jueves, 30 de agosto de 2007

EL BODORRIO

Me han invitado a una boda. En realidad no me han invitado a mi, le han invitado al Íntimo y a su accesorio, que resulta que soy yo. A mi a estas alturas de mi vida, figurar como accesorio en ningún lado, me da muchísima pereza. Yo ya quiero ser prenda, mucho más que lacito. Pero este bodorrio al que me acoplo de pegadillo en concepto acompañante fémina, no me lo perdería por nada del mundo, porque si una boda es pintoresca de por sí, no podéis imaginaros una producida dentro del gremio lucero: puede ser salvaje.

El novio casante se ha dedicado hasta hace dos día a boxear y entrenar boxeadores, y además con renombre y relumbrón. Y desde hace dos días a trabajar en este gremio nuestro de la iluminación que se monta y se desmonta y pone luz y colorcillo al evento cultural y patronal. Esto significa que en la boda va a haber tres tipos de invitados:

A) Los de la novia
B) Los amigos boxeadores del novio
C) Los amigos luceros del novio

El evento se celebra en una hacienda con tres salones para tres bodas simultáneas, pero en este caso los hacendados han tenido la deferente precaución de dejarnos todo el espacio para nosotros solos y que no nos moleste nadie. Y esto ha sido de lo más sensato, porque yo ya me imaginaba al borracho A de la boda A, cruzándose con los codos pa’fuera, con el borracho B de nuestra boda B, e iniciando el habitual diálogo:

(Borracho A, suyo de los otros): - “¿y tú queg lo que miras?”
(Borracho B, propio de los nuestros): - “¡Uy lo que m’adicho! ¡a mi la legión!”

Y ya está: montada la de San Quintín, que ya sé yo que no habría otra opción. De verdad que en este mundo nuestro los boxeadores llevarán la fama, pero en cuanto a bestias, yo os digo, que en el gremio lucero lleno de individuos acostumbrados a cargar y descargar equipos de tonelada y media, romperse la crisma u otras partes anatómicas contra trusses y escenarios, todo ello de empalmada golfa, y maldurmiendo archivados como sardinas en autobuses durante meses, soportando y adaptados a todos los vicios de la farándula… en este gremio señores, se carda pero que muy bien la lana. Si en esta boda se vieran implicados civiles ajenos a ella podría resultar muy peligroso, vamos que soy yo parte y mitad de los casantes y ni reservaría habitación para la noche de boda, ni nada. Directamente pediría cita con el abogado en el cuartelillo para eso de las once.

A parte del añadido de emoción que supone un comedor con dos mesas enteras de invitados luceros sabiamente combinadas con otras dos mesas de invitados boxeadores, a parte de esto, debo confesar aquí y en público con un pelín de rubor, que yo voy encantada porque es que a mi y en el fondo las bodas me gustan mucho.

Ya sé que no es lo habitual, que lo frecuente es que te llegue la invitación, que empieces a pensar en el qué te pones, en el regalo, en la fecha que siempre coincide con un fin de semana inoportuno, en los asistentes incluyendo a parientes petardos y en los paripés que toca hacer, y todo a una, como en Fuente Ovejuna, comienzan los recuerdos a la parentela difunta del invitante. Sin embargo, yo no, yo soy una invitada agradecida y las cuatro veces (cuatro, ninguna más, y dos de ellas en concepto de bolso de mi ex) que me han invitado a bodas en mis treinta y cuatro años de vida, las he celebrado hasta dando palmas.

Yo sé de sobra que cada uno cubre las carencias como puede y mi afición a las bodas es mi manera de compensar la falta de glamour de que adolece mi vida. Yo me alegro muchísimo de poder trabajar con vaquero y bambas y de no tener que estar supeditada al tacón y al traje gris en cada uno de mis días. Pero a mi me hace mucha ilusión también eso de poder disfrazarme de princesa por un día, y claro, no lo voy a hacer para ir al Carrefour.

Nunca he envidiado a la novia que va de blanco ni tampoco he ambicionado jamás ese puesto. A mi lo que me gusta de verdad es el de invitada de tiros largos. En realidad lo que me colmaría es que alguien me llamara de vez en cuando para asistir a un mega estreno de cine y acudir acompañada del brazo (y de todo lo demás, estaría bueno), pues no sé, vamos a poner que de George Clooney, por ejemplo. Ahí me veo yo, bajando del mega coche lustroso del otro mundo que os contaba ayer y pisando con garbo y salero la alfombra roja mientras GC me brinda su punto de apoyo en la palma de su mano abierta con los dedillos un pelín doblados y con la espalda un pelín inclinada (¡Ay! Suspiro). Pero, como todavía no he descubierto muy bien donde hay que apuntarse para que a una la inviten a esto, me voy apañando de momento con los fiestorros de las bodas.

Yo como toda mujer de mi edad con cierta previsión de vida social, incluyo en mi fondo de armario (en el caso del mío es más bien en el abismo) un par de vestiditos de fiesta como para acudir a cualquier sarao Jet de lo más propia y oportuna. Por si acaso el acto requiere una presencia más pía y recatada, como por ejemplo un entierro, cuento con un smoking corte clásico aunque con hechuras femeninas, que me resuelve mucho en lo nocturno, en lo invernal y, por lo negro, en lo difunto. Todo pensadísimo. Lástima que en mi entorno la gente se case tan poco (y tampoco quiero que ahora empiecen a morirse, no, no), que ‘Gen Santa lo que me está costando amortizarlos.

Así que cuando me llegó esta quinta invitación en ciernes, a mi me dió un vuelco al corazón y no me importó lo más mínimo que fuera ni en concepto de bolso ni de riñonera, que a mi se me salieron para fuera las palmas esas que os decía antes. A continuación procedí a desempolvar mis modelitos, pero ¡o dioses del destino! ¡qué sois unos pedorros, más que pedorros!. Resulta que gracias a las hormonas prescritas, que no proscritas por mi médica (esta brutal diferencia de una letra me la ha descubierto mi amiga Teresita una filósofa magistral de la vida, escritora de talento con un sentido del humor hilarante. Nena, voy a crear la plataforma “QTPY” (Que Te Publiquen Ya)). Decía antes de dispersarme imprescindiblemente, que gracias a estas hormonas, hemos conseguido lo que yo no había conseguido nunca antes: que me brote un pecho y un culazo que sí, serán espléndidos, (yo creo que este último si fuera más turgente desde luego que pasaba por brasileño) pero que no me caben en ningún sitio.

Yo he intentado ser creativa y he cambiado impresiones con Cosita, que además de creativa es modista, pero ya me ha dicho ella “hija, aunque no te lo creas, en este caso cuesta mucho menos meter que sacar”. Así que tras semanas negando la evidencia, ayer ya tuve que admitir que tenía que invertir de nuevo mi dinero ya invertido en hipoteca y buscar un modelito apto para mi nueva talla.

Esto parece que no viene al caso, pero ya veréis luego como si. Cuando uno no conduce idealiza mucho la idea de conducir, y va creando en su cabeza imágenes de momentos futuros donde la protagonista es una misma y su coche. Mi hermana me contaba que para ella el éxtasis era visualizarse con el mando electrónico del coche, apretando el botón, haciendo pip-pip y entrando ante todo el mundo observante a sentarse en el asiento ante el volante.

Pues para mi, el momento glorioso imaginado, era aquel en el que yo iría con mi Luisi (aunque en el momento imaginativo, yo aun ni la conocía ni tenía nombre) a recoger a mi madre (que no ha conducido nunca y sigue sin hacerlo) allá donde estuviera para irnos las dos juntitas de parranda a cualquier Factory de la faz de Madrid. Para el que no lo sepa los Factory son centros comerciales donde te venden todo Outlet, o lo que es lo mismo fuera de temporada. Todo ropa de firma pero muchísimo más barata de lo habitual. En mis ensoñaciones, las dos nos íbamos solas, sin hombres, sin padre, solo las chicas. Porque mi padre es un santo que no solo no se queja si le toca Factory, si no que hasta es capaz de encontrar divertimento buscando la mejor oferta de calcetines dentro de la tienda Punto Blanco, pero yo sé que esto no es lo frecuente y que además la tienda se le acaba a él mucho antes que a nosotras las ganas de seguir mirando y probandonos ropa.

Pues mentira parece, pero desde que me he sacado el carnet un año largo hace ya, todavía no había encontrado ese hueco de agenda para irnos las dos juntillas en momento Luisi y momento tiendas. Y ayer, con la excusa de la boda y del rematísimo final de rebajas, y de recoger un trocito de la exquisita tarta de ciruelas claudias que ejecuta mi madre, fue el día.

Ayer me agarré mi Luisi y me fui a buscar a mi madre de mis amores para irnos ambas juntas al Village de Las Rozas, que dentro de los Outlet es lo más más, y hasta tiene tiendas de Versace y Carolina Herrera…

El objetivo en mente era encontrar algo apropiado que yo me pudiera poner para el evento sin deslucir mi particular estilo, que fuera espectacular a ser posible a la par que discreto y adecuado, y que me hiciera sentir cómoda como en una segunda piel absolutamente natural en mi. Quedaban por tanto excluidos todos los modelitos tipo baile de graduación de película americana de los años ochenta, y los de hermana u otra familiar próxima de la novia (¡lo de parecer su madre ni me lo planteo!), que no sé por qué, pero nunca quedan de mucho gusto. Vamos, que el objetivo básico era vestirme para el estreno con GC y no para una boda en compañía del I. Otro objetivo igual de básico era el de gastarme lo menos posible, mucho mejor si no llegaba a las tres cifras.

Por tanto la tarea era difícil. Pero nosotras, inasequibles al desaliento y muy bien entrenadas, llegamos a las cinco y media y empezamos a trabajarnos nuestros puntos de mayor interés: cualquier tienda susceptible de tener dentro un vestido no de sport. A las ocho y media me había probado dos modelitos potables, tropocientos indecentes (¡por dios qué risas en Vitorio y Luccino!, ¡qué eufemismo ese de vintage para denominar lo viejo!) y andábamos ya derrengadas, con los pies doloridos: era el momento de decidir, y la decisión fue comprar el más barato que además era el que “más así” me había parecido (y ya sabéis como es algo “más así”: no está mal pero no es lo perfecto). Nos dirigimos a la tienda de Jesús del Pozo.

Pero justo al entrar a mi me abandonaron las fuerzas y me agarré del brazo de la dependienta (¿o me eché sobre sus hombros?) a vaciarle mi alma desesperada llenita de ampollas y a dos segundos de llorar y le expuse que era lo que yo realmente quería: “mire, yo solo quiero ir espectacular sin ser hortera, como Ana Belén” (para que me entendiera, que yo sé que es muy musa de J del P y la viste gratis). Y añadí, que me había probado aquel vestido (señalándole), pero que estaba empezando a considerar que quizá una falda espectacular y ya le acoplaría yo algo… Allí fue mi madre quien perdió fuerzas y presencia y casi se pone no a llorar, porque no es su estilo, pero si a agarrarme de mi larga melena para sacarme de la tienda. Sin embargo la dependienta, pese a estar a punto de cerrar, me miró con ojos tiernos, mentón firme y seguro y empezó a mostrarme faldas y más faldas espectaculares todas y larguísimas, llenas de cancanes y fru frús. Yo casi deliraba y ya me había vuelto la sangre al cuerpo y la color a la cara. Imbuída de aquel frenesí quasi Pretti Woman (y digo quasi porque se percibe una diferencia brutal: donde ella cobra yo no veo un duro y donde ella no paga yo me dejo una lana, ya veis que tontería, y esto sin mencionar a Richard Gere). En fin, que en este despiporre, yo ya no recuerdo si fue ella o fui yo la que sugirió probar una falda a modo de vestido, y dicho y hecho, falda altura pecho palabra de honor (el escote, no mi pecho, aunque también es muy íntegro y fiable) y fular bajo pecho anudado con cuco lacito a modo de corte imperio. Oye, espectacular: la falda de dos tallas más a la mía para que entrara a aquella altura, me quedaba como un vestido largo hasta los pies que por delante apenas dejaba asomar la puntita de mis Converses fucsias y por detrás tenía una pequeña cola que arrastraba apenas, lo justo para imponer dignidad sin que a una la fueran pisando. Yo correteaba por la tienda ya sin clientas, recogiendo los refajillos que crujían e imaginando mis tacones de cristal cual Cenicienta a puntito de perderlos, y para que intentar ser fina: flipaba conmigo misma.

Ni me lo pensé. Pagué el importe y doblamos y redoblamos aquello hasta conseguir meter tanto volumen en una bolsa.

Hoy antes de irme a trabajar he vuelto a deleitarme viéndola colgada en mi armario y todo lo que la encuentro son virtudes: desde las dos tallas más grandes, que van a eternizarla junto a mi y a mis diversos estados corporales, hasta la imposibilidad de encontrarme con el mismo modelito de vestido dentro de la boda. Y finalmente y lo mejor: sus holguras que me estilizan sin impedirme ponerme morada comiendo, sin oprimir y sin marcar ni una tripilla ni un inadecuado volumen, que es el objetivo que tamibén me he propuesto cumplir en esta boda. Ese y el de echarme un millón de risas con Cosita, que también viene a este evento.

P.D.: Mami, que un besito y muchas gracias. La tarta de campanillas, como siempre.

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