Por petición popular, aquí van mis memés, aunque ya os digo que ni son inconfesables y que no los oculto ni un pelo, porque una es como es, y a mi se me ven a la legua.
1.- Soy una intensa de narices. Yo me pienso las cosas como todo el mundo, llego a una conclusión y si se da el caso, la expongo. Hasta aquí todo correcto. Lo que ocurre es que después me quedo a sola con mis reflexiones y sigo dándoles vueltas a los axiomas hasta hacerme veinticinco teoremas distintos todos ellos de quince pizarras de extensión. Barajo todas las posibilidades, del tipo "pero y si..." y adiós, ni sé de donde vengo ni adonde voy, que yo solita me pierdo. Si dieran premios peñazo por pensar yo sería de cum laude en cuanto a las conclusiones marcianas que se pueden obtener por indicios de lo más sosos. Esto se agrava muchísimo por el hecho de que me encanta comunicarme, que es mi segundo memé.
2.- Soy una plasta. O lo dejamos en comunicativa a secas. Cruela no, Cruela lo deja en plasta. El íntimo que me trata con más mimo, dice que hace tiempo que decidió prescindir de la radio en su coche, que ya hablo yo, y como ni siquiera necesita contestarme... pero que os voy a contar a vosotros, que me leeis.
3.- Me encanta el cine. Soy cinéfila de las adictas a las pelis que también le gustan a Garci, así que me se diálogos, cotilleos de rodajes, directores y productores, en fin esas cosas.
4.- Soy una ignorante de las cosas relevantes de la culturilla general, pero no lo hago a posta, es que se me olvidan. Sin embargo soy una erudita en gilipolleces intrascendentes del tipo que Pat Garret fue el que se cargo a William Cody (conocido en su casa como Billy The Kid) esto y mi memé tres me convierten en una contrincante temible al Trivial para los quesitos petardos que no son ni geografía ni historia ni arte ni literatura.
5.- Soy como Hermida con las citas, no sé hablar sin citar una frase famosa, pero yo sólo cito las tiras de Mafalda. Me sé todas de memoria (y tampoco lo hago a posta, es esa habilidad para quedarme solo con lo irrelevante, que debe de ser lo que de verdad le interesa a mi subconsciente), e incluso hago combates de Mafaldas con mi padre, otro adicto, él empieza la tira y yo la acabo, y ambos dos lo hacemos todo de memoria.
Y ahí queda todo, el resto es lo que veis, hijas, ya me dice el horóscopo que me reserve un poquillo más de misterio. (Coño, otro memé: hago muchísimo caso al horóscopo, pero una fruslería comparado a la biblia de mis días que son las cartas de la Cruela).
miércoles, 31 de enero de 2007
martes, 16 de enero de 2007
¿QUIEN TEME AL MELENDI DOS?
Bueno bloggeros, como está el mundo. Me he tomado unos días sabáticos porque después de mi frenesí postero intentando contaros mi viaje, he acabado agotada. Eso tengo que resolverlo de alguna manera porque va camino de convertirse en una saga eterna que ríete tú del "Dublineses" de James Joyce. Mientras tanto, más cachitos de mi vida de a pié (o de a rueda, para ser más exacta).
Como sabéis yo encargué mi coche allá por junio, lo comencé a conducir allá por septiembre y me cascaron mi primer multa allá por diciembre (150€ por aparcar en este sitio donde no debe de poderse, pero hay tantos coches aparcados y es tan tarde que no creo que pase nada. Pues eso, que sepáis que los agentes de movilidad urbana de Madrid no tienen vida familiar ni amigos y a las tres de la mañana en vez de estar poniéndose guapos en un pub o durmiendo frente al "Salsa Rosa" de la tele, como el resto de España, están amargando la cuenta corriente de las pobres propietarias de coches cutres con L en sus ratitos de expansión). El problemilla del asunto es que que como podéis ver, yo las cosas me las tomo con mucha calma, y aun no había hecho la transferencia del vehículo, que es la manera técnica de decir que no lo había puesto todavía a mi nombre y seguía al del hermano del Melendi2 (el adorado cuñado calavera de mi amiga la Esteban).
Tragando saliva llemé al Melendi2 y le dije: "Melendi2, que te va a llegar un multazo de mi coche, pero que yo lo pago". Y claro el Melendi2 puso el grito en el cielo y desde su casa a la mía, desde su primero a mi cuarto sin ascensor dos calles más abajo, el bramido atravesó el cielo, la noche y la helada que congela mi parabrisas obligándome cada mañana a raspar a fondo con mi casete de Guns'n'Roses, diciéndome: "VAMOS NO ME JODAS QUE AUN NO LO HAS PUESTO A TU NOMBRE". Después volví a escucharlo vía teléfono, porque las ondas tienen un retardo de unas decimillas de segundo.
Que el Melendi2 estaba notablemente cabreado era más que obvio. Y no conocéis al Melendi2 de malas. Él es un ser bravo y valiente, de metro y medio máximo de altura condensado con una verborrea que acojonaría al mismísimo Coto Matamoros y tan solo nuestra Esteban es capaz de convertirle en ese ser manso que dice a todo "que sí, churri". Yo, con un hilillo de vocecita suave y dulce, le prometí que de esta semana no pasaba lo de legalizar la Luisi a mi nombre.
Pero como dios no sólo ahoga, que si puede aprieta pero bien (y si no, que le pregunten a Sadam), pues a los dos días del final de las vacaciones navideñas, doblaba yo la esquina del cole de mi retoño como Carlos Sáinz las dunas, con el tiempo pegado al culo. En una rápida maniobra coloque a la Luisi enfilada contra la acera en el único hueco legal para aparcar, y arañando por vez ochocientas las yantas dejé pantado mi coche y un señor boyo al de detrás. Con mi niña entregada por los pelos en hora y frente a la puerta de mi Luisi, saqué del bolso mi libreta color pastel con dibujos de enanitos (las cosas que regalan a los niños en los cumples...) y me preparé a escribir una nota con mi número de móvil donde me excusaba largamente por el desaguisado causado. No había terminado aun (ya sabéis que yo no sé resumir) cuando apareció el propietario del vehículo dañado. Yo con la vocecilla esa dulce le expliqué lo acaecido y a él le dió un ataque de risa (muy nerviosa, supongo que rayando la histeria) y me dijo que nooo pasaaaaba naaaada que esto era una bobada, que ayer un camión le había metido la puerta de pasajeros hacia dentro pero tanto que le había quitado una plaza, y que mira, antes de ayer, un gracioso le había arrancado el retrovisor mecánico (esto mientras agarraba los cablecillos que colgaban de la puerta cual Scarlet O'Hara agarrando la tierra de Tara) pero que tampoco pasaba nada, porque era el coche de su mujer, que su cuatro por cuatro se lo habían robado la semana anterior. Me dió tanta pena el hombre... y más que me habría dado, hasta ofrecerle mi hombro para llorar incluso, de no ser por la consciencia que me inundaba de que en cuanto se enterara el Melendi2 yo sería mujer muerta.
A todo esto se añade que hace siglos que yo tenía preparado un finde estupendo con mi amiga Mar (¡hola corazón!) para irnos juntitas a una casa rural perdida enmedio de un pueblito pintoresco de cualquier sierra de España para celebrar su cumple (¡felicidades!). El finde marcado con rojo en el calendario desde hace meses era este pasado, el del temporal de nieve. Todo el mundo me preguntaba incrédulo "¡¿pero vas a ir tú sola conducidendo?! ¡¿con tu mierda de Luisi?! ¡¿Y con tu niña dentro?!" ¡como le han pitado los oídos esta semana a San Cristobal.
Total que yo me imaginaba en medio del camino a ninguna parte donde se encontraba la bonita casa rural en medio de una sierra de nuestra España con un alud de nieve encima de la Luisi que reflejaría sus faros en la nieve (porque además sería de noche) y llamando al Melendi2 para decirle "que si contactan contigo los del seguro...". Me entró pánico.
Así que me cogí el día libre obligada por mi jefe con el que previamente había hablado ya el Melendi2 y me fui a hacer los papeles del coche. El íntimo que es un amigo generoso estupendo siempre, y que empiezo a creer que además de Piscis (caritativo marciano abogado de causas perdidas) va a ser que me quiere, se ofreció a acompañarme pese a ese trancazo que le hacía moquear sin fin, tener los ojillos convertidos en dos pipas llorosas de color rojo intenso, tiritar a tiempos irregulares y buscar desesperadamente una farmacia para comprar paracetamol. Ya en Tráfico un hombre amabilísimo me atendió e hizo repasar todos los papeles que necesitaba para realizar el trámite. Yo aseguré que por supuesto que los llevaba, con esa cara de suficiencia que ponemos las que nos hemos preparado la lección y vamos para diez, pero al llegar al impuesto de circulación urbana, se me puso cara de "Ah, ¿pero ese tema entraba?" que es algo que también me pasaba mucho en el insti.
Llamé al Melendi2 (que no dijo "niña me tienes hasta los cojones" pero que lo pensó tan fuerte que lo oyó hasta el íntimo que reposaba a mi lado concentradísimo en controlar su temperatura corporal). Quedamos en que recogía el papel de su casa. Empezó con voz suave a contarme no sé qué del DNI de su hermano (legítimo propietario de la Luisi) que también iba a necesitar, pero le tranquilicé yo diciendo que no se preocupara, que el DNI de su hermano lo tenía (lo sé, desde septiembre).
Aquí ya hubo bramido y lo oyeron hasta los que estában detrás de las ventanillas acorazadas. Fue fino: "¡HIJA DE PUTA, LLEVÁMOS MESES BUSCÁNDOLO!" y yo con mi hilillo "¡uy! pues no me habías dicho nada". Mi turno en Tráfico era el A449 y aún iban por el A427. El íntimo se agarró los macho y el paquete de clinex y salió espitado dirección del hogar de los Melendi2-Esteban a buscar el papel de la discordia. Los números de turno circulaban despacito a un ritmo de uno o ninguno por hora. Al rato llamé al íntimo para decirle que fuera tranquilo que le daba tiempo más que de sobra a ir y volver con el papel y que no había prisa. Dicho esto y los números empezaron a correr como gamos, a razón de ocho en cero coma segundos. Todavía estaba bloqueando el teclado de mi móvil cuando me tocó dirigirme a la ventanilla.
Pero allí me esperaba la única funcionaria amable que yo he conocido, que seguro que también era Piscis. Yo vacié mi alma relatando mis desdichas, desde la mierda de coche que había comprado sin atreverme a probarle, hasta la multa que me había comido con patatas, pasando por el terrible carácter del Melendi2: sus ojillos brillaban y con voz trémula, bajando la cabeza hasta que su boca quedó a la altura de la rendija de comunicación por donde se pasan los papeles, muy bajito y mirando para todos los lados, me dijo: vale, déjamelo todo y en cuanto llegue tu papel te acercas discretamente y me lo das. Mas feliz que una perdiz dándola mil gracias a ella y al mismo cielo, me dirigí a una silla de plástico a esperar al íntimo.
¡El íntimo! ¡mi pobre íntimo!. Me llamó con voz nasal y entre sorbida y sorbida de mocos me explicó que llevaba dadas mil vueltas y que no encontraba ningún sitio para aparcar. Bajé las escaleras de quince en quince, le arranqué de las manos el papel que me ofrecía a través de la ventanilla y sin decir hola ni adiós, subí de nuevo las escaleras, esta vez de diez en diez (ya he dicho que era subida) y me acerqué discretamente a la ventanilla de la chica solidaria. Discretamente esperé a que se quedara libre, y discretamente le di el papel. Discretamente esperé a que tramitara todo. Y gritando hurras entre botes me alejé de ella en cuanto tuve el permiso de circulación con mi nombre escrito en mayúsculas.
El caso es que ya soy legítima propietaria de mi Luisi. Eso sí a la vuelta de mi casa rural en Siberia cada vecino que me voy encontrando me mira con los ojos fijos, ladeando repetidamente la cabeza y me espeta un "¿pero que le has hecho al Melendi2?". Sé que un día tendré que verle...
P.D.1: Íntimo, te prometo que la próxima vez no te tocará ir andando con tu funcional mochila de diez kilos a la espalda, y en lugar de quedarme dormida al amor del telediario, acurrucada en tu pecho que respira con dificultad por culpa del trancazo y de las flemas, te llevaré en el coche tal y como yo te había prometido.
Como sabéis yo encargué mi coche allá por junio, lo comencé a conducir allá por septiembre y me cascaron mi primer multa allá por diciembre (150€ por aparcar en este sitio donde no debe de poderse, pero hay tantos coches aparcados y es tan tarde que no creo que pase nada. Pues eso, que sepáis que los agentes de movilidad urbana de Madrid no tienen vida familiar ni amigos y a las tres de la mañana en vez de estar poniéndose guapos en un pub o durmiendo frente al "Salsa Rosa" de la tele, como el resto de España, están amargando la cuenta corriente de las pobres propietarias de coches cutres con L en sus ratitos de expansión). El problemilla del asunto es que que como podéis ver, yo las cosas me las tomo con mucha calma, y aun no había hecho la transferencia del vehículo, que es la manera técnica de decir que no lo había puesto todavía a mi nombre y seguía al del hermano del Melendi2 (el adorado cuñado calavera de mi amiga la Esteban).
Tragando saliva llemé al Melendi2 y le dije: "Melendi2, que te va a llegar un multazo de mi coche, pero que yo lo pago". Y claro el Melendi2 puso el grito en el cielo y desde su casa a la mía, desde su primero a mi cuarto sin ascensor dos calles más abajo, el bramido atravesó el cielo, la noche y la helada que congela mi parabrisas obligándome cada mañana a raspar a fondo con mi casete de Guns'n'Roses, diciéndome: "VAMOS NO ME JODAS QUE AUN NO LO HAS PUESTO A TU NOMBRE". Después volví a escucharlo vía teléfono, porque las ondas tienen un retardo de unas decimillas de segundo.
Que el Melendi2 estaba notablemente cabreado era más que obvio. Y no conocéis al Melendi2 de malas. Él es un ser bravo y valiente, de metro y medio máximo de altura condensado con una verborrea que acojonaría al mismísimo Coto Matamoros y tan solo nuestra Esteban es capaz de convertirle en ese ser manso que dice a todo "que sí, churri". Yo, con un hilillo de vocecita suave y dulce, le prometí que de esta semana no pasaba lo de legalizar la Luisi a mi nombre.
Pero como dios no sólo ahoga, que si puede aprieta pero bien (y si no, que le pregunten a Sadam), pues a los dos días del final de las vacaciones navideñas, doblaba yo la esquina del cole de mi retoño como Carlos Sáinz las dunas, con el tiempo pegado al culo. En una rápida maniobra coloque a la Luisi enfilada contra la acera en el único hueco legal para aparcar, y arañando por vez ochocientas las yantas dejé pantado mi coche y un señor boyo al de detrás. Con mi niña entregada por los pelos en hora y frente a la puerta de mi Luisi, saqué del bolso mi libreta color pastel con dibujos de enanitos (las cosas que regalan a los niños en los cumples...) y me preparé a escribir una nota con mi número de móvil donde me excusaba largamente por el desaguisado causado. No había terminado aun (ya sabéis que yo no sé resumir) cuando apareció el propietario del vehículo dañado. Yo con la vocecilla esa dulce le expliqué lo acaecido y a él le dió un ataque de risa (muy nerviosa, supongo que rayando la histeria) y me dijo que nooo pasaaaaba naaaada que esto era una bobada, que ayer un camión le había metido la puerta de pasajeros hacia dentro pero tanto que le había quitado una plaza, y que mira, antes de ayer, un gracioso le había arrancado el retrovisor mecánico (esto mientras agarraba los cablecillos que colgaban de la puerta cual Scarlet O'Hara agarrando la tierra de Tara) pero que tampoco pasaba nada, porque era el coche de su mujer, que su cuatro por cuatro se lo habían robado la semana anterior. Me dió tanta pena el hombre... y más que me habría dado, hasta ofrecerle mi hombro para llorar incluso, de no ser por la consciencia que me inundaba de que en cuanto se enterara el Melendi2 yo sería mujer muerta.
A todo esto se añade que hace siglos que yo tenía preparado un finde estupendo con mi amiga Mar (¡hola corazón!) para irnos juntitas a una casa rural perdida enmedio de un pueblito pintoresco de cualquier sierra de España para celebrar su cumple (¡felicidades!). El finde marcado con rojo en el calendario desde hace meses era este pasado, el del temporal de nieve. Todo el mundo me preguntaba incrédulo "¡¿pero vas a ir tú sola conducidendo?! ¡¿con tu mierda de Luisi?! ¡¿Y con tu niña dentro?!" ¡como le han pitado los oídos esta semana a San Cristobal.
Total que yo me imaginaba en medio del camino a ninguna parte donde se encontraba la bonita casa rural en medio de una sierra de nuestra España con un alud de nieve encima de la Luisi que reflejaría sus faros en la nieve (porque además sería de noche) y llamando al Melendi2 para decirle "que si contactan contigo los del seguro...". Me entró pánico.
Así que me cogí el día libre obligada por mi jefe con el que previamente había hablado ya el Melendi2 y me fui a hacer los papeles del coche. El íntimo que es un amigo generoso estupendo siempre, y que empiezo a creer que además de Piscis (caritativo marciano abogado de causas perdidas) va a ser que me quiere, se ofreció a acompañarme pese a ese trancazo que le hacía moquear sin fin, tener los ojillos convertidos en dos pipas llorosas de color rojo intenso, tiritar a tiempos irregulares y buscar desesperadamente una farmacia para comprar paracetamol. Ya en Tráfico un hombre amabilísimo me atendió e hizo repasar todos los papeles que necesitaba para realizar el trámite. Yo aseguré que por supuesto que los llevaba, con esa cara de suficiencia que ponemos las que nos hemos preparado la lección y vamos para diez, pero al llegar al impuesto de circulación urbana, se me puso cara de "Ah, ¿pero ese tema entraba?" que es algo que también me pasaba mucho en el insti.
Llamé al Melendi2 (que no dijo "niña me tienes hasta los cojones" pero que lo pensó tan fuerte que lo oyó hasta el íntimo que reposaba a mi lado concentradísimo en controlar su temperatura corporal). Quedamos en que recogía el papel de su casa. Empezó con voz suave a contarme no sé qué del DNI de su hermano (legítimo propietario de la Luisi) que también iba a necesitar, pero le tranquilicé yo diciendo que no se preocupara, que el DNI de su hermano lo tenía (lo sé, desde septiembre).
Aquí ya hubo bramido y lo oyeron hasta los que estában detrás de las ventanillas acorazadas. Fue fino: "¡HIJA DE PUTA, LLEVÁMOS MESES BUSCÁNDOLO!" y yo con mi hilillo "¡uy! pues no me habías dicho nada". Mi turno en Tráfico era el A449 y aún iban por el A427. El íntimo se agarró los macho y el paquete de clinex y salió espitado dirección del hogar de los Melendi2-Esteban a buscar el papel de la discordia. Los números de turno circulaban despacito a un ritmo de uno o ninguno por hora. Al rato llamé al íntimo para decirle que fuera tranquilo que le daba tiempo más que de sobra a ir y volver con el papel y que no había prisa. Dicho esto y los números empezaron a correr como gamos, a razón de ocho en cero coma segundos. Todavía estaba bloqueando el teclado de mi móvil cuando me tocó dirigirme a la ventanilla.
Pero allí me esperaba la única funcionaria amable que yo he conocido, que seguro que también era Piscis. Yo vacié mi alma relatando mis desdichas, desde la mierda de coche que había comprado sin atreverme a probarle, hasta la multa que me había comido con patatas, pasando por el terrible carácter del Melendi2: sus ojillos brillaban y con voz trémula, bajando la cabeza hasta que su boca quedó a la altura de la rendija de comunicación por donde se pasan los papeles, muy bajito y mirando para todos los lados, me dijo: vale, déjamelo todo y en cuanto llegue tu papel te acercas discretamente y me lo das. Mas feliz que una perdiz dándola mil gracias a ella y al mismo cielo, me dirigí a una silla de plástico a esperar al íntimo.
¡El íntimo! ¡mi pobre íntimo!. Me llamó con voz nasal y entre sorbida y sorbida de mocos me explicó que llevaba dadas mil vueltas y que no encontraba ningún sitio para aparcar. Bajé las escaleras de quince en quince, le arranqué de las manos el papel que me ofrecía a través de la ventanilla y sin decir hola ni adiós, subí de nuevo las escaleras, esta vez de diez en diez (ya he dicho que era subida) y me acerqué discretamente a la ventanilla de la chica solidaria. Discretamente esperé a que se quedara libre, y discretamente le di el papel. Discretamente esperé a que tramitara todo. Y gritando hurras entre botes me alejé de ella en cuanto tuve el permiso de circulación con mi nombre escrito en mayúsculas.
El caso es que ya soy legítima propietaria de mi Luisi. Eso sí a la vuelta de mi casa rural en Siberia cada vecino que me voy encontrando me mira con los ojos fijos, ladeando repetidamente la cabeza y me espeta un "¿pero que le has hecho al Melendi2?". Sé que un día tendré que verle...
P.D.1: Íntimo, te prometo que la próxima vez no te tocará ir andando con tu funcional mochila de diez kilos a la espalda, y en lugar de quedarme dormida al amor del telediario, acurrucada en tu pecho que respira con dificultad por culpa del trancazo y de las flemas, te llevaré en el coche tal y como yo te había prometido.
¡QUE VERDE ERA MI VALLE IV! RESUMIENDO QUE ES GERUNDIO (GOD SAVE THE BIMBO)
Querido bloggeros: tengo un dilema. Ya sabéis de mi natural comunicativo, así que yo podría seguir siglos y siglos colgando post eternos relatando mi viaje a Irlanda a razón de un capitulillo por día de vacación, pero sé que me quitaría muchísimo tiempo de ese que yo dedico a mi vida civil (la mía personal que hago todos los días y que luego voy contando aquí) y tampoco podría hablaros de otras cuestiones y momentos que van quedándose agolpados en mi tintero con tamaño botella fontvella de cinco litros. Así que he decidido liquidar este asunto con una breve sinopsis de lo acontecido en aquellas fechas (lo sé, hasta que no lo vea yo tampoco me lo creeré).
1.- Bueno, para no demorar más la incertidumbre os diré que de mis tres objetivos claves: conducir por la izquierda, conocer los Giant's Causeway y comer Fish and Chips, logré cumplir dos. Lo de conducir fue imposible porque como sabéis la agencia de alquiler no consintió ni un pelo, y porque aunque a veces no resulte obvio, yo al íntimo también le quiero mucho y me daba no sé qué hacerle pasar por eso. Pero los Giant's fueron una experiencia brutal. Yo sabía de su existencia gracias a mi padre, que me los había mostrado en un documental de la dos y según lo ví tuve ese pálpito de que algún día llegaría a conocerlo de cuerpo presente antes de morirme. Lo que tienen de especial es que es una parte de costa donde las rocas han sido erosionadas formando miles de hexágonos de distintas alturas todas al borde del mar y rodeados de maravillosos alcantilados. Anduvimos kilómetros y kilómetros de alucinante paisaje y espléndida compañía y ya ha quedado para la antología de mis mejores días.
2.- El íntimo no tanto, pero yo en este viaje pasé un hambre de caballo. Para Noche Buena habíamos comprado un par de fruslerías entre las que se encontraba una bolsa de patatas congeladas precocidas de un tamaño capaz de alimentar a un orfanato, y sobre todo un par de chuletones a cuatro euros cada uno a los que sólo les faltaban los cuernos para ser una vaca completa. No comimos en todo el día para tener suficiente hambre en la cena y ¿que pasó? pues que a aquello no había quien le hincara el diente, eran dos suelas de zapatos (de plataforma, eso sí) y ni con la multiherramienta Leatherman (25 años de garantía, indispensable para el profesional del metal y el mercenario en Irak) conseguiamos cortarlos. Finalmente tuvimos que deshacernos de ellos, en mi caso con lagrimones en los ojos. Nos quedamos casi en ayunas. Al día siguiente era Navidad, y en Navidad no trabaja nadie en Irlanda. No encontramos ningún sitio donde desayunar, donde comer y tan sólo pudimos cenar las patatas que habían sobrado de nuestra bolsa industrial acompañadas de mostaza y de dos rebanadas de pan bimbo. Yo me hice un bocata imaginando que era de tortilla con poco huevo y casi me ahogo yo de verdad y el íntimo de verme. Al día siguiente asaltamos un spar y desde ese día ya solo nos alimentamos a base de sandwiches de pan bimbo y jamón de molde con o sin tranchetes, con o sin salsa rara de mahonesa dulce. El cuarto día me desmayé sobre la cama al levantarme por purita inanición y esto me sirvió para percatarme que mi alimentación es una cosa muy seria de la que yo no puedo prescindir. Y al íntimo para descubrir que si no como me apago, dejo de ser el cascabelillo feliz que soy y tal vez hasta pueda ponerme un poco borde. Desde entonces siempre procuro tener comida cerca (uvas, leche, chocolates, torta de chicharrones...) y el íntimo me pregunta antes de ir a conmigo a ningún sitio, si he comido, si tengo hambre, si hace falta preparar un sandwich, por lo que pueda pasar.
3.- Nuestro viaje estuvo lleno de paisajes estupendos, algunos por purita casualidad, como los míticos Moher, a donde llegamos por los pelos, sin apenas luz al final del día y con un par de narices hasta nos los pasamos largo. Pero cuando finalmente estuvimos en ellos nos encontramos con una puesta de sol tan alucinante que nos hace salir en las fotos con una cara de lelos sobrecogidos que son todo un poema.
4.- El íntimo y yo acabamos el viaje juntos, no nos tiramos el coche a la cabeza, no nos odiamos ni nos dijimos pestes. Hubo momentos de los bonitos bonitos, o de los de partirnos de risa. Otros brillantes, otros anodinos, algunos de silencio cómodo y otros de me cayo y punto. Lo que viene a ser la vida de carne y hueso. Algunos lugares fueron aun mejores gracias a la compañía que nunca llegó a sobrar, y en todo caso, en algunas ocasiones me faltaron presencias, especialmente la de mi niña, que es ese apéndice mío que me hace cantar constantemente por dentro la famosa canción de Kiko Veneno: "lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más".
5.- Comprobé que los hoteles que tienen de todo, cuando cuestan menos de sesenta euros no tienen de nada. Gracias a eso tengo en casa una bolsa tamaño Hipercor llena de botecitos de geles de baño, champús, cremas hidratantes, cepillos de dientes, jaboncitos y sobre todo, de maquinillas de afeitar, que el íntimo va recolectando para mi en cada hotel en el que se aloja por motivos de trabajo.
Y colorín colorado, este viaje se ha acabado.
1.- Bueno, para no demorar más la incertidumbre os diré que de mis tres objetivos claves: conducir por la izquierda, conocer los Giant's Causeway y comer Fish and Chips, logré cumplir dos. Lo de conducir fue imposible porque como sabéis la agencia de alquiler no consintió ni un pelo, y porque aunque a veces no resulte obvio, yo al íntimo también le quiero mucho y me daba no sé qué hacerle pasar por eso. Pero los Giant's fueron una experiencia brutal. Yo sabía de su existencia gracias a mi padre, que me los había mostrado en un documental de la dos y según lo ví tuve ese pálpito de que algún día llegaría a conocerlo de cuerpo presente antes de morirme. Lo que tienen de especial es que es una parte de costa donde las rocas han sido erosionadas formando miles de hexágonos de distintas alturas todas al borde del mar y rodeados de maravillosos alcantilados. Anduvimos kilómetros y kilómetros de alucinante paisaje y espléndida compañía y ya ha quedado para la antología de mis mejores días.
2.- El íntimo no tanto, pero yo en este viaje pasé un hambre de caballo. Para Noche Buena habíamos comprado un par de fruslerías entre las que se encontraba una bolsa de patatas congeladas precocidas de un tamaño capaz de alimentar a un orfanato, y sobre todo un par de chuletones a cuatro euros cada uno a los que sólo les faltaban los cuernos para ser una vaca completa. No comimos en todo el día para tener suficiente hambre en la cena y ¿que pasó? pues que a aquello no había quien le hincara el diente, eran dos suelas de zapatos (de plataforma, eso sí) y ni con la multiherramienta Leatherman (25 años de garantía, indispensable para el profesional del metal y el mercenario en Irak) conseguiamos cortarlos. Finalmente tuvimos que deshacernos de ellos, en mi caso con lagrimones en los ojos. Nos quedamos casi en ayunas. Al día siguiente era Navidad, y en Navidad no trabaja nadie en Irlanda. No encontramos ningún sitio donde desayunar, donde comer y tan sólo pudimos cenar las patatas que habían sobrado de nuestra bolsa industrial acompañadas de mostaza y de dos rebanadas de pan bimbo. Yo me hice un bocata imaginando que era de tortilla con poco huevo y casi me ahogo yo de verdad y el íntimo de verme. Al día siguiente asaltamos un spar y desde ese día ya solo nos alimentamos a base de sandwiches de pan bimbo y jamón de molde con o sin tranchetes, con o sin salsa rara de mahonesa dulce. El cuarto día me desmayé sobre la cama al levantarme por purita inanición y esto me sirvió para percatarme que mi alimentación es una cosa muy seria de la que yo no puedo prescindir. Y al íntimo para descubrir que si no como me apago, dejo de ser el cascabelillo feliz que soy y tal vez hasta pueda ponerme un poco borde. Desde entonces siempre procuro tener comida cerca (uvas, leche, chocolates, torta de chicharrones...) y el íntimo me pregunta antes de ir a conmigo a ningún sitio, si he comido, si tengo hambre, si hace falta preparar un sandwich, por lo que pueda pasar.
3.- Nuestro viaje estuvo lleno de paisajes estupendos, algunos por purita casualidad, como los míticos Moher, a donde llegamos por los pelos, sin apenas luz al final del día y con un par de narices hasta nos los pasamos largo. Pero cuando finalmente estuvimos en ellos nos encontramos con una puesta de sol tan alucinante que nos hace salir en las fotos con una cara de lelos sobrecogidos que son todo un poema.
4.- El íntimo y yo acabamos el viaje juntos, no nos tiramos el coche a la cabeza, no nos odiamos ni nos dijimos pestes. Hubo momentos de los bonitos bonitos, o de los de partirnos de risa. Otros brillantes, otros anodinos, algunos de silencio cómodo y otros de me cayo y punto. Lo que viene a ser la vida de carne y hueso. Algunos lugares fueron aun mejores gracias a la compañía que nunca llegó a sobrar, y en todo caso, en algunas ocasiones me faltaron presencias, especialmente la de mi niña, que es ese apéndice mío que me hace cantar constantemente por dentro la famosa canción de Kiko Veneno: "lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más".
5.- Comprobé que los hoteles que tienen de todo, cuando cuestan menos de sesenta euros no tienen de nada. Gracias a eso tengo en casa una bolsa tamaño Hipercor llena de botecitos de geles de baño, champús, cremas hidratantes, cepillos de dientes, jaboncitos y sobre todo, de maquinillas de afeitar, que el íntimo va recolectando para mi en cada hotel en el que se aloja por motivos de trabajo.
Y colorín colorado, este viaje se ha acabado.
lunes, 15 de enero de 2007
¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE III! (LO QUE TIENEN LOS HOTELITOS QUE TIENEN DE TODO)
Sumo y sigo con mi relatito breve, que va para eterno. Ya habíamos llegado a Irlanda, ya habíamos hecho pis nada más bajar del avión (inaugurando el país como dios manda) y hasta habíamos recogido nuestras maletas. Habíamos encontrado a la primera la ventanilla de la agencia de alquiler de nuestro coche y nos habían confirmado que todo estaba en orden para recogerlo a la mañana siguiente en la oficina acordada (¡bien!) y habíamos encontrado también el panel informativo con las líneas de bus que nos podían llevar a nuestro céntrico hotelito con encanto (la política nuestra de antes muertos que en un taxi). Todo estaba encajando perfectamente como en un baile sincronizado de Gemma Mengual: cuando salimos a la calle del aeropuerto, el autobús estaba esperándonos y os lo juro, no tuve ni un segundillo para encender y apagar un cigarro sin casi calada de por medio (Jó, como está Irlanda de chunga para la tabacosis papá, casi dejo de fumar y todo).
Llegar a nuestro "céntrico hotelito con encanto a cinco minutos del centro" nos llevó cuarenta minutos de bus (con debate incluido entre encantadores pasajeros sugiriéndonos en qué parada debíamos bajarnos), unos pocos minutos más de pies para qué os quiero y una hamburguesa de pollo para no desfallecer. Yo a Irlanda he ido con tres objetivos de esos que eran la ilusión de mi vida: ponerme morada de "Fish and Chips" como en la película de Stephen Frears "La Camioneta", conocer los Giant's Causeway y conducir por la izquierda. Bueno pues lo de los "Fish and Chips" ya os digo yo que es un mito: existir existe, y está en todos los menús de los burguers pero como nadie lo pide nunca (es que no deja de ser pescado congelado refrito), siempre siempre te dicen que "no-queda-se-ha-acabado".
Y ya estábamos en la calle de nuestro hotel ¡sin habernos perdido! (algún día os contaré la aventura de nuestro paseíllo por Amsterdam hasta encontrar el "céntrico hotelito con encanto a cinco minutos del centro" de turno. Sólo diré que el íntimo tiene mil virtudes pero no la de la orientación, aunque sabe interpretar un mapa -que no teníamos- y que yo, que no sé interpretar un mapa pero sí me oriento, me pierdo cuando hablo porque me descentro. Con eso está todo dicho).
Si existieran los Oscars al eufemismo, nuestro alojamiento sería "El Señor de los Anillos" de este año. Para empezar, el sitio era pintoresco, muy pintoresco, pero eso era lógico porque era el más barato de todo Dublín que aparecía en la web. Luego que estaba especialmente pensado para viajeros sin dinero amantes del riesgo y la aventura, de la acción y la juerga, y que tenía muchas habitaciones de esas en las que caben muchos huéspedes. Y luego que en la puerta mismita nos encontramos con una parejita de románticos latinoamericanos muy enamorados peleándose a voz en grito porque ella gastaba muchísimo dinero con el móvil (así, en castellano y de pronto tuve la impresión de no haber salido de mi barrio).
Por aquello de preservar cierta intimidad, yo había reservado una "double room ensuite" que era lo más fino que nuestro albergue tenía disponible. La Odisea fue encontrarla, aquí sí nos perdimos una y varias veces por infinitos pasillos llenos de escaleras que caracoleaban pasando de un edificio a otro sin ni siquiera salir a la calle, de hecho creo que nuestra habitación se encontraba en otra manzana distinta a la recepción. Era como el colegio Howards de Harry Potter (incluyendo las escaleras que cambian de sitio) pero carente de toda magia, para qué nos vamos a engañar. Y nuestra suite, Cruela, era como en la foto: una esquina con literas y un baño sin nada de nada de nada ¡ni toalla! (así, en singular). ¡Dios!, menos mal que no hice caso al íntimo y había llevado mi neceser hipercompleto.
Cuando tomamos posesión de nuestro palacio ya era noche cerrada (luego descubrimos que es que en Irlanda es noche cerrada desde las cuatro y media de la tarde) así que ese día sólo nos dio para una cervecilla en un típico puf (ellos lo dicen así, fíjate) donde tampoco se puede fumar y que por eso tiene tanta gente en la calle congelándose, como dentro cociéndose. Y a dormir.
Dormir ¡JA!. Yo duermo poco y mal en mi cama, pero fuera de ella aun menos. Con la emoción y el cansancio a las doce estaba convertida en calabaza totalmente grogui, pero a las tres ya estaba despejadísima y sin poder fumar, porque en nuestro hotelito estaba prohibidísimo y cualquiera salía a la gélida noche aventurándose por nuestro laberinto. Me imaginaba equivocándome de puerta y entrando por error en un armario. Allí me quedaría encerrada durante evos hasta que unos viajeros americanos adolescentes de poca pela, muchos granos y mucha jerga me encontraran convertida en esqueleto en el milenio que viene (ya os digo que de madrugada la imaginación se me dispara). El íntimo pensaría simplemente que me había ido a investigar por mi cuenta y seguiría su viaje sólo (como somos tan libres los dos...). Yo me había llevado de casa mi cenicero sagrado (nunca viajo sin él porque ya me conozco yo las carencias del mundo), así que hubiera podido fumar de extrangis dentro de la habitación, pero no lo hice, claro. Aguanté mi mono durante cuatro horas porque por todas partes había crueles amenazas de lo que podría ocurrirme si osaba fumar en la habitación y porque me pedí la litera de arriba, y si levantaba la cabeza un poco me clavaba el sensor de incendios en la frente. Con las reducidas dimensiones que tenía nuestra "luxury suite", la alarma habría saltado aunque hubiera fumado con medio cuerpo fuera de la ventana. Pues eso.
A las siete de la mañana ya no aguantaba más y me metí en la ducha, que tenía un sistema de grifo igualito que el de los baños de el Carrefour, de esos que aprietas el botón, sale un chorrillo y antes de que hayas puesto las manos bajo el agua, ya se ha cortado. Con esa precariedad, medio helada, intenté asearme lo justo. Me sequé como pude con la camiseta del íntimo, y lo que no pude de mi melena de Atapuerca lo escurrí sobre él que estaba medio sobado en ese momentito dulce de un minutillo más (creo que ahí es cuando apreció toda la dimensión de las carencias de los hoteles que tienen de todo). Él por su parte se duchó con mi gel hidratante y reafirmante. Despejaditos y limpios salimos a la noche de Dublín a la busca y captura de nustro coche. Mi segundo sueño a punto de hacerse realidad.
El coche se encontraba, según el callejero de viamichelin.com a cincuenta y dos minutos andando. Oye, cómo lo tienen controlado los tíos, ni uno menos. ¡Cincuenta y dos minutazos arrastrando mi maleta de floripondios de diez kilos de peso en la noche amaneciendo hasta salirnos del mismísimo Dublín!. Yo sólo soñaba con un "full irish breakfast", que tiene: café o té, tostadas, mantequilla, huevo frito, salchichas, beacon, tomate y champiñones; y hasta el aire de la mañana me tenía ese olorcillo... ¡Pero cero, ni un puf abierto!, aun así, era tal mi emoción que ni siquiera me importó: estaba sólo a cuatro mil pasos de mi coche hecho al revés.
En la agencia nos atendió un postadolescente que se atragantó y puso sus ojos como platos en blanco cuando el íntimo le informó de que la menda, con el menos de un año de carné iba a conducir también. Cuando se recuperó del ataque de tos y bajó la congestión de su cara gritó: "¡NOT, NOT, NOT!" (así, con mayúsculas y todo) haciendo grandes aspavientos con las manos que parecían molinetes. Y ahí se quedó mi gozo, leyentes míos, primer misterio desvelado: no me han dejado conducir. El íntimo me hizo una foto al volante del coche para colgarla por si colaba, pero no voy a engañaros, se nota muchísimo que es de mentira, sobre todo porque está hecha en un parking y se ven todos los otros coches aparcados en batería. Yo sorbí mi decepción a la vez que mis mocos, y ambos me los tragué, porque no estaba dispuesta a que nada, ni siquiera eso, echara a perder la ilusión de mis vacaciones en Irlanda.
Después de aquello, mirándonos con auténtica preocupación, tras suplicar encarecidamente que cogiéramos el seguro completo y después de repasar la VISA con una bacaladera, el postadolescente soltó las llaves las llaves del coche (que ni tenía cenicero, ni mechero, ni ninguna advertencia que prohibiera fumar , je, je). El vehículo en cuestión era un Ford Fiesta nuevísimo a estrenar color rojo cereza y limpísimo en el que nosotros dejamos nuestra impronta quincallera en cuanto entramos, soltamos lastre y pusimos nuestras camisetas a secar en la bandeja de la luneta trasera (con la del íntimo solo no llegaba y hubo que echar mano también de la mía).
Nuestro primer trayecto en coche fue dos metros más allá: al Spar de enfrente a comprar un desayuno precocinado (y la cena), el mío de los mismo ingredientes del full y el del íntimo empanada de riñones, y nos lo comimos en el coche mismo. Yo perdí la mitad de uno de mis huevos fritos bajo mi asiento, pero peor fue lo del íntimo, que dejó toda la salsa en el suyo. Un cuarto de hora sólo en nuestras manos y el coche ya parecía toda una Louisie.
¡Pero ya estábamos camino al Ulster!. Mi plan, ese alternativo diseñado con kilómetros sobre un mapa, con alojamientos reservados por internet, preveía llegar a las doce a Belfast, hacer una paradilla breve para ojearla y continuar al norte por una pintoresca ruta que incluía mis míticos Giant's Causeway y Bushmills, la cuna del "Water of Life" de Ireland (osea, el güisqui) antes de llegar al destino del día: Ballintoy. Ballintoy es un pueblín con cuatro habitantes al que yo le había encontrado el suficiente encanto de ser el único que aparecía en la web con alojamiento cerca de estos lugares. Bueno, pues ese plan era la ficción.
La realidad fue esta: a menos de una hora de salir de Dublín ya estábamos paseando a pie por un mercadillo que había a un lado de la carretera en medio de la nada, donde nos deleitamos con un té y un café comprados en una camioneta (sí señor, como en la peli), hicimos un pis en un baño portátil (hemos ido como los perros, marcando cada sitio en el que parábamos) y compramos unos CDs piratas. Los mercadillos irlandeses son geniales: llegan con una furgo, sacan todas las porquerías que tienen en casa, y siempre hay alguien que las compra. Son como ebay pero en vivo.
Menos de otra hora más de coche y volvíamos a parar a otro lado del camino rodeado de pintorescas y preciosas campiñas y casitas desperdigadas, esta vez para que el íntimo echara una cabezadilla, proque yo no necesito dormir apenas, pero él compensa con creces mi carencia. Yo aproveché para dar un paseíllo por los verdes prados, acompañada de un simpático burrillo que parecía Platero y que en cuanto me vió me identificó como una de los suyos. En el mismo punto donde le encontré a la ida, se quedó a la vuelta y cuatro pasos más allá me esperaba el otro de mi especie, algo más despejado, así que continuamos camino, esta vez sin paradas hasta Belfast.
A mi Belfast me pareció igual que cualquier otra ciudad grande y además estaba en rebajas (y yo con mi extra estreñida, que ni miraba casi los escaparates). Es decir: si hay un edificio chulo, tiene un Zara dentro (pero claro, una hora y poco no da para profundizar mucho...). Un paseíllo, una pinta, un pis y carretera y manta. Y ya todo seguidito sin más parada que una muy funcional para echar gasolina en plena noche cerrada, todavía a kilómetros del pueblín (de la pintoresca ruta que incluía los Giant's y Bushmills nos había mos olvidado hacía muchísimo tiempo). Aprovechamos también para aceptar la evidencia de que mi planning de las vacaciones no sólo no era nada realista sino que era ciencia ficción pura que ríete tú de Star Trek, y por lo tanto para llamar al alojamiento que yo tenía previsto para el día siguiente y cancelarlo directamente. Un día escaso y ya empezaba a percatarme de que a veces no está mal hacer caso de la experiencia de un modesto viajero empedernido que me había sugerido solo dos cosas: no reservar más que en fechas críticas y no pretender conocerlo todo en dos días. Vamos, que cada uno sabe de lo suyo y se ve que lo mío había sido lo del neceser.
P.D.: Tim Robins ¡TE QUIERO! (con permiso de Susan, a la que también adoro).
Llegar a nuestro "céntrico hotelito con encanto a cinco minutos del centro" nos llevó cuarenta minutos de bus (con debate incluido entre encantadores pasajeros sugiriéndonos en qué parada debíamos bajarnos), unos pocos minutos más de pies para qué os quiero y una hamburguesa de pollo para no desfallecer. Yo a Irlanda he ido con tres objetivos de esos que eran la ilusión de mi vida: ponerme morada de "Fish and Chips" como en la película de Stephen Frears "La Camioneta", conocer los Giant's Causeway y conducir por la izquierda. Bueno pues lo de los "Fish and Chips" ya os digo yo que es un mito: existir existe, y está en todos los menús de los burguers pero como nadie lo pide nunca (es que no deja de ser pescado congelado refrito), siempre siempre te dicen que "no-queda-se-ha-acabado".
Y ya estábamos en la calle de nuestro hotel ¡sin habernos perdido! (algún día os contaré la aventura de nuestro paseíllo por Amsterdam hasta encontrar el "céntrico hotelito con encanto a cinco minutos del centro" de turno. Sólo diré que el íntimo tiene mil virtudes pero no la de la orientación, aunque sabe interpretar un mapa -que no teníamos- y que yo, que no sé interpretar un mapa pero sí me oriento, me pierdo cuando hablo porque me descentro. Con eso está todo dicho).
Si existieran los Oscars al eufemismo, nuestro alojamiento sería "El Señor de los Anillos" de este año. Para empezar, el sitio era pintoresco, muy pintoresco, pero eso era lógico porque era el más barato de todo Dublín que aparecía en la web. Luego que estaba especialmente pensado para viajeros sin dinero amantes del riesgo y la aventura, de la acción y la juerga, y que tenía muchas habitaciones de esas en las que caben muchos huéspedes. Y luego que en la puerta mismita nos encontramos con una parejita de románticos latinoamericanos muy enamorados peleándose a voz en grito porque ella gastaba muchísimo dinero con el móvil (así, en castellano y de pronto tuve la impresión de no haber salido de mi barrio).
Por aquello de preservar cierta intimidad, yo había reservado una "double room ensuite" que era lo más fino que nuestro albergue tenía disponible. La Odisea fue encontrarla, aquí sí nos perdimos una y varias veces por infinitos pasillos llenos de escaleras que caracoleaban pasando de un edificio a otro sin ni siquiera salir a la calle, de hecho creo que nuestra habitación se encontraba en otra manzana distinta a la recepción. Era como el colegio Howards de Harry Potter (incluyendo las escaleras que cambian de sitio) pero carente de toda magia, para qué nos vamos a engañar. Y nuestra suite, Cruela, era como en la foto: una esquina con literas y un baño sin nada de nada de nada ¡ni toalla! (así, en singular). ¡Dios!, menos mal que no hice caso al íntimo y había llevado mi neceser hipercompleto.
Cuando tomamos posesión de nuestro palacio ya era noche cerrada (luego descubrimos que es que en Irlanda es noche cerrada desde las cuatro y media de la tarde) así que ese día sólo nos dio para una cervecilla en un típico puf (ellos lo dicen así, fíjate) donde tampoco se puede fumar y que por eso tiene tanta gente en la calle congelándose, como dentro cociéndose. Y a dormir.
Dormir ¡JA!. Yo duermo poco y mal en mi cama, pero fuera de ella aun menos. Con la emoción y el cansancio a las doce estaba convertida en calabaza totalmente grogui, pero a las tres ya estaba despejadísima y sin poder fumar, porque en nuestro hotelito estaba prohibidísimo y cualquiera salía a la gélida noche aventurándose por nuestro laberinto. Me imaginaba equivocándome de puerta y entrando por error en un armario. Allí me quedaría encerrada durante evos hasta que unos viajeros americanos adolescentes de poca pela, muchos granos y mucha jerga me encontraran convertida en esqueleto en el milenio que viene (ya os digo que de madrugada la imaginación se me dispara). El íntimo pensaría simplemente que me había ido a investigar por mi cuenta y seguiría su viaje sólo (como somos tan libres los dos...). Yo me había llevado de casa mi cenicero sagrado (nunca viajo sin él porque ya me conozco yo las carencias del mundo), así que hubiera podido fumar de extrangis dentro de la habitación, pero no lo hice, claro. Aguanté mi mono durante cuatro horas porque por todas partes había crueles amenazas de lo que podría ocurrirme si osaba fumar en la habitación y porque me pedí la litera de arriba, y si levantaba la cabeza un poco me clavaba el sensor de incendios en la frente. Con las reducidas dimensiones que tenía nuestra "luxury suite", la alarma habría saltado aunque hubiera fumado con medio cuerpo fuera de la ventana. Pues eso.
A las siete de la mañana ya no aguantaba más y me metí en la ducha, que tenía un sistema de grifo igualito que el de los baños de el Carrefour, de esos que aprietas el botón, sale un chorrillo y antes de que hayas puesto las manos bajo el agua, ya se ha cortado. Con esa precariedad, medio helada, intenté asearme lo justo. Me sequé como pude con la camiseta del íntimo, y lo que no pude de mi melena de Atapuerca lo escurrí sobre él que estaba medio sobado en ese momentito dulce de un minutillo más (creo que ahí es cuando apreció toda la dimensión de las carencias de los hoteles que tienen de todo). Él por su parte se duchó con mi gel hidratante y reafirmante. Despejaditos y limpios salimos a la noche de Dublín a la busca y captura de nustro coche. Mi segundo sueño a punto de hacerse realidad.
El coche se encontraba, según el callejero de viamichelin.com a cincuenta y dos minutos andando. Oye, cómo lo tienen controlado los tíos, ni uno menos. ¡Cincuenta y dos minutazos arrastrando mi maleta de floripondios de diez kilos de peso en la noche amaneciendo hasta salirnos del mismísimo Dublín!. Yo sólo soñaba con un "full irish breakfast", que tiene: café o té, tostadas, mantequilla, huevo frito, salchichas, beacon, tomate y champiñones; y hasta el aire de la mañana me tenía ese olorcillo... ¡Pero cero, ni un puf abierto!, aun así, era tal mi emoción que ni siquiera me importó: estaba sólo a cuatro mil pasos de mi coche hecho al revés.
En la agencia nos atendió un postadolescente que se atragantó y puso sus ojos como platos en blanco cuando el íntimo le informó de que la menda, con el menos de un año de carné iba a conducir también. Cuando se recuperó del ataque de tos y bajó la congestión de su cara gritó: "¡NOT, NOT, NOT!" (así, con mayúsculas y todo) haciendo grandes aspavientos con las manos que parecían molinetes. Y ahí se quedó mi gozo, leyentes míos, primer misterio desvelado: no me han dejado conducir. El íntimo me hizo una foto al volante del coche para colgarla por si colaba, pero no voy a engañaros, se nota muchísimo que es de mentira, sobre todo porque está hecha en un parking y se ven todos los otros coches aparcados en batería. Yo sorbí mi decepción a la vez que mis mocos, y ambos me los tragué, porque no estaba dispuesta a que nada, ni siquiera eso, echara a perder la ilusión de mis vacaciones en Irlanda.
Después de aquello, mirándonos con auténtica preocupación, tras suplicar encarecidamente que cogiéramos el seguro completo y después de repasar la VISA con una bacaladera, el postadolescente soltó las llaves las llaves del coche (que ni tenía cenicero, ni mechero, ni ninguna advertencia que prohibiera fumar , je, je). El vehículo en cuestión era un Ford Fiesta nuevísimo a estrenar color rojo cereza y limpísimo en el que nosotros dejamos nuestra impronta quincallera en cuanto entramos, soltamos lastre y pusimos nuestras camisetas a secar en la bandeja de la luneta trasera (con la del íntimo solo no llegaba y hubo que echar mano también de la mía).
Nuestro primer trayecto en coche fue dos metros más allá: al Spar de enfrente a comprar un desayuno precocinado (y la cena), el mío de los mismo ingredientes del full y el del íntimo empanada de riñones, y nos lo comimos en el coche mismo. Yo perdí la mitad de uno de mis huevos fritos bajo mi asiento, pero peor fue lo del íntimo, que dejó toda la salsa en el suyo. Un cuarto de hora sólo en nuestras manos y el coche ya parecía toda una Louisie.
¡Pero ya estábamos camino al Ulster!. Mi plan, ese alternativo diseñado con kilómetros sobre un mapa, con alojamientos reservados por internet, preveía llegar a las doce a Belfast, hacer una paradilla breve para ojearla y continuar al norte por una pintoresca ruta que incluía mis míticos Giant's Causeway y Bushmills, la cuna del "Water of Life" de Ireland (osea, el güisqui) antes de llegar al destino del día: Ballintoy. Ballintoy es un pueblín con cuatro habitantes al que yo le había encontrado el suficiente encanto de ser el único que aparecía en la web con alojamiento cerca de estos lugares. Bueno, pues ese plan era la ficción.
La realidad fue esta: a menos de una hora de salir de Dublín ya estábamos paseando a pie por un mercadillo que había a un lado de la carretera en medio de la nada, donde nos deleitamos con un té y un café comprados en una camioneta (sí señor, como en la peli), hicimos un pis en un baño portátil (hemos ido como los perros, marcando cada sitio en el que parábamos) y compramos unos CDs piratas. Los mercadillos irlandeses son geniales: llegan con una furgo, sacan todas las porquerías que tienen en casa, y siempre hay alguien que las compra. Son como ebay pero en vivo.
Menos de otra hora más de coche y volvíamos a parar a otro lado del camino rodeado de pintorescas y preciosas campiñas y casitas desperdigadas, esta vez para que el íntimo echara una cabezadilla, proque yo no necesito dormir apenas, pero él compensa con creces mi carencia. Yo aproveché para dar un paseíllo por los verdes prados, acompañada de un simpático burrillo que parecía Platero y que en cuanto me vió me identificó como una de los suyos. En el mismo punto donde le encontré a la ida, se quedó a la vuelta y cuatro pasos más allá me esperaba el otro de mi especie, algo más despejado, así que continuamos camino, esta vez sin paradas hasta Belfast.
A mi Belfast me pareció igual que cualquier otra ciudad grande y además estaba en rebajas (y yo con mi extra estreñida, que ni miraba casi los escaparates). Es decir: si hay un edificio chulo, tiene un Zara dentro (pero claro, una hora y poco no da para profundizar mucho...). Un paseíllo, una pinta, un pis y carretera y manta. Y ya todo seguidito sin más parada que una muy funcional para echar gasolina en plena noche cerrada, todavía a kilómetros del pueblín (de la pintoresca ruta que incluía los Giant's y Bushmills nos había mos olvidado hacía muchísimo tiempo). Aprovechamos también para aceptar la evidencia de que mi planning de las vacaciones no sólo no era nada realista sino que era ciencia ficción pura que ríete tú de Star Trek, y por lo tanto para llamar al alojamiento que yo tenía previsto para el día siguiente y cancelarlo directamente. Un día escaso y ya empezaba a percatarme de que a veces no está mal hacer caso de la experiencia de un modesto viajero empedernido que me había sugerido solo dos cosas: no reservar más que en fechas críticas y no pretender conocerlo todo en dos días. Vamos, que cada uno sabe de lo suyo y se ve que lo mío había sido lo del neceser.
P.D.: Tim Robins ¡TE QUIERO! (con permiso de Susan, a la que también adoro).
viernes, 12 de enero de 2007
¡YO TAMBIÉN QUIERO SALIR DESNUDA EN EL INTERVIÚ!
Blogeros míos, estoy desolada. De verdad que yo intento ser breve y concisa con el asunto del relato de mi viaje, pero es que no me sale. Releo lo escrito con bisturí en mano como un cirujano de la seguridad social: dispuesta a cortar por lo sano, pero es que todo son verdades como puños de las de suceso o de las mías propias, y me da pena quitarlo. Así que opto por colgarlo entero con muchos saltos de línea para que el que tenga tiempo y ganillas se lo eche un ojo sin perderse (gracias Dina). De momento os doy un respirillo antes del segundo capítulo de esta mi saga (que ya está cocinado y casi a punto) con una reivindicación al mundo: ¡YO TAMBIÉN QUIERO SALIR DESNUDA EN EL INTERVIÚ!
Lo primero de todo: Cameron, yo te lo advertí, no sé porque no me hiciste caso. Pero no sufras, todavía hay posibilidades y aun podemos hacer que parezca un accidente. Scarlett cariño ¿necesitas ayuda?, y ¡Brinnie todavía te queremos!. Pobrecita mía, que año me lleva, y son sólo cuatro días, no sé como le ha cabido tanto desaguisado en tan poco tiempo. Ahora les han votado a ella y a su amiga Paris como las peores vestidas del año. Pero eso no es importante. Yo mira, como que a estas listas no suelo hacerlas mucho caso, porque los críticos son muy suyos y muchas veces los que tienen mal gusto son ellos y nadie más, que a no todo el mundo le tiene que gustar como va una, de hecho a mi no me parece que vayan tan mal estas chicas siempre, sobre todo la Paris, porque la Brinnnnie es cierto que a veces se nos supera a sí misma. Pero si la siguiente de la lista es Camilla Parker Bowles, ahí si que me pongo a llorar inconsolable. Porque yo no digo que la Camilla no sea bellísima por dentro, pero no me digáis que la pobre no es un horror en ropa de calle. El drama no es que te elijan la peor vestida, el drama es que te digan que vistes aun peor que la Camilla.
Y aquí es cuando enlazo con mi reivindicación de salir en pernetas en una revista. Esto se lo recomiendo también a la Camilla, que seguro que peor que vestida no va a estar (lo sé, he hecho el esfuerzo de imaginarla, y aun así).
Quiero que me hagan las fotos en pelotilla picada, que las retoquen todas con Photoshop, y quiero que los retoques los haga el mismo especialista que le hace los trabajitos a la Preisler que es El Maestro. Porque es que en las fotos del Interviú de posado no se ve ni una celulitis ni una estría, y los dos pechos con perfecta alineación y simetría, ¡y qué buen gusto, qué atrezzo y estilismo!: ¡es que es todo arte!. Si yo tuviera una portada del Interviú propia, la pondría en tamaño Din A 1000 en la pared de mi salón, que todo el mundo que viniera a mi casa pudiera verla, que me mirara al natural con ropa y al retratado sin ella, y pensaran que de puertas para fuera, pues mira, no será gran cosa pero que de puertas para dentro esta Irma es una mina.
Porque claro a ti te retocan una foto de las de vestida y a diario dejándote maravillosísima, y con un golpecillo de vista ya se ve que tienen truco y da risa. Es como si eres calvo de remate y te da por recibir a las visitas con peluquín, pues no cuela. Pero los retoques en las de en bolas, esas hay muy poca gente que pueda saber si son de las buenas o de ciencia ficción (bueno, muy poca gente en mi caso, soy consciente de que en otros casos el truco de la portada no conseguiría engañar a nadie, pero os aseguro que en el mío todavía me queda muchísima parroquia por sorprender).
Esto además lo haría también pensando en la vejez. No hay abuela que no haya dicho alguna vez "yo es que de joven era muy mona" y ¿qué hacen después?: te lo intentan demostrar enseñándote una foto sepia del día de su boda, donde aparece alicatada hasta el cuello, y entre que la foto no es nítida, y que están desgastadas por el siglo (la foto y la abuela) pues sí vale, haces como te lo crees, pero lo que de verdad piensas es que podría ser ella o Rita la Cantaora, que tampoco la tenemos identificada.
Pero claro, imaginadme ahora a mi con el siglo, con mis nietos que vienen a visitarme acompañados de sus novias, y yo les digo, "yo es que de joven era muy mona" y les enseño el poster: ahí si se tendrían que callar. Y os imagináis a las novias, aguantando a mis nietos decirlas: "pues está mejor mi abuela que tú", "yo quiero que seas como mi abuela, que ella no tenía celulitis y tú si"... (porque los hombres suelen tener la costumbre de ser brutalmente sinceros para estas cosas) ¡ay, ay! ¡lo que iba a disfrutar en la vejez!. Vale que dirían, "qué pena como se ha estropeado esta mujer", pero seamos realistas, ¿alguien ha llegado alguna vez al siglo sin estar estropeado?. Pues eso: que a mi plin.
Ahora, lo complicado del asunto es que no sale cualquiera en el Interviú. Como negocio es contradictorio, pero resulta que o te pagan ellos, o no tienes ninguna posibilidad. Señores del Interviú, ¿han considerado la posibilidad de cobrar por salir desnuda en su revista?, sería rentable, yo ya les digo que como mínimo reservaría una de mis pagas extras a este fin. Aunque no desespero, siempre me queda recurrir a la vía alternativa. De hecho antes de ir a Irlanda mi abuela me llamó tropecientas veces para advertirme que no perdiera de vista ni una sóla vez mi maleta de floripondios, que mira lo que le pasó a la Gallega. Pues mira tú, abuela, lo que me ha pasado a mi por no quitarla el ojo, que ahora ya no podré tener mi portada en el Interviú, ¡con la ilusión que me hacía!.
Otra cosa que podría hacer es convertirme en concejala de hacienda del PP. Pero no lo veo muy posible, con mis antecedentes rojos y lo boca chancla que soy, que me voy pregonando a todos los vientos, pues chungo. Y encima ¿tiene que ser la de hacienda? ¡pero si a mi un euro me dura menos que una pasti en la puerta de un insti!. Nada que sólo me queda la posibilidad de hacer como mi amiga la Esteban (nena, esto es pa'tí: ¡oé, oé, oé, oeeeeee, oé, oé! - es que ha aprobado el teórico de conducir ¡qué tiempos aquellos, madre mía!): me convertiré en una ordinaria y me cepillaré a un torero, preferiblemente a uno que cecee.
Mientras tanto, seguiré invirtiendo en cremas reafirmantes, siempre a la espera de esa mi oportunidad.
P.D. Este post se lo dedico a los mojigatos que se han hecho de cruces con los últimos posados. ¿Vosotros sabéis lo que cuesta pagar una hipoteca?. Y además, a ver si con la globalización nos vamos a convertir todos ahora en americanos del CSI, que sacan en su serie a una difunta por violación totalmente corrompida y con el ojo podrido colgando, con todos los cuchillos clavados aún, pero con el bikini intacto para que ninguna púdica parte del cuerpo femenino pueda herir la sensibilidad de los niños de la edad de mi hija a los que va destinado la serie. ¡Que les den!. ¡PLAYA EN MADRID YA, Y NUDISTA!
Lo primero de todo: Cameron, yo te lo advertí, no sé porque no me hiciste caso. Pero no sufras, todavía hay posibilidades y aun podemos hacer que parezca un accidente. Scarlett cariño ¿necesitas ayuda?, y ¡Brinnie todavía te queremos!. Pobrecita mía, que año me lleva, y son sólo cuatro días, no sé como le ha cabido tanto desaguisado en tan poco tiempo. Ahora les han votado a ella y a su amiga Paris como las peores vestidas del año. Pero eso no es importante. Yo mira, como que a estas listas no suelo hacerlas mucho caso, porque los críticos son muy suyos y muchas veces los que tienen mal gusto son ellos y nadie más, que a no todo el mundo le tiene que gustar como va una, de hecho a mi no me parece que vayan tan mal estas chicas siempre, sobre todo la Paris, porque la Brinnnnie es cierto que a veces se nos supera a sí misma. Pero si la siguiente de la lista es Camilla Parker Bowles, ahí si que me pongo a llorar inconsolable. Porque yo no digo que la Camilla no sea bellísima por dentro, pero no me digáis que la pobre no es un horror en ropa de calle. El drama no es que te elijan la peor vestida, el drama es que te digan que vistes aun peor que la Camilla.
Y aquí es cuando enlazo con mi reivindicación de salir en pernetas en una revista. Esto se lo recomiendo también a la Camilla, que seguro que peor que vestida no va a estar (lo sé, he hecho el esfuerzo de imaginarla, y aun así).
Quiero que me hagan las fotos en pelotilla picada, que las retoquen todas con Photoshop, y quiero que los retoques los haga el mismo especialista que le hace los trabajitos a la Preisler que es El Maestro. Porque es que en las fotos del Interviú de posado no se ve ni una celulitis ni una estría, y los dos pechos con perfecta alineación y simetría, ¡y qué buen gusto, qué atrezzo y estilismo!: ¡es que es todo arte!. Si yo tuviera una portada del Interviú propia, la pondría en tamaño Din A 1000 en la pared de mi salón, que todo el mundo que viniera a mi casa pudiera verla, que me mirara al natural con ropa y al retratado sin ella, y pensaran que de puertas para fuera, pues mira, no será gran cosa pero que de puertas para dentro esta Irma es una mina.
Porque claro a ti te retocan una foto de las de vestida y a diario dejándote maravillosísima, y con un golpecillo de vista ya se ve que tienen truco y da risa. Es como si eres calvo de remate y te da por recibir a las visitas con peluquín, pues no cuela. Pero los retoques en las de en bolas, esas hay muy poca gente que pueda saber si son de las buenas o de ciencia ficción (bueno, muy poca gente en mi caso, soy consciente de que en otros casos el truco de la portada no conseguiría engañar a nadie, pero os aseguro que en el mío todavía me queda muchísima parroquia por sorprender).
Esto además lo haría también pensando en la vejez. No hay abuela que no haya dicho alguna vez "yo es que de joven era muy mona" y ¿qué hacen después?: te lo intentan demostrar enseñándote una foto sepia del día de su boda, donde aparece alicatada hasta el cuello, y entre que la foto no es nítida, y que están desgastadas por el siglo (la foto y la abuela) pues sí vale, haces como te lo crees, pero lo que de verdad piensas es que podría ser ella o Rita la Cantaora, que tampoco la tenemos identificada.
Pero claro, imaginadme ahora a mi con el siglo, con mis nietos que vienen a visitarme acompañados de sus novias, y yo les digo, "yo es que de joven era muy mona" y les enseño el poster: ahí si se tendrían que callar. Y os imagináis a las novias, aguantando a mis nietos decirlas: "pues está mejor mi abuela que tú", "yo quiero que seas como mi abuela, que ella no tenía celulitis y tú si"... (porque los hombres suelen tener la costumbre de ser brutalmente sinceros para estas cosas) ¡ay, ay! ¡lo que iba a disfrutar en la vejez!. Vale que dirían, "qué pena como se ha estropeado esta mujer", pero seamos realistas, ¿alguien ha llegado alguna vez al siglo sin estar estropeado?. Pues eso: que a mi plin.
Ahora, lo complicado del asunto es que no sale cualquiera en el Interviú. Como negocio es contradictorio, pero resulta que o te pagan ellos, o no tienes ninguna posibilidad. Señores del Interviú, ¿han considerado la posibilidad de cobrar por salir desnuda en su revista?, sería rentable, yo ya les digo que como mínimo reservaría una de mis pagas extras a este fin. Aunque no desespero, siempre me queda recurrir a la vía alternativa. De hecho antes de ir a Irlanda mi abuela me llamó tropecientas veces para advertirme que no perdiera de vista ni una sóla vez mi maleta de floripondios, que mira lo que le pasó a la Gallega. Pues mira tú, abuela, lo que me ha pasado a mi por no quitarla el ojo, que ahora ya no podré tener mi portada en el Interviú, ¡con la ilusión que me hacía!.
Otra cosa que podría hacer es convertirme en concejala de hacienda del PP. Pero no lo veo muy posible, con mis antecedentes rojos y lo boca chancla que soy, que me voy pregonando a todos los vientos, pues chungo. Y encima ¿tiene que ser la de hacienda? ¡pero si a mi un euro me dura menos que una pasti en la puerta de un insti!. Nada que sólo me queda la posibilidad de hacer como mi amiga la Esteban (nena, esto es pa'tí: ¡oé, oé, oé, oeeeeee, oé, oé! - es que ha aprobado el teórico de conducir ¡qué tiempos aquellos, madre mía!): me convertiré en una ordinaria y me cepillaré a un torero, preferiblemente a uno que cecee.
Mientras tanto, seguiré invirtiendo en cremas reafirmantes, siempre a la espera de esa mi oportunidad.
P.D. Este post se lo dedico a los mojigatos que se han hecho de cruces con los últimos posados. ¿Vosotros sabéis lo que cuesta pagar una hipoteca?. Y además, a ver si con la globalización nos vamos a convertir todos ahora en americanos del CSI, que sacan en su serie a una difunta por violación totalmente corrompida y con el ojo podrido colgando, con todos los cuchillos clavados aún, pero con el bikini intacto para que ninguna púdica parte del cuerpo femenino pueda herir la sensibilidad de los niños de la edad de mi hija a los que va destinado la serie. ¡Que les den!. ¡PLAYA EN MADRID YA, Y NUDISTA!
miércoles, 10 de enero de 2007
¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE II! (NO SIN MI MALETA)
Me había quedado contándoos que al día siguiente de la mítica comida navideña de empresa, el íntimo y yo teníamos que coger un avión caminito a Irlanda. Lo prudente y pensado era salir de casa tres horas y media antes de la prevista para el vuelo, porque yo tengo todo mi capital invertido en la hipoteca de mi casa y otras fruslerías por el estilo y procuro estirar la paga extra como un chicle Cheiw (¿qué fue de ellos? ¿los retiró Sanidad por radiactivos? ¿quebraron por no regalar nunca ni un cromo?). Y al íntimo le viene a ocurrir más de lo mismo en cuanto a dosificación de pela, así que para nosotros un taxi viene a equivaler a la comida de los dos en un día, una ronda de pintas en el pub u otras urgencias por el estilo. Nosotros somos plebe de la de transporte público, aunque a muchísima honra, eso sí.
Pero ocurre que tras el desgaste natural consecuencia del alarde gastroetílico del día anterior, a mi no había quien me levantara de la cama, ni el íntimo con poleas: yo estaba abrazadita a mis almohadas como pegada con loctite, sujetando el edredón con los dientes y suplicando entre murmurillos al mundo en general que por dios, me dejaran un ratito más. Y la maleta sin hacer (pero pensada, eso sí, y en mi caso es como tener casi todo el trabajo hecho). Yo tengo una regla de oro que procuro no saltarme casi nunca, y es la de no preparar el equipaje después de la media noche (¡y borracha ni os cuento!), porque a mi la madrugada me pilla siempre con hora bruja y me vuelvo hipercreativa para todo. Me da por probarme mis trapitos en combinaciones imposibles tremendamente originales que encima me encantan, y ¿qué ocurre después?, pues que uno ve las fotos de mis vacaciones y no sabe si la que aparece en ellas soy yo o la Cañizares de "Camera Café" que las dos parecemos la misma.
A mi me encanta disfrazarme, pero de películas. Supongo que si no tuviera cierto pudor que a veces me embarga (jó, quien lo iba a decir) yo sería una actriz estupenda, por eso si fuera posible me llevaría de viaje toda la ropa de mi armario, así me podría levantar un día con el Audrie subido y vestirme minimalista y de negro, y otro día en plan Brigitte Bardot y vestirme en fucsias y cuadritos vichy, o de Catharine Herpburn y vestirme despreocupada y masculina... y todo ello en versión frío invierno de Massachusset o primaveral de la Provenza, eso ya a voluntad metereológica. Pero resulta que yo hace un par de años tuve La Crisis Vital que me dió por curar con terapia de shopping y al final resulta que mi armario tiene cuatro cuerpos y mide cinco metros. Una bobadilla.
Lo de la terapia de shopping parece una frivolidad inmadura, pero de verdad que tiene su aquel. Quizá lo conveniente en estos casos sea recurrir a un profesional del tipo psicólogo-psiquiatra, pero yo tengo mis dudas. Eso de llegar a un extraño y desnudar el alma descuartizando las miserias de uno, las de la familia propia y a veces las de algún ajeno, a mi me parece horroroso, oye, y ya no sólo por el dichoso pudorcillo que os contaba antes, es que además ni te pagan, porque mis miserias y las de mi familia son entretenidísimas, que vamos, Lo Que El Viento se Llevó a su lado resulta una chorradilla rosa y Scarlett una aficionada: lo nuestro es de alto nivel Maribel, que tenemos una genética de campanillas. Pues eso, no solo no te pagan por el entretenimiento y cotilleo esmerado, no, sino que encima van y te cobran. Yo siempre he pensado que eso está muy bien para los americanos, pero que en este país dudo mucho que este tipo de profesionales tengan tanto futuro, ¡con lo dados que somos a la cañita con los amigos, a la exaltación de la amistad y a los cantos regionales!, y en caso de crisis nos acodamos en la parte cómoda de la barra, soltamos el rollo, montamos el número y nos vamos a casa como nuevos. Pues eso, que a mi me resultan demasiado aparatosos con el tema del diván, y sin poner tapa ni nada. Vamos, para mis crisis desde luego yo no les veo, y mira, si uno compara los cargos en mi VISA en concepto de terapia con la minuta de un profesional de lo suyo (que para lo del shopping yo soy más profesional que nadie), pues vamos a ver qué resulta más caro, que por ahí por ahí.
En fin, que en esas andaba yo, aferrada a dos minutillos más de cama, luchando contra el reloj implacable y contra el íntimo que ya estaba lavadito y peinao: él con su mochililla funcional en la puerta y yo con mi maleta de floripondios aun en mente. Sobreponiéndome a mi misma me arrastré hasta la ducha, me adecenté en lo posible, y me lié a hacer y deshacer hasta tres veces (¿o cuatro?) mi equipaje eliminando un millón de Irmas posibles hasta resumirlas en los diez apretaditos kilos que cupieron dentro, que parecen muchos pero no es ná (en ropa, en peso arrastrado, si). A saber: el tema impermeable para la verde Irlanda en la que siempre llueve, apenas dos vaqueros y dos jerséis, un equipamiento lencero y dos pares de calcetines por día (con uno solo en invierno yo no soy nadie, que mis pies son grandes y sensibles). Y el resto del espacio para mi neceser bien equipado. Como suponéis, el íntimo viaja con lo puesto, unas camisetas para por si acaso, calzoncillos y calcetines a razón de un juego cada dos días (el tema de la vuelta y vuelta) y una mini cuchilla de afeitar. Según él, el resto de lo necesario está en los hoteles, por eso el muy ingenuo me sugirió que dejara la mitad de mis cositas de aseo en casa. Yo os cuento.
Previsora y todavía en la edad tonta para lo del cuidado íntimo de depilación y lencerías finas, yo había ido a hacerme la cera una semanita antes (un consejillo, chicas: cuando vayáis a depilaros, aseguraros de ir con tiempo, nada de meter prisas a la esteticién, y si no, aceptad sólo lo que ella diga que da tiempo, nada de pretender que os haga axilas, piernas completas, ingles brasileñas y cara todo en media hora (especialísimamente lo de las ingles brasileñas), que luego os escaldan y cuando os quitáis la ropa dais penita porque parecéis recién desolladas, y sé de lo que hablo), así que yo cuchilla no necesitaba.
Pero tengo el pelo largo, y según nuestro peluquero Dante, finísimo. No he terminado de desenredarme y ya empiezan a hacerse nuevos nudos. Conclusión: yo no viajo sin mi acondicionador, que ya en una ocasión nos vimos el íntimo y yo haciendo turnos de cuarto de hora para intentar desenredarlo con un peine de los de plastiqué que te ofrecen en los hoteles que tienen de todo. En serio, yo salgo de la ducha, me seco con la toalla y soy como la mujer de Atapuerca: el mismo look capilar. Obviamente si no viajo sin mi acondicionador, mucho menos sin mi champú, que no sabéis lo que es intentar lavarse una melena con una pastilla de jabón, se te pierde ahí dentro y ya no vuelves a encontrarla nunca más. Imprescindible el cepillo (más mono, naranja con florecitas, el que compramos mi amiga Olgui y yo el día que nos abdujo el rojo), y menos aun después de las experiencias con los peines de hotel. Ya que estamos incluyo el gel y la crema corporal ambas hidratantes (y reafirmantes, por lo de mi portada futura en el Interviú) sobre todo si voy a sitios fríos, porque yo tengo una piel que es un asco, a mi no se me curte, a mi directamente es que se me abren las carnes y luego voy por todas partes rascándome como si tuviera una invasión de pulgas, y ya sé yo que las pastillas de jabón de los hoteles se hacen con sosa cáustica y sosa cáustica nada más. Obviamente y por razones mínimas de higiene también llevo desodorante, cepillo de dientes y dentífrico. Pues ya que llevo todo eso y necesito el neceser grande, me cabe el perfume y también lo llevo, que oye, a mi me gusta oler bien además de a limpio.
Así que cuando el íntimo ya andaba resignado a coger el taxi matando el tiempo a dos carrillos con sandwichines del exquisito pisto que mi abuela hace casi exclusivamente para mi hermana (que es su nieta favorita) y de los que a mi madre y a mi sólo nos toca una muestra en tarrito de los de caviar por sesión de embotado, aparecí yo sorprendiendo con un "que ya estamos". Y es que otra cosa que tenemos en común el íntimo y yo además de las rarezas son los huevos (en mi caso cuadrados, pero ¿a que parecía que no teníamos nada?, ¿eh?). Ahí estaba yo más chula que un ocho y más feliz que una perdiz (¿porqué son tan felices?), cerrando mi casa con quince vueltas de llave y diciendo un largo bye bye a mi gato tiñoso, a mi casita misma y a mi Luisi que dejé bien aparcada bajo un árbol de mi barrio al lado de los contenedores de basura.
A todo esto eran ya las cuatro de la tarde, íbamos con una hora de retraso sobre nuestro planing y yo estaba todavía en ayunas, pero si no me alimento soy una ruina. Así que aprovechando el cambio de bus a metro, hicimos una paradita técnica en un "Café y Té" donde me pedí un panini de jamón de molde y queso, y el íntimo, que todavía andaba eructando pisto, un café y un bollo. Para el que no lo sepa un panini es un bocadillo caliente (que tarda en prepararse más que el frío) pero en caro. Si hubiera sabido que iba a ser el primero de tantísimos sandwiches de jamón de molde y queso, habría pedido paella. Este pequeño lapsus para el avituallamiento nos hizo ya ir directamente de cráneo con lo del tiempo, según nuestras previsiones (en especial según las del íntimo, que había dado por hecho que conmigo íba a llegar más que justo tirando a tarde).
Como no se cierra una ventana sin abrir una puerta, la solución nos llegó en forma de mujer de sensenta y todos, rubita, regordeta, agobiadísima, y que parecía diminuta con su maletón descomunal que perfectamente podía contener un cadaver de humano-marido medio de 1,80 de altura y 90 y tantos kilos de peso y con un pequeño troley que no debía pesar demasiado pero que le ocupaba una mano de las veinticinco que necesitaba como mínimo para arrastrar la otra maleta. Allí estaba ella, a cuarenta minutos de que su avión partiera rumbo a Yugoslavia, perdida en mitad del transbordo de Nuevos Ministerios, gracias al descuadre que la había hecho el pintoresco tráfico navideño que vagaba perdido entre las obras de nuestro muy mentado Gallardón que inasequible al desaliento se ha impuesto como cruzada personal hacer de Madrid una ciudad que no conozcamos nadie, (o que por lo menos no sepamos cómo llegar a lo que conocemos), todo ello a golpe de martillo hidráulico y accidentes laborales (ya está dicho). A mi me dió mucha penita porque aquella mujer me recordaba mucho a la madre de la Cruela (fisicamente, no en lo del marido en la maleta).
Mi íntimo que es muy generoso, amable, majo y rematadamente Piscis como yo, se ofreció cortesmente a ayudarle llevándo el maletón desde el metro a su mostrador de facturación en la Teminal 1. Oye, decir esto y llegar a final de trayecto en la Terminal 2 (a kilómetros de distancia de la 1), bajarnos del vagón, y la mujer empezar a correr como un gamo, con el troley ondeando al viento tras ella. El íntimo corría lo que podía, sobre todo para no perderla de vista, con su compactísima mochila que también pesaba diez kilos (lo comprobamos al facturarla, para que veáis bajo que mínimos he viajado yo) y con la maleta del difunto trabándosele cada dos por tres entre las piernas propias y las ajenas de otros viajeros. Yo iba detrás suplicando a dios que me teletransportara (pero como soy atea, no tengo yo mucha mano con él), con mis propios diez kilos de excasísimo equipaje de floripondios a rastras y mi propio malestar general. Yo creo que la mujer era la abuelita blanca de Carl Lewis, porque cuando llegamos al mostrador de Lufthansa casi le sobraba tiempo y todo. Daba gloria ver su cara, llena de agradecimiento, con las lagrimillas asomando a su ojos. A quien daba pena ver era al íntimo, sudando a chorros por todos sus poros (¡y doy fé que tiene trillones!) absolutamente derrengado, al borde del infarto y con casi cuatro kilos menos que se le habían ido cayendo por el camino.
Eso sí gracias a la abuelita yugoslava, a lo rápido que pasamos el control de seguridad (es que nos habíamos bajado de internet todas las normas e íbamos preparados, sin cinturón, casi descalzos y ni una gota de líquido encima, sobre todo el íntimo, que lo había sudado todo, sin embargo detrás de nosotros iba un pobre inocente que llevaba un bolso de viaje cuajadito de botellas de licores y no sé si al final tuvo que bebérselas para no hacer de nuevo la cola de kilómetro y medio para facturar o si abandonó la bolsa arriesgándose a que cerraran el aeropuerto por paquete sospechoso, no sé) pero en fin, gracias a los factores mencionados y al retraso que traía nuestro vuelo de bajo costo, nos sobró como dos horas de aeropuerto mirando tiendas estupendísimas en las que yo no podía gastarme ni un duro por el asunto ese de estirar la paga extra...
Y ya estábamos en el avión, sentaditos y volando rumbo a Dublín. El próximo capítulo chicos, ya sucede en Irlanda.
Pero ocurre que tras el desgaste natural consecuencia del alarde gastroetílico del día anterior, a mi no había quien me levantara de la cama, ni el íntimo con poleas: yo estaba abrazadita a mis almohadas como pegada con loctite, sujetando el edredón con los dientes y suplicando entre murmurillos al mundo en general que por dios, me dejaran un ratito más. Y la maleta sin hacer (pero pensada, eso sí, y en mi caso es como tener casi todo el trabajo hecho). Yo tengo una regla de oro que procuro no saltarme casi nunca, y es la de no preparar el equipaje después de la media noche (¡y borracha ni os cuento!), porque a mi la madrugada me pilla siempre con hora bruja y me vuelvo hipercreativa para todo. Me da por probarme mis trapitos en combinaciones imposibles tremendamente originales que encima me encantan, y ¿qué ocurre después?, pues que uno ve las fotos de mis vacaciones y no sabe si la que aparece en ellas soy yo o la Cañizares de "Camera Café" que las dos parecemos la misma.
A mi me encanta disfrazarme, pero de películas. Supongo que si no tuviera cierto pudor que a veces me embarga (jó, quien lo iba a decir) yo sería una actriz estupenda, por eso si fuera posible me llevaría de viaje toda la ropa de mi armario, así me podría levantar un día con el Audrie subido y vestirme minimalista y de negro, y otro día en plan Brigitte Bardot y vestirme en fucsias y cuadritos vichy, o de Catharine Herpburn y vestirme despreocupada y masculina... y todo ello en versión frío invierno de Massachusset o primaveral de la Provenza, eso ya a voluntad metereológica. Pero resulta que yo hace un par de años tuve La Crisis Vital que me dió por curar con terapia de shopping y al final resulta que mi armario tiene cuatro cuerpos y mide cinco metros. Una bobadilla.
Lo de la terapia de shopping parece una frivolidad inmadura, pero de verdad que tiene su aquel. Quizá lo conveniente en estos casos sea recurrir a un profesional del tipo psicólogo-psiquiatra, pero yo tengo mis dudas. Eso de llegar a un extraño y desnudar el alma descuartizando las miserias de uno, las de la familia propia y a veces las de algún ajeno, a mi me parece horroroso, oye, y ya no sólo por el dichoso pudorcillo que os contaba antes, es que además ni te pagan, porque mis miserias y las de mi familia son entretenidísimas, que vamos, Lo Que El Viento se Llevó a su lado resulta una chorradilla rosa y Scarlett una aficionada: lo nuestro es de alto nivel Maribel, que tenemos una genética de campanillas. Pues eso, no solo no te pagan por el entretenimiento y cotilleo esmerado, no, sino que encima van y te cobran. Yo siempre he pensado que eso está muy bien para los americanos, pero que en este país dudo mucho que este tipo de profesionales tengan tanto futuro, ¡con lo dados que somos a la cañita con los amigos, a la exaltación de la amistad y a los cantos regionales!, y en caso de crisis nos acodamos en la parte cómoda de la barra, soltamos el rollo, montamos el número y nos vamos a casa como nuevos. Pues eso, que a mi me resultan demasiado aparatosos con el tema del diván, y sin poner tapa ni nada. Vamos, para mis crisis desde luego yo no les veo, y mira, si uno compara los cargos en mi VISA en concepto de terapia con la minuta de un profesional de lo suyo (que para lo del shopping yo soy más profesional que nadie), pues vamos a ver qué resulta más caro, que por ahí por ahí.
En fin, que en esas andaba yo, aferrada a dos minutillos más de cama, luchando contra el reloj implacable y contra el íntimo que ya estaba lavadito y peinao: él con su mochililla funcional en la puerta y yo con mi maleta de floripondios aun en mente. Sobreponiéndome a mi misma me arrastré hasta la ducha, me adecenté en lo posible, y me lié a hacer y deshacer hasta tres veces (¿o cuatro?) mi equipaje eliminando un millón de Irmas posibles hasta resumirlas en los diez apretaditos kilos que cupieron dentro, que parecen muchos pero no es ná (en ropa, en peso arrastrado, si). A saber: el tema impermeable para la verde Irlanda en la que siempre llueve, apenas dos vaqueros y dos jerséis, un equipamiento lencero y dos pares de calcetines por día (con uno solo en invierno yo no soy nadie, que mis pies son grandes y sensibles). Y el resto del espacio para mi neceser bien equipado. Como suponéis, el íntimo viaja con lo puesto, unas camisetas para por si acaso, calzoncillos y calcetines a razón de un juego cada dos días (el tema de la vuelta y vuelta) y una mini cuchilla de afeitar. Según él, el resto de lo necesario está en los hoteles, por eso el muy ingenuo me sugirió que dejara la mitad de mis cositas de aseo en casa. Yo os cuento.
Previsora y todavía en la edad tonta para lo del cuidado íntimo de depilación y lencerías finas, yo había ido a hacerme la cera una semanita antes (un consejillo, chicas: cuando vayáis a depilaros, aseguraros de ir con tiempo, nada de meter prisas a la esteticién, y si no, aceptad sólo lo que ella diga que da tiempo, nada de pretender que os haga axilas, piernas completas, ingles brasileñas y cara todo en media hora (especialísimamente lo de las ingles brasileñas), que luego os escaldan y cuando os quitáis la ropa dais penita porque parecéis recién desolladas, y sé de lo que hablo), así que yo cuchilla no necesitaba.
Pero tengo el pelo largo, y según nuestro peluquero Dante, finísimo. No he terminado de desenredarme y ya empiezan a hacerse nuevos nudos. Conclusión: yo no viajo sin mi acondicionador, que ya en una ocasión nos vimos el íntimo y yo haciendo turnos de cuarto de hora para intentar desenredarlo con un peine de los de plastiqué que te ofrecen en los hoteles que tienen de todo. En serio, yo salgo de la ducha, me seco con la toalla y soy como la mujer de Atapuerca: el mismo look capilar. Obviamente si no viajo sin mi acondicionador, mucho menos sin mi champú, que no sabéis lo que es intentar lavarse una melena con una pastilla de jabón, se te pierde ahí dentro y ya no vuelves a encontrarla nunca más. Imprescindible el cepillo (más mono, naranja con florecitas, el que compramos mi amiga Olgui y yo el día que nos abdujo el rojo), y menos aun después de las experiencias con los peines de hotel. Ya que estamos incluyo el gel y la crema corporal ambas hidratantes (y reafirmantes, por lo de mi portada futura en el Interviú) sobre todo si voy a sitios fríos, porque yo tengo una piel que es un asco, a mi no se me curte, a mi directamente es que se me abren las carnes y luego voy por todas partes rascándome como si tuviera una invasión de pulgas, y ya sé yo que las pastillas de jabón de los hoteles se hacen con sosa cáustica y sosa cáustica nada más. Obviamente y por razones mínimas de higiene también llevo desodorante, cepillo de dientes y dentífrico. Pues ya que llevo todo eso y necesito el neceser grande, me cabe el perfume y también lo llevo, que oye, a mi me gusta oler bien además de a limpio.
Así que cuando el íntimo ya andaba resignado a coger el taxi matando el tiempo a dos carrillos con sandwichines del exquisito pisto que mi abuela hace casi exclusivamente para mi hermana (que es su nieta favorita) y de los que a mi madre y a mi sólo nos toca una muestra en tarrito de los de caviar por sesión de embotado, aparecí yo sorprendiendo con un "que ya estamos". Y es que otra cosa que tenemos en común el íntimo y yo además de las rarezas son los huevos (en mi caso cuadrados, pero ¿a que parecía que no teníamos nada?, ¿eh?). Ahí estaba yo más chula que un ocho y más feliz que una perdiz (¿porqué son tan felices?), cerrando mi casa con quince vueltas de llave y diciendo un largo bye bye a mi gato tiñoso, a mi casita misma y a mi Luisi que dejé bien aparcada bajo un árbol de mi barrio al lado de los contenedores de basura.
A todo esto eran ya las cuatro de la tarde, íbamos con una hora de retraso sobre nuestro planing y yo estaba todavía en ayunas, pero si no me alimento soy una ruina. Así que aprovechando el cambio de bus a metro, hicimos una paradita técnica en un "Café y Té" donde me pedí un panini de jamón de molde y queso, y el íntimo, que todavía andaba eructando pisto, un café y un bollo. Para el que no lo sepa un panini es un bocadillo caliente (que tarda en prepararse más que el frío) pero en caro. Si hubiera sabido que iba a ser el primero de tantísimos sandwiches de jamón de molde y queso, habría pedido paella. Este pequeño lapsus para el avituallamiento nos hizo ya ir directamente de cráneo con lo del tiempo, según nuestras previsiones (en especial según las del íntimo, que había dado por hecho que conmigo íba a llegar más que justo tirando a tarde).
Como no se cierra una ventana sin abrir una puerta, la solución nos llegó en forma de mujer de sensenta y todos, rubita, regordeta, agobiadísima, y que parecía diminuta con su maletón descomunal que perfectamente podía contener un cadaver de humano-marido medio de 1,80 de altura y 90 y tantos kilos de peso y con un pequeño troley que no debía pesar demasiado pero que le ocupaba una mano de las veinticinco que necesitaba como mínimo para arrastrar la otra maleta. Allí estaba ella, a cuarenta minutos de que su avión partiera rumbo a Yugoslavia, perdida en mitad del transbordo de Nuevos Ministerios, gracias al descuadre que la había hecho el pintoresco tráfico navideño que vagaba perdido entre las obras de nuestro muy mentado Gallardón que inasequible al desaliento se ha impuesto como cruzada personal hacer de Madrid una ciudad que no conozcamos nadie, (o que por lo menos no sepamos cómo llegar a lo que conocemos), todo ello a golpe de martillo hidráulico y accidentes laborales (ya está dicho). A mi me dió mucha penita porque aquella mujer me recordaba mucho a la madre de la Cruela (fisicamente, no en lo del marido en la maleta).
Mi íntimo que es muy generoso, amable, majo y rematadamente Piscis como yo, se ofreció cortesmente a ayudarle llevándo el maletón desde el metro a su mostrador de facturación en la Teminal 1. Oye, decir esto y llegar a final de trayecto en la Terminal 2 (a kilómetros de distancia de la 1), bajarnos del vagón, y la mujer empezar a correr como un gamo, con el troley ondeando al viento tras ella. El íntimo corría lo que podía, sobre todo para no perderla de vista, con su compactísima mochila que también pesaba diez kilos (lo comprobamos al facturarla, para que veáis bajo que mínimos he viajado yo) y con la maleta del difunto trabándosele cada dos por tres entre las piernas propias y las ajenas de otros viajeros. Yo iba detrás suplicando a dios que me teletransportara (pero como soy atea, no tengo yo mucha mano con él), con mis propios diez kilos de excasísimo equipaje de floripondios a rastras y mi propio malestar general. Yo creo que la mujer era la abuelita blanca de Carl Lewis, porque cuando llegamos al mostrador de Lufthansa casi le sobraba tiempo y todo. Daba gloria ver su cara, llena de agradecimiento, con las lagrimillas asomando a su ojos. A quien daba pena ver era al íntimo, sudando a chorros por todos sus poros (¡y doy fé que tiene trillones!) absolutamente derrengado, al borde del infarto y con casi cuatro kilos menos que se le habían ido cayendo por el camino.
Eso sí gracias a la abuelita yugoslava, a lo rápido que pasamos el control de seguridad (es que nos habíamos bajado de internet todas las normas e íbamos preparados, sin cinturón, casi descalzos y ni una gota de líquido encima, sobre todo el íntimo, que lo había sudado todo, sin embargo detrás de nosotros iba un pobre inocente que llevaba un bolso de viaje cuajadito de botellas de licores y no sé si al final tuvo que bebérselas para no hacer de nuevo la cola de kilómetro y medio para facturar o si abandonó la bolsa arriesgándose a que cerraran el aeropuerto por paquete sospechoso, no sé) pero en fin, gracias a los factores mencionados y al retraso que traía nuestro vuelo de bajo costo, nos sobró como dos horas de aeropuerto mirando tiendas estupendísimas en las que yo no podía gastarme ni un duro por el asunto ese de estirar la paga extra...
Y ya estábamos en el avión, sentaditos y volando rumbo a Dublín. El próximo capítulo chicos, ya sucede en Irlanda.
viernes, 5 de enero de 2007
LA BRINNNIE Y YO SOMOS ASÍ
Ya estoy de vuelta y he sobrevivido. ¡Qué bonita y pintoresca es Irlanda! (suspiro).
El retorno lo hice en visperas de Noche Vieja, pero la verdad es que me ha cogido medio lela sumida en mi Jet Lag personal (algo que a veces me ocurre sin necesidad ni de cruzar el charco ni de viajar siquiera) hasta la vuelta a la brutal realidad del curro con horario y fecha en el calendario. Así que como quien dice, sólo llevo dos días en activo con el nivel de alerta de mis sentidos en su máximo esplendor. Y ¿qué me encuentro a mi retorno: ¿a la pobre Brinnnnie al borde mismito del colapso. Y oye, como que me solidarizo con ella: ¡Brinnnnie te queremos!.
A mi es que esta chica me produce mucha ternura, que es que me da una penita. Porque vamos a ver: nunca ha sido ni la más mona, ni la más rica, ni de buena familia, y es obvio que la más lista de su clase tampoco era, no. Pero es que claro, vaya mierda de vida que me ha llevado en los últimos años: dando el cayo desde la más tierna infancia para la gente de Disney, que ya hace falta, ya; se echa el novio del siglo (Justin Timberlake) y todo el mundo se entera de que su vida sexual no es que sea escasa, es que es un erial (nada de nada, cero patatero como dice Ansar). Rompe con el Justin, y a él le da por airear a todo el mundo internacional que de virgen nada, qué se la cepillo y entrando en detalles de primeras veces y todo (el rubor me cogió hasta a mi misma, que alarde de clase la de este hombre. Cameron, chica, desde aquí un consejo, haz que parezca un accidente). Resentida y convaleciente aún se nos lía con el primero que pilla, que encima ni es famoso ni nada, va y se casa, se pone el chándal y tacones Blanik y ¡hala! a engordar y tener niños, que como para colmo vienen sin manual, resulta que cada vez que coge uno se le escurre ¡y todos los fotografos inmortalizando el momento!. Luego se divorcia, pero hasta el exmarido le sale rana y le toca a ella acoquinar con la pensión de manutención. El ex comienza a chantajearla con un vídeo casero ponno (no quiero ni visualizarlo) y ella en plan Alejandro Sanz, para joderle la exclusiva, va lo cuelga en su web y haciendo un alarde de sinceridad con los medios se autoflagela mientras se confiesa adicta al sexo. Por lo visto una vez que el Justin le descubrió el asunto, ella empezó a cogerle gustillo y a recuperar el tiempo perdido.
Como suele pasar en estos casos, después de la aburrida vida de casada, se lanza a la aventura de los singles (que como todos sabéis, es peligrosísima) y nada menos que de la mano de la incombustible Paris, pero es que para ser Paris hay que nacer muy bien entrenada. Para arreglar el asuntillo del sexo desenfrenado se declara virgen de nuevo para los próximos seis meses, que digo yo que vaya una mierda de año el 2007 también el que se le venía encima a esta chica (¿es que no conoce terminos medios? ¿es que acaso es Piscis?). Bueno, pues un mes escaso ha durado esta chica antes de que se nos desplomara rendida por K.O. técnico sobre una mesa de las Vegas. ¿Consecuencias? a la clínica de desintoxicación y el cierre de su web de fans que repudian de ella porque la consideran acabada.
No me digáis que no ha tenido un fin de año asqueroso. Bueno, pues ella por lo menos no tuvo que ir a la comida de Navidad de su empresa. Yo sí, y eso que juré que no repetía otro año ni borracha. Pues desde aquí os digo que me equivocaba en eso, que borracha no sólo soy capaz de repetir, sino que soy capaz de hacerlo por todo lo alto.
La culpa como siempre, la tiene la adición de la Cruela al cava. Mi cuerpo glamouroso solo tolera bien la cerveza barrilera. Pero la Cruela exigió sus dosis de burbujas navideñas, y hala, cuatro botellas. Cayeron tres antes de comer. Comimos. Y post comimos: la dosis de espirituosos. La Cruela y yo estábamos sentadas la una al lado de la otra en la mesa. Para los postres ya no éramos capaces de articular palabra, lo único que hacíamos era grabarlo todo con los móviles y morirnos de la risa. Yo me puse de gala: minifaldera mínima con bolantes y unos leggins debajo por si la falda se ponía indiscreta. El íntimo se sumó a las copas justo en el momento de nuestra imagen más dantesca: la Cruela desplomada en el suelo del restaurante tras caerse de su silla, directamente despatarrada de la risa y yo despatarrada de la risa también intentando levantarla, pero con minifalda. Aquí los que grababan con los móviles ya no éramos nosotras sino los de las mesas aledañas (atentos a ls programas de vídeos de primera, que en cuanto dejen las reposiciones propias de estas fechas, nos sacan a nosotras abriendo cabecera). Deben existir esplendorosos planos de mi culo cubierto por los magníficos leggins que regalaba la revista Woman con su edición de enero. La Cruela quería que su niña pasara un gorrito navideño recogiendo propinas por el espectáculo, y el retoño estaba dispuesto, que ella es muy artistaza, pero su padre también conocido como C, y aun más conocido como mi jefe, dijo que ni de coña, que la madre y la amiga de la madre era obvio que no teníamos ni pizca de clase, pero que su niña si y no se hablaba más. Nos quedamos sin bote.
Esto debería ser allá por las cinco de la tarde. No seguiré con los detalles de la noche que acabó pelín tarde. Pero si quiero aprovechar para hacer unas consideraciones:
A) Vaya una mierda que es la moda. Nosotras estamos instruidas y sabemos perfectamente que unos leggins son unos pantalones de lycra muy ajustadillos que se llevan muchísimo este año. Pero resulta que el resto del mundo, que es la parte masculina no tiene ni puñetera idea de qué narices (dios, me estoy conteniendo) es un leggin, en todo caso si les dices mallas... y la única diferencia que aprecian entre las mallas y las medias es que con las medias te preocupas muchísimo de no enseñar el culo, y con las mallas te desentiendes más, todo ventajas. Desde aquí os aseguro que este año no me apunto a las tendencias. Que le den dos duros a los leggins, a las mallas y a los leotardos de punto espeso que hasta hacen pelotillas con un par de lavados.
B) También pongo a dios por testigo de que en adelante no vuelvo a ir a una comida navideña de la empresa. Y yo voy a hacer como la Brinnnnie en los próximos seis meses, jurando a todo el mundo que no vuelvo a probar ni una gota de cava (vaya susto eh, íntimo). Además, yo tengo una desventaja terrible: tengo un estómago muy fuerte que no se revuelve casi nunca y que jamás suele vomitar. ¿Qué ocurre? que la Cruela y cualquiera que se excede un poco o bien acaba devolviendo hasta las tripas o bien se retira hasta su casa catatónica rayando el coma. El nivel de ridículo se ve bastante atenuado por la falta de capacidad física. Pero yo no, yo para eso estoy físicamente más que dotada y soy como los conejitos de duracell, y duro, y duro, y duro... pero en qué estado, madre de dios, si por la mañana necesito cargamentos de aspirinas (Dolorarc, de una eficacia brutal). Diré en mi descargo que después del restaurante me pasé a las Coca-Colas sin nada más que hielo y limón, pero qué le vamos a hacer, el daño ya estaba hecho. Después del evento visualicé los videos grabados y os juro que solo quería que de morirme.
C) Ahora, que así entre nosotros, esto es como el chiste de Gila de los amigos a los que se les va la mano con las bromitas al novio en su despedida de soltero. Yo lo mismo y además que casi literalmente, "joé, hemos matado al novio, pero y lo que nos hemos reído..." pues eso. (Íntimo, qué majo eres, prometo que a partir de ahora voy a intentar ser más buena).
Pues nada, que lo que decía Jessica Rabit: que no somos malas, que es que nos han dibujado así. Pero pensad en lo dura que resulta la vida en estas condiciones, y si no que nos pregunten a la Brinnnnie o a mi.
El retorno lo hice en visperas de Noche Vieja, pero la verdad es que me ha cogido medio lela sumida en mi Jet Lag personal (algo que a veces me ocurre sin necesidad ni de cruzar el charco ni de viajar siquiera) hasta la vuelta a la brutal realidad del curro con horario y fecha en el calendario. Así que como quien dice, sólo llevo dos días en activo con el nivel de alerta de mis sentidos en su máximo esplendor. Y ¿qué me encuentro a mi retorno: ¿a la pobre Brinnnnie al borde mismito del colapso. Y oye, como que me solidarizo con ella: ¡Brinnnnie te queremos!.
A mi es que esta chica me produce mucha ternura, que es que me da una penita. Porque vamos a ver: nunca ha sido ni la más mona, ni la más rica, ni de buena familia, y es obvio que la más lista de su clase tampoco era, no. Pero es que claro, vaya mierda de vida que me ha llevado en los últimos años: dando el cayo desde la más tierna infancia para la gente de Disney, que ya hace falta, ya; se echa el novio del siglo (Justin Timberlake) y todo el mundo se entera de que su vida sexual no es que sea escasa, es que es un erial (nada de nada, cero patatero como dice Ansar). Rompe con el Justin, y a él le da por airear a todo el mundo internacional que de virgen nada, qué se la cepillo y entrando en detalles de primeras veces y todo (el rubor me cogió hasta a mi misma, que alarde de clase la de este hombre. Cameron, chica, desde aquí un consejo, haz que parezca un accidente). Resentida y convaleciente aún se nos lía con el primero que pilla, que encima ni es famoso ni nada, va y se casa, se pone el chándal y tacones Blanik y ¡hala! a engordar y tener niños, que como para colmo vienen sin manual, resulta que cada vez que coge uno se le escurre ¡y todos los fotografos inmortalizando el momento!. Luego se divorcia, pero hasta el exmarido le sale rana y le toca a ella acoquinar con la pensión de manutención. El ex comienza a chantajearla con un vídeo casero ponno (no quiero ni visualizarlo) y ella en plan Alejandro Sanz, para joderle la exclusiva, va lo cuelga en su web y haciendo un alarde de sinceridad con los medios se autoflagela mientras se confiesa adicta al sexo. Por lo visto una vez que el Justin le descubrió el asunto, ella empezó a cogerle gustillo y a recuperar el tiempo perdido.
Como suele pasar en estos casos, después de la aburrida vida de casada, se lanza a la aventura de los singles (que como todos sabéis, es peligrosísima) y nada menos que de la mano de la incombustible Paris, pero es que para ser Paris hay que nacer muy bien entrenada. Para arreglar el asuntillo del sexo desenfrenado se declara virgen de nuevo para los próximos seis meses, que digo yo que vaya una mierda de año el 2007 también el que se le venía encima a esta chica (¿es que no conoce terminos medios? ¿es que acaso es Piscis?). Bueno, pues un mes escaso ha durado esta chica antes de que se nos desplomara rendida por K.O. técnico sobre una mesa de las Vegas. ¿Consecuencias? a la clínica de desintoxicación y el cierre de su web de fans que repudian de ella porque la consideran acabada.
No me digáis que no ha tenido un fin de año asqueroso. Bueno, pues ella por lo menos no tuvo que ir a la comida de Navidad de su empresa. Yo sí, y eso que juré que no repetía otro año ni borracha. Pues desde aquí os digo que me equivocaba en eso, que borracha no sólo soy capaz de repetir, sino que soy capaz de hacerlo por todo lo alto.
La culpa como siempre, la tiene la adición de la Cruela al cava. Mi cuerpo glamouroso solo tolera bien la cerveza barrilera. Pero la Cruela exigió sus dosis de burbujas navideñas, y hala, cuatro botellas. Cayeron tres antes de comer. Comimos. Y post comimos: la dosis de espirituosos. La Cruela y yo estábamos sentadas la una al lado de la otra en la mesa. Para los postres ya no éramos capaces de articular palabra, lo único que hacíamos era grabarlo todo con los móviles y morirnos de la risa. Yo me puse de gala: minifaldera mínima con bolantes y unos leggins debajo por si la falda se ponía indiscreta. El íntimo se sumó a las copas justo en el momento de nuestra imagen más dantesca: la Cruela desplomada en el suelo del restaurante tras caerse de su silla, directamente despatarrada de la risa y yo despatarrada de la risa también intentando levantarla, pero con minifalda. Aquí los que grababan con los móviles ya no éramos nosotras sino los de las mesas aledañas (atentos a ls programas de vídeos de primera, que en cuanto dejen las reposiciones propias de estas fechas, nos sacan a nosotras abriendo cabecera). Deben existir esplendorosos planos de mi culo cubierto por los magníficos leggins que regalaba la revista Woman con su edición de enero. La Cruela quería que su niña pasara un gorrito navideño recogiendo propinas por el espectáculo, y el retoño estaba dispuesto, que ella es muy artistaza, pero su padre también conocido como C, y aun más conocido como mi jefe, dijo que ni de coña, que la madre y la amiga de la madre era obvio que no teníamos ni pizca de clase, pero que su niña si y no se hablaba más. Nos quedamos sin bote.
Esto debería ser allá por las cinco de la tarde. No seguiré con los detalles de la noche que acabó pelín tarde. Pero si quiero aprovechar para hacer unas consideraciones:
A) Vaya una mierda que es la moda. Nosotras estamos instruidas y sabemos perfectamente que unos leggins son unos pantalones de lycra muy ajustadillos que se llevan muchísimo este año. Pero resulta que el resto del mundo, que es la parte masculina no tiene ni puñetera idea de qué narices (dios, me estoy conteniendo) es un leggin, en todo caso si les dices mallas... y la única diferencia que aprecian entre las mallas y las medias es que con las medias te preocupas muchísimo de no enseñar el culo, y con las mallas te desentiendes más, todo ventajas. Desde aquí os aseguro que este año no me apunto a las tendencias. Que le den dos duros a los leggins, a las mallas y a los leotardos de punto espeso que hasta hacen pelotillas con un par de lavados.
B) También pongo a dios por testigo de que en adelante no vuelvo a ir a una comida navideña de la empresa. Y yo voy a hacer como la Brinnnnie en los próximos seis meses, jurando a todo el mundo que no vuelvo a probar ni una gota de cava (vaya susto eh, íntimo). Además, yo tengo una desventaja terrible: tengo un estómago muy fuerte que no se revuelve casi nunca y que jamás suele vomitar. ¿Qué ocurre? que la Cruela y cualquiera que se excede un poco o bien acaba devolviendo hasta las tripas o bien se retira hasta su casa catatónica rayando el coma. El nivel de ridículo se ve bastante atenuado por la falta de capacidad física. Pero yo no, yo para eso estoy físicamente más que dotada y soy como los conejitos de duracell, y duro, y duro, y duro... pero en qué estado, madre de dios, si por la mañana necesito cargamentos de aspirinas (Dolorarc, de una eficacia brutal). Diré en mi descargo que después del restaurante me pasé a las Coca-Colas sin nada más que hielo y limón, pero qué le vamos a hacer, el daño ya estaba hecho. Después del evento visualicé los videos grabados y os juro que solo quería que de morirme.
C) Ahora, que así entre nosotros, esto es como el chiste de Gila de los amigos a los que se les va la mano con las bromitas al novio en su despedida de soltero. Yo lo mismo y además que casi literalmente, "joé, hemos matado al novio, pero y lo que nos hemos reído..." pues eso. (Íntimo, qué majo eres, prometo que a partir de ahora voy a intentar ser más buena).
Pues nada, que lo que decía Jessica Rabit: que no somos malas, que es que nos han dibujado así. Pero pensad en lo dura que resulta la vida en estas condiciones, y si no que nos pregunten a la Brinnnnie o a mi.
¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE I! (PSICOSOCIOLOGÍA DE LA NO PAREJA)
Hola a todos de nuevo, al teclado otra vez la menda. Después de nuestros alardes musicales, vuelvo al ataque dispuesta a contaros con pelos y señales mi aventura en Irlanda. Aunque con mi tendencia natural al enrolle soy consciente de que necesitaré un par de capítulos (o más, prepararos). Hoy empiezo con la intro.
Después de sobrevivir a las Navidades (milagrito me parece aun tal y como arrancó el asunto) me he superado a mi misma y también he conseguido sobrevivir a mi viaje. Pese a tener contratado un seguro para por si acaso gentileza de mi VISA (oye, hay que tenerlo todo previsto) al final no hizo falta que me repatriaran de cuerpo presente dentro de la bodega de mi avión de bajo costo (aunque dudo que se hubieran atrevido a meterme a mi en un lugar con semejante nombre, porque hasta allí debe haber llegado la reputación que me precede, y ya sabéis que este año he ido afinando considerablemente mi perpretación del "Asturias Patria Querida").
Debo deciros que este viaje se preveía de lo más incierto. Por un lado mi familia y amigos más próximos se despidieron de mi considerando la posibilidad de no volver a verme con vida (de hecho lo del seguro de vida de la VISA fue una sutil sugerencia del íntimo), porque yo he ido firmemente determinada e ilusionada con la idea de conducir por la izquierda.
Por otro lado todo el mundo miraba con poca confianza el experimento de este mi viaje con el íntimo, salvo los elementos familiares de más edad por ambos flancos, que esperanzados creían ver una mínima luz de que quizá un poquito el último bastión y esta marciana misma estuvieran sentando cabeza. La madre del íntimo (cuanto admiro a esta mujer) hasta le instruyó antes de nuestra partida en las normas de comportamiento mínimo a cumplir: regalo en Noche Buena y crema noruega en las manos para no lijarme en caso de mimo. Madre del íntimo, desde aquí le informo: su hijo no le hizo ni puñetero caso, como las dos sabíamos de antemano. Queda dicho. Mi madre también me dejó sus instrucciones (bueno sólo una): "si no se porta, haz que parezca un accidente". Y es que esto tenía toda la pinta de irse a convertir en uno de esos aterradores y románticos Viajes en Pareja. Como sabéis perfectamente el íntimo y yo pareja no somos, no, que va: nosotros somos unos amigos íntimos sin definición determinada que simplemente disfrutamos y compartimos aficiones en común (ahí queda eso).
El íntimo es un espíritu libre de cuarenta y nada treinta y todos, que vive en la casa materna con dos hermanas y esporádicamente con su sabia madre (una gran mujer que una vez que se quedó sola (por fallecimiento del marido) lidiando con el cincuenta por ciento y medio de sus retoños, decidió darles dos euros y dedicarse a recorrer mundo. La mitad del año está en el extranjero, preferiblemente en el que no tiene cobertura). Por su parte, el íntimo está de vacaciones y/o de farra más tiempo que trabajando y tiene clarísimo que él de mayor no quiere ser mayor. En una remotísima ocasión llegó a enamorarse, pero sin ser correspondido, así que nunca ha tenido novia, ni ha vivido con ninguna mujer que no fuera su madre, sus hermanas y algunas compañeras de piso que además de cocinar y limpiar el piso al cincuenta por cierto, se/le daban algún gustillo al cuerpo de vez en cuando (muy bien pensado).
A mi él me parece mítico, porque ha conseguido mantenerse fiel exclusivamente a si mismo (es la única fidelidad que profesa y yo a veces ni esa), e inmune a toda clase de ataduras de las que puede presentarle la vida. Esto a mi que soy una sentimental, me resulta sorprendente y admirable: tanto autocontrol para el tema de las pasiones que ponen emoción a la vida (y problemas claro), y un montón de satisfacciónes (y de dramas)... Porque por ejemplo: yo no soy capaz de deshacerme de un gato petardísimo alérgico a todo, cojo y con el paladar recompuesto desde que se cayó del alfeizar de la ventana de un cuarto piso sin ascensor un día que tomaba el sol sin que yo lo supiera cuando bajé la persiana. Este gato-plasta vive hospedado en mi pintoresca vida solo porque le tengo un inexplicable cariño enorme (y ya llevo invertida en él toda una pasta, porque virgen santa lo delicado que es el animalito para ser un bicho de la calle). Yo es que me tiro en plancha a esas cosas que me complican la vida, pero que me la van poniendo colorcillo. Como el íntimo mismo.
Total, que yo soy mucho más apasionada, un espíritu libre también de treinta y nada (aunque el próximo mes ya empezaré a tener treinta y algo, vaya), independizada hace años de sus padres y ahora dependiente de su hipoteca, de su trabajo de horario y fecha en el calendario. Y que de mayor me he ido haciendo mayor, aunque según Cruela con un especialísimo e inmaduro sentido de la realidad, y eso que he mejorado muchísimo, pero es verdad que sigo siendo de lo más utópica. Yo me animo mucho pensando que en mi caso esto es virtud, y sin duda parte de mi encanto. Además ahora que lo pienso, el íntimo es igual de utópico. Mi utopía es creer que la única manera de tenerlo todo es pringándose hasta las trancas y la suya creer que no pringándose ni un pelo (¿vuelvo a evaporarme?).
El caso es que con esta filosofía que me lleva y me trae, yo pasé de la fruslería del novio y me gradué en matrimonio, doctorándome en divorcio. Ya sabéis que además tengo a mi niña de cinco añazos, (mi tesoro y país limítrofe). Resulta que la edad de el parvulario es una que al íntimo no le interesa lo más mínimo tratándose de humanos. Así son las cosas.
Seguimos jugando a las diferencias. Como en mis últimos años he estado tan ajetreada en eso de currar, pagar hipotecas, casarme, tener una hija y descasarme después, pues he viajado poco o nada, donde me ha llevado el curro unos pares de días. Sin embargo el íntimo ha viajado por todo el mundo, en periodos de meses e incluso años y es más fácil contar los países en los que no ha estado que en los que sí. Él es un ser desprendido que no tiene nada que le ate, ni libros (es bookcrosser), su ropa es de quita y pon y solo la reemplaza cuando una de las dos posiciones cursa baja. Yo de las de terapia de shopping. El íntimo es capaz de sobrevivir dos días con una galleta energética, yo desfallezco sin mis tres comidas al día (ojo, es literal). El íntimo es internacionalmente conocido con una multipandilla de las de un millón de amigos, todos singles con planes magníficos de los que terminana en -ing; yo tengo un petit comité de íntimas, casi todas madres, que no encajamos agenda ni aunque nos encierren en cónclave.
Mi íntimo es un experimentado insatisfecho vital que está ideando constántemente maneras rápidas de ganar dinero y cambiar de vida en cualquier otro lugar del mundo distinto de Madrid, y que se admite no feliz sin ser infeliz. Yo soy una feliz de la vida que o rayo la ingenuidad y o me tiro a ella en plancha, y solo quiero ampliar estos horizontes que ya tengo hasta el infinito y más allá. Una feliz, que en los últimos veinte años he cambiado nueve veces de casa y cinco de ciudad, algunas veces a otras más pequeñas de extension y mentalidad y que vivo encantada varada en esta tan grande que ha visto casi de todo y que no se hace cruces por casi nada.
¿Y qué tenemos en común?, pues en modo de vida nada, eso está claro. Resulta simplemente que es un buen amigo de los generosos, y estupendo tirando a siempre (no me digáis que no es una suerte). Y yo como soy de natural rojero, pues tiendo a ser de lo más tolerante, de las de vive y deja vivir (verbalmente un poco menos, que en seguida tiendo al deporte del despelleje, pero para el dos mil siete he hecho propósito de moderarme), y respeto absolutamente como sea su vida, que para eso es suya y no mía. Bastante tiene una ya con intentar urbanizar la propia sin que se la pavimenten, como para entrar a trabajar en la ajena. El caso es que pese a las evidencias que todo el mundo observa nitidamente, a mi no se me había ocurrido pensar que pudiéramos ser incompatibles (acaso un poco nuestras agendas).
Pero hete aquí que los amigos y hermanas de él empezaron a asustarme justo una semana antes de irnos (cuando el íntimo empezó a invitar a todo el mundo a este viaje), advirtiéndome que no tenía por qué aguantarle, que me volviera por mi cuenta si me resultaba insoportable... Cruela colaboró con mi propia causa abriendo una porra de las de a euro dando la posibilidad de adivinar en cual de los días nos tiraríamos los trastos a la cabeza. Colabora el hecho de que el último viaje que hizo el íntimo (cuando yo andaba descuartizando su coche, antes de tener a mi Luisi) se convirtió en una especie de Gran Hermano sobre ruedas donde todo el mundo se peleaba con todo el mundo. Y el anterior que hizo con previsión de largo, no llegó a terminarlo porque le decepcionó el país y la compañía y se volvió él solito dejando a su amiga plantada medio mes antes de lo previsto... Mi jefe también, me hizo reconsiderar mi solicitud de días de vacaciones porque los pedí con bastantes fines de semana de antelación en los que podría pelearme y despelearme con el íntimo innumerables veces (es que ando un poco temperamental ultimamente, pero es cosa de la hormona y la alimentación).
A mi los viajes me ilusionan ya solo como concepto, y mis bien merecidas vacaciones ni os cuento, pero claro, con esta apertura de ojos general, pues estaba yo como un pelín acojonada. Así que me dispuse animosa a la aventura del viaje no preparado "dove porta il vento" del íntimo, previendo el mío alternativo con sus días calculados en kilómetros sobre mapa y las reservas de alojamiento hechas por internet (que nunca se sabe, oye...)
En un primer momento ni me planteé lo de hacer un viaje sola, pero luego pensé que las ocasiones se presentan a razón de una o ninguna, y esta era una muy buena, y que con íntimo o sin él, o con íntimo y otros cuatrocientos, prepárate Irlanda que pa'llá va la Irma. Es que una no sabe nunca donde esta la aventura, y además, yo sé que si de repente allí la cosa no va, a mi me salta el chip "pues ahora si que me quedo, pero solita y por mi cuenta", porque a una a veces le sale el pelín de chulería, aunque vuelvo a insistir en que todo es culpa de la hormona radiactiva. Fijo que anda revuelta porque ya estoy yo empenzando a mosquearme con lo del herpes nervioso, y las palpitaciones por estrés, y por esa manera de pasar de un extremo al otro desde mi natural suave hasta el verbo agitado. Y por la evidencia: el sábado ponían en la Cuatro un especial de la mejor peli de Disney y lo estuve viendo abrazadita a mi niña, lloriqueando de la emoción en cada seleción de escenas porque me parecía que todas eran tan bonitas... ¡por dios, si eran de Disney! ¡si las tengo todas requetevistas y hasta ahora solo me habían dado sueño!, ¡pero si le tengo además toda la manía del mundo!. Decidme a mi esto no es cosa hormonal.
En fin que este era el panorama a los poquitos días de irnos. No era nuestro primer viaje de más de un par de días sólos por ahí, pero siempre habían sido viajes inconscientes. Aquí estábamos por primera vez en esa peligrosa franja de lo normal que se parece tanto a lo extraordinario, con los ojos y las porras ajenas observándonos y con nosotros dudando si no estaríamos entrando en un jardín del que habría que ver cómo salíamos.
¿Y cómo salimos? ¡Aaaaaaaah!. Tendréis que leerlo en el próximo capítulo.
Después de sobrevivir a las Navidades (milagrito me parece aun tal y como arrancó el asunto) me he superado a mi misma y también he conseguido sobrevivir a mi viaje. Pese a tener contratado un seguro para por si acaso gentileza de mi VISA (oye, hay que tenerlo todo previsto) al final no hizo falta que me repatriaran de cuerpo presente dentro de la bodega de mi avión de bajo costo (aunque dudo que se hubieran atrevido a meterme a mi en un lugar con semejante nombre, porque hasta allí debe haber llegado la reputación que me precede, y ya sabéis que este año he ido afinando considerablemente mi perpretación del "Asturias Patria Querida").
Debo deciros que este viaje se preveía de lo más incierto. Por un lado mi familia y amigos más próximos se despidieron de mi considerando la posibilidad de no volver a verme con vida (de hecho lo del seguro de vida de la VISA fue una sutil sugerencia del íntimo), porque yo he ido firmemente determinada e ilusionada con la idea de conducir por la izquierda.
Por otro lado todo el mundo miraba con poca confianza el experimento de este mi viaje con el íntimo, salvo los elementos familiares de más edad por ambos flancos, que esperanzados creían ver una mínima luz de que quizá un poquito el último bastión y esta marciana misma estuvieran sentando cabeza. La madre del íntimo (cuanto admiro a esta mujer) hasta le instruyó antes de nuestra partida en las normas de comportamiento mínimo a cumplir: regalo en Noche Buena y crema noruega en las manos para no lijarme en caso de mimo. Madre del íntimo, desde aquí le informo: su hijo no le hizo ni puñetero caso, como las dos sabíamos de antemano. Queda dicho. Mi madre también me dejó sus instrucciones (bueno sólo una): "si no se porta, haz que parezca un accidente". Y es que esto tenía toda la pinta de irse a convertir en uno de esos aterradores y románticos Viajes en Pareja. Como sabéis perfectamente el íntimo y yo pareja no somos, no, que va: nosotros somos unos amigos íntimos sin definición determinada que simplemente disfrutamos y compartimos aficiones en común (ahí queda eso).
El íntimo es un espíritu libre de cuarenta y nada treinta y todos, que vive en la casa materna con dos hermanas y esporádicamente con su sabia madre (una gran mujer que una vez que se quedó sola (por fallecimiento del marido) lidiando con el cincuenta por ciento y medio de sus retoños, decidió darles dos euros y dedicarse a recorrer mundo. La mitad del año está en el extranjero, preferiblemente en el que no tiene cobertura). Por su parte, el íntimo está de vacaciones y/o de farra más tiempo que trabajando y tiene clarísimo que él de mayor no quiere ser mayor. En una remotísima ocasión llegó a enamorarse, pero sin ser correspondido, así que nunca ha tenido novia, ni ha vivido con ninguna mujer que no fuera su madre, sus hermanas y algunas compañeras de piso que además de cocinar y limpiar el piso al cincuenta por cierto, se/le daban algún gustillo al cuerpo de vez en cuando (muy bien pensado).
A mi él me parece mítico, porque ha conseguido mantenerse fiel exclusivamente a si mismo (es la única fidelidad que profesa y yo a veces ni esa), e inmune a toda clase de ataduras de las que puede presentarle la vida. Esto a mi que soy una sentimental, me resulta sorprendente y admirable: tanto autocontrol para el tema de las pasiones que ponen emoción a la vida (y problemas claro), y un montón de satisfacciónes (y de dramas)... Porque por ejemplo: yo no soy capaz de deshacerme de un gato petardísimo alérgico a todo, cojo y con el paladar recompuesto desde que se cayó del alfeizar de la ventana de un cuarto piso sin ascensor un día que tomaba el sol sin que yo lo supiera cuando bajé la persiana. Este gato-plasta vive hospedado en mi pintoresca vida solo porque le tengo un inexplicable cariño enorme (y ya llevo invertida en él toda una pasta, porque virgen santa lo delicado que es el animalito para ser un bicho de la calle). Yo es que me tiro en plancha a esas cosas que me complican la vida, pero que me la van poniendo colorcillo. Como el íntimo mismo.
Total, que yo soy mucho más apasionada, un espíritu libre también de treinta y nada (aunque el próximo mes ya empezaré a tener treinta y algo, vaya), independizada hace años de sus padres y ahora dependiente de su hipoteca, de su trabajo de horario y fecha en el calendario. Y que de mayor me he ido haciendo mayor, aunque según Cruela con un especialísimo e inmaduro sentido de la realidad, y eso que he mejorado muchísimo, pero es verdad que sigo siendo de lo más utópica. Yo me animo mucho pensando que en mi caso esto es virtud, y sin duda parte de mi encanto. Además ahora que lo pienso, el íntimo es igual de utópico. Mi utopía es creer que la única manera de tenerlo todo es pringándose hasta las trancas y la suya creer que no pringándose ni un pelo (¿vuelvo a evaporarme?).
El caso es que con esta filosofía que me lleva y me trae, yo pasé de la fruslería del novio y me gradué en matrimonio, doctorándome en divorcio. Ya sabéis que además tengo a mi niña de cinco añazos, (mi tesoro y país limítrofe). Resulta que la edad de el parvulario es una que al íntimo no le interesa lo más mínimo tratándose de humanos. Así son las cosas.
Seguimos jugando a las diferencias. Como en mis últimos años he estado tan ajetreada en eso de currar, pagar hipotecas, casarme, tener una hija y descasarme después, pues he viajado poco o nada, donde me ha llevado el curro unos pares de días. Sin embargo el íntimo ha viajado por todo el mundo, en periodos de meses e incluso años y es más fácil contar los países en los que no ha estado que en los que sí. Él es un ser desprendido que no tiene nada que le ate, ni libros (es bookcrosser), su ropa es de quita y pon y solo la reemplaza cuando una de las dos posiciones cursa baja. Yo de las de terapia de shopping. El íntimo es capaz de sobrevivir dos días con una galleta energética, yo desfallezco sin mis tres comidas al día (ojo, es literal). El íntimo es internacionalmente conocido con una multipandilla de las de un millón de amigos, todos singles con planes magníficos de los que terminana en -ing; yo tengo un petit comité de íntimas, casi todas madres, que no encajamos agenda ni aunque nos encierren en cónclave.
Mi íntimo es un experimentado insatisfecho vital que está ideando constántemente maneras rápidas de ganar dinero y cambiar de vida en cualquier otro lugar del mundo distinto de Madrid, y que se admite no feliz sin ser infeliz. Yo soy una feliz de la vida que o rayo la ingenuidad y o me tiro a ella en plancha, y solo quiero ampliar estos horizontes que ya tengo hasta el infinito y más allá. Una feliz, que en los últimos veinte años he cambiado nueve veces de casa y cinco de ciudad, algunas veces a otras más pequeñas de extension y mentalidad y que vivo encantada varada en esta tan grande que ha visto casi de todo y que no se hace cruces por casi nada.
¿Y qué tenemos en común?, pues en modo de vida nada, eso está claro. Resulta simplemente que es un buen amigo de los generosos, y estupendo tirando a siempre (no me digáis que no es una suerte). Y yo como soy de natural rojero, pues tiendo a ser de lo más tolerante, de las de vive y deja vivir (verbalmente un poco menos, que en seguida tiendo al deporte del despelleje, pero para el dos mil siete he hecho propósito de moderarme), y respeto absolutamente como sea su vida, que para eso es suya y no mía. Bastante tiene una ya con intentar urbanizar la propia sin que se la pavimenten, como para entrar a trabajar en la ajena. El caso es que pese a las evidencias que todo el mundo observa nitidamente, a mi no se me había ocurrido pensar que pudiéramos ser incompatibles (acaso un poco nuestras agendas).
Pero hete aquí que los amigos y hermanas de él empezaron a asustarme justo una semana antes de irnos (cuando el íntimo empezó a invitar a todo el mundo a este viaje), advirtiéndome que no tenía por qué aguantarle, que me volviera por mi cuenta si me resultaba insoportable... Cruela colaboró con mi propia causa abriendo una porra de las de a euro dando la posibilidad de adivinar en cual de los días nos tiraríamos los trastos a la cabeza. Colabora el hecho de que el último viaje que hizo el íntimo (cuando yo andaba descuartizando su coche, antes de tener a mi Luisi) se convirtió en una especie de Gran Hermano sobre ruedas donde todo el mundo se peleaba con todo el mundo. Y el anterior que hizo con previsión de largo, no llegó a terminarlo porque le decepcionó el país y la compañía y se volvió él solito dejando a su amiga plantada medio mes antes de lo previsto... Mi jefe también, me hizo reconsiderar mi solicitud de días de vacaciones porque los pedí con bastantes fines de semana de antelación en los que podría pelearme y despelearme con el íntimo innumerables veces (es que ando un poco temperamental ultimamente, pero es cosa de la hormona y la alimentación).
A mi los viajes me ilusionan ya solo como concepto, y mis bien merecidas vacaciones ni os cuento, pero claro, con esta apertura de ojos general, pues estaba yo como un pelín acojonada. Así que me dispuse animosa a la aventura del viaje no preparado "dove porta il vento" del íntimo, previendo el mío alternativo con sus días calculados en kilómetros sobre mapa y las reservas de alojamiento hechas por internet (que nunca se sabe, oye...)
En un primer momento ni me planteé lo de hacer un viaje sola, pero luego pensé que las ocasiones se presentan a razón de una o ninguna, y esta era una muy buena, y que con íntimo o sin él, o con íntimo y otros cuatrocientos, prepárate Irlanda que pa'llá va la Irma. Es que una no sabe nunca donde esta la aventura, y además, yo sé que si de repente allí la cosa no va, a mi me salta el chip "pues ahora si que me quedo, pero solita y por mi cuenta", porque a una a veces le sale el pelín de chulería, aunque vuelvo a insistir en que todo es culpa de la hormona radiactiva. Fijo que anda revuelta porque ya estoy yo empenzando a mosquearme con lo del herpes nervioso, y las palpitaciones por estrés, y por esa manera de pasar de un extremo al otro desde mi natural suave hasta el verbo agitado. Y por la evidencia: el sábado ponían en la Cuatro un especial de la mejor peli de Disney y lo estuve viendo abrazadita a mi niña, lloriqueando de la emoción en cada seleción de escenas porque me parecía que todas eran tan bonitas... ¡por dios, si eran de Disney! ¡si las tengo todas requetevistas y hasta ahora solo me habían dado sueño!, ¡pero si le tengo además toda la manía del mundo!. Decidme a mi esto no es cosa hormonal.
En fin que este era el panorama a los poquitos días de irnos. No era nuestro primer viaje de más de un par de días sólos por ahí, pero siempre habían sido viajes inconscientes. Aquí estábamos por primera vez en esa peligrosa franja de lo normal que se parece tanto a lo extraordinario, con los ojos y las porras ajenas observándonos y con nosotros dudando si no estaríamos entrando en un jardín del que habría que ver cómo salíamos.
¿Y cómo salimos? ¡Aaaaaaaah!. Tendréis que leerlo en el próximo capítulo.
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