lunes, 14 de mayo de 2007

MI VIDA EN MIS ZAPATOS

Pues sí, ya estoy de vuelta. Como os contaba, me he ausentado unas semanas de este forillo común por culpa de las urgencias de todos mis quehaceres de mujer single, curranta, con hipoteca e hija en edad despierta y conmigo misma en edad propia de no perderme ni una. Y es que yo no doy abasto aunque me millontiplique para llegar a cubrir todos los frentes. Esto es durísimo y si una no mantiene la guardia en alto, sin querer ni darse cuenta, acaba descuidando alguno de los importantes.
Y esto es lo que me ha pasado a mi. Como os contaba he cogido muchísima soltura para lo de millontiplicarme, así mi retoño me despierta a las siete de la mañana, hago camas, desayunos, preparo ropas, me ducho, nos vestimos mi niña y yo y en perfecto estado de revista hora y tres cuartos más tarde nos metemos dentro de la Luisi camino al cole. Llegamos quemando rueda, y quemando rueda voy a todo correr a mi trabajo. Allí ejerzo hasta el medio día y media que me largo al Carrefour de mis amores a comprar la intendencia de mi hogar (esto ocurre día sí día sí), o a realizar una gestión pospuesta, o si estamos de suerte a comer con una amiga durante la hora y media que me queda libre. Después vuelvo al curro. A media dos tercios de tarde termino mi jornada y voy al parque donde mi niña está asilvestrándose con otros niños baja la atenta supervisión de su canguro y los padres de otros niños que velan porque nuestros retoños no pierdan más dientes que los de caída natural. Esta cautela se nota especialmente entre los padres con niños en edad de dientes de pago y no de leche (hola íntimo). Allí cojo yo el relevo y me quedo velando por la salud bucodental de mi retoño hasta la misma hora de meterla en el remojo del baño. Llegamos a casa, la desnudo casi en el portal para que suelte toda la arena que trae hasta en la gomilla de los calcetines por dentro y mientras ella juega en el agua yo empandillo la cena. Mientras ella cena, yo destiendo colada, tiendo colada, hago colada y doblo colada destendida. Luego cuento, besito de buenas noches y a dormir mi retoño. Yo fregoteo y si es noche de momento “íntimo” medio apaño una cena, y me dispongo a solazarme de un momento adulto al amor del sofá, la televisión y la buena compañía. Si las circunstancias no propician el momento íntimo, yo continúo organizando otro poco más la casa y me planto a estudiar hasta que de tanto bostezar me hiperventilo y me arrastro hasta mi cama. Y aquí paz y después gloria. En esto se me va el día laborable de la semana. En llegando el finde, opto entre finde con niña o finde sin. El finde con niña es prologación de la semana sustituyendo curro y cole por: comemos con los abuelos, vamos al cine, comemos cualquier cosilla, jugamos con otros niños, vemos las carreras (motos/coches) y vemos el hormiguero. El finde sin se divide en con íntimo: viajecito a donde sea. O finde sin sin: de la cama a morirme, de morirme a la cama. (Por morirme entendemos me pongo al día con las amigas que hace siglos que no veo y celebramos hasta morirnos). Entre carrera y carrera, Luisi pal cole, Luisi pal curro y Luisi pal carrefour… y aquí es donde llega mi descuido. El viernes por la mañana, al abrir como todos los días mi armario de 6 metros y cuatro cuerpos y enfrentarme a todos los muestrarios completos de varias temporadas de Pepe Jeans ordenaditos por prendas y colores, me ví cayendo como cada día en la rutina práctica del chándal que es lo único que a mi me hace el servicio completo (en mi caso entiéndase chándal por vaquero, camiseta y zapatilla básquet) y desestimando las falditas y minifalditas con vuelo y capitas varias hasta de puntillas, los tops semitransparentes y sexys o glitters, las chaquetitas boleritas y sobre todos y especialmente: los taconazos de impresión. Caí en la cuenta de que ya ni siquiera hacía el ademán de fingir, pensar y elegir ese “¿y qué me pongo yo?” (como diría la Divina: mi dress code pa’ hoy). Por el camino de la competencia, señores míos, se me ha caído todo el glamour. Cada persona tiene su propio fetiche que le hace sentirse en la gloria. En mi caso, como en tantos otros, son los zapatos y los Spidermans. Mi armario vestidor de seis metros de largo y cuatro cuerpos, diseñado por mi misma en persona con todo mi amor y primor, dispone de un cuerpo enterito solo para zapatos, allí se ordenan todos por colores, estilos y alturas, en perfecta exposición y estado de revista. En ocasiones abro de par en par esta puerta y sentada desde la cama me dedico a contemplar la bonita estampa que hacen todos mis zapatitos imaginativos e imposibles. Y digo imposibles porque todos son maravillosos, con tacones bien finitos y de vértigo o plataformas y cuñas de más vértigo todavía: todo brillos, lacitos, apliques, hebillas, floripondios… ríanse ustedes de Imelda Marcos (ríanse por favor) o de Carrie Bradshow. El caso es que algunos tienen una única puesta, otros ninguna y duermen a la espera de su momento de gloria o más concretamente de que yo cambie de vida. Porque esta es una duda que yo tengo. Los Jimmy Choos, los Blaniks, los Mius Mius, (todos estos mitos que yo solo he podido ver en revistas) ¿resultan cómodos? O igualmente son insufribles como mis preciosos zapatitos (empiezo a pensar que la Cenicienta no perdió el zapato no, lo dejó allí tirado porque no podía con él, y entiendo bien porque sus hermanastras se medio amputaron los pies). El viernes pasado, día de cumple de Cruela para más INRI, tomé la determinación de llevar mis básquet en el bolso y empezar a vestir como una señorita, porque aun tengo la edad de vestir imposible e ignorar las zapaterías de calzado cómodo, pero soy consciente de que esto no va a durar siempre, y cada día que pasa es uno menos que me queda para disfrutar de este placer (¡já!). Elegí para la ocasión un par de entre mis alucinantes pares de zapatos de taconazo y me juré que los iba a llevar puestos todo el tiempo que fuera compatible con mi integridad física (es decir para todo menos para descargar camiones, por ejemplo). Os diré que:
A) la media de los hombres españoles es baja, (en estatura seguro, en lo demás no seré yo quien opine que aun me falta mucho campo para elaborar mi estadística) y no les gusta nada ser ocho o diez centímetros más bajos todavía. El Melendi 2 objetivo favorito donde lo haya de mis dardos más chinchorreros, me ha perdonado todo tipo de ironías y maledicencias desde el tiempo que nos conocemos hasta antes de ayer, pero ha jurado y perjurado a la Esteba que jamás me perdonará que me pasara toda la fiesta del cumpleaños de la Cruela a su lado hablando al aire, fingiendo no verle para encontrarle por fin cuando dirigía mi propia mirada al suelo. O sea que el taconazo cuando mides uno setenta dispara la testosterona ajena por la calle y potencia el lado sensible que todo hombre lleva dentro, pero no precisamente el femenino. En el terreno corto, o se cabrean o se ponen muy, muy burros.
B) el sábado por la mañana me fui de tiendas con mi madre por el barrio de Salamanca (el más chic de los madriles) luciendo las chanclas más abiertas, planas, funcionales y “cómodas” de mi zapatero, y tiritas de disney a tutiplén, todo con la misma gracia que podía tener Heather Mills cuando aun se estaba haciendo a su pierna ortopédica. El domingo, tras haber dormido toda la noche embadurnada en la crema hidratante para los pies de Neutrógena (milagrosa) yo me sentía recuperada y me fui a la maravillosa casita de unos amigos maravillosos a pasar un día maravilloso de sol y maravillosa compañía. Así que me puse maravillosa con unas maravillosas sandalias doradas de cuña de once centímetros. Y aguanté todo el día. Hoy os escribo desde la oficina, con mi camiseta de algodón de batalla, mis vaqueros PPJ y mis basket All Star de todos los días, con calcetines gordos para evitar que el roce despegue las ochocientas veinte tiritas que protegen mis pies. La Cruela no viene hoy, pero sus zapatos de tacón del viernes reposan de cualquier manera tirados sobre su silla (no recuerdo que se fuera descalza a su casa...). Y a dios pongo por testigo que no volveré a ponerme jamás un tacón a la ligera. Porque después de mi veleidad del viernes y mi reincidencia del domingo, debo asumir que la vida fashion no es compatible con la vida a secas. Divina, reina, cuanto daño haces a las mortales con tu vida de couché. Besitos a todos.

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