lunes, 3 de septiembre de 2007

¡QUÉ VIVAN LOS NOVIOS! (¡YAJAAAA!)


¡Ay, ay!, querido foro, ¡qué agujetas bailongas tengo!, ¡qué estómago resentío, digiriendo aun los inicios de la cena de boda! (invertí todo el día de ayer en digerir el canapé previo y supongo que para el viernes habré liquidado la tarta). ¡Qué cabeza aun medio lela por la falta de sueño y el consumo de espirituosos…! en fin que ¡qué estado lamentable a dos días del evento!, pero ¡’Gen Santa! ¡qué bien lo hemos pasado!. Cosita: ¡que viva tú, que vivan los Hombres G y que viva el gremio lucero!.

La boda empezó a las doce y media, que fue la hora en la que Dante puso sus manos sobre mi cabeza para dejarme mi look y mi cabello cual leona ondulada entre nubes de laca. Él me advirtió “no te lo toques, que ahora estás muy exagerada, pero a las seis se te habrá caido todo y parecerás Elle McPherson camino de una soirée de Valentino en Ibiza” (¡es tan sofisticado!). A las tres y media tras una cabezadilla ligera en el sofá, comencé la operación glamour, a saber: ducha, hidratación, retoque de laca de uñas de los dedillos de los pies y el momento largamente esperado de vestuario. Lo tenía todo perfectamente coordinado y pensado: al vestido le añadí el fajín de mi smoking negro anudado con un cuco lacito bajo el pecho y también la americana, de aire masculino, contrastando con el aire hiper romántico del vestido lleno de fru frús (y sobre todo muy, muy adecuada para las noches fresquitas que nos estamos gastando este agosto), unas sandalias negras con taconazo, dos tiras finas y pulsera, un collar de varias vueltas de cuentas de seda negra, pendientazos de azabache en lágrimas como una lámpara de cristal de la granja, y un bolsito vintage de verdad, francés, comprado por Ebay en el que no cabe de nada, pero que es de mono… el resto de lo que no cupo iba en la americana del Inti que tiene muchos bolsillos y acabó pareciendo la sahariana de un reportero de guerra. Me imbuí en la operación maquillaje, et… ¡voila! en el tiempo record de una hora, yo ya estaba mona monísima y preparada para subirme en cualquier carroza. Cuatro y media. Desde mi atalaya de la cama, bien sentada, observo la operación de aderece del Inti: pantalones chinos azul marino especial para boda, su camisa beige con líneas cruzadas, especial para boda, sus zapatos negros con cordones, especiales para boda, su americana azul marino más oscuro que el pantalón, especial para boda y su corbata en un bolsillo de la americana, como no, también especial para boda. Todo ello en versión vintage, que en su caso no es de verdad como no lo es en el de Vitorio y Luccino, sino que significa reciclado de otras bodas ajenas, siguiendo la sagrada máxima de su vida, aquella de “menos es más” (sobre todo en inversiones innecesarias, y él necesita tan poco...).

A punto de salir, el Inti no había encontrado todavía el pañuelo negro con el que recoge su melena adquiriendo el mismo sofisticado (¡?) look de Espartaco Santoni en los noventa con esa sabia mezcla justo entre lo pelín hortera y lo pelín macarra y a punto andábamos de rozar la crisis. Sucumbimos en ella cuando me percaté que mi peinado no era simétrico, y que mi lado derecho conservaba intacto su volumen mientras que el izquierdo conservaba intacto la forma del cojín de mi sofá. Humedecí pelo, lo enrollé en medio rulo, lo retuve con horquillas, lo bañé de laca y apliqué secador como para churruscar el pelo. Tuve muchísima suerte (porque mi pelo y yo nos combinamos de forma imprevisible) y en cero coma parecía recién salida de las manos de Dante. El Inti mientras, seguía revolviendo Roma con Santiago y sus cosas con las mías hasta que se resignó a lo inevitable y aceptó que tendría que acudir a la boda con la melena al viento presentando como el mejor Puma de los ochenta.

Pese a todo, y con puntualidad torera, a las cinco en punto (que era la hora pactada) estábamos en el bar de la plazoleta con una jarrita de clarita con limón compartida, reposando el estrés y esperando la llegada de Cosita y su Lucero del Alma, que pasaban a recogernos.

El camino de ida fue ameno amenizado por el Tomtom, entre intentos de ejecución del nudo de la corbata de calidad del Lucero del Alma (CQPP). El Inti, como he dicho, la lleva exclusivamente como complemento de la americana, altura bolsillo de mano por dentro, pero jamás ha hecho ni el ademán de ponérsela. Cosita me confirmó que lo más complicado de resolver en una boda es el peinado, y también tuvo su momento tenso cuando misteriosamente desaparecieron de su casa todos los coleteros y los pasadores para recogidos y moños. Pero iba monísima, con un vestido hiper sexy de escotazo en la espalda hasta casi el borde de la rabadilla y cuello tipo halter, solo apto para su tipín espléndido (¡y comprado por tres euros en Blanco! Lo que demuestra que nosotras somos la panda del ingenio y del a fuerza ahorcan, sin perder glamour en el evento).

Las campanas repicaban justo cuando nosotros rebasábamos el cartelillo con el nombre del pueblo, y tal y como intuíamos, resultó que no era para anunciar nuestra llegada sino para avisar a los rezagados de la entrada a la ceremonia. El caso es que nosotros desembarcamos del coche de los Cositas en el momento en el que el gremio luceros se encaminaba al bar. Como todos hemos recibido una exquisita educación a la altura de lo mejorcito de Camford, nos pareció de muy mal gusto entrar a un espectáculo que ya había comenzado, y obligados por lo imponderable optamos por acompañar a los compañeros a la terracita de la taberna. Eso sí, sin perder de oído las señales acústicas que informaban del transcurso del evento religioso: par de campanadas, otro par de campanadas… y nosotros, ignorantes de lo sacro, intentábamos compararlo con los clarines en las corridas de toros porque si de toros sabemos poco, no os imagináis de misas y bodas: cero patatero. Así que oíamos las primeras e imaginábamos que entraban los picadores, las segunda y banderillas, las terceras y hala ¡a matar!. Cuando sonó Paquito el Chocolatero en tono campana mayor pagamos, enfilamos todos de nuevo el caminito de la iglesia para ver salir a los novios ahora casados y con la esperanza de que presidencia les hubiera premiado la faena con toditos todos los trofeos taurinos (que yo muy intimamente rogaba que conservaran puestos y no en la mano, ya que esto último me habría parecido posiblemente de muy mal gusto). El asunto es que nos pusimos en camino con tiempo suficiente, pero la iglesia estaba al final de una muy cuesta arriba empedrada, y eso con tacones, resultó ser durísimo. Así que de nuevo lo imponderable: otra vez no llegamos ni para el arroz. Fue alcanzar la cima, y descender a base, justo abajo donde los coches. O sea que de la ceremonia religiosa yo no os puedo contar nada de nada, porque la verdad es que sin querer nos lo perdimos.

La siguiente fase fue la del canapé. El canapé tenía lugar en la parte césped con piscina de la Hacienda. Y llegamos, buscamos enclavé entre mesa de bebidas, mesa de ibéricos, plancha de canapé caliente y salida de bandejas, y viendo que la ubicación era inmejorable, yo clavé los tacones en el césped y ya no me moví, con mi altura rebajada en diez centímetros, pero descansada como si llevara chanclas. Yo creía que el canapé era un fruslería de atención para con los invitados, lo que se llama un abreboca, pero ¡anda chá!, por allí desfilaron kilos de tortilla de patata, de huevitos fritos de codorniz, de tapitas pequeñas de pan y volovans de todo tipo; de gildas de encurtidos, de albondiguitas, de chistorra, de tempuras varias de verduras, de samosas hindúes, de rollitos chinos y hasta un jamón pata negra entero… ¡y yo que no sé decir que no!. Se hizo de noche dándole al diente y para cuando me quise sentar en la mesa, el vestido hiperamplio ya empezaba a ceñirme.

La cena debo decir que resultó un poquito sosa. Pero esto hay que achacarlo a dos factores:

Factor A: Los comensales estábamos tan cebados de canapés, que con lo único que podíamos era con una siesta.
Factor B: La única música que calma a una fiera lucera es la que ejecutan sus acompañantes féminas en concepto bolso de boda con la caída de ojos suplicante que alterna entre el “por dios chato no me hagas pasar vergüenza” y el “ya hablaremos en casa” . Salvo en el caso de mi Íntimo, que no tiene vergüenza y sabe más que de sobra que yo tampoco (y bastante poco que nos importa, todo sea dicho, la vergüenza ajena que pase otro).

Así que los “viva lo que sea” solo empezaron a aparecer y muy, muy tímidos a la altura varias botellas de vino blanco y unas cuantas ya de tinto. El Inti en las bodas es original, que no silencioso, y nunca grita “viva los novios” porque él no cree en eso. Así, por ejemplo en la de mi amiga Ra, gritaba “Athleti” algo muy bien acogido, porque el novio ahora marido, era del Bilbao y nunca se enteró que el Inti alentaba al de Madrid. En esta eligió algo más neutro, el siempre versátil “YAJAAAA” que sirve para tó, desde azuzar ganado hasta pedir otra ronda. Fue bastante aplaudido, y debo decir que si bien casi nos deja sordos a los de nuestra mesa, mayormente a Cosita y a mi que estábamos una a cada lado, también es cierto que puso un poco de colorcillo a aquella cena.

Y por fin la parte discoteque. La parte discoteque fue sorprendente. A estas alturas yo ya no podía con mis tacones, pero previsora que es una, los abandoné en el maletero del Cositamóvi, cambiándolos por mis básquet converse pistachos, que me iban muy bien con el nazareno de mi estilismo. Me hice un recogido de la cola del vestido pillándolo con el fajín y dejando a la vista parte de mis capas de fru frú, y hala a la pista a desgastar las suelas. Primer tercio: horteradas varias, tipo Julio Iglesias, sevillanas, pasodobles… Segundo tercio: parte temazos del año, con momento Tortura de Shakira y todo. Acabada esta los luceros con novia, que resultaron más sosos que una mata de habas, se fueron a continuar la fiesta en otra parte y a poder ser en horizontal. Debo destacar la respuesta inadecuada que me espetó uno de ellos cuando yo, afable, inquirí en el motivo de tan raudo abandono. Lucero X, desde aquí te digo que no era necesario ser tan grosero. Transcribo diálogo:

(Yo): - “¿Ya os vais? ¿tan prontito?”
(Lucero X): - “Si algunos esperamos hacer más cosas esta noche” - (arqueando las cejas varias veces en clarísimo significado de “tú ya me entiendes”).
(Yo): -“Bueno pero la noche es larga y deja tiempo para todo”
(Lucero X): - “Sí, pero algunos somos más jóvenes que otros y aguantamos muchísimo más tiempo. Tú puedes quedarte” - (arqueando las cejas varias veces en clarísimo significado de “tú ya me entiendes”).

Pues no, no te entiendo, no sé a qué te refieres, y espero tardar muchísimo en saberlo. Hala, queda dicho.

Los luceros sin novia iban tajaos, tajaos y se largaron todos juntos a una discoteque heavy de Aluche. Nosotros, decidimos invertir en el sarao bodorrio. Y en cuanto nos quedamos cuatro comenzó lo bueno. El tercer tercio: los no curtidos en ampollas, abandonaron los zapatos en el centro de la pista, y allí nos lanzamos todos a la ejecución de los temazos de Ska-P, Estopa… y vaya si la gozamos, todo lo que pudimos con exaltaciones de la amistad al novio, y especies de ese tipo, hasta que la novia, dijo que sí, que vale, que ella también nos quería mucho, pero que desde ese mismo momento nos quisiéramos cada uno en nuestra casa. Y punto.

Que no final, porque caminito del coche, oímos musiquilla en otro jardín y resulta que los muy ladinos de la Hacienda nos habían mentido ¡había otra boda! Y para allá que nos fuimos. Yo que soy muy educada, como mi madre sabe, y jamás pierdo mi facilidad de palabra, me dirigí a la novia explicando que nosotros éramos buena gente, que ante todo enhorabuena, y que no pensábamos gorronear ni nada por el estilo, solo pedíamos autorización para discretamente seguir bailando. Los novios, de Guadalajara, eran encantadores y al final de la noche hasta cambiamos los números de móvil para llamarnos cuando volvieran de su luna de miel. Unos cielazos. Gracias chicos. Deseo de todo corazón que disfrutéis muchísimo en Nueva York.

Y acabada esta boda, ya sí, recogimos al Inti al que habíamos dejado dormido en la parte césped sin luz de al lado, tendido cual largo es, pero bien escondido y discreto, en medio de lo negro y sin roncar ni nada. Le metimos en el coche, le atamos con el cinturón de seguridad para asegurar que no se iba para los lados ni para el frente y nos volvimos a Madrid, cantando a voz en grito la selección de los mejores temas de los Hombres G, porque el coche de CQPP, el Lucero del Alma, es un coche preparado como dios manda para cualquier evento y contingencia.

Lo dicho que gen santa que aun me duele todo por el esfuerzo, pero siglos hacía que no lo pasaba tan bien.

Agradecimientos: a Cosita por todo, para qué especificar. A CQPP, por llevarnos y traernos y por ser tan requetemajo, a Paco, por aguantar como un señor con su camisita por dentro y su corbata, bailando como un descosido y por compartir el cubata birlado al Íntimo comatoso. Al Inti, por ser amigo del novio y por sus exquisitos espaguettis con bonito del día después con su cebollita, su quesito y su tomate, a los que solo tuve que añadir unos champiñones y mi apetito. Y por todo lo demás.

P.D.: Dante, devuélveme el dinero. En ningún momento me parecí a Elle MacPherson, pasé de parecer una loca de las Baccará a tener un único nudo enredón que he terminado de deshacer hoy a la hora aperitivo. El resultado se asemejó demasiado a mi look Atapuerca recién salida de la ducha, y yo por eso no pago.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo inauguro el blog, un honor... Muy bonito aunque falta un poco de colorines pero con el arte que tienes...confío en que lo convertirás en el sitio más POP del vecindario...
Besoos