jueves, 31 de mayo de 2007

MI TABACOSIS Y YO SOMOS ASÍ

El otro día leí en el apartado de noticias de Terra que la práctica de sexo oral incrementa el riesgo de padecer cáncer de garganta. Leyendo el desarrollo de este titular me enteré de que tiene su razón lógica y no es solo otro grito de “¡Anatema!” propio de los americanos mojigatos y puritanos para extender a golpe de enfermedad los remedios a tanto despiporre moral según su mentalidad más enferma aun (ahí queda eso).
No, resulta que hay un virus que se transmite por los fluidos propios de los bajos humanos que se agarra con los dientes a la garganta del hábil orador y allí se queda enquistándose hasta terminar convertido en cáncer. Esto explica que a los factores ambientales y genéticos que ya causan de por si la enfermedad, se añada uno más que solo afecta a los aficionados a darle a la lengua (creo que un 4,6% más, total nada). La noticia también explicaba que en estos casos de cáncer, fumar o no, no es relevante, no hace que te mueras ni más ni antes. Y esto sí que es una buena noticia por fin.
Porque esto significa que si fumas mogollón a secas, es más que probable que el tabaco acabe matándote con un cáncer de garganta, pero si practicas el sexo oral ya no será el tabaco el que te mate sino el polvo del ambiente. Y a mi me alegra porque yo es que fumo mucho y no quería morirme solo porque no soy capaz de dejar mi adicción al tabaco. A mi, a poder ser, me gustaría morirme de otra cosa, pero todavía estoy eligiendo de qué y evaluando ofertas. Y es que esto de fumar se ha puesto jodidísimo para nosotros los adictos a la nicotina. Desde que salió la ley de no fumar en el puesto de trabajo ni en los bares ni en ningún lado, los fumadores nos hemos convertido en una rarísima avis. En mi entorno han dejado de fumar todos mis Garcis, ¡la Cruela dejó el tabaco justo antes de los cuarenta!, bueno, dejó su tabaco y ahora hace que yo fume muchísimo más, porque como yo no soy tan fuerte mentalmente ni tengo esa terrible fuerza de voluntad que ella si tiene, pues sigo encendiéndome cada cigarrito que me apetece y fumándolo hasta la boquilla misma, después apago la colilla y sigo haciendo las cosillas que estuviera haciendo simultáneamente, y es justo en ese momento del recién apagado cuando aparece Cruela al lado mismo de mi mesa, me coge el paquete de tabaco, se enciende otro cigarrillo y me lo planta en mi cenicero para que me lo termine yo. Y eso es lo que hago, vaya, porque me parece un desperdicio dejar que se consuma entero con solo una chupadita encima (esta forma de pensar mía, es la que me va a llevar al cáncer de garganta). Así que es cierto que ella no fuma apenas, pero también que desde que ella no lo hace, yo fumo el doble y por primera vez he entendido eso que dicen los ex fumadores de que no todos los cigarros que te fumas son los que te apetecen. Cruela por dios vuelve a fumar o cómprate paquetes de medios cigarros, pero deja de encenderte los míos cada vez que necesitas nicotina, que se me está poniendo la voz como a José Sacristán. (Dejo los mensajes personales y vuelvo a lo mío). El caso es que los fumadores nos hemos convertido en los nuevos apestados del siglo. Ya no sólo porque el del tabaco es un hábito bastante asqueroso hasta para nosotros mismos. No podemos obviar la vuelta a casa tras una noche de farra con la ropa y el pelo apestando a tabacazo. Ni ese aliento matutino que huele y sabe a cenicero, ni lo poco sexy que resulta para el interlocutor no fumador que le digan sugerentes frasecitas entre las nubes de humo. Es que además los que seguimos fumando a estas alturas estamos tachados de no tener voluntad, no ser lo suficientemente fuertes ni tener la suficiente estima como para retirarnos de este vicio. Y si ese no fuera ya suficiente castigo, llegan los exfumadores que lo han dejado para machacarnos una y otra vez explicándonos los trucos infalibles para conseguirlo, que todos terminan con un “ y si no mírame a mi, si yo he podido, tú también". Mi íntimo fue en tiempos un fumador empedernido de tres paquetes de tabaco al día. El se mueve en su trabajo en un entorno de fácil acceso a todo tipo de vicios (y no hablo de las misses, que también). Si dijera que él es un puritano con una vida ordenadita que no bebe ni va con mujeres estaría mintiendo como una bellaca y a lo bestia. Pero no fuma. Lo dejó. Ahora cuando tengo el tabaco a mano y le pido que me lo acerque el me lo da diciendo “toma tu kit de cáncer” y lo que me deja en las manos efectivamente es el paquete de Ducados y el mechero y no otra cosa. Él me explica por qué es bueno no fumar y por qué es malo hacerlo. Yo replico que comprendo y comparto esos puntos de vista. Él responde preguntándome que entonces por qué sigo fumando. Yo respondo que porque no me siento capaz de dejarlo. Él responde que tengo que estar mentalizada. Y en esas ando yo. He descubierto que mentalizarme para dejar de fumar es el mejor remedio que he encontrado en lo que llevo de vida para combatir el insomnio. A mi mi jornada vertical (cuando no estoy en la cama) me tiene siempre ocupadísima y me da para pensar lo justo, no para grandes divagaciones ni mentalizaciones. En esos momentos funcionales, mis pensamientos son de supervivencia tipo: Actimel rojo=fresa no el amarillo=cereales (¿veis lo que os quiero decir?). Las grandes reflexiones sobre lo divino y lo humano yo las hago en el único ratillo que tengo libre: cuando me voy a la cama a dormir y no me acompaña el íntimo. En esos momentos de soledad introspectiva antes pensaba en las vacaciones, en cagüen la leche que pais tenemos… y perdida en mis pensamientos y reflexiones me iba desvelando y alejándome cada vez más del sueño. Pero desde hace un tiempín he empezado a meterme en la cama, darme la crema de los pies, apagar la luz (qué queréis, es mi rutina de sueño) y a mentalizarme de todas las buenísimas razones por las cuales yo debo y puedo dejar de fumar. Y oye, cero coma, no termino de visualizar el cigarrillo y ya me he quedado frita. El caso es que la explicación franca y honrada de porqué no dejo de fumar es la siguiente: yo la mitad de los cigarros me los fumo sin casi darme cuenta, como un acto reflejo (la otra mitad no porque los enciende Cruela y me los fumo sin apetecerme, pero con verdadera adicción). Cuando estoy tomando una copa, el cigarro que me fumo sin que me moleste, lo hago inconscientemente, los demás son aquellos que además me molestan porque ya he fumado demasiado. Pero me imagino tomando esa copa sin cigarro y me imagino no disfrutando ni un pelo porque las ganas de fumar no me dejarían ni vivir. El esfuerzo de no fumar es el que me molesta horrores, infinitamente más de lo que disfruto llenando mi casa y coche de olor a humo rancio. Por otro lado, está el que viene el lobo ese de que fumar mata. Que es cierto, pero es que en este mundo mundial, la práctica que más incidencia de muerte tiene, pero vamos, que de un cien por cien, es la de vivir. Vivir mata siempre. Y siguen siendo muchos menos los fumadores que se mueren de fumar que los que se mueren de otra cosa. Está lo de te encontrarás mejor y más ágil. Es que yo a la edad que tengo y con la facilidad que tengo para el ejercicio (si no viviera en un cuarto sin ascensor creo que ni siquiera necesitaría andar) me siento irrecuperable. No voy a dejar de fumar para poder correr la San Silvestre de Vallecas. Es más, no me hagáis correr a estas alturas, que yo soy la única persona que conozco en el mundo que paso de 3º de BUP a COU teniendo pendiente la gimnasia de 3º. ¿Y qué pasa con la intransigencia?. Fumar es un hábito asqueroso para fumadores y no fumadores, en eso estamos de acuerdo, y por lo tanto molesto para los no fumadores. Pero también los niños, para quien no tiene hijos, y los ruidos, para el que quiere dormir. Se habla de no fumar por respeto a los que no fuman. Yo no estoy pidiendo que los no fumadores fumen por respeto a los que si lo hacemos, pero cierta tolerancia para los que lo hacemos en los lugares donde si nos está permitido como por ejemplo la intimidad de nuestros apestosos coches y hogares. De todos modos desde que Terra publico aquella noticia del cáncer de garganta yo ando muchísimo más relajada, y cuando alguien me dice que el tabaco puede matarme, yo me miro por dentro con una sonrisilla y pienso que a mi afortunadamente no.

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