lunes, 4 de junio de 2007

PEPE JEANS DE MIS AMORES

Empezamos el lunes de otra pintoresca semanita trepidante. Después de la anterior que me casqué llenita de subidas de hipoteca y fruslerías por el estilo, esta la he empezado recogiendo una multa del Ayuntamiento de la Oficina de Correos (no os voy a llorar la cifra porque total pa’qué) y el retrovisor de mi Luisi del suelo (no os inquietéis, que yo siempre llevo cinta aislante en el bolso, y ya vuelve a estar colocado en su sitio). Pero es que ahora acabo de acercarme un momentillo a mi casa a recoger una bobadita que se me había olvidado y necesito para mi jornada de hoy (tampax), y me he encontrado con una agrupación de vecinos ociosos hablando con el presidente de esta nuestra comunidad sobre una nueva crisis. A saber: se ha roto una cañería de la bajante de aguas debajo de nuestro portal que está atufando el bloque. Yo el olor a humanidad profunda si lo había notado, pero lo había achacado a la primavera.Resulta que el gimnasio de Troy, está situado en los bajos de mi casa. Todo el mundo sabe que con la llegada del buen tiempo y de la operación bikini, los gimnasios duplican su parroquia. Con la llegada del buen tiempo también, hace más calor, así que Troy para evitar que sus clientes vigoréxicos y sus clientes creyentes (en los milagros de Lourdes mayormente) mueran intoxicados, abre todas las ventanas de par en par. Así ese gas letal que es el aroma a esfuerzo no se queda dentro de su local, sino que sale al exterior y como cualquier otro gas inerte, asciende. Y justo en el exterior ascendiendo está mi bloque. Así que yo pensé que bueno, que qué cruz, pero sin agobiarme mucho porque para eso ya tengo mi hipoteca y porque los vigoréxicos se irán de aquí a nada de vacaciones y los esperanzados perderán la esperanza, y el nivel de olor pútrido de mi portal volverá a ser el normal de la alcantarilla de enfrente. Pero lo dicho, resulta que no, que el olor no es culpa de Troy ni de sus chicos (me solidarizo contigo, Dante, todo el día esnifando tinte y cuando llegas a casa te encuentras eso), sino que es culpa de nuestras cañerías de papel que han pasado a mejor vida y que finalmente a mi me va a costar otra derrama. Ya me diréis. Así que con este panorama me he llamado a mi misma a gabinete de crisis, y me he hecho una reflexión y un pensamiento, he diseñado una estrategia draconiana de supervivencia y con resignación y serenidad me he inmergido de cabeza en un plan de economía de guerra. Y ya tengo mi primera baja: he dicho adios pa siempre hasta mejor ver al Pepe Jeans de mis amores. El Carrefour de mi barrio es para mi como la casa de la familia, esa donde te juntas siempre con tus seres queridos a pasar un ratillo agradable de solace y risillas. Sirve para todo: males de amores, aburrimientos vitales, alegrías y celebraciones: allí está el Carrefour dispuesto a pasar ese momento contigo y hacerlo inolvidable, con sus puertas tan abiertas que es que ni tiene. Y mi pariente favorito de todos ellos siempre ha sido y será la tienda de PPJ. En esta tienda a mi me quieren como si yo fuera una sobrina mimada. Me conocen por mi nombre, me piden que me pase por allí con la niña porque hace mucho que no la ven y ya debe de estar crecidísima (yo creo que quieren ir enganchándola para la causa). Y cuando llega una prenda del catálogo que a mi me ha vuelto loca, me llaman directamente al móvil para avisarme de que me espera guardada. En una ocasión hasta me hicieron un hiperdescuentazo en un vestido que había llevado Marlene Mourreau en uno de esos desfiles llenos de clase que se organizan en nuestro Centro Comercial de barrio de aluvión para presentar la moda de temporada. Los muy majos de la tienda me dijeron que como estaba usado y sin etiquetas no podían venderlo, y que habían pensado en mi porque tenemos una complexión física tan parecida … A mi casi me entra la risa y me atraganto cuando me miraron y calibrando mis medidas me soltaron un, “mmmm, yo creo que tenéis la misma talla” porque sí que debe de ser cierto que somos igual de altas (por lo menos antes de que yo empezara a menguar, que ayer medía un centímetro menos que hace un año) y es posible que hasta tengamos el mismo perímetro de culo, pero lo que es más que obvio y evidente para cualquiera que no me mire a los ojos, es que nos diferenciamos en muchísimas cifras en la talla pectoral. De todos modos, el vestidito era tan mono y tenía un escote tan halter, (que para el no iniciado, consiste en dos trocitos de tela generalmente triangulares, acabado en cintas, que vienen a tapar los senos femeninos y se anudan en el cuello) que solo puede decir “gracias, gracias, gracias…” , y salir pitando arramplando con la prenda sin probármela siquiera (por si al vérmela puesta se percataban de que no somos exactamente iguales). La cosa tuvo arreglo: yo me imagino que a Marlene las cintitas de anude del escote se las tuvo que aproximar con un imperdible pero a mi me dan como para hacer un floripondio de ocho lazo y que me tropiece con los rabillos que sobran del mismo, por eso mismo he llegado a la conclusión de que a mi me queda infinitamente mejor que a ella. En fin. Entendéis ahora porque adoro tanto a estos chicos de PPJ que siempre me hacen sentir si no como una reina, si al menos como una cabaretera del Follie Bergére venida a muchísimo menos. El caso es que con hartísimo dolor de mi corazón, me he prohibido comprar ni una prendita más por muy mínima que sea (entre otras cosas porque PPJ es de esas tiendas que siguen la máxima que a menor cantidad de tela mayor precio). Pero lo que no me he prohibido y de hecho lo he seguido haciendo, es entrar en la tienda y probarme todo el stock. Lo único que no puedo hacer después es pagarlo (y esto sí que es una verdad como un puño). Pues bueno, el otro día me acerqué a mi Carrefour a comprar leche, mortadela, empanadillas y todas esas cosillas que consumimos los mortales y como me sobraba un poquito de tiempo antes de volver al trabajo, entre a PPJ. Nada más pasar la puerta me saltó encima un vestidín (el diminutivo es por lo minúsculo que era) monísimo: vaquero, escote palabra de honor, minifaldita tableada… cogí una talla S y entré al probador a deleitarme. Pero resulta que no me quedaba del todo bien porque a la altura donde la espalda deja de ser espalda pero todavía no es culo, aflojaba aquello un poquitín. Una chica de la tienda que deduzco que es nueva porque yo aun no la conocía, me dijo, “uy no, no, estos vestidos tienen que ser super ceñidos, para que queden tremendamente sexys” y yo dije “pues vale” (oye como no iba a comprarlo ¿que más me daba que se me viera el trasero celulitis incluida?). Con una dificultad que yo no soy capaz de reproducir aquí sin ocupar ocho párrafos, conseguí meterme dentro y lo que parecía aun más imposible: cerrar la cremallera. Y nada, yo salí de probador, me dí un paseíllo frente al espejo descomunal, un girito a este lado, otro pal otro lado, y dije unos “no sé, no sé, no termino de verme, quizá con unos zapatos…” y seguí con el deleite hasta que llegó el momento de volver a la vida real y sobre todo de volver a trabajar porque se me echaba la hora encima. Regresé al probador y empecé a intentar quitarme el vestidillo bajando la cremallera: nada, ni un milímetro, ni un diente. Otro intento, y otro, y otro: aquello estaba como pegado con loctite. Asomé la cabeza, y discretamente le hice un gesto a la amable señorita que me había servido el vestido y toooooodos sus complementos. Ella vino rauda a mi socorro y apoyando el pie en la banqueta de dejar el bolso, congestionada por el esfuerzo, consiguió bajar mínimamente la cremallera y lo justito como para engancharla con la tela: nuestro gozo en pozo, aquello ya no tenía remedio. Intentámos remangar el vestido y quitarlo sin aflojar, pero era imposible aquello topaba con mis costillas propias y como esa es una de las pocas partes de mi anatomía que aun se conservan duras, pues el vestidín no pasaba de ahí. La mujer me miró con cara de lo siento chata, pero me tienes hasta el gorro, y me dijo: “voy a tener que pedir ayuda”, "¡ay no dios mío!" pensé yo, y llamó al encargado. El encargado es uno de los hombres más sexys que yo he visto en mi vida. Alto como de uno ochenta y algo, que es esa altura máxima que yo tolero bien en un hombre para poder hablarle mirándole a los ojos y no al ombligo (por no decir al micro, que me parece un poco ordinario). Negro de un tono moreno precioso, guapísimo, con la voz dulce… (como el Worrik de CSI las Vegas pero con el pelo rapadito). Con este hombre hasta ese momento yo solo había intercambiado un par de impresiones hablando de viajes, del tiempo, y tenía previsto para un futuro nada lejano abordar temas mucho más profundos como por ejemplo, "llámame a mi número de móvil que lo tienes en la libreta de arreglitos y cosas varias", porque aun no habíamos llegado a ese punto pero sólo porque él es muy eficaz en lo suyo y pasa la tarjeta VISA muy muy rápido, tanto que no da para conversaciones detalladas. Así que tras la intervención de mi servicial y entregada dependienta, apareció Mi Maromo en Mi Vestidor: yo con el vestido remangado hasta por debajo de las axilas, (me niego a escribir sobaco hablando de mi misma) intentando recordar mentalmente que conjunto de sexy lencería llevaba puesta y pidiendo pa mis adentros una intervención divina que convirtiera la, dejémoslo en cómica escena, en un capítulo ya no sensual (que estaba claro que era imposible), con que pareciera mínimamente digno me conformaba (y eso también era difícil). A la de tres se pusieron los dos PPJ a tirar del vestido para arriba, cada uno de un lado. Nada. Ella se subió sobre la banqueta de dejar el bolso. Nada. Ella gritó con la cara amoratada por la congestión del esfuerzo: “si conseguimos pasar una teta saldrá todo”. Nada. Yo estaba a punto de llorar pensando que encima iba a llegar media hora tarde al trabajo. Nada. Finalmente el bigardo de mis sueños, salió del vestuario agarró unas tijeras de talla Lorena Bobbit y cortó el vestido por un costado a la altura cremallera diciendo: “no pasa nada, total ya estaba echado a perder”, esperó a que me quitara la prenda, la dejé en la mano que no blandía el arma blanca y rapidito me vestí, pedí disculpas, y me largué de la tienda para no volver nunca jamás. En fin, me consuelo pensando en todo lo que de verdad de la buena sí que voy a ahorrar a partir de ahora, y estoy haciendo la misma terapia que el 'SOE convenciéndome de que a partir de ahora esto ya sólo puede ir a mejor.

No hay comentarios: