viernes, 26 de octubre de 2007

HE VUELTO (SANA Y SALVA)

Siglos ha que no escribía o eso al menos me parecía a mi. Esto se ha debido a una serie de arrechuchos en batería que he ido pillando y me han dejado momentáneamente fuera de juego, el más serio ha sido un trancazo de no te menees que a me ha tenido tal cual: sin menearme ni un poquito del sofá con mantita o de la cama con edredones. Vamos, una vacación convaleciente, que no era ni mucho menos de morirse, pero si pesada que te cagas. Por eso he estado ausente.

Por eso y porque me he requete enganchado al libro “El Corazón Helado” de Almudena Grandes, que es un novelón de novecientas todas páginas de purito ejercicio de Memoria Histórica (ahora que está tan de moda), que desde aquí ya os recomiendo. Hasta que no lo terminé ayer tarde no he sido capaz de dedicar mi ocio intelectual a otra cosa que devorar sus páginas y debo confesar que hasta he llorado y todo en un par de pasajes, aunque no descartaría yo la influencia de la hormona revuelta en esta mi nueva etapa de sensibilidad hiperactiva… Ahora acabo de empezar otro libro, esta vez de Punset, que se titula “El Viaje al Amor”, y miedo me da su influencia en mi ya de por sí cínico y raquítico romanticismo, si ya soy poco florida yo con ese asunto, no quiero visualizarme con argumentos del tipo filosófico-científico. Por si acaso os recomiendo que os aproximéis con precaución a mis próximos post que en este mi estado actual soy incapaz de preverme…

En fin, que como estoy como estoy últimamente, que no dejo pasar ni una, mi médica me ha rectado unos análisis de sangre con el fin de ejecutarme una ITV a fondo y elaborar un mapa completito de mis carencias y de las piezas que me van caducando por dentro. Así que esta mañana me he levantado quince minutos más tarde de lo habitual (que no parece mucho, pero que en horizontal y en una cama da para muchísimo, como vosotras todas bien sabéis) y he escatimado este tiempo en activo habitual que dedico a llevar a mi retoño al cole, porque hoy de eso se ocupaba su abuelo y padre mío.

Por lo tanto he disfrutado de uno de esos inusuales despertares relajaditos y con el cutis lisito y suave (es que últimamente me despierto con la misma cara que Cassius Clay tras su pelea con George Foreman y tengo que hacer esfuerzos sobre naturales para despegar los párpados y atisbar el mundo). Me ha dado tiempo a hacer mi cama con mimo y esmero, a dar un repasillo a mi manicura, otro repasillo a los pelines despendolados de las cejas para dibujar nítidamente estas importantes armas de expresión facial, a ducharme con tranquilidad y a depilarme muy requete bien con cuidado y minuciosidad esas otras importantes armas de expresión corporal (que no deja de ser viernes, oye, y yo siempre deposito grandes esperanzas en estos días). Tras secarme me he aplicado la cremita nutritiva, me he vestido con calma escogiendo un poquito la ropa que me ponía, me he maquillado un pelín con el kit completo de sombra, khol, rimel, brush y pintalabios, y he podido salir de mi casa con tiempo más que suficiente.

Porque en mi rutina del día a día yo me levanto, estiro el edredón nórdiko (así, con K), hago el desayuno de mi niña, preparo su almuerzo, estiro su nórdiko (también con K), preparo su ropa, me ducho, me visto, me pinto los morros y un poco de colorete, cojo el bolso y a mi niña, y hala, haciendo rally hasta el cole, que llegamos siempre por los pelos, y a veces hasta tarde. Pero hoy, era todo como un anuncio de “hoy me siento Flex” o de “Actimel” en la parte con color en la que ya se han tomado el “Actimel”. Me he subido en la Luisi, y he llegado al centro de salud en cero coma y relajada.

En el mostrador de recepción para extracciones, he entregado mis veinticinco folios con el listado de mi médica de todo lo que me tenían que analizar, para que tomaran nota y quedara constancia de mi presencia, y acto seguido me han devuelto los veinticinco folios acompañados de ochocientos tarritos de cristal y un montón de pegatinas. Y a hacer cola hasta que me tocara mi turno. Que me ha tocado, cómo no. Al llegar a mi mesa, mi ATS especializado en extracciones ha levantado su titulado culo de su funcionaria silla y en su lugar se ha sentado otro culo similar al suyo, pero aun sin titular. Mi ATS especializado en extracciones ha animado al culo sin título con un: “hala, ahora tú”. Y hala sí, entre los dos han cogido mi brazo despejado que aun olía a crema reafirmante Dove, entre los dos han puesto la gomita en dicho brazo y han tenido que sujetarla porque se escurría gracias a mi hidratación y firmeza, y entre los dos me han palpado a la búsqueda de la venita (o arteria, que no sé muy bien que es lo que usan). Eso sí el pinchazo ha sido cosa del culo sin titular a solas. Me ha pinchado pero en hueso. Ha repinchado, pero más pa’llá. Y luego ha repinchado, pero más pa’cá, todavía no en su sitio. Me ha echado una bronca (“¡es que te mueves!”), que yo ya le he respondido que todavía no he llegado a ese grado zen en el que no necesito ni siquiera respirar, pero que estoy en ello y tengo la impresión de que en breve lo conseguiré, posiblemente para la próxima visita. Y ha vuelto a pincharme, y esta vez si, con la inestimable ayuda del culo titulado que ha soltado la goma y ha buscado la venita o arteria hasta encontrarla, sin necesidad siquiera de volver a sacar la aguja.

A esas alturas yo estaba, ya no medio mareada, sino gagá del todo y notablemente escorada para un lado. Me han resecado rellenando los ochocientos botes, me han puesto un algodoncillo que se quedaba solo pegado sin necesidad de celo obra y gracia del pringue de mi cremita Dove reafirmante, y como despedida, me han gritado al oído un “¡SIGUIENTE!” que es lo que a mi me ha hecho reaccionar y desplazar mi propio culo (titulado o sin titular depende en qué, porque no viene al caso) fuera de la salita.

Yo después de un análisis salgo del cuartillo a todo correr como alma que le lleva el diablo, y voy incluso vistiéndome por el camino, que vengo a terminar de ponerme la chaqueta más o menos cuando aparco mi Luisi al final de mi trayecto de vuelta, y hasta la fecha nunca me había visto en la necesidad de invertir ese par de minutillos recomendados en un reposo sujetando el algodoncillo del brazo. Pero hoy sí, hoy he necesitado cinco minutos catatónica desparramada en una silla (que casi eran dos) y es ahora mismo que os estoy escribiendo a una única mano, porque la otra, la derecha, la tengo inutilizada al final de mi dolorido brazo.

Cuando me he montado en mi Luisi aun estaba lela (de hecho sigo un poco así así), y he arrancado enfilando la calle siendo aun poco consciente, tan poco, que cuando he girado en un ceda el paso no he observado la presencia de un camión de la basura que vaciaba contenedores, y casi me estampa contra una pared mientras maniobraba en su marcha atrás, algo que tampoco he visto. Si no fuera por los diligentes operarios del servicio de limpieza que han puesto el grito en el cielo, yo hubiera perecido arrollada por un camión de la basura, que es una manera tan magnífica como otra cualquiera de morir, pero falta de todo glamour, no me digáis que no.

A la altura casi oficina yo solo soñaba con un cafetito con leche (descafeinado, que si no me altero) con cuatro churros (en lugar de los tres habituales), mientras mi mente elaboraba una bonita oda al churro madrileño y a la suerte de vivir en una ciudad que pone los churros en los bares antes que las calles mismas en la misma calle.

A la altura primer churro me he encontrado con una amiga que también iba a avituallarse con su cafetillo. Esta amiga, cuyo nombre no puedo mencionar para preservar la intimidad de su retoño, es madre de niña artista y la niña artista está a puntito de perpetrar el estreno de una película infantil patrocinada entre otros por Disney. Un mítico estreno que desde hace más de un año su madre y las amigas de su madre, llevamos predisfrutando mentalmente con los vestiditos de fiesta sacados del tinte y colgados en nuestros armarios y/o vestidores (yo iba a reciclar el mío que usé en el bodorrio), con los taconazos afilados preparados con su horma y con la cita reservada con codazos en la pelu de Dante para ser las primeras beneficiadas antes de que a Dante se le caiga la inspiración dejando hueco exclusivamente a su mala leche.

Bueno, pues a medio segundo churro, ha tenido la desfachatez de comunicarme, que el evento este social del sigo, al final se ejecuta mañana en unos multicines del extrarradio de Madrid, todo niños y sin casi adultos y que el atuendo recomendado por las productoras Disney y Buenavista es un disfraz de Halloween. O sea, que para una vez que me invitan a un estreno de cine, no solo no voy de la mano de George Clooney, que voy de la de mi niña, no solo no es a las once de la noche, si no que es a las once de la mañana, y no solo no voy de Zac Posen, sino que voy de Calabaza. Pues si que. Lo que os dije yo y lo que os dijo Dina, ojito con lo que deseáis… ¡por Lenin, que empeño que se toma Disney en chafarme mi día a día!.

En fin que encaminada a la oficina, reconfortada por mi tentempié, y especialmente sensibilizada por lo lela que me ha dejado la absorción de sangre, he flipado con un gorrioncillo gordo y descomunal (¿sería un buitre?) que intentaba levantar el vuelo y a penas ha conseguido subir más allá del césped que le rozaba la panza, y no sé por qué me he acordado de mi gato Machín, tal vez por lo gordo, o por lo que hubiera disfrutado el animalito de semejante aperitivo. Y luego al encender el ordenón he flipado un poco más con la campaña del ‘SOE de “NO HAGAS CASO A TU PRIMO”. Es alucinante, como este partido puede tener un equipo tan mediocre para casi todo y tan eficaz para lo de la publicidad creativa, no termina Rajoy de estampar su última chorrada (y mira que tiene facilidad este hombre para resuperarse a sí mismo) y ya tienen los del ‘SOE un video publicitario alegórico, que estoy por creer que le roban los guiones al candidato por la noche antes aun de que los perpetre. Ahora entiendo que no les de tiempo a otras cosas, si todas las energías se les va en idear ingeniosas campañas. Que por cierto, ¿alguien las ha visto en algún sitio distinto de You Tube…? yo en la tele no, solo en You Tube, en la Ser y en El País (ahora sí, con tilde y de color azul) lo que me lleva a pensar que tal vez You Tube pertenezca al grupo PRYSA.

En fin, que he vuelto. A ver si me da tiempo a contaros próximamente mi experiencia con el Grison, su empeño en no arrancar, el trajín de empujarlo hasta una plaza de aparcamiento con la ayuda inestimable de mi amiga Vicky y de Jesús Quintero (Loco de la Colina), y la cara de alucine del pobre hombre de la grúa cuando le estampamos que venía un hombre a reemplazarnos porque nosotras teníamos que regresar a casa a ocuparnos con alegría de nuestras tareas del hogá antes de volver a nuestros trabajos el lunes, que luego le preguntó al Inti a qué nos dedicábamos nosotras exactamente... Pero esto será en otro post…

lunes, 8 de octubre de 2007

PARECE QUE HOY VA A HACER BUENO… EL ASCENSOR

Si hay un lugar común y vulgar que fomenta el comportamiento pintoresco, ese es el ascensor. Yo vivo en un cuarto piso sin tecnología punta, así que a mi no me queda otra opción más que la de transportarme a mi misma y mis compras, mudanzas, y equipajes a pie o a gatas (dependiendo de la hora de arribada y del combustible que me corra a mi por dentro…).

Este esfuerzo ímprobo de mi vida actual me lleva a recordar con nostalgia y mucho cariño la época reciente de mi vida anterior en la que me desplazaba siempre desde el portal en la planta baja hasta mi morada en la planta primera dentro de la cajita metálica de metro y medio por metro y medio, con capacidad para seis personas o 400 kilos de carga.

Allí compartía la ausencia de espacio con mis vecinos superiores (debajo de mí solo vivían los coches), los del segundo be: dos adultos y cuatro niños con aficiones marianas que nos adornaban el bloque por fuera con banderas vaticanas en cada visita del Papa Wojtila a España. La vecina del ático con su perro labrador, viejo, pachón y gordo, y con su inagotable verborrea (la de ella, no la del perro que siempre parecía muy cansado)… El vecino del tercero be, con su apellido gallego y su profesión de contable, que fumaba Ducados como yo pero él en las afueras de su balcón dos plantas sobre el mío y que tenía una puntería única y certera plantando siempre sus colillas humeantes entre los pensamientos de mis jardineras (los vegetales, no las elucubraciones). Cuando yo llevaba un año en este bloque, el hombre contable y gallego se casó con una colombiana que cumplió los veinte años en España y que no parecía nada feliz, como fuimos sabiendo todos puntualmente día a día, y corroboramos otro día más tarde en el que hizo su equipaje y le dejó plantado para no regresar jamás …

Como habéis observado tras esta breve semblanza, la vida en los bloques de vecinos sucede de puertas y tabiques para dentro. Pero el trámite hasta la puerta P a la hora H y en la compañía C, sucede siempre expuesto a los ojos vecinales. Y la intimidad íntima I de la vida propia permanece tan solo defendida por unos tabiques ínfimos absolutamente permeables a la contaminación acústica. Vamos, que de intimidad intima I no queda casi nada.

Aquella anterior casa mía traía además de serie una especie de intercom por tecnología de danones muy curioso (que no será tecnología punta, pero que es eficaz que te cagas) que nos mantenía a todo el bloque bien comunicado. Resulta que la cañería del gas, que subía (o bajaba, según se mire) por la pared izquierda de mi cocina pegadita al fregadero, no debía de estar lo suficientemente aislada y/o cerrada, y si bien nunca sufrimos ninguna baja gaseada ni nos quedamos medio lelos por ningún escape, si que ahorramos muchísimas pilas al no necesitar aparatos de radio. Porque tú te plantabas frente a la pila, estropajo y fairy en manos, y hala, con que te mantuvieras un poco calladita, te enterabas de todas las conversaciones culinarias del bloque que venían deslizándose por el tubillo de cobre (un gran conductor este metal, eso está claro) para servirte en bandeja, sobre la encimera y en tiempo real todas las novedades del bloque. Un lujazo mucho más eficaz que radio patio.

Así que tú llegabas hasta tu casa a la hora H, con la compañía C, posiblemente en estado E (embriagada o embriagadora) y en el mejor de los casos se habría producido de forma discreta y sigilosa, sin haberte cruzado con ningún convecino de cuerpo presente (aunque posiblemente algún ojo indiscreto te habría visto atravesar las zonas ajardinadas desde las ventanas de sus casas orientadas a la zona de esparcimiento comunitario).

Y ya estabas dentro de tu intimidad i minúscula, en el terreno de lo privado. Pero tampoco podías bajar la guardia, porque al día siguiente todo el mundo conocía perfectamente qué era lo que habías estado cocinado dentro (gracias al intercomunicador ese de yogurt) y hasta qué horas indecentes de la madrugada habías estado moviendo cacharros entre tus cuatro tabiques de cuatro centímetros escasos de espesor incluyendo yesos, gotelés y enlucidos. En las caras de los vecinos de ascensor podías leer con absoluta nitidez la amplitud de sus conocimientos a cerca de tu intimidad.

¡Qué tiempos aquellos y qué nostalgias! Yo estoy segura de que mis vecinos de ahora deben de saber lo mismo que sabían los anteriores (a juzgar por mis propios conocimientos), pero yo ya no dispongo de esos tres minutillos de incomodidad compartidos en el ascensor, haciendo que nadie sabe nada de nadie, mientras entablamos fluidas conversaciones en las que alardeamos de nuestros conocimientos sobre meteorología, sobre el cambio climático y sobre la dificultad para secar la ropa en el tendedero con la que está cayendo en ésta húmeda estación.

Pero si hay unos ascensores que sí sigo trabajando y que me reportan experiencias de lo más estimulantes (y si no que se lo pregunten al Inti, que ve uno y se le ponen los pelos como escarpias), son los ascensores de los hoteles.

Como sabéis yo disfruto de una escuálida economía de post guerra, así que cuando le toca a mi bolsillo costear un viaje y las estancias fuera de casa, siempre lo hago apelando a la generosidad de mis familiares y amigos o pertrechada de mi tienda de campaña. Pero las economías de las empresas que llevan y traen al Inti currante si son muy dignas y le llevan siempre a hoteles que tienen de todo (a veces hasta cinco estrellas). Y yo que soy de la de sumar placeres, procuro no perderme ni uno.

Así el Inti se va cualquier punto de la geografía española, y en llegando el fin de semana que mi niña pasa con su padre y el final de la hora de trabajo, yo me subo al Vernon o al Grison (el que no esté en el taller) y pego mi zapatilla de basket al pedal sin levantarlo casi hasta la plaza de toros, polideportivo u otro lugar de sarao que se tercie, donde recojo la llave del hotel y allá que me voy a esperar a mi anfitrión mientras voy gorroneando lujillos.

A uno de esos hotelitos, allá por mayo y por León, me fui yo coincidiendo con el cierre de la campaña electoral de ZP en su tierra. El evento vino a coincidir también y a su vez con un partido de semifinales para ascenso a la liga ACB que jugaba el equipo local, el Climalia de León, contra el visitante CAI de Zaragoza. ¿Y donde se alojaban los bigardos de más de dos metros del CAI? Sí señor, en mi hotel de pegadillo, que es que hay hoteles que parecen enchufados.

Yo, ya he aprendido a deslucir lo menos posible en los hoteles de copetines, pero no por eso me voy a liar a hacer gasto en la parte no pagada, ¡al precio que está! Así que viajo con una mochila de imprescindibles para cubrir cualquier necesidad que pueda surgir durante mi estancia, desde bocatas y picoteo hasta coca-colas, una botellita de medio litro fontvella con un poquito de espirituoso para un cubatilla predescanso y alguna cervecilla por si apetece de pre-rocanroll, eso además de mi bolsón de viaje de floripondios. Esto significa, que yo a estos hoteles llego cargada como una mula, y con un cartel enorme y fosforito que me señaliza como Vehiculo Longo.

Pues con todo ese equipaje estaba yo bien relajada dentro de mi ascensor leonés para mi sola, con la mochila apoyada en una de sus paredes para aligerar el peso y con mi cuerpo mismo desplazado por el volumen de la misma hasta el centro del coso elevador, cuando las puertas prácticamente cerradas del habitáculo que me llevaría a mi solita hasta mi planta se abrieron de golpe obra y gracia de una zapatilla deportiva descomunal que consiguió colarse dentro haciendo cuña. Frente a mi aparecieron cuatro Pivotes más altos aun que el Empire State Building (centímetro arriba o abajo) y todos ellos entraron dentro.

Yo educada y para hacer hueco, me desplacé hasta una esquinilla del ascensor que empezaba a parecer tan de juguete como yo misma, y en esa operación fui rebañando con mi mochila todos los cartelillos que colgaban en las paredes por dentro: el que indicaba el peso y el número de personas máximas, otro con el número de teléfono al que llamar en caso de avería y otro más que prohibía fumar en el recinto. En un único movimiento conseguí tirarlos todos. Mientras y a la vez intentaba aproximar mi bolsón de floripondios hasta mis pies. Al agacharme para engancharlo por una esquinilla, casi me vence el peso de la mochila que se abalanzó hacia delante sobre mi cabeza, haciéndome perder un equilibrio que afortunadamente recuperó uno de los pívot al sujetarme y devolverme a la posición de vertical. Mientras los otros tres se entretenían en recoger los carteles del suelo alfombrado e intentar repegarlos. Todo ello sin espacio apenas para movernos ninguno, que parecía que estábamos jugando al “Enredo”.

Volví a encontrármelos a la mañana siguiente, cuando bajaba a desayunar, y solo se atrevieron compartir conmigo descenso cuando constataron que no llevaba más aderezo que lo puesto y ningún equipaje, ni siquiera bolso. Les deseé mucha y muy sincera suerte para su partido, que no sé si llegaron a ganar o no, la verdad.

Bueno pues este finde he estado en Zaragoza, en el fantástico hotel Boston de cinco estrellas, que tiene todo electrónico, hasta el cartelito de Do Not Disturb y cuando pasas por delante de las puertas de las habitaciones puedes interpretar con bastante precisión la vida interior que sucede en las mismas gracias a la información que ofrecen los leds encendidos o apagados, y se puede adivinar donde se está celebrando una fase disturbios, quien no ha aparecido todavía a dormir y son las tantas…

En esta ocasión nuestra habitación se encontraba en la planta octava, y eso significaba que por muy rápido que fuera el ascensor los viajes iban a dar para bastante. Era muy prometedor.

En una de las ocasiones en que yo regresaba al hotel tras darme un garbeo por la ciudad en fiestas, me colé en el ascensor que ya ocupaban tres maromos de la especie familia bien, que se distingue por la media melena a lo Ánsar ligeramente humedecida, como si siempre estuvieran recién peinados nada más salir de la ducha (más que dominio, arte el que tienen con la gomina), por las camisas y polos Tommy Hilfiger y por la altura de más de metro ochenta bien alimentados que lucen todos (que se nota que ya por los años setenta tenían acceso a los alimentos de importación y comían otra cosa distinta al bocadillo de choped nacional).

Los tres o no me ven o deciden ignorarme y yo hago lo que hago siempre en estos trances, que es imbuirme en mis variados pensamientos mientras observo el movimiento de las manecillas de mi reloj, los iconos de mi móvil o directamente el techo del ascensor, en este caso muy interesante porque fingía un cielito estrellado con lucecillas de esas pequeñitas de árbol de Navidad. Y entonces los tres hombres inician una conversación:

(Pijo 1): - “Jo, no imagináis la situación”
(Pijos 2 y 3): (Asienten con expectación)
(Pijo 1): - “Me llama su mujer y me pregunta: ¿está contigo Luís?. Y yo respondo, mira Patricia son las siete de la mañana y no son horas. No, no está conmigo Luis, no le veo desde las dos de la mañana que fue cuando yo le dejé…”

Y entonces se abre la puerta de la planta cuarta y se van los tres llevándose su conversación sin tener ni pizca de consideración conmigo. Porque para entonces yo ya no disimulaba nada y tenía la oreja pegada y el gesto atentísimo como si yo misma fuera el pijo número cuatro. Puse la mano en la célula fotoléctrica de la puerta para evitar que se cerrara, asomé medio cuerpo esperando que se acordaran de mi y a punto estuve de saltar del ascensor y gritarles que no se podían ir ahora, que tenían que contarme donde estaba Luís y con quien, si le había pillado Patricia, si alguno de ellos era el Luis de marras…

Así que dos días después de la conversación y desde este foro hago un llamamiento público a estos amigos de Luis y Patricia que estuvieron en Zaragoza el sábado 6 de octubre, alojados en la planta cuarta del hotel Boston, para que se comuniquen conmigo a través de este blog y me cuenten el final de la historia, que estoy venga a imaginarme de todo y me va a dar un algo.

P.D.: Haciendo caso a mis críticos literarios, en este caso el Inti, he intentado interlinear abundantemente para que al asomaros a mis post no os de un infarto de lo condensado que me queda.

jueves, 4 de octubre de 2007

DEJAD QUE MI COCHE ESTÉ COCHINO, POR FAVOR

Al principio de mi inexperiencia como conductora yo pensaba que era importantísimo que el coche estuviera limpio, porque eso era lo que a mi me habían explicado en la autoescuela y yo siempre he sido una alumna muy aplicada. Pero entonces el Inti me dejó su coche Vernon que estaba bien guarrete, (él es uno de esos especimenes humanos que cree firmemente que lavar un coche lo encoje), y yo me dispuse a acondicionarle por dentro y por fuera, como una atención especial con él, y una manera de proteger mi salud: limpiando por fuera para evitar los inevitables accidentes que provoca la conducción en braille y limpiando por dentro para evitar la inevitable infección por culpa de cualquiera de los virus fauna que allí dentro se hubieran sentido tan a gusto como en mi nevera cuando yo regreso de vacaciones. El momentazo ese túnel de lavado os lo conté en otro post y a mi todavía me provoca pesadillas. El momento recogida de achiperris interiores me puso al día de detalles de la vida privada del Inti por la parte de península esa en la que no le había acompañado yo. Y en lugar de sentirme bien que te cagas por ejecutora del detalle y la buena acción, me sentí más bien cotilla e indiscreta asumiendo tareas que desde luego no eran cosa mía. Vamos, casi como si le hubiera leído el diario.

Pero pensé que eso me pasaba por limpiar el coche ajeno y aprendí la lección sabiendo que no debería volver a hacerlo nunca más y punto, que el coche es de su amo y tiene que ser él quien se ocupe de mimarlo.

Entonces llegó mi coche propio, mi Luisi, cochina también que te mueres después de haber acogido durante meses al ecosistema de la Esteban y su fauna variada, y como mi Luisi no era ajena, que era mía, me volqué tranquilamente en dejarla reluciente con el estropajo, la toallita y el mini aspirador a pilas. Sin percatarme me dejé la radio conectada y sin volumen todo un fin de semana, consecuentemente agoté tooooda la batería y el lunes siguiente tuve que llevar a mi hija al cole en taxi. Así que de esa segunda experiencia aprendí, que por dentro jamás de los jamases, never del todo, se debe limpiar un coche por dentro, ni propio ni ajeno, y si te descuidas, ni siquiera de atrezzo.

Y no he vuelto a hacerlo nunca más.

Ayer tenía que hacer una visitilla profesional (mía de mi profesión) a una hora tempranísima en la que no me daba tiempo ni a pasar por la oficina, así que dejé a mi retoño en el cole y arranqué mi Luisi en dirección a casa del cliente. Llovía a mares y la radio avisaba de atascos y balsas de agua por todas partes incluso por la mía, pero nada, a mi me gusta conducir, y me pareció un reto más como otro cualquiera. A los dos segundos no veía ni torta porque todo estaba empañado. Activé el chorro de aire caliente para la luneta, que en otros coches (Vernon, Grison) no tengo ni idea de donde está, pero en la mía y a estas alturas, pues sí. Pero yo seguía sin ver ni torta. Pasé la mano por el parabrisas por dentro (obviamente) para hacerme una ventanita y la mano se me quedó negra tizona que luego no sabía donde ponerla. Pasé una esponja gris de estas antivaho y la esponja siguió gris aunque más oscuro y el cristal siguió igual de cochino. Finalmente tuve que conducir con las ventanillas bajadas (las dos) porque ni el barro de dentro ni el de fuera me dejaban ver los carteles, y no sé ni como, porque no puedo especificar ni qué cartel ni en qué punto no ví, sin darme cuenta acabé metida en plena M30 (nunca más lejos de mi objetivo) a medio kilómetro por hora durante una hora de reloj que es lo que tardé en recorrer un trayecto que debía a ver sido de cuarto de. Finalmente decidí que mejor llegar calada a mi objetivo que a Baracaldo por ejemplo (que oye, tiene que ser un lugar precioso, pero que no era el día para ir porque ya tenía yo otros planes…).

Esta mañana el Inti no estaba motorizado, y tras dejar a mi niña en el cole (el reparto habitual) he continuado con el reparto extraordinario hasta su casa. Y nuevamente no veía ni torta, unas veces por culpa del sol, y otras por el vaho del frío y el barrillo ese que mi Luisi lleva por dentro. Pero como yo a esto ya me he acostumbrado más o menos, si no llueve como que ni me importa. Pero el Inti, el de la teoría de que lavar encoge los vehículos no está acostumbrado a tanta tensión recién levantado, y tras deformarme la maneta de la puerta por la presión incontrolada de sus dedos, me ha recomendado muy seriamente que por Lenin lo lavara. Pero ya os digo yo que ni por esas pienso hacerlo.

Porque hace unos días, el Inti también, dejó el Vernon (que sigue durmiendo aquí en mi calle con sus ojitos tristones) como vehículo de sustitución a un compañero lucero que tenía su coche propio malito e ingresado en un taller. El compañero lucero lo usó y pensó lo mismísimo que yo cuando el Inti me lo prestó a mi por primera vez: que lo prudente para su salud era limpiarlo. Pero este compañero se ve que es mucho más experto que yo, y decidió dejarlo en manos de profesionales muchísimo más asépticos al no conocer detalles de la vida del propietario (dios, lo que habrá visto esta gente en tantos y tantos coches, no quiero imaginarlo…). Así que cuando un par de días después volvió a dejarlo aparcado donde estaba, en mi barrio, el coche relucía tanto, que yo misma pasando delante de él tardé tres días en verle.

El caso es que el domingo pasado, bajé a la tienda de la Rosi, (un colmao de mi barrio que abre todos los días y tiene de todo, como una tienda de chinos, pero gestionada por una mujer de la patria, mayormente de Vicálvaro) a buscar pan rallado y pan sin rallar para un cocidito familiar que se celebraba en un par de horas en mi casa (el pan rallado es para el relleno, que a mi me sale muy rico). Y la Rosi que siempre tiene de todo, resulta que esta vez tenía falta. No hice crisis: revisé en mis bolsillos, me encontré la llave del Vernon, y pensé, “bueno, mira, le doy una vueltilla y me acerco a la gasolinera que siempre tiene de todo”.

Distraída y pensando en mis cosas me aproximé al coche. Metí la llave en la cerradura. Hizo chas, chas. Abrí la puerta, puse el primer pié (y era el derecho) dentro del coche y como el Vernon que es amplísimo, no tiene alfombrilla en el suelo del conductor porque siempre se desplazaba y se enrollaba con los pedales, pues pegué una patinada bestial que me hizo improvisar un espagar brutal y alucinante que casi me saca por la otra puerta del copiloto. Afortunadamente estaba cerrada y eso me retuvo. Pero por Lenin el golpe que me dí.

Y es que resulta que los profesionales disponen de un spray oleaginoso que sirve para dejar las superficies plásticas brillantes como nuevas y oliendo a limpio, y se vé que estos profesionales eran de los concienzudos y lo aplicaron por todas las partes plásticas del Vernon sin dejarse ni una, que es tanto como decir, todo el coche salvo tapicería.

Total que yo hoy tengo una visitilla rutinaria al ginecólogo y no me siento ni capaz de separar las piernas para ponerlas en el potro: ¡virgen santa! la distensión que tengo en la parte donde las piernas se unen obra y gracia de mi brusca filigrana al entrar al coche. Y a ver como le explico yo a mi ginecóloga que mi lesión no es fruto de mis alardes ociosos sino culpa y requeteculpa de un coche hiperlimpio, porque aunque yo bien sé más que de sobra y tengo bien tatuado en mi subconsciente ya para los restos, que los coches no se deben de limpiar jamás por dentro, hay un montón de ignorantes que todavía no lo han descubierto.

(¡ps!, José B, este texto no llega a dos páginas).

miércoles, 3 de octubre de 2007

EL BAILE DEL PAÑUELO

Edición extra del Irmangston Post. Estoy un poco desconcertada porque no sé si a mi se me escapa algo o es que yo soy especialmente torpe.

Me estoy desayunando estos días (que es la hora a la que yo escucho los informativos vía radio) con la noticia de la niña musulmana expulsada del colegio por llevar el velo islámico y con las sucesivas tertulias de todos los que opinan sobre su reciente readmisión.

Se supone que la razón es que este es un país aconfesional, con una educación aconfesional (por Lenin que me troncho) y que por lo tanto los niños deben asistir aconfesionales ellos al colegio sin signos religiosos exteriores que les marque. Algo así como una perenne jornada de reflexión electoral en la que no se puede hacer alarde del partido a votar por el personal.

Yo no entiendo muy bien que la niña no pueda asistir al cole con un velo islámico que le cubre la cabeza, pero que cienes y cienes de colegios de toda España estén gestionados por mujeres (en su caso monjas) con la cabeza cuebierta por tocas cristianas, o por señores con hábitos católicos si son frailes o alzacuellos o sotanas directamente si son curas.

Vaaaale, aceptando barco, me creo que es que en este país tenemos libertad de elegir el cole al que asisten nuestros hijos, y que si esta niña quiere hacer alarde de su religión que se vaya a un cole musulmán y no a uno público. Pero veamos, en este país no hay apenas coles musulmanes, y los que hay están en Ceuta, Melilla o las grandes capitales. En este país los coles se constuyen bajo licencia, y todavía me acuerdo del macrobarrio moderno y pijo donde yo vivía antes de cambiar mi estatus civil y económico, que no tenía ni un sólo ambulatorio, ni un solo cole, y que cuando diez años después de su construcción, plantaron un colegio para todo un distrito, resulta que fue uno gestionado por los Guerreros de Cristo Rey gracias a la mediación de nuestro anterior alcalde el ursulino Álvarez de Manzano.

Yo no sé como estará lo de la educación por otras zonas, pero en Madrid el cole público es el pudridero al que asisten todos aquellos que no pueden costear una educación un poco mejor, y está cuajadito de inmigrantes multicolores cada uno de una nacionalidad y algunos con escaso o nulo dominio del castellano. En uno de estos coles situado en Lavapiés, el año pasado había niños enfermitos de inanición porque los padres no tenían para pagar el gasto de comedor ni tampoco tiempo para recogerlos de doce y media a tres que es la hora a la que comen nuestros niños escolares en la capi, y alimentarles en su casa. En conclusión estos niños NO COMÍAN DE LUNES A VIERNES. La comida del colegio podía sobrar y tirarse a la basura, pero los niños NO PODÍAN COMER, porque no se podía hacer un agravio comparativo y dar de comer a unos niños cobrando y a otros gratis. Claaaaro, que iba a ser eso, un despiporre, no señor, igualdad para todos, que es lo importante en democracia. Pues no, en todas partes, incluida España, las diferencias y las igualdades las marca la potencia económica desde siempre.

Este país es aconfesional, por eso la niña no puede asistir a clase con velo islámico. Pero hasta este mismo año los colegios públicos han estado ofreciendo clase de religión católica. Que la clase de ética fuera una opción ya fue una batalla con las esferas religiosas de este país (religión en España = católica). Que este año se ofrezca educación para la ciudadanía está siendo otra batalla mediática que para qué.

Mientras tanto, este país a confesional celebra misas de Estado retransmitidas por la Televisión Española, sea una boda real (del próximo Jefe de Estado si nada lo remedia, el representante de este pueblo aconfesional...) a un funeral de estado por los soldados muertos en acto de servicio....

He oido eso de que es obligación de los inmigrantes integrarse con el país de acogida, pero por más que yo pienso que viva la diversidad y la variedad de colores y sabores, creo que aquí lo que hay sobre todo es un doble rasero. Si la niña musulmana acudiera con un crucifijo de esos de pared colgado al cuello, ni si quiera nadie se habría vuelto a mirarla. No, creo que igual de paranoico es el que pide volver a convertir España en un Al-Andalus, que los que piden otra reconquista, y vamos, que no me toquen las narices con eso de que el velo es denigrante y descriminativo para la mujer, porque virgen santa (y nunca mejor traída) que para iguales iguales y bien tratadas, ante dios sobre todo, las monjas cristianas, y no he oído a nadie quejarse de ello, ni sorprenderse, ni indignarse, ni pedirles que se quiten la toca ni siquiera cuando van a la facultad pública aconfesional a estudiar magisterio. Y es que a demás puestos a resolver desigualdades y ofensas, mejor concentrarse en cuestiones más de fondos que en quitar o poner pañuelos o reivindicar si lo que hay pegando al madroño es un oso o una osa... Me indigna mucho más la falta de libertad que tienen algunas mujeres sin pañuelo para decidir su propio futuro profesional, personal, sentimental, sexual... En fin, que alucino un poco.

martes, 2 de octubre de 2007

ZOOTYCOM (O EL SENTIDO DE LA VIDA)

No es la primera vez que os comento lo ardua que resulta la tarea de educar a una hija (imagino que será igual de complejo tratándose de varones, pero como mi familia es un gineceo, desconozco esa experiencia y no voy a aventurarme a opinar. Yo siempre he dicho que si en vez de niña, mi descendencia hubiera sido niño, el machote estaría haciendo pis sentado hasta que su novia/o, le orientara sobre otras posibles opciones).

A mi niña procuro ilustrarla mintiendo lo menos posible, por la vía de lo difícil, sin echar mano de los utilísimos recursos del tipo “que viene el Coco”. Yo le explico la realidad de la manera más cruda y verosímil, y por ejemplo, le digo que si no se come la cena en hora, a mamá se le transforma el carácter como al increíble Hulk, y en comparación conmigo, el Coco parece una ovejita de Heidi. Por otro lado, mi heredera ha ido desarrollando un interés y curiosidad por el mundo conforme a lo previsto en los casos de infancia, solo que en su caso demasiado inclinado, cual Titanic sobre su popa, hacia la parte onírica sin pisar más que lo inevitable por la parte de la realidad. Por ello, y haciendo caso a las recomendaciones de su colegio, cuando me plantee realizar cierta inversión en televisión digital me incliné por la opción Documentales desestimando otras opciones como por ejemplo la de Disney Chanel, porque si algo aporta realidad de la buena a la educación, son los National Geographic y aledaños. Gracias a eso, mi niña tiene perfectamente interiorizado que nosotros al igual que todos los otros seres vivos, nacemos, crecemos, nos apareamos, parimos, menguamos y finalmente, morimos y se nos comen como a cualquier otro pollo de la naturaleza. Y como este proceso no le parece nada trágico ni anormal, pues yo respiro y me quedo tan tranquila. Hasta este fin de semana pasado.

Porque resulta que mi niña, como todos los niños, no padece cuando se comen su verdura pero se mosquea que te cagas si alguien le roncha las chucherías.

Mi abuela, la matriarca de mi familia, está de visita en Madrid, altura casa de mi madre. Ella es una mujer de carácter que supera los ochenta años con una energía y una salud que resultan formidables, y ambas dos resultan tan evidentes, que si mañana mismo acudiera a una caja de ahorros a solicitar una hipoteca, yo estoy segura de que se la concederían por el plazo mínimo de treinta y cinco años (que son más años de los que me han querido conceder a mi, dicho sea de paso). Por si acaso y por prudencia, regularmente, visita al médico de cabecera de la seguridad social para descartar futuros posibles achaques y atajarles antes incluso de que empiecen a manifestarse. Hasta la fecha, el médico siempre ha venido a confirmar (afortunadamente), que ella está como una rosa, pero si por alguna razón la respuesta del galeno no le parece lo suficientemente convincente, ella no se queda con la duda, y se nos viene a la capital para consultar una segunda opinión de otro especialista, este ya sí de pago. Y es que la salud es lo primero, y mi abuela una mujer muy bien organizada y previsora. Ella vive en su casa, a ciento y pico kilómetros de las nuestras y sola desde que el abuelo visa nos dejó y volvió al ciclo de la naturaleza como bien sabéis… Aunque ella sigue encontrándose muy sana y oronda, y se siente muy capaz, está empezando a pensar que tal vez no siempre vaya a ser así (algo que los demás ni imaginamos, la verdad), y por eso mismo ha empezado a barajar algunas posibilidades de futuro mucho más cómodas y relajadas que la de vivir lejos de su familia sometida a cualquier incertidumbre de la edad y del futuro.

La primera opción que todos sugerimos, puestos en esta tesitura, fue la de contratar servicio doméstico interno especializado, que nos parecía a nosotros muy adecuado porque presenta la inmensa ventaja de no tener que moverse de su casa. Pero ella con muy buen criterio y sentido común, lo desestimó antes incluso de que nadie terminara de enunciar la idea, advirtiéndonos de que si bien a ella le gustó mucho muchísimo vivir con el abuelo, en faltando él ya solo quiere vivir solita y sin tener que compartir piso con nadie como si fuera una estudiante, que a ella lo que la gusta es mandar en su casa, y no que venga nadie y le mande. Sin mucho esfuerzo, todos conseguimos visualizar la dificultad de pervivencia del posible ecosistema que forzábamos y descartamos la opción a la vez que empezamos a excluir también otras opciones como la de vivir acogida en la casa de cualquiera de los familiares descendentes que somos, porque además y para qué mentir, hemos salido un poco pendones y paramos bien poquito en nuestras casas. Y porque todas hemos heredado esos mismos genes independientes de la abuela, de “cada uno en su casa, y dios en la que quiera, pero que ni se le ocurra en la mía”. Es cierto que podría arder Troya.

Así que ella sola, decidió estudiar la posibilidad para el futuro de alojarse en un área residencial, también llamado “Residencia de las Nuevas y de las Modernas”. Y más concretamente en una que incluye apartamentos individuales, peluquería, cine y como no, asistencia médica de la privada (y así tendría la segunda opinión que es la buena directamente y sin tener que pasar por el engorroso trámite de la primera…). La residencia en cuestión es tan requetebuena que ofrece hasta re-estrenos de cine con asistencia de estrellas de relumbrón (sin exagerar: a la proyección de la película “Un lugar en el Mundo” asistió ni más ni menos que Federico Lupi brindándose a participar en una tertulia posterior donde dio respuesta a todas curiosidades que se planteó entre el concurrente, especialmente entre el femenino. Y el gran cómico patrio Jesús Caldera, también eligió este inigualable marco para presentar ante los medios nacionales su filme estrella “La Ley de Dependencia”). La verdad es que a todos nos ha parecido una solución magnífica porque, qué narices, ya que los humanos estamos empeñados en mantenernos vivos a toda costa hasta edades impensables, que por lo menos sea bien, cómodamente, con dignidad y mejor que mejor si además puede ser con algún lujillo y a cuerpo de reina. Y para más INRI esta residencia queda justito justito pegando con el colegio de mi hija y por lo tanto también a un tiro de piedra en Luisi de mi propia casa. Más a huevo es imposible.

Así que tras hacer las gestiones y concertar una visita guiada, este viernes pasado mis padres, abuela y churumbela se adentraron en el sin par mundo de la residencia de lujo (lo de mi churumbela fue por aprovechar la regla de tres esa que dice que si el Pisuerga pasa por Valladolid, pues que aproveche y recoja a mi niña del cole ese que cae justo pegando).

Mis familiares adultos, evidentemente se llevaron una gratísima impresión y a mi abuela se le veía muy excitada y animada con la idea. Mi familiar infante se llevó la impresión de que todos los que allí vivían eran viejos y que qué pintaba la abuela visa con ellos. La abuela visa, con ternura, vino a explicarla que es que ella también es ya mayor, y que ese era un sitio muy bueno para que viviera la gente de su edad. Y mi niña lo aceptó sin más cuestiones igual que acepta que el águila rapaz se come al lemur de cola rayada cría porque también tiene derecho a alimentarse.

Con esto vengo a demostrar el soberbio y exquisito trabajo de educación para la vida que yo estoy haciendo con mi niña. Ahora, lo que me he dado cuenta este fin de semana es que a mi niña tengo que empezar a trabajarla también el área de la escala de valores y de las preferencias. A desarrollar su desarrollada sensibilidad hacia el área de lo afectivo y no solo de lo posesivo. Y me explico.

Mi Cosita del Alma, vecina de blog que tiene su estancia aquí al ladito en un apartamento llamado “Historias Luceras”, es una gladiadora del hogar que gladia con su pluscuamperfecto Lucero del Alba: un santo al que todas adoramos y que viaja muchísimo como buen lucero que es, mientras se queda ella sola al frente de su prole consistente en una niña estable y bien educada y en un niño estable, adolescente y pese a todo también bien educado y, eso sí, pelín marcianillo como mi hija en lo de la pasión por la fauna. Y todo ello lo hace de manera eficaz y coordinada manteniendo un matrimonio y una familia muy feliz y muy unida. Total nada.

Bueno, pues hace un par de semanas mi niña y yo fuimos de visita a su casa a hacer jornada de chicas, aprovechando que los luceros estaban luciendo por los afueras de Madrid, altura Murcia (hola Elly…). El niño, que aun siendo adolescente es un cielazo, le regaló a mi niña un montón de animalitos de plástico que han superpoblado su habitación y se están reproduciendo sin control en sitios tan insospechados como el interior de mis zapatillas de estar en casa. Y aquí viene lo peligroso: le regaló también un CD Rom con un juego para el ordenador llamado ZOOTYCOM que es algo así como los SIMS pero en versión animales.

Desde entonces mi vida no ha vuelto a ser la misma, Cosita, ya te lo digo yo. Para empezar conseguí instalarlo en el ordenador a la primera, yo sola y sin ayuda ni experta ni inexperta, y esto me proporcionó un verdadero subidón. Pero también es cierto que desde entonces mi pantalla se ha quedado configurada a 16 bits con los colores primarios de la paleta y un tamaño de iconos de la friolera de tres cuadrados de resolución (porque a mi que no me digan que eso son pixels), y no he conseguido cambiarlo de ninguna manera. Vaya, que ahora mismo estoy escribiendo sobre un portátil fashion color blanco y acero con la misma resolución de un Comodore de los ochenta. Y esto si que me produce a mi un bajón.

Pero ni siquiera eso tiene importancia. Lo que de verdad me está empezando a tocar las narices, es que no consigo jugar ni tres segundos siquiera sin que las autoridades del juego me cierren el zoo por lo malísimamente que tengo cuidados a los visitantes y a los bichos. Y eso es algo que yo no entiendo. Veamos: yo abro el juego, selecciono un terreno, siempre pequeñito, liso y cuajadito de césped. Contrato algunas instalaciones básicas (hamburgueserías, máquinas de bebidas, WCs, bancos para sentarse…), contrato a unos cuantos guías, controladores y personales de mantenimiento pagándoles muy buenos sueldos, reservo partidas suculentas para inversión y desarrollo, y me lío a levantar instalaciones, con su hierbita de la sabana, sus baobabs y acacias espinosas. Cuando tengo todo eso hecho, compro un par de jirafas y de cebras, y hala, a vivir ahí dentro. No llevan ni dos segundos en su parcela, y ya están los bichos mosqueados, con unos smileys o emoticones de color rojo grana con cara de mosqueo que les crece justo encima de las cabezas, y empiezan a crecerme mensajitos en la parte alta de la pantalla que dicen “la Cebra 1 no está nada contenta, la Jirafa 1 no está nada contenta, la Cebra 2 no está nada contenta…”. Sin embargo el Inti, por ejemplo, llega, pone una cerca a un cacho de césped artificial, planta una cebra y le dan un premio de no se cuantos millones para comprar más animales. Pues no señor, no me parece nada bien ni nada justo.

Así que el viernes pasado cambié de estrategia y me aventuré con otro tipo de animales, dado que los herbívoros de la sabana me tienen manía. Haciendo caso a los ruegos de mi niña, planté un terreno rocoso vallado, con sus coníferas y árboles de hoja perenne para que vivieran dentro unos lobos, que son unos bichos que vete a saber por qué, a mi hija le encantan. El problema vino al intentar hacerlo sin llevar las gafas puestas, porque yo sin esa ortopedia me bandeo con muy poca vista. Cuando el terrenito estaba hecho, me fui a la parte animales y seleccioné un lobo macho. Hasta ahí bien. Luego hice clic en el icono de hembra, y me fui con el ratón a hacer clic en la micro loba dibujada en la micro ventanilla, y ¿qué paso?, pues que me equivoqué y que en vez de comprar la dichosa loba, fui y compré una muflona. Bueno, pues yo no sé si habéis visto vosotros los capítulos de “El Hombre y la Tierra” de Félix Rodríguez de la Fuente, altura lobo y muflón, pero para los que os perdisteis ese capítulo, os diré que el muflón viene a ser algo así como el caviar iraní para el exquisito lobo. Según metí a la muflona en el recinto, al lobo le creció un emoticón verde y sonriente superfeliz y en éxtasis que yo desde luego no había visto en mi ordenador hasta el momento y a la vez, a la muflona le salió uno rojo que ocupaba el ordenador entero, mientras aparecía un mensaje en mayúsculas, en rojo y bien grande y parpadeante que decía “¡EL MUFLÓN 1 NO ESTÁ NADA CONTENTO, EL MUFLÓN 1 NO ESTÁ NADA CONTENTO!...”. Antes de que pudiera mover el cursor, el lobo se abalanzó sobre la cabra emitiendo fieros rugidos y se la comió de un único boca’o. Todo ante los ojillos alucinados de mi niña, que solo pudo decir “¡pero mamá!, ¡que se la ha comido…!” y luego se puso a llorar. Porque claro, una cosa es que el lobo o el animal que sea, se coma el muflón o el animal que sea de National Geográphic, que después de todo no son suyos, que son de la tele y otra que SU lobo se coma a SU muflón. ¡Pedazo de disgusto!. Obvia y nuevamente, me cerraron el zoo ipsofacto y se acabó el juego.

Bueno, pues a pesar de esto, hasta aquí todo me pareció normal, incluso el medio soponcio de mi niña. Sin embargo ayer, a altura cena, ella comía sopa y yo hacía ganchillo (sí, la famosa colcha que empecé en la gala de las misses) mientras veíamos un capitulillo de Spiderman en el canal gratuito Jetix. Ella, masticando fideos y sorbiendo caldo, me preguntó si yo le podía enseñar a hacer eso que estaba haciendo yo, y yo, en pleno domingo acabado, con la galbana del día aun colgando, me sacudí la tarea malamente y le dije, que no, que muchísimo mejor que le enseñara la abuela visa que fue quien me enseñó a mi cuando tenía la misma edad de mi niña. Mi retoño, con toda frialdad, sin dejar de masticar fideos, ni sorber caldo, ni retirar los ojillos de Spiderman, me dijo que no le parecía buena idea, que la abuela visa es viejita y se va a morir pronto, y que no cree que le dé tiempo. Se hizo el silencio en mi casa, y hasta el propio Spiderman casi se cae de una cornisa por la impresión. Tan solo se oía el clic clic del ratón del Inti, aceptando las donaciones y premios para su zoo, porque la verdad es que él fue el único que ni se inmutó.

Yo tragué saliva, y con un hilillo de voz expliqué que de eso nada, que buena es la abuela visa, y que ya va a ver ella como en el futuro nos entierra a todas. Pero mi niña estaba con su idea fija y me dijo que sí, que vale, pero que casi mejor la enseñara yo.

Por si acaso, y un poco acongojada, cuando mi niña ya estaba en la cama y mientras le daba su besito de buenas noches, le mencioné lo rico que le había resultado el muflón al lobo, para ver si es que lo de la frialdad y la crueldad esas que otorgan en los niños era algo general y del día, y no algo aplicable tan solo a lo que se refiere a su familia, pero mi gozo se cayó definitivamente al pozo en cuanto mi niña me soltó otro “¡jo, pero mamá…!” y retuvo un pucherito. Visto lo visto no me atrevía a comentarla que yo también puedo morirme en cualquier momento, por si acaso me dice que sí que vale, pero que para reyes quiere otro muflón nuevo.

En fin, no sé, que creo yo que se me ha vuelto a ir la mano.