lunes, 19 de marzo de 2007

EL CUERPO DE BOMBEROS Y OTROS CUERPOS DEL PECADO

La semana pasada fue intensa, intensa, entre otras cosas porque he vuelto a estudiar y eso se bebe las dos gotillas de energía que me quedaban sin consumir al final del día. Era solo martes y yo ya andaba pidiendo a gritos que llegara el viernes. Se junta además que desde hace un par de semanillas estoy sin íntimo, que se ha ido a la bonita Marina D’Or (ciudad de vacaciones) con las misses, llevado por su trabajo en el gremio del artisteo. Así que el finde que me esperaba era de ensueño, de solita solipandis (que en los últimos tiempos mis fines de semana son muy ajetreados con esto de mi doble vida), sin más plan ni otras ganas que meterme en mi casita y colgar en la puerta un cartelito de esos de los hoteles de “NO MOLESTEN” que yo tengo varios en casa (cuando voy a un hotel de los de más de sesenta eurazos, procuro amortizarlo del todo y creo que sólo me falta un grifo en el que ponga NH).
Y es que todos necesitamos dedicarnos un poquillo de tiempo a nosotros mismos como mínimo de vez en cuando, pero con estas vidas y jornadas que nos traemos, una se coloca el piloto automático, y al final acaba haciendo sólo lo urgente y dejando para otros momentos que no llegan nunca lo importante.
Yo llevaba una racha larga dedicada a ser eficaz curranta, amante hija, amante madre y amante amante y la verdad es que el cuerpo me pedía a gritos una desconexión del mundo, así que para este finde de íntimo cubriendo misses y de hija con su padre, tenía previstas dos actividades principales: organización de los cajones de mi cómoda de cabecera (está al lado de mi cama) que guarda mis lencerías finas, y darme gustillo tras gustillo al cuerpo. Y en esto llegó el viernes, terminé de trabajar y me fui a corriendo a la pelu (aprovechando que no estoy en crisis como la Brinnnnie) para hacerme un retoquillo a los reflejos y empezar mi sacrosanto finde de la mejor de las maneras. Pero cuando llegué Dante ya estaba echando el cierre (mi gozo en un pozo) y eso si que es innegociable. Ahora, que en un gesto de magnanimidad (u horrorizado por mis greñas, que él para la greña es muy sensible) me dio cita para el sábado a las nueve y media antes de que llegaran sus clientas legales con cita (está claro que está viviendo una luna de miel con su Troy). Así que compuesta y con mi primer plan fallido me volví a mi casa y me metí de lleno en mis cajones. Como sabéis yo soy una mujer de múltiples adicciones, además de las que ya os he ido contando, otra que tengo también muy desarrollada es la debilidad por los conjuntitos de lencería fina, pero claro la seda resbala y es dificilísimo mantenerla ordenada y en su sitio. Este viernes he contado todos los conjuntos buenos y festivos de guardar que tengo y suman como para no repetir ni braga ni tanga ni culot en un mes completo. Juzgad vosotros mismos. Yo un día saco a subasta los accesorios de mi vida en ebay y me hago de oro. Y otra debilidad adicta que también tengo es la de hacer fotos con mi cámara polaroid. Ahora con las cámaras digitales la cosa es distinta, pero en los tiempos en los que yo empecé a aficionarme a la fotografía, una tenía que llevar los carretes a revelar a manos extrañas, y claro, eso limitaba muchísimo el arte a poner en las fotos. Después aprendí a revelar yo misma, pero solo sabía en blanco y negro, y era un trajín. Y de repente cuando tenía veintipocos años, va y sale al mercado una cámara polaroid instantánea súper compacta en color azul pastel que vino a fomentar y desarrollar mi pasión por el arte. Así que yo ya no voy a ningún sitio sin mi polaroid en el bolso, y claro tengo fotos como para venderlas por kilos. Entre ellas alguna de mucho mucho arte (una manía mía que según el íntimo, un día me va a costar un disgusto). Bueno pues mis fotos artísticas las guardo en mis cajones mezcladas con mis rasos y puntillas (con n), por aquello de que ambas cosas son muy íntimas. Pero coincide que desde hace un mes más o menos, viene a ayudarme con el aseo y la intendencia del hogar una mujer majísima que se encarga de dejarme la casa como los chorros de oro (el primer día que vino, mi hija creía que yo había comprado una bañera nueva, y os aseguro que yo la limpiaba una vez por semana y que jamás en su vida ha cogido una infección por usarla, pero es que esta mujer saca brillo hasta al lado feo del albal). El caso es que de repente ha entrado en el sancto sanctorum de mi hogar donde sólo entramos mi hija y yo y a quienes nosotras invitamos siempre con fecha de entrada y de salida y de forma controlada, una mujer a la que pago por remover hasta debajo de los muebles y encontrar todos mis trapos sucios para meterlos en lejía y los dejarlos inmaculados. Y como ya habíamos tenido un par de episodios espectaculares pelín azarosos que no contaré aquí por pudorcillo, decidí que era oportuno hacer recogida de mis objetos íntimos y si no liquidarlos, por lo menos dejarlos perfectamente ordenados para no parecer una cochina en el más amplio sentido de la palabra. Así que recogiendo y ordenando mis cajones de sastre me encontré con unas fotillos mías de otras vidas donde la artistaza en cuestión era yo, y sin duda anteriores a mi lectura de un consejo de Valeria Maza que recomienda posar siempre con una sonrisa que enseñe un poquito los dientes, que como todo el mundo sabía menos yo, es la sonrisa más dulce y natural, (esto ha mejorado quilates mi fotogénica, hacedme caso). El asunto es que aquellas fotos eran como si se las hubieran hecho a la mismísima Kate Moss en un mal día con la prensa. Y yo, que lo guardo casi todo, hasta mi primer chupete (soy una sentimental) decidí que esas merecían irse directamente a la basura. En mi barrio hay que pensarse muchísimo lo de tirar nada y donde, porque yo en una de mis anteriores mudanzas (cuando me fui del barrio por el plazo de uno año largo para casarme y reproducirme en otra ciudad distinta) tiré a la basura un diario de adolescencia que a mi vuelta me re-regaló la Esteban porque se lo había encontrado “en la calle” y le parecía a ella que no se podía tirar a la basura algo escrito con tanto sentimiento (creo que fue un betseller en mi barrio y en mi ausencia). Pero otro ejemplo en mis cannnnes: Cruela y su C vivieron durante unos años alquilados en una casa con algunos muebles de la propietaria legítima, entre ellos un armario. Dentro de ese armario encerrado bajo siete llaves había un niño jesús de escayola con un corderito que también pertenecía a la legítima y que ellos tenían allí castigado sin postre porque les daba muy mal royo (ellos también son otros pedazos de ateos). Cuando por fin compraron su piso actual y se mudaron del anterior alquilado, la dueña legítima hizo limpieza generala para realquilarlo de nuevo. El caso es que un día bajando la basura, abrí el contenedor y me encontré sobre todas las bolsas, y como una aparición mariana, a este niño jesús con su corderito degollado (literal, porque se le había roto la cabeza) mirándome con una carita... que me dio muchísima pena (porque una es atea pero muy sensible a la desdicha ajena) y lo saqué del contenedor, me lo metí en el bolso y lo llevé a la oficina para ponerlo al lado del fax y oye, que entraran muchos pedidos. Cuando llegaron la Cruela y su C a trabajar y se lo encontraron allí casi les dió un infarto porque era una mezcla entre un castigo y un recochineo divino, estaban acojonados. Después cuando se aclaró el asunto, nos entró la risa, pero nos pareció a todos una señal, y dicidimos quedárnoslo y bautizarle como Asdrúbal de Jesús (era la época del pedazo de maromo novio de la Bibí Anderson) y todavía le tenemos ahí, pero ahora pegadito al router de internet. Le veneramos mucho. El caso es que me parecía arriesgadísimo deshacerme de esas fotos polaroid en mi propio barrio, la operación exigía por lo menos que las rompiera previamente con unas tijeras y emigrara a otro distrito a tirarlas en muchas, muuuuuchas papeleras. Pero en fin, de momento las dejé en la montaña de reciclaje de papel para tirar (que cuando se hace limpieza siempre acaba surgiendo una pequeña cordillera llena de Evereses domésticos), me puse una cervecilla (¡que viva St. Patrick!) y musiquita de Madonna y hala a doblar lencería y ordenar fotos. Me dieron las tantas y yo tenía que madrugar para mi cita con Dante, así que organizados los tres cajones y dispuestos como para una exposición, metí los sintéticos en una bolsa y los papeles en otra y a dormir. Por la mañana medio lela, con la capucha en la cabeza para tapar las greñas y con el piloto automático conectado, cogí mis bolsas crucé la calle y tiré los plásticos en el contenedor amarillo y el papel en el de papel (que una con la luz es una descocada, pero para lo demás, muy respetuosa con el medio ambiente), y a toda leche a la pelu porque manda narices mi amor por el riesgo, hacer madrugar a Dante y llegar tarde.
La cosa es que yo me levanto a una hora, pero me despierto un par de ellas más tarde, y hasta ese momento en el que ya ha empezado a hacerme efecto la coca cola sobrevivo y me desenvuelvo gracias a la inercia. Por ejemplo, yo siempre me ducho en el mismo orden porque me sale sin pensarlo y prolongo un poco más el descanso mental, esto es: lavado de cabeza (a diario), aclarado de cabeza (obviamente, también a diario), acondicionador de cabeza para evitar en lo posible el efecto mujer de atapuerca, lavado/masaje con manopla exfoliante para retrasar la celulitis, maquinilla depilante si ha lugar y aclarado de acondicionador. Pero como sabemos todas y algunos todos, para el tema de los tintes, el pelo cuanto menos limpio esté (dentro de lo razonable) pues mejor. Así que no podía lavarme la cabeza. Y a mi me sacas del guión, y me pierdo. Total que ya no me duché con la alcachofa sobre cabeza como hago siempre sino con otra regulable que normalmente permanece en reposo a altura rodillas y que situé a altura hombros y no más arriba para evitar mojarme el pelo. Puse atención en saltarme la primera parte del proceso, pero hecho estó volví a desconcentrarme para lo siguiente que era igual que todos los días: el lavado/masaje con manopla exfoliante y el proceso de apagado, que también es rutinario y siempre el mismo: doy a la manivela que cambia de alcachofa sobre cabeza a alcachofa rodilla (también cambia en el otro sentido, naturalmente) para que la siguiente vez que abra el grifo no me salga fría sobre toda yo misma sino sobre mis pies estratégicamente retirados. Y por último cierro los grifos. Pero claro, hice el movimiento a la manivela y el agua salió por la alcachofa sobre cabeza inesperadamente, así que me sobresalté por la impresión, me lié con la cortina y tiré la barra, un desaguisado el baño empapado y otro desaguisado intentar colocar la barra. Porque tardé en reaccionar lo mío que estaba grogui todavía. Así que cuando resolví todo aquel lío y me vestí ni me quedaba tiempo para peinarme con lo tardisimo que llegaba a donde Dante. Luego pasa lo que pasa, que a él, con ese carácter que me gasta, le entra la necesidad de degollarme para vengarse y hasta tendría excusa, que le diría tranquilamente al juez que se le había escapado la tijera sin querer porque le había vencido un poquito el sueño por culpa del madrugón. No hay que arriesgarse con alguien armado y peligroso. A la altura pastelería, que es camino medio entre mi casa y la pelu, me percaté del desastre: las fotos en el contenedor del papel. Pero ya estaba hecho e intenté tranquilizarme pensando que iban en una bolsa (de papel de Pepe Jeans, naturalmente) y que había que ser delincuente muy fino para conseguir recuperarlas con esa entrada de papel tan estrechita. Aun así, no andaba yo nada tranquila... En fin que me lié con las dos horas largas de cotilleos con Dante que me puso al día con los pormenores de nuestras vidas y las de nuestros conocidos (Cruela que sepas que Dante también cree que te pusiste pelín agresiva cuando dejaste de fumar, y que de hecho mira a su Madonna, que no ha vuelto a ser la misma, yo no le saqué de la duda, aunque te diré que él piensa que ya has vuelto a tu ser y más desde que alternas tus chicles de nicotina con las caladas a nuestros cigarros, que lo sepas. Dice que habías llegado a ser de una "crueldad intolerable" (se nota que a los dos nos tiene locos el Clooney)), nos fumamos unos cigarritos en la calle con las placas solares sobre mi cabeza (los albales para los reflejos, que digo yo que qué malo es esto del tabaco, yo ocultando mi pelo sucio y despeinao con la capucha para andar dos calles cuando todo el barrio duerme y luego salgo a la calle de esa guisa cuando todos van a por el pan. Íntimo en un tris estuve de hacerme unas fotos para inspirarte mientras estudias) y entre todo eso, y que a partir de ahí me lié con lo mío y con salir de la pelu monísima para meterme con la Luisi por la mismísima Gran Vía camino de la mítica tienda de lanas El Gato Negro para comprarme unas madejillas con las que confeccionarme una mantita de ganchillo para el sofá en esos ratillos en los que disfruto de los ilustrativos documentales del Discovery Channel y así no aburrirme estando mano sobre mano sin otra cosa que hacer más que fijar la vista y el entendimiento en la tele (tiendo a la hiperactividad, qué le vamos a hacer), pues con todo eso y con tanto trajín conseguí que se me fuera pasando el desasosiego por lo de las fotos. Y hete aquí que ya era de noche, que estaba esperando en mi casita a mi hermana que venía de un viajecito luna de miel por san quiero y por las Canarias con su maromo, pero que tras unas diferencias de opinión con el mismo, le había dicho “tú vete donde quieras que yo hoy duermo con mi hermana” (porque ellos no tienen casa en Madrid, pero sus familias sí y esa es su manera sofisticada de decirle “que te aguante tu madre“). Yo hacía ganchillo en la gloria bendita mientras veía la quinta temporada completa de Sexo en Nueva York por vez quince mil (como suspira mi madre: ¡para eso una se mata a educarme progre!). Y de repente, suena una sirena a todo decibelio que se acerca y se acerca, y se acerca hasta detenerse bajo mi balcón y dejarme el ruido metido en el salón mismo. Me asomo a la ventana (eres la chica de ayer) y me encuentro con los bomberos y el contenedor de papel ardiendo espectacular como el Windsor. Los bomberos de una eficacia pasmosa (observen la instantánea que adjunto tomada desde mi ventana mientras trago amarguísima saliva), enganchan la manguera en la boca de riego y en dos segundos apagan todo aquello sin poder salvar el contenedor pero milagrosamente, salvando casi todo el contenido del mismo (ejemplo claro de que el plástico está hecho con petróleo y el petróleo arde mejor que el papel, y muchísimo mejor, años luz, que las fotos polaroid). Para más INRI, y para que no quedaran rescoldos traicioneros, un bombero removía con un mazo enorme los papeles y el otro los regaba. Yo ya estaba de los nervios. Y finalmente los bomberos terminaron su trabajo perfectamente ejecutado y se fueron dejando la calle empapada, los pisos apestando a humo y todos los papeles y entre ellos mis fotos polaroid desperdigados en medio de la acera a acceso de todo público, sin rastro alguno del contenedor que se había derretido del todo todito todo. Por la mañana a primera hora indecente convencí a mi hermana de que bajara conmigo a la calle antes de que se levantara el barrio y me ayudara a revolver entre los restos para ver si encontrábamos las fotos y podíamos recuperarlas, pero la verdad es que parecía complicado y mi hermana decía que iba a estar poco tiempo en Madrid (se fue esa misma tarde con su maromo perdonado) y que aquello no iba a tocarlo nadie ni harto grifa (que poco conoce a mi barrio), que mañana llegarían los de la limpieza, se llevarían todo y a correr. Me resigné a sus palabras y a la doble esperanza de que A) hubieran ardido B) si A fallaba, me quedara el consuelo de la tonta regla de oro de que si no las encontrábamos nosotras, no las encontraría nadie. Hoy la cosa ha conseguido superarse así misma, porque como sabéis ha entrado por el norte una corriente de viento polar que ha hecho que soplara un casi huracán en Madrid en general y en mi barrio en particular. Esta mañana recién levantada, cuando he salido al balcón a por comida para mi gato me le he encontrado inundado por restos de papeles chamuscados, y de la montaña de papeles que había en la acera solo quedaba el equivalente a un periódico mál abandonado: todos se los había llevado el viento. Y digo yo, puesto a llenarme el balcón de papeles inútiles, que le hubiera costado al viento devolverme mis fotos polaroid que sin lugar a dudas habrán ido a caer al balcón propio del presidente de esa nuestra comunidad donde trabajo, que queda justo enfrente del mío y que yo sé que me mira mucho, tanto que hasta puse cortinas dobles en mi salón. Y es que como dijo la mítica Marisol, va a ser verdad lo de que la vida es una tómbola.

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