo me hizo convencerme y convencer de que aquello era una historia cerrada y olvidada, un buen amigo del pasado y un gran amigo del presente porque jamás rompí la relación con él: para mí él era tan magnífico que le necesitaba presente en mis decorados aunque fuera de la manera más light.
Las circunstancias, que en mi caso son siempre de lo más didácticas, se encargaron de enseñarme esas sabidurías a las que no llegué yo solita y por abstracción. Con el paso del tiempo el Histórico recayó en sus propios mitos y nostalgias, y resultó que casi todas comenzaban con mi nombre. Volvió a aproximarse a mi varias veces intentando una nueva alineación interplanetaria que esta vez si nos favoreciera. Y en unas de esas yo pensé que qué narices, que daba lo mismo que ya supiera que los Reyes no existen (los Magos seguro) que después de todo yo me merecía por fin mi Ibertren y ya era hora de tenerlo. Y lo tuve, vaya si lo tuve. Pero no hay juguete que resista la mitificación de una mente que lo ha deseado largamente, imaginando eternas tardes de diversión sin fin, más allá del recuerdo también modificado por el paso del tiempo y embellecido por el olvido de los momentos que no fueron siempre tan buenos. Cuando por fin tuve aquel tren muchas noches soñado, me percaté de que tampoco él pasaba de ser un juguetillo de plástico con pilas dando vueltas y más vueltas en torno al mismo recorrido limitado. Me costó mucho admitirlo, pero al final acabó como todos los otros juguetes que ya había tenido, en el desván del olvido primero, y regalado después a quien quisiera o pudiera apreciarlo más de lo que lo apreciaba yo. Actualmente aquel noviete de ida y vuelta sigue andando por su vida totalmente ajeno a la mía, no somos amigos aunque estamos en contacto, pero ya no le necesito como espectador ni de mis días ni de mis acontecimientos, puedo acumular más cachitos de vida sin necesidad de compararlas con los “como hubieran” de su anteriormente añorada presencia. Y lo que es más importante, ya he dejado de intentar mover las fichas del parchís por la maqueta de una vía y ahora disfruto muchísimo más jugando con los juguetes que voy encontrando. Pero tuve ventaja: yo al final sí jugué con mi Ibertrén. P.D.: Queridos, la Irma se va a los puertos. Este es mi último post antes de unas merecidííííísimas vacaciones de gorroneo en la playita, nos leemos el lunes que viene y ya veremos si se me nota el sol y el relax en los post.

lunes, 4 de junio de 2007

PEPE JEANS DE MIS AMORES

Empezamos el lunes de otra pintoresca semanita trepidante. Después de la anterior que me casqué llenita de subidas de hipoteca y fruslerías por el estilo, esta la he empezado recogiendo una multa del Ayuntamiento de la Oficina de Correos (no os voy a llorar la cifra porque total pa’qué) y el retrovisor de mi Luisi del suelo (no os inquietéis, que yo siempre llevo cinta aislante en el bolso, y ya vuelve a estar colocado en su sitio). Pero es que ahora acabo de acercarme un momentillo a mi casa a recoger una bobadita que se me había olvidado y necesito para mi jornada de hoy (tampax), y me he encontrado con una agrupación de vecinos ociosos hablando con el presidente de esta nuestra comunidad sobre una nueva crisis. A saber: se ha roto una cañería de la bajante de aguas debajo de nuestro portal que está atufando el bloque. Yo el olor a humanidad profunda si lo había notado, pero lo había achacado a la primavera.Resulta que el gimnasio de Troy, está situado en los bajos de mi casa. Todo el mundo sabe que con la llegada del buen tiempo y de la operación bikini, los gimnasios duplican su parroquia. Con la llegada del buen tiempo también, hace más calor, así que Troy para evitar que sus clientes vigoréxicos y sus clientes creyentes (en los milagros de Lourdes mayormente) mueran intoxicados, abre todas las ventanas de par en par. Así ese gas letal que es el aroma a esfuerzo no se queda dentro de su local, sino que sale al exterior y como cualquier otro gas inerte, asciende. Y justo en el exterior ascendiendo está mi bloque. Así que yo pensé que bueno, que qué cruz, pero sin agobiarme mucho porque para eso ya tengo mi hipoteca y porque los vigoréxicos se irán de aquí a nada de vacaciones y los esperanzados perderán la esperanza, y el nivel de olor pútrido de mi portal volverá a ser el normal de la alcantarilla de enfrente. Pero lo dicho, resulta que no, que el olor no es culpa de Troy ni de sus chicos (me solidarizo contigo, Dante, todo el día esnifando tinte y cuando llegas a casa te encuentras eso), sino que es culpa de nuestras cañerías de papel que han pasado a mejor vida y que finalmente a mi me va a costar otra derrama. Ya me diréis. Así que con este panorama me he llamado a mi misma a gabinete de crisis, y me he hecho una reflexión y un pensamiento, he diseñado una estrategia draconiana de supervivencia y con resignación y serenidad me he inmergido de cabeza en un plan de economía de guerra. Y ya tengo mi primera baja: he dicho adios pa siempre hasta mejor ver al Pepe Jeans de mis amores. El Carrefour de mi barrio es para mi como la casa de la familia, esa donde te juntas siempre con tus seres queridos a pasar un ratillo agradable de solace y risillas. Sirve para todo: males de amores, aburrimientos vitales, alegrías y celebraciones: allí está el Carrefour dispuesto a pasar ese momento contigo y hacerlo inolvidable, con sus puertas tan abiertas que es que ni tiene. Y mi pariente favorito de todos ellos siempre ha sido y será la tienda de PPJ. En esta tienda a mi me quieren como si yo fuera una sobrina mimada. Me conocen por mi nombre, me piden que me pase por allí con la niña porque hace mucho que no la ven y ya debe de estar crecidísima (yo creo que quieren ir enganchándola para la causa). Y cuando llega una prenda del catálogo que a mi me ha vuelto loca, me llaman directamente al móvil para avisarme de que me espera guardada. En una ocasión hasta me hicieron un hiperdescuentazo en un vestido que había llevado Marlene Mourreau en uno de esos desfiles llenos de clase que se organizan en nuestro Centro Comercial de barrio de aluvión para presentar la moda de temporada. Los muy majos de la tienda me dijeron que como estaba usado y sin etiquetas no podían venderlo, y que habían pensado en mi porque tenemos una complexión física tan parecida … A mi casi me entra la risa y me atraganto cuando me miraron y calibrando mis medidas me soltaron un, “mmmm, yo creo que tenéis la misma talla” porque sí que debe de ser cierto que somos igual de altas (por lo menos antes de que yo empezara a menguar, que ayer medía un centímetro menos que hace un año) y es posible que hasta tengamos el mismo perímetro de culo, pero lo que es más que obvio y evidente para cualquiera que no me mire a los ojos, es que nos diferenciamos en muchísimas cifras en la talla pectoral. De todos modos, el vestidito era tan mono y tenía un escote tan halter, (que para el no iniciado, consiste en dos trocitos de tela generalmente triangulares, acabado en cintas, que vienen a tapar los senos femeninos y se anudan en el cuello) que solo puede decir “gracias, gracias, gracias…” , y salir pitando arramplando con la prenda sin probármela siquiera (por si al vérmela puesta se percataban de que no somos exactamente iguales). La cosa tuvo arreglo: yo me imagino que a Marlene las cintitas de anude del escote se las tuvo que aproximar con un imperdible pero a mi me dan como para hacer un floripondio de ocho lazo y que me tropiece con los rabillos que sobran del mismo, por eso mismo he llegado a la conclusión de que a mi me queda infinitamente mejor que a ella. En fin. Entendéis ahora porque adoro tanto a estos chicos de PPJ que siempre me hacen sentir si no como una reina, si al menos como una cabaretera del Follie Bergére venida a muchísimo menos. El caso es que con hartísimo dolor de mi corazón, me he prohibido comprar ni una prendita más por muy mínima que sea (entre otras cosas porque PPJ es de esas tiendas que siguen la máxima que a menor cantidad de tela mayor precio). Pero lo que no me he prohibido y de hecho lo he seguido haciendo, es entrar en la tienda y probarme todo el stock. Lo único que no puedo hacer después es pagarlo (y esto sí que es una verdad como un puño). Pues bueno, el otro día me acerqué a mi Carrefour a comprar leche, mortadela, empanadillas y todas esas cosillas que consumimos los mortales y como me sobraba un poquito de tiempo antes de volver al trabajo, entre a PPJ. Nada más pasar la puerta me saltó encima un vestidín (el diminutivo es por lo minúsculo que era) monísimo: vaquero, escote palabra de honor, minifaldita tableada… cogí una talla S y entré al probador a deleitarme. Pero resulta que no me quedaba del todo bien porque a la altura donde la espalda deja de ser espalda pero todavía no es culo, aflojaba aquello un poquitín. Una chica de la tienda que deduzco que es nueva porque yo aun no la conocía, me dijo, “uy no, no, estos vestidos tienen que ser super ceñidos, para que queden tremendamente sexys” y yo dije “pues vale” (oye como no iba a comprarlo ¿que más me daba que se me viera el trasero celulitis incluida?). Con una dificultad que yo no soy capaz de reproducir aquí sin ocupar ocho párrafos, conseguí meterme dentro y lo que parecía aun más imposible: cerrar la cremallera. Y nada, yo salí de probador, me dí un paseíllo frente al espejo descomunal, un girito a este lado, otro pal otro lado, y dije unos “no sé, no sé, no termino de verme, quizá con unos zapatos…” y seguí con el deleite hasta que llegó el momento de volver a la vida real y sobre todo de volver a trabajar porque se me echaba la hora encima. Regresé al probador y empecé a intentar quitarme el vestidillo bajando la cremallera: nada, ni un milímetro, ni un diente. Otro intento, y otro, y otro: aquello estaba como pegado con loctite. Asomé la cabeza, y discretamente le hice un gesto a la amable señorita que me había servido el vestido y toooooodos sus complementos. Ella vino rauda a mi socorro y apoyando el pie en la banqueta de dejar el bolso, congestionada por el esfuerzo, consiguió bajar mínimamente la cremallera y lo justito como para engancharla con la tela: nuestro gozo en pozo, aquello ya no tenía remedio. Intentámos remangar el vestido y quitarlo sin aflojar, pero era imposible aquello topaba con mis costillas propias y como esa es una de las pocas partes de mi anatomía que aun se conservan duras, pues el vestidín no pasaba de ahí. La mujer me miró con cara de lo siento chata, pero me tienes hasta el gorro, y me dijo: “voy a tener que pedir ayuda”, "¡ay no dios mío!" pensé yo, y llamó al encargado. El encargado es uno de los hombres más sexys que yo he visto en mi vida. Alto como de uno ochenta y algo, que es esa altura máxima que yo tolero bien en un hombre para poder hablarle mirándole a los ojos y no al ombligo (por no decir al micro, que me parece un poco ordinario). Negro de un tono moreno precioso, guapísimo, con la voz dulce… (como el Worrik de CSI las Vegas pero con el pelo rapadito). Con este hombre hasta ese momento yo solo había intercambiado un par de impresiones hablando de viajes, del tiempo, y tenía previsto para un futuro nada lejano abordar temas mucho más profundos como por ejemplo, "llámame a mi número de móvil que lo tienes en la libreta de arreglitos y cosas varias", porque aun no habíamos llegado a ese punto pero sólo porque él es muy eficaz en lo suyo y pasa la tarjeta VISA muy muy rápido, tanto que no da para conversaciones detalladas. Así que tras la intervención de mi servicial y entregada dependienta, apareció Mi Maromo en Mi Vestidor: yo con el vestido remangado hasta por debajo de las axilas, (me niego a escribir sobaco hablando de mi misma) intentando recordar mentalmente que conjunto de sexy lencería llevaba puesta y pidiendo pa mis adentros una intervención divina que convirtiera la, dejémoslo en cómica escena, en un capítulo ya no sensual (que estaba claro que era imposible), con que pareciera mínimamente digno me conformaba (y eso también era difícil). A la de tres se pusieron los dos PPJ a tirar del vestido para arriba, cada uno de un lado. Nada. Ella se subió sobre la banqueta de dejar el bolso. Nada. Ella gritó con la cara amoratada por la congestión del esfuerzo: “si conseguimos pasar una teta saldrá todo”. Nada. Yo estaba a punto de llorar pensando que encima iba a llegar media hora tarde al trabajo. Nada. Finalmente el bigardo de mis sueños, salió del vestuario agarró unas tijeras de talla Lorena Bobbit y cortó el vestido por un costado a la altura cremallera diciendo: “no pasa nada, total ya estaba echado a perder”, esperó a que me quitara la prenda, la dejé en la mano que no blandía el arma blanca y rapidito me vestí, pedí disculpas, y me largué de la tienda para no volver nunca jamás. En fin, me consuelo pensando en todo lo que de verdad de la buena sí que voy a ahorrar a partir de ahora, y estoy haciendo la misma terapia que el 'SOE convenciéndome de que a partir de ahora esto ya sólo puede ir a mejor.