miércoles, 26 de diciembre de 2007

POST DATA (EN ESTAS SEÑALADAS FECHAS, Y VA LA TROPOCIENTAS...)

¿Habéis visto esas cortinillas del canal Cuatro en las que se cuentan los minideseos de gente?. Yo sí, y ya que se da la circunstancia de que de deseos ando sobrada, y además de todas las tallas, desde la maxi, hasta la mini, aprovecho este forillo con todo el morro, para dar salida a uno que me corroe por estas fechas.

Allá va:

Señores fabricantes de juguetes, señores administradores de la Marvel, por favor, por caridad, un poquito de dignidad a la hora de hacer dinero. Dejen de jugar con las ilusiones de los adultos y en adelante, cuando diseñen sus herramientas para materializar vilmente las ilusiones de los niños, tengan en cuenta las de sus padres: No pueden ustedes imaginar, elaborar y poner en las estanterías de los supermercados muñequitos de peluche cabezones que mal simulan viriles, fornidos, agerridos y siempre valientes Spidermans, cantando canciones infantiles del pelo de "En la granja de Pepito, ia, ia, ó". Resulta denigrante e insufrible y yo personalmente ando todavía reponiéndome del shock de este descubrimento, que aun no soy capaz de mirar a los ojos a mi Spider de mi mesilla de la izquierda sin sentir cierto prurito de vergüenza ajena. Pues hala, ya está dicho.

Y para que la cosa no quede breve, que ya sabeis mi fobia a los espacios en blanco, aquí añado un par de frases míticas de la película a Good Wooman, (la disfruté el otro día mientras sesteaba en mi sofá):

- "Si siempre nos guiamos por las opiniones ajenas, ¿para qué tenemos las propias?". Helen Hunt la pérfida bala perdida a la cándida e ingenua Scarlett Johanson.

- "..Y he aquí un ejemplo del triunfo de la esperanza sobre la experiencia" (afortunadamente, añado yo). Lord Cínico y Añoso Forrado 1 a Lord Cínico y Añoso Forrado 2, cuando este último le comunica al primero su intención de contraer nupcias con la esplénida y deseada Helent Hunt, propietaria de tan sólo dos únicos bienes: una total desvergüenza y una reputación imperdonable.

Y os dejó aquí otra cuestión que me tiene intrigada, a ver si es posible que alguien ilumine la oscuridad de esta duda en la que me hallo inmergida:

- Si todo el mundo está de acuerdo en afirmar que la práctica del sexo acarrea beneficiosos efectos sobre el cutis, que se relaja, suaviza y tersa, ¿por qué las féminas practicantes de órdenes religiosas (monjas), célibes ellas, tienen todas cutis finos finísimos como el caolín?.

Que Felices Fiestas a todos, y hala, a beber con moderación, que vale que sólo uno mismo es responsable y víctima de sus propios ridículos, pero que un poquito de consideración con las buenas personas dispuesta a arrastrar a dichos propietarios titulares hasta sus casas y hacer lo imposible por sacarles del coma profundo, que los que no bebemos, aunque sea por prescripción médica, a estas alturas andamos pelín perplejos, amén de extenuados de conducir a las tantas mil por las desiertas calles de Madrid (me cachis con el "hoy por tí...", ¡el día que llegue mañana va os vais a enterar todos!).

P.D.: ¿Habéis visto? ¡POR FIN HE SIDO BREVE!

lunes, 24 de diciembre de 2007

OTRO AÑO MÁS, EN ESTAS FECHAS, LA REINA Y YO...

Ya estamos en capilla, hoy es la noche N, ya hemos perdido a la lotería como cada año, comido todas las comidas de grupo, bebido todo lo bebible (yo sin alcohol, que resulta que es mucho más dañino que el con, porque me diréis que otro líquido se puede consumir sin reventar durante doce horas continuadas, que yo todavía ando eructando el sarao de hace dos días), y ya estamos todo lo preparados que podemos, con todas la gestiones preceptivas hechas bien dispuestos para la celebración de marras.

Yo este año celebro las fiestas en recogimiento y familia (porque Noche Vieja es otra cosa) con mi niña a mi vera como novedad (el año pasado mi niña las celebró a la vera paterna y yo a la irlandesa) y se me ha contagiado la ilusión de sus ojitos infantiles convencida de que los niños lo viven de otra manera. Así que ingenua, con mis ideas preconcebidas sobre la paz y la ilusión que inundan los corazones de los niños, me he convertido en otra para disfrutar desde la nueva perspectiva estas celebraciones que a mis treinta y tantos ya me pillan un pelín trillada y descreída. Hasta me he comprado un metrobús para inmergirme en la ciudad (que resulta impracticable con coche en estas fechas) y no perderme ni una lucecita, ni un cortilandia ni un nada de nada. Y debo deciros que hoy os escribo desde la cama, agotada, intentando reponerme para la fecha señalada porque los preparativos y mi tratamiento hormonal han estado casi a punto de acabar conmigo y dejarme fuera de juego para el cocktail de gambas, el canapé y el marisquiño.

Primero diré que, creo, sospecho, intuyo, que los niños del mundo son mucho más listos de lo que nosotros pensamos, y que ya no es que sepan todos que los Reyes son los padres (¿sería más preciso decir las madres?), es que les importa menos que cero quienes ejecuten el reparto de regalitos sobre los zapatos, lo que quieren son el Arca de Noé de Play Móvil en la fecha pactada, a la hora pactada en el lugar de entrega establecido. Punto. Porque claro, ¿cuantas veces al año le caen a un niño de golpe y porque sí, una media que va desde cuatro hasta tropocientos regalos, todos juntos y de importe superior cada uno a los sesenta eurazos?. Pues una o ninguna. ¡Como para ponerse exquisito con el nombre del dealer!. Si diré que, por si acaso y esta es toda una señal de inteligencia, mi niña últimamente anda prestando exquisita atención a todos los vejetes venerables miembros de esa prolífica generación que es la tercera edad, sobre todo a aquellos que portan luengas barbas, (lo que reduce la población casi exclusivamente a los excluidos sociales, que tanto pululan en los pórticos de los centros comerciales de obligado cumplimiento en estos días; y al Inti que no se en que momento se ha hecho muy mayor y que además últimamente ha dejado de afeitarse, no sé, le miro y últimamente se me da un aire al difunto Fernán Gomez, ¡qué caprichoso el subconsciente!). Y ella los mira, y me mira, y los mira, y me pregunta si no les daríamos algo, como mil euros, porque debe de andar acongojada pensando que ya pueden ser buenos magos ya, y desprendidos, porque si no, como que no le salen las cuentas. También anda interpelando a todo quisqui que se encuentra por la calle, y esto no es lo nuevo, porque ella siempre ha sido de lo más sociable, lo que es nuevo es que ha cambiado su saludo estándar de “hola” por otro de “Felices Fiestas” que me está haciendo pensar si no debería pedirle a Gallardón que me la subvencione, porque parece elemento propio de la campaña navideña puesta por el ayuntamiento.

En fin que estos mis nuevos ojos y voluntad me han hecho apreciar las cosas desde otra perspectiva, y también introducirme en un mundo al que hasta ahora no había prestado la suficiente atención. Así por ejemplo soy capaz de establecer un ranking de los peores trabajos del mundo por estas fechas.

Por ejemplo el viernes pasado, día veintiuno y de entrega de libertad condicional a todos los retoños del mundo para disfrutar de sus veinte días de vacaciones, mi hermana y yo, nos levantamos temprano para ultimar las gestiones tales que una infante de seis, casi siete años, no puede percibir en directo. Tras dejarla en el colegio hecha un pincho para asistir a su sarao (algo así como la comida de empresa o colegas, en versión infantil, concertada y pija), nos dirigimos prestas al Corte Inglés, sección perfumería, a liquidar las gestiones destinadas a los elementos femeninos de más edad de nuestra troupe familiar. Allí tras aguantar horas de cola, empezamos a compadecernos de las señoritas impecablemente maquilladas y sonrientes que nos rociaban una y otra vez con todos los aromas del amor y el lujo con las que las firmas de relumbrón orean al mundo entero. Las que no portaban los tarros de las esencias, escuchaban pacientes y mostraban y mostraban distintas versiones con distintas formas y poquitas variaciones del mismo líquido. Y luego lo guardaban, y luego lo envolvían con tanta delicadeza y parsimonia, que unas ochocientas veces vine a recordar yo al dependiente Mr. Beam de la película Love Actually. Cuando finalmente ponían la pegatina “Felices Fiestas El Corte Inglés” lo que fuera que una (no existían los unos en esta planta, qué cosas) hubiera adquirido se había transformado en una obra de arte, digno atrezo de cualquier película fina. Esto lo liquidamos. Y nos fuimos al Carrefour, pensando yo ingenua, que qué trabajo tan sacrificado el de dependienta amable del Corte Inglés.

Pero el Carrefour si resultó dantesco. Allí fuimos a liquidar el asunto paterno, único miembro masculino de mi familia (porque mi gato no cuenta, que no es de sangre). Descubrí anonadada que este año los jamones buenos traen una especie de funda que parece de raqueta, con sus asas y todo que te permiten portarlos con toda comodidad. A lo mejor este accesorio no es nuevo, pero es que ya me gustaría a mi estar mucho más documentada sobre el apasionante mundo del cinco jotas, que hete aquí que lamentablemente no es el caso. En fin, en el Carrefour y para no sufrir más de lo necesario, nos dirigimos al tiro hecho: a la planta de informática para agenciarnos una mochila porta portátil. Quedaban tres, dos fosforitas y una de discretos tonos negros. Conteniendo mis impulsos, nos hicimos con esta, más apropiada para una reunión de empresa de un gestor comercial respetable, que no sé por qué razón, las otras. El objeto en cuestión carecía de funda, bolsa ni etiquetas, pero no nos importó, porque la cosa está chunga este año en el tema mochilas de portátil y hasta se habían acabado en el CI, no estábamos como para poner demasiadas pegas. Fuimos a caja, casi nos dormimos mientras esperábamos a que nos tocara. Nos tocó. Y no podían cobrarla porque carecía de código de barras. La majísima cajera llamó a la encargada de línea de cajas, en sus patines ella, que con muy buena disposición intentó localizar al “informático”. Ella hablaba por el intercom, y nada, respondían de todas partes pero no del departamento solicitado. Tres cuartos de hora después yo había subido a planta, había localizado una fosforita, idéntico modelo con diferente color, la patinadora había deducido que los precios eran distintos, el informático seguía sin aparecer, la cola de la caja de nuestra amable cajera andaba prácticamente organizada para montar el piquete y estaban a punto de localizar una valla de obra para tirarla sobre la cinta transportadora. Cuando la sangre estaba en un tris de llegar al río, solo entonces, es cuando apareció el informático que confirmó que sí, que la de colores discretos era más cara y desapareció con la excusa de ir a buscar la referencia del producto. Otro cuarto de hora después, cuando yo misma, que ya sí que sí me he convertido en la persona más zen del mundo, estaba al borde del colapso con los ojos inyectados en sangre, reapareció el informático, con unos genitales que yo juzgué del tamaño de los del mítico caballo de Espartero, porque no llevaba escolta ni nada, tiró el papelote sobre la caja y con las mismas se piró. La cajera pasó el código por el lector, apareció el mismo precio de la móchila fosforita, y hala, nos fuimos espitadas mi hermana y yo hacia el coche porque ya llegábamos tarde a la entrega de retoños en el colegio de mi hija. Pero este trabajo si que me pareció chungo, chungo y no el del Corte Inglés que de pronto parecía un balneario.

Ignorantes a los avisos de radar y a las límitaciones de velocidad que están puestas de espaldas al pueblo, sobre todo en las vías circundantes a los colegios, donde son más reducidas que en otras calles, como si no supieran que los coches con niños llegan siempre más tarde que los que solo llevan adultos, pilotando la menda misma como si fuera una Raikonen al volante de un taxi camino de un aeropuerto, llegamos no solo en hora si no que un poquito antes, cuando las puertas aun estaban cerradas y los padres y abuelos (que proliferan mucho más en estas fechas) parecíamos un toro resabiado astillando el asta contra la puerta de toriles. El pobre bedel observaba desde la puerta acristalada tragando saliva, calándose la montera, mordiendo el piquito de la muleta y reuniendo todo el valor del mundo para acercarse hasta la verja y abrirla. Finalmente, encomendándose a la virgen y a todos los santos, procedió, culminó la faena y hala, todos recogimos a nuestros herederos que salían cuajaditos de trabajos manuales, regalos del amigo invisible y llenitos de morgueras por el turrón de chocolate.

Nosotras, originales como todos, decidimos que ya que era el primer día de vacaciones, y ya que mi niña estaba de fiesta por vacaciones, y sobre todo también, ya que era la hora que era, que estábamos derrengadas y que no teníamos ni pizca de ganas de trabajar ni un poquito más, nos íbamos al Burguer King (al McDonalds tardaré en volver, tan infausto es mi recuerdo) y liquidábamos el asunto vianda. ERROR, desde aquí os lo digo, EL PEOR ERROR DEL MUNDO.

Resulta que el día veintiuno no solo dan las vacaciones a los niños infantes, no, también a los adolescentes, y como Gallardón a cerrado ese lúdico templo de recreo que es la Plaza Mayor al tráfico de adolescentes, y ha puesto a toda la policía municipal controlando el no ejercicio de botellón, ¿pues donde estaban todos? ¿eh? ¿Dónde?. En el Burguer King de la calle Goya, que desde aquí ya reivindico yo la vuelta del botellón y del destrozo de mobiliario urbano como doble favor a los ciudadanos de cierta edad de estos madriles. Por cierto. Yo vivo en un barrio de los que se dice popular, aquí las adolescentes visten todas como Bratz, que yo creo que más o menos ya imagináis todos como es eso. Pero resulta que existe otro modelo en los barrios pijos, que es el Charlotte Casiraghi (excusas, ahora mismo no ubico bien la hache y no tengo ganas de documentarme para una chorradilla así). El Burguer King estaba a revosar de Carlotas y de Andreas, todos ellos en a fila de a uno y pidiendo a razón de a uno, que digo yo, si van en grupo, ¿no pueden pedir todo lo de todos a la vez?. Pues no, porque el tema de la paga semanal no está unificado, y les hay que pueden pedirse el Big Menú con todo, hasta con reloj, y otros que no pasan de los Tenders y del vaso de agua pero de grifo, que después de invertir en Tommy Hilfiger no queda ni para extra de patatas. El panorama era desolador, pero a ver quien es el guapo que saca a una niña de seis años de un antro de comida basura cuando ya ha traspasado las puertas. Yo no, no soy tan fuerte.

Total que ahora sí estoy en condición de deciros que la lista de peores trabajos del mundo en vísperas navideñas son:
1.- Auxiliar de mostrador del Burguer King
2.- Auxiliar de caja del Carrefour
3.- Auxiliar de perfumería del Corte Inglés.

Lo que me lleva a pensar que hay que desconfiar siempre de cualquier trabajo que se enuncie comenzando en Auxiliar. Dicho lo cual, os diré que si bien me solidarizo con todos ellos, peor aun me parece el suplicio de ser cliente de todos y cada uno de ellos, en riguroso orden inverso y todo en el mismo día.

En fin, que Felices Fiestas para todos y para todo el año, y desde aquí, mis mejores deseos para el mundo el mundial. Nos vemos a la vuelta.



jueves, 13 de diciembre de 2007

DE BASURILLAS Y RECICLAJES

Es un hecho que lo que uno (o una) deshecha, otro (u otra) lo aprovecha. ¿Cuántas veces se nos han puesto los ojos como platos tras sacudirnos con alivio un rollete y/o pareja que nos parecía de lo más petardo y descubrir la cantidad de voluntarios (y/o voluntarias) que se brindan a pegar gustosos los cachitos del destrozo y a ser el clavo que saque el anterior?. Yo misma he recogido unas cuantas basurillas ajenas (en sentido metafórico y literal, pero con mucho afecto y respeto, eso sí, a la dejante aliviada y al nuevo cogido, como no), y yo misma he dejado disponibles otras cuantas de lo mismo.

En fin. El caso es que últimamente y sin yo pretenderlo, me he visto en la tesitura de tener que revolver entre varias basuras, desde el tamaño unifamiliar propio, hasta el tamaño industrial del McDonalds y en todos los casos me he sorprendido un mundo de lo que llegamos a tirar. ¡Qué menospreciados están los restos desechados! ¡si con todo lo que digan, a uno no se le conoce tanto por sus actos como por su íntima basura! .

La primera ocasión de revisión de restos ya me pasó en mi propia casa, que por cierto, últimamente anda elástica, y para mi regocijo, resulta que en ella cabe todo el mundo. Porque diga lo que diga la Caixa, resulta que si que es cierto que donde habitualmente comemos una y media, en estas fechas cabemos hasta doce adultos a cenar, y que donde habitualmente dormimos una grande y una pequeña, pueden dormir hasta tres grandes, uno muy grande y una pequeña. Mi salón se ha transformado en una República Independiente donde se alojan mi hermana y mi casi otra hermana Olgui, con su colchón hinchable vía red eléctrica, con su cesta enorme de mimbre a rebosar de chuches de todo tipo, semejante cesta, que ni la mismísima Caperucita (un poner) podría arrastar hasta la casa de su abuelita sin la ayuda de un remolque y un cartel que la señalizara como Vehículo Longo pero que tiene a mi niña y a mi gato levitando en su entorno por el salón en éxtasis constante. Ellas, con sus horas indecentes de sueño y de insomnio que combaten pegadas al canal de Gran Hermano y a unos porrillos que lejos de atontarlas les llevan a prolongar la charleta hasta las tantas de la madrugada. Ellas con sus minúsculas ropitas de talla 36, que me hacen parecer a mi de otra escala. Tan cielotas ellas, cobertura pa’ tó.

El caso es que mi casa elástica ha cambiado su ritmo, y ahora tenemos turnos de ducha, repartos de tareas y satisfacciones del tipo que al llegar a casa, una encuentre un rico couscous cocinado (ya no como de Tuper frío, de pie, pegada a la encimera) y conversación y risas en el sofá. También tenemos miles de botes de gel y champús variopintos, mil cremitas, cepillos de dientes de todos los colores y un ritmo constante de llenado de bolsas de basura que va a frecuencia de una mínimo y rebosando al día.

Pero en la vida hay otras cosas que no son tan fáciles de resolver y coordinar ni ofrecen tantas satisfacciones. Una de ellas es la de sacar punta a los lápices de ojos. Parecen que estos lápices tienen un único uso, porque los compras, los usas, te comes la punta, y los rebañas hasta casi sacarte los ojos. Llegando a este punto, ya puedes tirarlos. La otra opción que sería intentar sacarlos punta es mucho más desesperante, porque lo metes en la maquinilla, procedes a girarlo, y antes de llegar a la longitud aceptable de mina se ha roto, se ha quedado dentro del sacapuntas y ya no hay manera de quitarla de ahí, porque parece pegada con loctite. O sí, consigues sacarla del cacharrillo después de tres cuartos de hora y quince utensilios diversos, y sigues dando vueltas a la pinturilla emperrada ella en dejarse la punta dentro y tú en comerte las virutas. Al final tienes que tirar todo el lápiz pero ahora del tamaño de centímetro y medio, y también el sacapuntas.

Sin embargo esto ocurre menos con los lápices caros y de marca (porque por lo visto los caros incluyen en el precio un cursillo previo que les enseña a comportarse), como por ejemplo los de Christian Dior, que vienen con un sistema sofisticadísimo de sacapuntas lleno de piecitas y gadgets que aprietan al rebelde contra la cuchilla y que sacan la punta osada del cacharrín en el hipotético caso de que se atreviera a dejarla dentro, y todo ello sin soltar apenas rebabas. Yo solo tengo un sacapuntas de estos y lo conservo bajo siete llaves y con todo mi cariño y agradecimiento, para que mi niña no pueda cometer el terrible y comprensible error de utilizarlo con sus ceras Manley.

El caso es que el jueves puentero de la semana pasada estaba casi sacándome el ojo con un lápiz de los baratos, cuando me decidí a arriesgarme a sacarle punta. Saqué de su cajita el sacapuntas sagrado y me encaminé al cubo de la basura a proceder, ya arregladita y mona, muy bien aviada para salir de jarana en cuanto liquidara el asunto ojo. Abrí la tapa del cubo, y ejecutando muy limpiamente saqué a la luz una punta fantástica. Satisfecha, revisé mi joyita afiladora y ¡oh, Lénines! observé restos de mina y viruta pegadas en la sagrada cuchilla. Solté el lápiz sobre la encimera y con delicadeza procedí a desarmar el utensilio limpiador que pertinaz, se empeñaba en no salir. Ya con mucha menos delicadeza forcé el asunto hasta hacer saltar el cacharrito en cuestión y todos los ochocientos achiperris minúsculos de tamaños de agujas de bordar que componen el complejo mecanismo del sacapuntas (¡) que fueron a caer sin ninguna compasión repartidos entre las dos bolsas de basura a rebosar: la de plásticos y metales y la de material orgánico (porque a una la importan bien poco los pingüinos de los polos, que ni se comen ni dan plumas, pero pese a todo, recicla). Ahí que me quedé yo pasmada hasta que mis propios lagrimones me sacaron de mi mismo ensimismamiento (es que estoy en fase hormonal y ando de lo más sensible).

Dispuse las bolsas usadas y dos nuevas sobre el suelo de mi cocina y procedí a trasvasar mierdita por mierdita hasta dar con cada una de las piezas cochinas para así poder lavarlas y remontarlas en su casita sacapuntas. En esta experiencia descubrí que en mi familia-casa bebemos muchííííísimo (yo no, que mi medicación no me lo permite), que fumamos muchííííísimo (yo no, que mi medicación no me lo permite), que comemos muchíííííísimo (eso sí) y que estrenamos muchísimo porque la bolsa estaba repleta de etiquetas y tickets de compra (confieso que mi medicación es absolutamente compatible con este deplorable y perjudicial vicio). También me percaté de que nadie tiene del todo claro si las colillas de los cigarros son material orgánico o plástico y/o metales.

En fin, que una hora más tarde, oliendo a jabón tras lavarme hasta los codos y con mi ralla bien pintada, enfilaba yo dirección Retiro con mi niña, con mi syster, con mi Olgui y con otras dos niñas de la edad de la mía que Olgui misma se había agenciado. El plan era el de pasar un día de infancia imbuidas en el espíritu navideño de estas fechas, o lo que yo llamo un completo: guiñoles y barquitas en el Retiro, Mc Donalds y cine infantil.

Pero ¡ay! ¡qué distintos resultan los planes de cuando se diseñan a cuando se consuman!. De entrada el Retiro estaba a rebosar, y la cola para montar en las barquitas llegaban casi casi hasta Móstoles. Así que nos saltamos ese plan comiendo pipas y adelantamos un poquito el siguiente, el del McDonalds. Allí tras veinticinco colas más, la primera de ellas para pedir el básico, las otras veinticuatro para cambiar el Danonino por la gelatina, el agua por la coca cola sin nada (sin calorías, sin cafeína), para pedir otra pajita que la anterior se ha caído, para pedir más ketchup que con lo que nos ha dado no llega, para pedir mostaza… hora y media después, poníamos orden apilando restos y restos y más restos sobre las seis bandejas, dispuestas a otros tantos viajes al contenedor. Para esto también hace falta experiencia, técnica y disponer de una buena estrategia. La nuestra fue, Olgui con las niñas, con los abrigos, con las bolsas, con los bolsos y cubriendo la retaguardia. Yo con los viajes a razón de uno por bandeja y con todo abandonado sobre la mesa, entre otras cosas mi prensa del día y mi teléfono móvil Bisbal. Entre el segundo y tercer viaje las niñas se deshacían en porfas para obtener el permiso de acudir a la piscina de bolas. Entre el tercero y el cuarto Olgui ojeaba ojo avizor unas veces el periódico, otras las bolas (las de la piscina, que yo sepa), entre el cuarto y el quinto Olgui hacía hueco a una señora que amablemente pedía sitio para posar su bandeja y comerse su hamburguesa sentada en silla. Entre el quinto y el último mi móvil Bisbal había desaparecido.

Y cuando ya fue obvio que no estaba ni en bolso ni en bolsillo alguno, ni en entorno próximo que se pudiera escuchar cuando mi Olgui me llamaba, acepté lo que era la más obvia obviedad: que lo había tirado a la basura junto al restante contenido de alguna de las bandejas.

Tras hacer cola frente al mostrador de Mc Donalds por vez veintiséis, advertí a una amable señorita que allí trabajaba, de que por error junto a los restos miles de nuestra viandas, servidora, que es pelín desatenta, había vertido en la bolsa contenedor tamaño comunidad de vecinos, su propio teléfono móvil modelo Bisbal, y que si no suponía mucha molestia, a servidora mismo de nuevo, le complacería mucho cualquier esfuerzo que se pudiera realizar con objeto de recuperarlo. La amable señorita, me miró me sonrió, me acompañó a la bolsa contenedor de basura tamaño comunidad de vecinos, y sonriendo aun más (por no decir conteniendo la carcajada) me indicó la bolsa, y dijo: “puede buscarlo usted misma”.

Ahí estaba yo, un jueves de puente, en el McDonalds de Atocha a rebosar en hora punta, revolviendo la basura común de casi todo Madrid con el objeto de encontrar mi móvil. Saqué hamburguesas a medio comer, patatas, bebida, muñequitos abeja del Happy Meal protagonistas del film Bee Movie (uno de ellos sirvió para reponer el que mi niña había perdido), hasta pañales… papel albal de bocadillo, un bote de ketchup de los grandes de casa… Cualquier cosa inimaginable, menos mi móvil. (Snif, snif, “quien me iba a decir” a mi que iba a acabar echando de menos a Bisbal).

Total, y por no alargarme, que Señores del Mc Donalds, en cualquier momento que ustedes consideren oportuno, pueden cuestionarme que yo me brindo a ofrecerles una estadística completa de los productos que más y menos éxito tienen entre su variada oferta, todo ello en función de lo que los clientes desechan tras deglutirlos enteramente o más bien a medias. Amigos míos del alma, podéis ir llamándome cuando os apetezca y tengáis un ratito para que yo pueda ir recuperando todos vuestros números de teléfono que ahora reposan en manos de algún caco desaprensivo.

Y a todos los demás, os ruego que seáis atentos y cuidadosos con lo que arrojáis a las basuras, porque con la racha que llevo, tarde o temprano, a mi me tocará revisarlo.



P.D.1: Gracias al amable viandante de a pie (que no de andamio, ni aparentemente lucero) que ayer, mientras yo transitaba por la plaza de Lavapiés tras regresar de un entierro, tuvo a bien espetarme un piropo grosero, de esos bien ejecutados que incluyen cabeza vuelta y doloroso estampe frontolateral contra chirimbolo papelera. Tan agradecida estoy, que este acontecimento lo he anotado yo en mi diario con cariño, por si acaso fuera el último, que oye, nunca se sabe y la menda ya no volverá a cumplir los treinta.

P.D.2: Gracias a los demás que os habéis seguido interesando por este mi blog pese a mi periodo de ausencia.

P.D.3: Besitos a Olgui, a Ada, a Mónica, a Maite (‘pañera!), a Cosita (ra, ra, rá) y a Teresita, cariño, que te queremos muchos, y yo más.

viernes, 26 de octubre de 2007

HE VUELTO (SANA Y SALVA)

Siglos ha que no escribía o eso al menos me parecía a mi. Esto se ha debido a una serie de arrechuchos en batería que he ido pillando y me han dejado momentáneamente fuera de juego, el más serio ha sido un trancazo de no te menees que a me ha tenido tal cual: sin menearme ni un poquito del sofá con mantita o de la cama con edredones. Vamos, una vacación convaleciente, que no era ni mucho menos de morirse, pero si pesada que te cagas. Por eso he estado ausente.

Por eso y porque me he requete enganchado al libro “El Corazón Helado” de Almudena Grandes, que es un novelón de novecientas todas páginas de purito ejercicio de Memoria Histórica (ahora que está tan de moda), que desde aquí ya os recomiendo. Hasta que no lo terminé ayer tarde no he sido capaz de dedicar mi ocio intelectual a otra cosa que devorar sus páginas y debo confesar que hasta he llorado y todo en un par de pasajes, aunque no descartaría yo la influencia de la hormona revuelta en esta mi nueva etapa de sensibilidad hiperactiva… Ahora acabo de empezar otro libro, esta vez de Punset, que se titula “El Viaje al Amor”, y miedo me da su influencia en mi ya de por sí cínico y raquítico romanticismo, si ya soy poco florida yo con ese asunto, no quiero visualizarme con argumentos del tipo filosófico-científico. Por si acaso os recomiendo que os aproximéis con precaución a mis próximos post que en este mi estado actual soy incapaz de preverme…

En fin, que como estoy como estoy últimamente, que no dejo pasar ni una, mi médica me ha rectado unos análisis de sangre con el fin de ejecutarme una ITV a fondo y elaborar un mapa completito de mis carencias y de las piezas que me van caducando por dentro. Así que esta mañana me he levantado quince minutos más tarde de lo habitual (que no parece mucho, pero que en horizontal y en una cama da para muchísimo, como vosotras todas bien sabéis) y he escatimado este tiempo en activo habitual que dedico a llevar a mi retoño al cole, porque hoy de eso se ocupaba su abuelo y padre mío.

Por lo tanto he disfrutado de uno de esos inusuales despertares relajaditos y con el cutis lisito y suave (es que últimamente me despierto con la misma cara que Cassius Clay tras su pelea con George Foreman y tengo que hacer esfuerzos sobre naturales para despegar los párpados y atisbar el mundo). Me ha dado tiempo a hacer mi cama con mimo y esmero, a dar un repasillo a mi manicura, otro repasillo a los pelines despendolados de las cejas para dibujar nítidamente estas importantes armas de expresión facial, a ducharme con tranquilidad y a depilarme muy requete bien con cuidado y minuciosidad esas otras importantes armas de expresión corporal (que no deja de ser viernes, oye, y yo siempre deposito grandes esperanzas en estos días). Tras secarme me he aplicado la cremita nutritiva, me he vestido con calma escogiendo un poquito la ropa que me ponía, me he maquillado un pelín con el kit completo de sombra, khol, rimel, brush y pintalabios, y he podido salir de mi casa con tiempo más que suficiente.

Porque en mi rutina del día a día yo me levanto, estiro el edredón nórdiko (así, con K), hago el desayuno de mi niña, preparo su almuerzo, estiro su nórdiko (también con K), preparo su ropa, me ducho, me visto, me pinto los morros y un poco de colorete, cojo el bolso y a mi niña, y hala, haciendo rally hasta el cole, que llegamos siempre por los pelos, y a veces hasta tarde. Pero hoy, era todo como un anuncio de “hoy me siento Flex” o de “Actimel” en la parte con color en la que ya se han tomado el “Actimel”. Me he subido en la Luisi, y he llegado al centro de salud en cero coma y relajada.

En el mostrador de recepción para extracciones, he entregado mis veinticinco folios con el listado de mi médica de todo lo que me tenían que analizar, para que tomaran nota y quedara constancia de mi presencia, y acto seguido me han devuelto los veinticinco folios acompañados de ochocientos tarritos de cristal y un montón de pegatinas. Y a hacer cola hasta que me tocara mi turno. Que me ha tocado, cómo no. Al llegar a mi mesa, mi ATS especializado en extracciones ha levantado su titulado culo de su funcionaria silla y en su lugar se ha sentado otro culo similar al suyo, pero aun sin titular. Mi ATS especializado en extracciones ha animado al culo sin título con un: “hala, ahora tú”. Y hala sí, entre los dos han cogido mi brazo despejado que aun olía a crema reafirmante Dove, entre los dos han puesto la gomita en dicho brazo y han tenido que sujetarla porque se escurría gracias a mi hidratación y firmeza, y entre los dos me han palpado a la búsqueda de la venita (o arteria, que no sé muy bien que es lo que usan). Eso sí el pinchazo ha sido cosa del culo sin titular a solas. Me ha pinchado pero en hueso. Ha repinchado, pero más pa’llá. Y luego ha repinchado, pero más pa’cá, todavía no en su sitio. Me ha echado una bronca (“¡es que te mueves!”), que yo ya le he respondido que todavía no he llegado a ese grado zen en el que no necesito ni siquiera respirar, pero que estoy en ello y tengo la impresión de que en breve lo conseguiré, posiblemente para la próxima visita. Y ha vuelto a pincharme, y esta vez si, con la inestimable ayuda del culo titulado que ha soltado la goma y ha buscado la venita o arteria hasta encontrarla, sin necesidad siquiera de volver a sacar la aguja.

A esas alturas yo estaba, ya no medio mareada, sino gagá del todo y notablemente escorada para un lado. Me han resecado rellenando los ochocientos botes, me han puesto un algodoncillo que se quedaba solo pegado sin necesidad de celo obra y gracia del pringue de mi cremita Dove reafirmante, y como despedida, me han gritado al oído un “¡SIGUIENTE!” que es lo que a mi me ha hecho reaccionar y desplazar mi propio culo (titulado o sin titular depende en qué, porque no viene al caso) fuera de la salita.

Yo después de un análisis salgo del cuartillo a todo correr como alma que le lleva el diablo, y voy incluso vistiéndome por el camino, que vengo a terminar de ponerme la chaqueta más o menos cuando aparco mi Luisi al final de mi trayecto de vuelta, y hasta la fecha nunca me había visto en la necesidad de invertir ese par de minutillos recomendados en un reposo sujetando el algodoncillo del brazo. Pero hoy sí, hoy he necesitado cinco minutos catatónica desparramada en una silla (que casi eran dos) y es ahora mismo que os estoy escribiendo a una única mano, porque la otra, la derecha, la tengo inutilizada al final de mi dolorido brazo.

Cuando me he montado en mi Luisi aun estaba lela (de hecho sigo un poco así así), y he arrancado enfilando la calle siendo aun poco consciente, tan poco, que cuando he girado en un ceda el paso no he observado la presencia de un camión de la basura que vaciaba contenedores, y casi me estampa contra una pared mientras maniobraba en su marcha atrás, algo que tampoco he visto. Si no fuera por los diligentes operarios del servicio de limpieza que han puesto el grito en el cielo, yo hubiera perecido arrollada por un camión de la basura, que es una manera tan magnífica como otra cualquiera de morir, pero falta de todo glamour, no me digáis que no.

A la altura casi oficina yo solo soñaba con un cafetito con leche (descafeinado, que si no me altero) con cuatro churros (en lugar de los tres habituales), mientras mi mente elaboraba una bonita oda al churro madrileño y a la suerte de vivir en una ciudad que pone los churros en los bares antes que las calles mismas en la misma calle.

A la altura primer churro me he encontrado con una amiga que también iba a avituallarse con su cafetillo. Esta amiga, cuyo nombre no puedo mencionar para preservar la intimidad de su retoño, es madre de niña artista y la niña artista está a puntito de perpetrar el estreno de una película infantil patrocinada entre otros por Disney. Un mítico estreno que desde hace más de un año su madre y las amigas de su madre, llevamos predisfrutando mentalmente con los vestiditos de fiesta sacados del tinte y colgados en nuestros armarios y/o vestidores (yo iba a reciclar el mío que usé en el bodorrio), con los taconazos afilados preparados con su horma y con la cita reservada con codazos en la pelu de Dante para ser las primeras beneficiadas antes de que a Dante se le caiga la inspiración dejando hueco exclusivamente a su mala leche.

Bueno, pues a medio segundo churro, ha tenido la desfachatez de comunicarme, que el evento este social del sigo, al final se ejecuta mañana en unos multicines del extrarradio de Madrid, todo niños y sin casi adultos y que el atuendo recomendado por las productoras Disney y Buenavista es un disfraz de Halloween. O sea, que para una vez que me invitan a un estreno de cine, no solo no voy de la mano de George Clooney, que voy de la de mi niña, no solo no es a las once de la noche, si no que es a las once de la mañana, y no solo no voy de Zac Posen, sino que voy de Calabaza. Pues si que. Lo que os dije yo y lo que os dijo Dina, ojito con lo que deseáis… ¡por Lenin, que empeño que se toma Disney en chafarme mi día a día!.

En fin que encaminada a la oficina, reconfortada por mi tentempié, y especialmente sensibilizada por lo lela que me ha dejado la absorción de sangre, he flipado con un gorrioncillo gordo y descomunal (¿sería un buitre?) que intentaba levantar el vuelo y a penas ha conseguido subir más allá del césped que le rozaba la panza, y no sé por qué me he acordado de mi gato Machín, tal vez por lo gordo, o por lo que hubiera disfrutado el animalito de semejante aperitivo. Y luego al encender el ordenón he flipado un poco más con la campaña del ‘SOE de “NO HAGAS CASO A TU PRIMO”. Es alucinante, como este partido puede tener un equipo tan mediocre para casi todo y tan eficaz para lo de la publicidad creativa, no termina Rajoy de estampar su última chorrada (y mira que tiene facilidad este hombre para resuperarse a sí mismo) y ya tienen los del ‘SOE un video publicitario alegórico, que estoy por creer que le roban los guiones al candidato por la noche antes aun de que los perpetre. Ahora entiendo que no les de tiempo a otras cosas, si todas las energías se les va en idear ingeniosas campañas. Que por cierto, ¿alguien las ha visto en algún sitio distinto de You Tube…? yo en la tele no, solo en You Tube, en la Ser y en El País (ahora sí, con tilde y de color azul) lo que me lleva a pensar que tal vez You Tube pertenezca al grupo PRYSA.

En fin, que he vuelto. A ver si me da tiempo a contaros próximamente mi experiencia con el Grison, su empeño en no arrancar, el trajín de empujarlo hasta una plaza de aparcamiento con la ayuda inestimable de mi amiga Vicky y de Jesús Quintero (Loco de la Colina), y la cara de alucine del pobre hombre de la grúa cuando le estampamos que venía un hombre a reemplazarnos porque nosotras teníamos que regresar a casa a ocuparnos con alegría de nuestras tareas del hogá antes de volver a nuestros trabajos el lunes, que luego le preguntó al Inti a qué nos dedicábamos nosotras exactamente... Pero esto será en otro post…

lunes, 8 de octubre de 2007

PARECE QUE HOY VA A HACER BUENO… EL ASCENSOR

Si hay un lugar común y vulgar que fomenta el comportamiento pintoresco, ese es el ascensor. Yo vivo en un cuarto piso sin tecnología punta, así que a mi no me queda otra opción más que la de transportarme a mi misma y mis compras, mudanzas, y equipajes a pie o a gatas (dependiendo de la hora de arribada y del combustible que me corra a mi por dentro…).

Este esfuerzo ímprobo de mi vida actual me lleva a recordar con nostalgia y mucho cariño la época reciente de mi vida anterior en la que me desplazaba siempre desde el portal en la planta baja hasta mi morada en la planta primera dentro de la cajita metálica de metro y medio por metro y medio, con capacidad para seis personas o 400 kilos de carga.

Allí compartía la ausencia de espacio con mis vecinos superiores (debajo de mí solo vivían los coches), los del segundo be: dos adultos y cuatro niños con aficiones marianas que nos adornaban el bloque por fuera con banderas vaticanas en cada visita del Papa Wojtila a España. La vecina del ático con su perro labrador, viejo, pachón y gordo, y con su inagotable verborrea (la de ella, no la del perro que siempre parecía muy cansado)… El vecino del tercero be, con su apellido gallego y su profesión de contable, que fumaba Ducados como yo pero él en las afueras de su balcón dos plantas sobre el mío y que tenía una puntería única y certera plantando siempre sus colillas humeantes entre los pensamientos de mis jardineras (los vegetales, no las elucubraciones). Cuando yo llevaba un año en este bloque, el hombre contable y gallego se casó con una colombiana que cumplió los veinte años en España y que no parecía nada feliz, como fuimos sabiendo todos puntualmente día a día, y corroboramos otro día más tarde en el que hizo su equipaje y le dejó plantado para no regresar jamás …

Como habéis observado tras esta breve semblanza, la vida en los bloques de vecinos sucede de puertas y tabiques para dentro. Pero el trámite hasta la puerta P a la hora H y en la compañía C, sucede siempre expuesto a los ojos vecinales. Y la intimidad íntima I de la vida propia permanece tan solo defendida por unos tabiques ínfimos absolutamente permeables a la contaminación acústica. Vamos, que de intimidad intima I no queda casi nada.

Aquella anterior casa mía traía además de serie una especie de intercom por tecnología de danones muy curioso (que no será tecnología punta, pero que es eficaz que te cagas) que nos mantenía a todo el bloque bien comunicado. Resulta que la cañería del gas, que subía (o bajaba, según se mire) por la pared izquierda de mi cocina pegadita al fregadero, no debía de estar lo suficientemente aislada y/o cerrada, y si bien nunca sufrimos ninguna baja gaseada ni nos quedamos medio lelos por ningún escape, si que ahorramos muchísimas pilas al no necesitar aparatos de radio. Porque tú te plantabas frente a la pila, estropajo y fairy en manos, y hala, con que te mantuvieras un poco calladita, te enterabas de todas las conversaciones culinarias del bloque que venían deslizándose por el tubillo de cobre (un gran conductor este metal, eso está claro) para servirte en bandeja, sobre la encimera y en tiempo real todas las novedades del bloque. Un lujazo mucho más eficaz que radio patio.

Así que tú llegabas hasta tu casa a la hora H, con la compañía C, posiblemente en estado E (embriagada o embriagadora) y en el mejor de los casos se habría producido de forma discreta y sigilosa, sin haberte cruzado con ningún convecino de cuerpo presente (aunque posiblemente algún ojo indiscreto te habría visto atravesar las zonas ajardinadas desde las ventanas de sus casas orientadas a la zona de esparcimiento comunitario).

Y ya estabas dentro de tu intimidad i minúscula, en el terreno de lo privado. Pero tampoco podías bajar la guardia, porque al día siguiente todo el mundo conocía perfectamente qué era lo que habías estado cocinado dentro (gracias al intercomunicador ese de yogurt) y hasta qué horas indecentes de la madrugada habías estado moviendo cacharros entre tus cuatro tabiques de cuatro centímetros escasos de espesor incluyendo yesos, gotelés y enlucidos. En las caras de los vecinos de ascensor podías leer con absoluta nitidez la amplitud de sus conocimientos a cerca de tu intimidad.

¡Qué tiempos aquellos y qué nostalgias! Yo estoy segura de que mis vecinos de ahora deben de saber lo mismo que sabían los anteriores (a juzgar por mis propios conocimientos), pero yo ya no dispongo de esos tres minutillos de incomodidad compartidos en el ascensor, haciendo que nadie sabe nada de nadie, mientras entablamos fluidas conversaciones en las que alardeamos de nuestros conocimientos sobre meteorología, sobre el cambio climático y sobre la dificultad para secar la ropa en el tendedero con la que está cayendo en ésta húmeda estación.

Pero si hay unos ascensores que sí sigo trabajando y que me reportan experiencias de lo más estimulantes (y si no que se lo pregunten al Inti, que ve uno y se le ponen los pelos como escarpias), son los ascensores de los hoteles.

Como sabéis yo disfruto de una escuálida economía de post guerra, así que cuando le toca a mi bolsillo costear un viaje y las estancias fuera de casa, siempre lo hago apelando a la generosidad de mis familiares y amigos o pertrechada de mi tienda de campaña. Pero las economías de las empresas que llevan y traen al Inti currante si son muy dignas y le llevan siempre a hoteles que tienen de todo (a veces hasta cinco estrellas). Y yo que soy de la de sumar placeres, procuro no perderme ni uno.

Así el Inti se va cualquier punto de la geografía española, y en llegando el fin de semana que mi niña pasa con su padre y el final de la hora de trabajo, yo me subo al Vernon o al Grison (el que no esté en el taller) y pego mi zapatilla de basket al pedal sin levantarlo casi hasta la plaza de toros, polideportivo u otro lugar de sarao que se tercie, donde recojo la llave del hotel y allá que me voy a esperar a mi anfitrión mientras voy gorroneando lujillos.

A uno de esos hotelitos, allá por mayo y por León, me fui yo coincidiendo con el cierre de la campaña electoral de ZP en su tierra. El evento vino a coincidir también y a su vez con un partido de semifinales para ascenso a la liga ACB que jugaba el equipo local, el Climalia de León, contra el visitante CAI de Zaragoza. ¿Y donde se alojaban los bigardos de más de dos metros del CAI? Sí señor, en mi hotel de pegadillo, que es que hay hoteles que parecen enchufados.

Yo, ya he aprendido a deslucir lo menos posible en los hoteles de copetines, pero no por eso me voy a liar a hacer gasto en la parte no pagada, ¡al precio que está! Así que viajo con una mochila de imprescindibles para cubrir cualquier necesidad que pueda surgir durante mi estancia, desde bocatas y picoteo hasta coca-colas, una botellita de medio litro fontvella con un poquito de espirituoso para un cubatilla predescanso y alguna cervecilla por si apetece de pre-rocanroll, eso además de mi bolsón de viaje de floripondios. Esto significa, que yo a estos hoteles llego cargada como una mula, y con un cartel enorme y fosforito que me señaliza como Vehiculo Longo.

Pues con todo ese equipaje estaba yo bien relajada dentro de mi ascensor leonés para mi sola, con la mochila apoyada en una de sus paredes para aligerar el peso y con mi cuerpo mismo desplazado por el volumen de la misma hasta el centro del coso elevador, cuando las puertas prácticamente cerradas del habitáculo que me llevaría a mi solita hasta mi planta se abrieron de golpe obra y gracia de una zapatilla deportiva descomunal que consiguió colarse dentro haciendo cuña. Frente a mi aparecieron cuatro Pivotes más altos aun que el Empire State Building (centímetro arriba o abajo) y todos ellos entraron dentro.

Yo educada y para hacer hueco, me desplacé hasta una esquinilla del ascensor que empezaba a parecer tan de juguete como yo misma, y en esa operación fui rebañando con mi mochila todos los cartelillos que colgaban en las paredes por dentro: el que indicaba el peso y el número de personas máximas, otro con el número de teléfono al que llamar en caso de avería y otro más que prohibía fumar en el recinto. En un único movimiento conseguí tirarlos todos. Mientras y a la vez intentaba aproximar mi bolsón de floripondios hasta mis pies. Al agacharme para engancharlo por una esquinilla, casi me vence el peso de la mochila que se abalanzó hacia delante sobre mi cabeza, haciéndome perder un equilibrio que afortunadamente recuperó uno de los pívot al sujetarme y devolverme a la posición de vertical. Mientras los otros tres se entretenían en recoger los carteles del suelo alfombrado e intentar repegarlos. Todo ello sin espacio apenas para movernos ninguno, que parecía que estábamos jugando al “Enredo”.

Volví a encontrármelos a la mañana siguiente, cuando bajaba a desayunar, y solo se atrevieron compartir conmigo descenso cuando constataron que no llevaba más aderezo que lo puesto y ningún equipaje, ni siquiera bolso. Les deseé mucha y muy sincera suerte para su partido, que no sé si llegaron a ganar o no, la verdad.

Bueno pues este finde he estado en Zaragoza, en el fantástico hotel Boston de cinco estrellas, que tiene todo electrónico, hasta el cartelito de Do Not Disturb y cuando pasas por delante de las puertas de las habitaciones puedes interpretar con bastante precisión la vida interior que sucede en las mismas gracias a la información que ofrecen los leds encendidos o apagados, y se puede adivinar donde se está celebrando una fase disturbios, quien no ha aparecido todavía a dormir y son las tantas…

En esta ocasión nuestra habitación se encontraba en la planta octava, y eso significaba que por muy rápido que fuera el ascensor los viajes iban a dar para bastante. Era muy prometedor.

En una de las ocasiones en que yo regresaba al hotel tras darme un garbeo por la ciudad en fiestas, me colé en el ascensor que ya ocupaban tres maromos de la especie familia bien, que se distingue por la media melena a lo Ánsar ligeramente humedecida, como si siempre estuvieran recién peinados nada más salir de la ducha (más que dominio, arte el que tienen con la gomina), por las camisas y polos Tommy Hilfiger y por la altura de más de metro ochenta bien alimentados que lucen todos (que se nota que ya por los años setenta tenían acceso a los alimentos de importación y comían otra cosa distinta al bocadillo de choped nacional).

Los tres o no me ven o deciden ignorarme y yo hago lo que hago siempre en estos trances, que es imbuirme en mis variados pensamientos mientras observo el movimiento de las manecillas de mi reloj, los iconos de mi móvil o directamente el techo del ascensor, en este caso muy interesante porque fingía un cielito estrellado con lucecillas de esas pequeñitas de árbol de Navidad. Y entonces los tres hombres inician una conversación:

(Pijo 1): - “Jo, no imagináis la situación”
(Pijos 2 y 3): (Asienten con expectación)
(Pijo 1): - “Me llama su mujer y me pregunta: ¿está contigo Luís?. Y yo respondo, mira Patricia son las siete de la mañana y no son horas. No, no está conmigo Luis, no le veo desde las dos de la mañana que fue cuando yo le dejé…”

Y entonces se abre la puerta de la planta cuarta y se van los tres llevándose su conversación sin tener ni pizca de consideración conmigo. Porque para entonces yo ya no disimulaba nada y tenía la oreja pegada y el gesto atentísimo como si yo misma fuera el pijo número cuatro. Puse la mano en la célula fotoléctrica de la puerta para evitar que se cerrara, asomé medio cuerpo esperando que se acordaran de mi y a punto estuve de saltar del ascensor y gritarles que no se podían ir ahora, que tenían que contarme donde estaba Luís y con quien, si le había pillado Patricia, si alguno de ellos era el Luis de marras…

Así que dos días después de la conversación y desde este foro hago un llamamiento público a estos amigos de Luis y Patricia que estuvieron en Zaragoza el sábado 6 de octubre, alojados en la planta cuarta del hotel Boston, para que se comuniquen conmigo a través de este blog y me cuenten el final de la historia, que estoy venga a imaginarme de todo y me va a dar un algo.

P.D.: Haciendo caso a mis críticos literarios, en este caso el Inti, he intentado interlinear abundantemente para que al asomaros a mis post no os de un infarto de lo condensado que me queda.

jueves, 4 de octubre de 2007

DEJAD QUE MI COCHE ESTÉ COCHINO, POR FAVOR

Al principio de mi inexperiencia como conductora yo pensaba que era importantísimo que el coche estuviera limpio, porque eso era lo que a mi me habían explicado en la autoescuela y yo siempre he sido una alumna muy aplicada. Pero entonces el Inti me dejó su coche Vernon que estaba bien guarrete, (él es uno de esos especimenes humanos que cree firmemente que lavar un coche lo encoje), y yo me dispuse a acondicionarle por dentro y por fuera, como una atención especial con él, y una manera de proteger mi salud: limpiando por fuera para evitar los inevitables accidentes que provoca la conducción en braille y limpiando por dentro para evitar la inevitable infección por culpa de cualquiera de los virus fauna que allí dentro se hubieran sentido tan a gusto como en mi nevera cuando yo regreso de vacaciones. El momentazo ese túnel de lavado os lo conté en otro post y a mi todavía me provoca pesadillas. El momento recogida de achiperris interiores me puso al día de detalles de la vida privada del Inti por la parte de península esa en la que no le había acompañado yo. Y en lugar de sentirme bien que te cagas por ejecutora del detalle y la buena acción, me sentí más bien cotilla e indiscreta asumiendo tareas que desde luego no eran cosa mía. Vamos, casi como si le hubiera leído el diario.

Pero pensé que eso me pasaba por limpiar el coche ajeno y aprendí la lección sabiendo que no debería volver a hacerlo nunca más y punto, que el coche es de su amo y tiene que ser él quien se ocupe de mimarlo.

Entonces llegó mi coche propio, mi Luisi, cochina también que te mueres después de haber acogido durante meses al ecosistema de la Esteban y su fauna variada, y como mi Luisi no era ajena, que era mía, me volqué tranquilamente en dejarla reluciente con el estropajo, la toallita y el mini aspirador a pilas. Sin percatarme me dejé la radio conectada y sin volumen todo un fin de semana, consecuentemente agoté tooooda la batería y el lunes siguiente tuve que llevar a mi hija al cole en taxi. Así que de esa segunda experiencia aprendí, que por dentro jamás de los jamases, never del todo, se debe limpiar un coche por dentro, ni propio ni ajeno, y si te descuidas, ni siquiera de atrezzo.

Y no he vuelto a hacerlo nunca más.

Ayer tenía que hacer una visitilla profesional (mía de mi profesión) a una hora tempranísima en la que no me daba tiempo ni a pasar por la oficina, así que dejé a mi retoño en el cole y arranqué mi Luisi en dirección a casa del cliente. Llovía a mares y la radio avisaba de atascos y balsas de agua por todas partes incluso por la mía, pero nada, a mi me gusta conducir, y me pareció un reto más como otro cualquiera. A los dos segundos no veía ni torta porque todo estaba empañado. Activé el chorro de aire caliente para la luneta, que en otros coches (Vernon, Grison) no tengo ni idea de donde está, pero en la mía y a estas alturas, pues sí. Pero yo seguía sin ver ni torta. Pasé la mano por el parabrisas por dentro (obviamente) para hacerme una ventanita y la mano se me quedó negra tizona que luego no sabía donde ponerla. Pasé una esponja gris de estas antivaho y la esponja siguió gris aunque más oscuro y el cristal siguió igual de cochino. Finalmente tuve que conducir con las ventanillas bajadas (las dos) porque ni el barro de dentro ni el de fuera me dejaban ver los carteles, y no sé ni como, porque no puedo especificar ni qué cartel ni en qué punto no ví, sin darme cuenta acabé metida en plena M30 (nunca más lejos de mi objetivo) a medio kilómetro por hora durante una hora de reloj que es lo que tardé en recorrer un trayecto que debía a ver sido de cuarto de. Finalmente decidí que mejor llegar calada a mi objetivo que a Baracaldo por ejemplo (que oye, tiene que ser un lugar precioso, pero que no era el día para ir porque ya tenía yo otros planes…).

Esta mañana el Inti no estaba motorizado, y tras dejar a mi niña en el cole (el reparto habitual) he continuado con el reparto extraordinario hasta su casa. Y nuevamente no veía ni torta, unas veces por culpa del sol, y otras por el vaho del frío y el barrillo ese que mi Luisi lleva por dentro. Pero como yo a esto ya me he acostumbrado más o menos, si no llueve como que ni me importa. Pero el Inti, el de la teoría de que lavar encoge los vehículos no está acostumbrado a tanta tensión recién levantado, y tras deformarme la maneta de la puerta por la presión incontrolada de sus dedos, me ha recomendado muy seriamente que por Lenin lo lavara. Pero ya os digo yo que ni por esas pienso hacerlo.

Porque hace unos días, el Inti también, dejó el Vernon (que sigue durmiendo aquí en mi calle con sus ojitos tristones) como vehículo de sustitución a un compañero lucero que tenía su coche propio malito e ingresado en un taller. El compañero lucero lo usó y pensó lo mismísimo que yo cuando el Inti me lo prestó a mi por primera vez: que lo prudente para su salud era limpiarlo. Pero este compañero se ve que es mucho más experto que yo, y decidió dejarlo en manos de profesionales muchísimo más asépticos al no conocer detalles de la vida del propietario (dios, lo que habrá visto esta gente en tantos y tantos coches, no quiero imaginarlo…). Así que cuando un par de días después volvió a dejarlo aparcado donde estaba, en mi barrio, el coche relucía tanto, que yo misma pasando delante de él tardé tres días en verle.

El caso es que el domingo pasado, bajé a la tienda de la Rosi, (un colmao de mi barrio que abre todos los días y tiene de todo, como una tienda de chinos, pero gestionada por una mujer de la patria, mayormente de Vicálvaro) a buscar pan rallado y pan sin rallar para un cocidito familiar que se celebraba en un par de horas en mi casa (el pan rallado es para el relleno, que a mi me sale muy rico). Y la Rosi que siempre tiene de todo, resulta que esta vez tenía falta. No hice crisis: revisé en mis bolsillos, me encontré la llave del Vernon, y pensé, “bueno, mira, le doy una vueltilla y me acerco a la gasolinera que siempre tiene de todo”.

Distraída y pensando en mis cosas me aproximé al coche. Metí la llave en la cerradura. Hizo chas, chas. Abrí la puerta, puse el primer pié (y era el derecho) dentro del coche y como el Vernon que es amplísimo, no tiene alfombrilla en el suelo del conductor porque siempre se desplazaba y se enrollaba con los pedales, pues pegué una patinada bestial que me hizo improvisar un espagar brutal y alucinante que casi me saca por la otra puerta del copiloto. Afortunadamente estaba cerrada y eso me retuvo. Pero por Lenin el golpe que me dí.

Y es que resulta que los profesionales disponen de un spray oleaginoso que sirve para dejar las superficies plásticas brillantes como nuevas y oliendo a limpio, y se vé que estos profesionales eran de los concienzudos y lo aplicaron por todas las partes plásticas del Vernon sin dejarse ni una, que es tanto como decir, todo el coche salvo tapicería.

Total que yo hoy tengo una visitilla rutinaria al ginecólogo y no me siento ni capaz de separar las piernas para ponerlas en el potro: ¡virgen santa! la distensión que tengo en la parte donde las piernas se unen obra y gracia de mi brusca filigrana al entrar al coche. Y a ver como le explico yo a mi ginecóloga que mi lesión no es fruto de mis alardes ociosos sino culpa y requeteculpa de un coche hiperlimpio, porque aunque yo bien sé más que de sobra y tengo bien tatuado en mi subconsciente ya para los restos, que los coches no se deben de limpiar jamás por dentro, hay un montón de ignorantes que todavía no lo han descubierto.

(¡ps!, José B, este texto no llega a dos páginas).

miércoles, 3 de octubre de 2007

EL BAILE DEL PAÑUELO

Edición extra del Irmangston Post. Estoy un poco desconcertada porque no sé si a mi se me escapa algo o es que yo soy especialmente torpe.

Me estoy desayunando estos días (que es la hora a la que yo escucho los informativos vía radio) con la noticia de la niña musulmana expulsada del colegio por llevar el velo islámico y con las sucesivas tertulias de todos los que opinan sobre su reciente readmisión.

Se supone que la razón es que este es un país aconfesional, con una educación aconfesional (por Lenin que me troncho) y que por lo tanto los niños deben asistir aconfesionales ellos al colegio sin signos religiosos exteriores que les marque. Algo así como una perenne jornada de reflexión electoral en la que no se puede hacer alarde del partido a votar por el personal.

Yo no entiendo muy bien que la niña no pueda asistir al cole con un velo islámico que le cubre la cabeza, pero que cienes y cienes de colegios de toda España estén gestionados por mujeres (en su caso monjas) con la cabeza cuebierta por tocas cristianas, o por señores con hábitos católicos si son frailes o alzacuellos o sotanas directamente si son curas.

Vaaaale, aceptando barco, me creo que es que en este país tenemos libertad de elegir el cole al que asisten nuestros hijos, y que si esta niña quiere hacer alarde de su religión que se vaya a un cole musulmán y no a uno público. Pero veamos, en este país no hay apenas coles musulmanes, y los que hay están en Ceuta, Melilla o las grandes capitales. En este país los coles se constuyen bajo licencia, y todavía me acuerdo del macrobarrio moderno y pijo donde yo vivía antes de cambiar mi estatus civil y económico, que no tenía ni un sólo ambulatorio, ni un solo cole, y que cuando diez años después de su construcción, plantaron un colegio para todo un distrito, resulta que fue uno gestionado por los Guerreros de Cristo Rey gracias a la mediación de nuestro anterior alcalde el ursulino Álvarez de Manzano.

Yo no sé como estará lo de la educación por otras zonas, pero en Madrid el cole público es el pudridero al que asisten todos aquellos que no pueden costear una educación un poco mejor, y está cuajadito de inmigrantes multicolores cada uno de una nacionalidad y algunos con escaso o nulo dominio del castellano. En uno de estos coles situado en Lavapiés, el año pasado había niños enfermitos de inanición porque los padres no tenían para pagar el gasto de comedor ni tampoco tiempo para recogerlos de doce y media a tres que es la hora a la que comen nuestros niños escolares en la capi, y alimentarles en su casa. En conclusión estos niños NO COMÍAN DE LUNES A VIERNES. La comida del colegio podía sobrar y tirarse a la basura, pero los niños NO PODÍAN COMER, porque no se podía hacer un agravio comparativo y dar de comer a unos niños cobrando y a otros gratis. Claaaaro, que iba a ser eso, un despiporre, no señor, igualdad para todos, que es lo importante en democracia. Pues no, en todas partes, incluida España, las diferencias y las igualdades las marca la potencia económica desde siempre.

Este país es aconfesional, por eso la niña no puede asistir a clase con velo islámico. Pero hasta este mismo año los colegios públicos han estado ofreciendo clase de religión católica. Que la clase de ética fuera una opción ya fue una batalla con las esferas religiosas de este país (religión en España = católica). Que este año se ofrezca educación para la ciudadanía está siendo otra batalla mediática que para qué.

Mientras tanto, este país a confesional celebra misas de Estado retransmitidas por la Televisión Española, sea una boda real (del próximo Jefe de Estado si nada lo remedia, el representante de este pueblo aconfesional...) a un funeral de estado por los soldados muertos en acto de servicio....

He oido eso de que es obligación de los inmigrantes integrarse con el país de acogida, pero por más que yo pienso que viva la diversidad y la variedad de colores y sabores, creo que aquí lo que hay sobre todo es un doble rasero. Si la niña musulmana acudiera con un crucifijo de esos de pared colgado al cuello, ni si quiera nadie se habría vuelto a mirarla. No, creo que igual de paranoico es el que pide volver a convertir España en un Al-Andalus, que los que piden otra reconquista, y vamos, que no me toquen las narices con eso de que el velo es denigrante y descriminativo para la mujer, porque virgen santa (y nunca mejor traída) que para iguales iguales y bien tratadas, ante dios sobre todo, las monjas cristianas, y no he oído a nadie quejarse de ello, ni sorprenderse, ni indignarse, ni pedirles que se quiten la toca ni siquiera cuando van a la facultad pública aconfesional a estudiar magisterio. Y es que a demás puestos a resolver desigualdades y ofensas, mejor concentrarse en cuestiones más de fondos que en quitar o poner pañuelos o reivindicar si lo que hay pegando al madroño es un oso o una osa... Me indigna mucho más la falta de libertad que tienen algunas mujeres sin pañuelo para decidir su propio futuro profesional, personal, sentimental, sexual... En fin, que alucino un poco.

martes, 2 de octubre de 2007

ZOOTYCOM (O EL SENTIDO DE LA VIDA)

No es la primera vez que os comento lo ardua que resulta la tarea de educar a una hija (imagino que será igual de complejo tratándose de varones, pero como mi familia es un gineceo, desconozco esa experiencia y no voy a aventurarme a opinar. Yo siempre he dicho que si en vez de niña, mi descendencia hubiera sido niño, el machote estaría haciendo pis sentado hasta que su novia/o, le orientara sobre otras posibles opciones).

A mi niña procuro ilustrarla mintiendo lo menos posible, por la vía de lo difícil, sin echar mano de los utilísimos recursos del tipo “que viene el Coco”. Yo le explico la realidad de la manera más cruda y verosímil, y por ejemplo, le digo que si no se come la cena en hora, a mamá se le transforma el carácter como al increíble Hulk, y en comparación conmigo, el Coco parece una ovejita de Heidi. Por otro lado, mi heredera ha ido desarrollando un interés y curiosidad por el mundo conforme a lo previsto en los casos de infancia, solo que en su caso demasiado inclinado, cual Titanic sobre su popa, hacia la parte onírica sin pisar más que lo inevitable por la parte de la realidad. Por ello, y haciendo caso a las recomendaciones de su colegio, cuando me plantee realizar cierta inversión en televisión digital me incliné por la opción Documentales desestimando otras opciones como por ejemplo la de Disney Chanel, porque si algo aporta realidad de la buena a la educación, son los National Geographic y aledaños. Gracias a eso, mi niña tiene perfectamente interiorizado que nosotros al igual que todos los otros seres vivos, nacemos, crecemos, nos apareamos, parimos, menguamos y finalmente, morimos y se nos comen como a cualquier otro pollo de la naturaleza. Y como este proceso no le parece nada trágico ni anormal, pues yo respiro y me quedo tan tranquila. Hasta este fin de semana pasado.

Porque resulta que mi niña, como todos los niños, no padece cuando se comen su verdura pero se mosquea que te cagas si alguien le roncha las chucherías.

Mi abuela, la matriarca de mi familia, está de visita en Madrid, altura casa de mi madre. Ella es una mujer de carácter que supera los ochenta años con una energía y una salud que resultan formidables, y ambas dos resultan tan evidentes, que si mañana mismo acudiera a una caja de ahorros a solicitar una hipoteca, yo estoy segura de que se la concederían por el plazo mínimo de treinta y cinco años (que son más años de los que me han querido conceder a mi, dicho sea de paso). Por si acaso y por prudencia, regularmente, visita al médico de cabecera de la seguridad social para descartar futuros posibles achaques y atajarles antes incluso de que empiecen a manifestarse. Hasta la fecha, el médico siempre ha venido a confirmar (afortunadamente), que ella está como una rosa, pero si por alguna razón la respuesta del galeno no le parece lo suficientemente convincente, ella no se queda con la duda, y se nos viene a la capital para consultar una segunda opinión de otro especialista, este ya sí de pago. Y es que la salud es lo primero, y mi abuela una mujer muy bien organizada y previsora. Ella vive en su casa, a ciento y pico kilómetros de las nuestras y sola desde que el abuelo visa nos dejó y volvió al ciclo de la naturaleza como bien sabéis… Aunque ella sigue encontrándose muy sana y oronda, y se siente muy capaz, está empezando a pensar que tal vez no siempre vaya a ser así (algo que los demás ni imaginamos, la verdad), y por eso mismo ha empezado a barajar algunas posibilidades de futuro mucho más cómodas y relajadas que la de vivir lejos de su familia sometida a cualquier incertidumbre de la edad y del futuro.

La primera opción que todos sugerimos, puestos en esta tesitura, fue la de contratar servicio doméstico interno especializado, que nos parecía a nosotros muy adecuado porque presenta la inmensa ventaja de no tener que moverse de su casa. Pero ella con muy buen criterio y sentido común, lo desestimó antes incluso de que nadie terminara de enunciar la idea, advirtiéndonos de que si bien a ella le gustó mucho muchísimo vivir con el abuelo, en faltando él ya solo quiere vivir solita y sin tener que compartir piso con nadie como si fuera una estudiante, que a ella lo que la gusta es mandar en su casa, y no que venga nadie y le mande. Sin mucho esfuerzo, todos conseguimos visualizar la dificultad de pervivencia del posible ecosistema que forzábamos y descartamos la opción a la vez que empezamos a excluir también otras opciones como la de vivir acogida en la casa de cualquiera de los familiares descendentes que somos, porque además y para qué mentir, hemos salido un poco pendones y paramos bien poquito en nuestras casas. Y porque todas hemos heredado esos mismos genes independientes de la abuela, de “cada uno en su casa, y dios en la que quiera, pero que ni se le ocurra en la mía”. Es cierto que podría arder Troya.

Así que ella sola, decidió estudiar la posibilidad para el futuro de alojarse en un área residencial, también llamado “Residencia de las Nuevas y de las Modernas”. Y más concretamente en una que incluye apartamentos individuales, peluquería, cine y como no, asistencia médica de la privada (y así tendría la segunda opinión que es la buena directamente y sin tener que pasar por el engorroso trámite de la primera…). La residencia en cuestión es tan requetebuena que ofrece hasta re-estrenos de cine con asistencia de estrellas de relumbrón (sin exagerar: a la proyección de la película “Un lugar en el Mundo” asistió ni más ni menos que Federico Lupi brindándose a participar en una tertulia posterior donde dio respuesta a todas curiosidades que se planteó entre el concurrente, especialmente entre el femenino. Y el gran cómico patrio Jesús Caldera, también eligió este inigualable marco para presentar ante los medios nacionales su filme estrella “La Ley de Dependencia”). La verdad es que a todos nos ha parecido una solución magnífica porque, qué narices, ya que los humanos estamos empeñados en mantenernos vivos a toda costa hasta edades impensables, que por lo menos sea bien, cómodamente, con dignidad y mejor que mejor si además puede ser con algún lujillo y a cuerpo de reina. Y para más INRI esta residencia queda justito justito pegando con el colegio de mi hija y por lo tanto también a un tiro de piedra en Luisi de mi propia casa. Más a huevo es imposible.

Así que tras hacer las gestiones y concertar una visita guiada, este viernes pasado mis padres, abuela y churumbela se adentraron en el sin par mundo de la residencia de lujo (lo de mi churumbela fue por aprovechar la regla de tres esa que dice que si el Pisuerga pasa por Valladolid, pues que aproveche y recoja a mi niña del cole ese que cae justo pegando).

Mis familiares adultos, evidentemente se llevaron una gratísima impresión y a mi abuela se le veía muy excitada y animada con la idea. Mi familiar infante se llevó la impresión de que todos los que allí vivían eran viejos y que qué pintaba la abuela visa con ellos. La abuela visa, con ternura, vino a explicarla que es que ella también es ya mayor, y que ese era un sitio muy bueno para que viviera la gente de su edad. Y mi niña lo aceptó sin más cuestiones igual que acepta que el águila rapaz se come al lemur de cola rayada cría porque también tiene derecho a alimentarse.

Con esto vengo a demostrar el soberbio y exquisito trabajo de educación para la vida que yo estoy haciendo con mi niña. Ahora, lo que me he dado cuenta este fin de semana es que a mi niña tengo que empezar a trabajarla también el área de la escala de valores y de las preferencias. A desarrollar su desarrollada sensibilidad hacia el área de lo afectivo y no solo de lo posesivo. Y me explico.

Mi Cosita del Alma, vecina de blog que tiene su estancia aquí al ladito en un apartamento llamado “Historias Luceras”, es una gladiadora del hogar que gladia con su pluscuamperfecto Lucero del Alba: un santo al que todas adoramos y que viaja muchísimo como buen lucero que es, mientras se queda ella sola al frente de su prole consistente en una niña estable y bien educada y en un niño estable, adolescente y pese a todo también bien educado y, eso sí, pelín marcianillo como mi hija en lo de la pasión por la fauna. Y todo ello lo hace de manera eficaz y coordinada manteniendo un matrimonio y una familia muy feliz y muy unida. Total nada.

Bueno, pues hace un par de semanas mi niña y yo fuimos de visita a su casa a hacer jornada de chicas, aprovechando que los luceros estaban luciendo por los afueras de Madrid, altura Murcia (hola Elly…). El niño, que aun siendo adolescente es un cielazo, le regaló a mi niña un montón de animalitos de plástico que han superpoblado su habitación y se están reproduciendo sin control en sitios tan insospechados como el interior de mis zapatillas de estar en casa. Y aquí viene lo peligroso: le regaló también un CD Rom con un juego para el ordenador llamado ZOOTYCOM que es algo así como los SIMS pero en versión animales.

Desde entonces mi vida no ha vuelto a ser la misma, Cosita, ya te lo digo yo. Para empezar conseguí instalarlo en el ordenador a la primera, yo sola y sin ayuda ni experta ni inexperta, y esto me proporcionó un verdadero subidón. Pero también es cierto que desde entonces mi pantalla se ha quedado configurada a 16 bits con los colores primarios de la paleta y un tamaño de iconos de la friolera de tres cuadrados de resolución (porque a mi que no me digan que eso son pixels), y no he conseguido cambiarlo de ninguna manera. Vaya, que ahora mismo estoy escribiendo sobre un portátil fashion color blanco y acero con la misma resolución de un Comodore de los ochenta. Y esto si que me produce a mi un bajón.

Pero ni siquiera eso tiene importancia. Lo que de verdad me está empezando a tocar las narices, es que no consigo jugar ni tres segundos siquiera sin que las autoridades del juego me cierren el zoo por lo malísimamente que tengo cuidados a los visitantes y a los bichos. Y eso es algo que yo no entiendo. Veamos: yo abro el juego, selecciono un terreno, siempre pequeñito, liso y cuajadito de césped. Contrato algunas instalaciones básicas (hamburgueserías, máquinas de bebidas, WCs, bancos para sentarse…), contrato a unos cuantos guías, controladores y personales de mantenimiento pagándoles muy buenos sueldos, reservo partidas suculentas para inversión y desarrollo, y me lío a levantar instalaciones, con su hierbita de la sabana, sus baobabs y acacias espinosas. Cuando tengo todo eso hecho, compro un par de jirafas y de cebras, y hala, a vivir ahí dentro. No llevan ni dos segundos en su parcela, y ya están los bichos mosqueados, con unos smileys o emoticones de color rojo grana con cara de mosqueo que les crece justo encima de las cabezas, y empiezan a crecerme mensajitos en la parte alta de la pantalla que dicen “la Cebra 1 no está nada contenta, la Jirafa 1 no está nada contenta, la Cebra 2 no está nada contenta…”. Sin embargo el Inti, por ejemplo, llega, pone una cerca a un cacho de césped artificial, planta una cebra y le dan un premio de no se cuantos millones para comprar más animales. Pues no señor, no me parece nada bien ni nada justo.

Así que el viernes pasado cambié de estrategia y me aventuré con otro tipo de animales, dado que los herbívoros de la sabana me tienen manía. Haciendo caso a los ruegos de mi niña, planté un terreno rocoso vallado, con sus coníferas y árboles de hoja perenne para que vivieran dentro unos lobos, que son unos bichos que vete a saber por qué, a mi hija le encantan. El problema vino al intentar hacerlo sin llevar las gafas puestas, porque yo sin esa ortopedia me bandeo con muy poca vista. Cuando el terrenito estaba hecho, me fui a la parte animales y seleccioné un lobo macho. Hasta ahí bien. Luego hice clic en el icono de hembra, y me fui con el ratón a hacer clic en la micro loba dibujada en la micro ventanilla, y ¿qué paso?, pues que me equivoqué y que en vez de comprar la dichosa loba, fui y compré una muflona. Bueno, pues yo no sé si habéis visto vosotros los capítulos de “El Hombre y la Tierra” de Félix Rodríguez de la Fuente, altura lobo y muflón, pero para los que os perdisteis ese capítulo, os diré que el muflón viene a ser algo así como el caviar iraní para el exquisito lobo. Según metí a la muflona en el recinto, al lobo le creció un emoticón verde y sonriente superfeliz y en éxtasis que yo desde luego no había visto en mi ordenador hasta el momento y a la vez, a la muflona le salió uno rojo que ocupaba el ordenador entero, mientras aparecía un mensaje en mayúsculas, en rojo y bien grande y parpadeante que decía “¡EL MUFLÓN 1 NO ESTÁ NADA CONTENTO, EL MUFLÓN 1 NO ESTÁ NADA CONTENTO!...”. Antes de que pudiera mover el cursor, el lobo se abalanzó sobre la cabra emitiendo fieros rugidos y se la comió de un único boca’o. Todo ante los ojillos alucinados de mi niña, que solo pudo decir “¡pero mamá!, ¡que se la ha comido…!” y luego se puso a llorar. Porque claro, una cosa es que el lobo o el animal que sea, se coma el muflón o el animal que sea de National Geográphic, que después de todo no son suyos, que son de la tele y otra que SU lobo se coma a SU muflón. ¡Pedazo de disgusto!. Obvia y nuevamente, me cerraron el zoo ipsofacto y se acabó el juego.

Bueno, pues a pesar de esto, hasta aquí todo me pareció normal, incluso el medio soponcio de mi niña. Sin embargo ayer, a altura cena, ella comía sopa y yo hacía ganchillo (sí, la famosa colcha que empecé en la gala de las misses) mientras veíamos un capitulillo de Spiderman en el canal gratuito Jetix. Ella, masticando fideos y sorbiendo caldo, me preguntó si yo le podía enseñar a hacer eso que estaba haciendo yo, y yo, en pleno domingo acabado, con la galbana del día aun colgando, me sacudí la tarea malamente y le dije, que no, que muchísimo mejor que le enseñara la abuela visa que fue quien me enseñó a mi cuando tenía la misma edad de mi niña. Mi retoño, con toda frialdad, sin dejar de masticar fideos, ni sorber caldo, ni retirar los ojillos de Spiderman, me dijo que no le parecía buena idea, que la abuela visa es viejita y se va a morir pronto, y que no cree que le dé tiempo. Se hizo el silencio en mi casa, y hasta el propio Spiderman casi se cae de una cornisa por la impresión. Tan solo se oía el clic clic del ratón del Inti, aceptando las donaciones y premios para su zoo, porque la verdad es que él fue el único que ni se inmutó.

Yo tragué saliva, y con un hilillo de voz expliqué que de eso nada, que buena es la abuela visa, y que ya va a ver ella como en el futuro nos entierra a todas. Pero mi niña estaba con su idea fija y me dijo que sí, que vale, pero que casi mejor la enseñara yo.

Por si acaso, y un poco acongojada, cuando mi niña ya estaba en la cama y mientras le daba su besito de buenas noches, le mencioné lo rico que le había resultado el muflón al lobo, para ver si es que lo de la frialdad y la crueldad esas que otorgan en los niños era algo general y del día, y no algo aplicable tan solo a lo que se refiere a su familia, pero mi gozo se cayó definitivamente al pozo en cuanto mi niña me soltó otro “¡jo, pero mamá…!” y retuvo un pucherito. Visto lo visto no me atrevía a comentarla que yo también puedo morirme en cualquier momento, por si acaso me dice que sí que vale, pero que para reyes quiere otro muflón nuevo.

En fin, no sé, que creo yo que se me ha vuelto a ir la mano.

martes, 25 de septiembre de 2007

LA IGUANA BORRACHA, EL CERDO VIETNAMITA (CON PERDÓN) Y LOS BULLNAUTZER TUNEADOS DE BRUNETE.

Que en mi barrio hay muchos animales es un hecho. Que cuando más se ven son los viernes por la tarde en la plazoleta de nuestro bar de cabecera, pues también. Ahora, que la fauna que se nos juntó hace un par de viernes, aquí, en la misma plaza a la puerta del mismo bar, es como mínimo para dejarlo escrito.

La cosa comenzó con el fin del cole semanal de nuestros niños, y la ninguna gana que todos compartían de meterse a casa. Así acabamos llegando todas, una a una, a nuestra mesita de cabecera de marca Mahou a hacer nuestra tertulia, dejando a los retoños dos metros sobre tierra más allá asilvestrándose. La primera en llegar fui yo porque los viernes el padre de mi niña es muy puntual en la reposición de mi retoño, luego la Cruela que venía del Carrefú y al final la Esteban, con su Pastor Alemán, bonito que te cagas, pero monórquido del todo como bien sabéis todos.

A los dos segundos, a mi niña ya no se la veía por ningún lado. Yo me medio incorporaba en mi silla fijando la vista en el horizonte para otearla mejor y resulta que en el horizonte no estaba. Ya empezaba yo a tener sudores. Cuando bajé la vista encontré alivio, porque a mi lado mismo, en una mesa vecina de idéntica factura Mahou a la nuestra, se encontraba mi retoño, dando conversación a unos bebensales que hasta ese momento habían departido animadamente de sus asuntos propios acompañados de un conejito de angora de los de tienda de animales del Carrefú, y que reposaba en el suelo a los pies de uno de ellos. Mi niña agachadita a altura jaula del bicho, arrastrando su carísimo pichi de uniforme del colegio poniéndolo perdidito, inquiría todo lo que ni el bueno de Felix Rodríguez de la Fuente llegó a saber nunca sobre estos animalitos. Yo en calma conmigo misma, viendo que estaba tranquilita, sin correr ningún riesgo ni molestar a nadie, me enzarcé en la conversación mía propia. Y comencé por lo más animado: preguntando a la Esteban por las evoluciones de su zorra propia.

(Yo): - “Esteban, ¿qué tal anda la zorra de tu suegra? ¿Ya es sociable? ¿O has decidido devolverla para hacer un bolso?”
(La Esteban): - “Que vá tía, está hecha una cabrona, ha vuelto a morderme”.
(Yo): - “Bueno, pues déjala unos días con el Rusti y verás que pronto la hace entrar en razón”.

(Inciso imprescindible):

Cuando el primer Tai, de Taiguer, el nombre del perro monórquido de la Esteban, heredado a su vez (el mismo nombre) de otro perro no monórquido también Tai, se largó para no volver, espeluznado por los aspavientos de bronca del Melendi2; el Melendi2, recién llegado a la vida de la Esteban no supo donde meterse, y para abrirse nuevamente un huequito en el corazón y casa y cama de la Esteban, se gastó un pastizal en un Schnauzer Mediano, precioso pero rematadamente tonto (yo no sé de donde saca los perros el Melendi2) que resultó insoportable de todo punto, y que al final la Esteban y el Melendi2 mismo, acabaron por aparcar en la finca de Brunete donde viven esos santos del santoral que son los padres o suegrísimos del uno o de la otra. Porque además de insoportable, el animalito no vino a colmar los deseos insatisfechos de la Esteban, a la que, como sabemos cualquiera que la conocemos un poquito, no le gustan los perros si no los pastores alemanes, que entre otras cosas, van y son perros. En cuanto el Schanuzer Mediano, de nombre Rusti, llegó a la finca, se agarró una especie de tiña, que le hizo perder casi todo el pelo y andar legañoso hasta no ver nada e irse pegando morrazos contra todos los muretes, así que lejos de mejorar en la vida sana del campo, el bicho cada día anda más atontado y echadito a perder.

(Continúo tras el inciso):

(La Esteban): - “¡El Rusti! ¡A ese ni me lo menciones!”

Y aquí comienza la aventura de los Bullnauzers tuneados de Brunete. Yo no sé si vosotros lo sabéis, pero todo lo que llega a Brunete altura casa parental del Melendi2, se tunea y acaba con forma como mínimo muy, muy diferente. Así el carísimo Schnauzer de nombre Rusti acabó reconvertido en un chucho bastante asqueroso e irreconocible. La que hasta el momento se había mantenido al margen era la carisísima Bull Dog del cuñadísimo de la Esteban, ese niño de los ojos de la susodicha, con aficiones alternativas, que jamás llegó a regalarle la Luisi que tenía para ella, porque el Melendi2, que no se va a ganar el cielo de la Esteban propia, me la vendió a mi. Bueno, pues esta perrita sobrevivía con su especial planta de Bull Dog de raza ajena al tuneado (y milagro me parece) gracias a la atenta supervisión del cuñado. Pero en un momento de despiste en el que no se sabe por donde andaba evaporado el dueño, dispersa la perra en celo y atento el siempre tonto del Rusti; fue este pieza de perro y ¡zas! se la cepilló. Con la malísima fortuna para la familia, de que la espléndida perrita intacta quedó preñada. A partir de ahí la imaginación de los concurrentes se nos disparó intentando imaginar como podrían nacer unos bichos mezcla entre un Bull Dog y un Schnauzer Mediano enfermo de tiña y rematadamente lelo. En adelante esta nueva raza se llamará Bullnauzer. Al cuñado afectadísimo le faltó tiempo para gritar un “¡Si hombre, voy a cargar yo con los engendros!” y visto y no visto llevó a la perrita de sus amores al veterinario para que la practicaran un abortillo terapéutico. El tratamiento consistió en una inyección, y hala, la chucha para casa. A fecha de ese viernes, cuatro días después de la cita médica, aun no había echado para fuera de sí a la pintoresca descendencia frustrada. Con lo que además de la mezcla de genes, se sumaba un aborto no cuajao, lo que convertía a esta camada, además de en digna del Rusti, en espeluznante. Cuando la Esteban empezaba a comentar lo difícil que era saber si el aborto efectivo había tenido lugar o no porque las madres se comen las expulsiones… la Cruela y yo andábamos en vías de retener las náuseas y no echar para fuera los propios higadillos nuestros como la mismita perra del cuña’o.

En estas, afortunadamente, llegó nuestro sexsymbol del barrio: el tatuador oficial y pintor del arte de las paredes de mi casa de nombre Curro. Apareció con paso seguro adentrándose en la fauna del barrio, con un transportín en la mano derecha y un cigarro en la izquierda y dentro del transportín, cual mismísimo George Clooney, descansaba un pequeño cerdito vietnamita. El animalito, fingía dormir, y mi niña según lo vió casi entro en trance y éxtasis todo a la vez, que no se podía creer su suerte, todo junto en el mismo día y en la misma plaza: el Tai (que no la emociona porque hasta ella sabe que es tirando a tonto), un conejito de angora y ¡el cerdito Babe!. Que se llamara Babe, yo no lo discuto, pero que no era valiente, ya os lo digo yo. Porque con todo el aplomo que le sobra, Curro se dispuso a sacar al animalito del transportín para que apreciáramos todos su planta (y cuando digo su, aun no sé a quien me refiero). El gorrino, incomodado en su reposo, comenzó a chillar como si fuera el mismísimo día de San Martín. Con cara de aspaviento y poquísima presencia ánimo, Curro le redujo y metió de nuevo en la jaula para no volver a hacer ademán casi ni de mirarle.

A todo esto la Esteban empezó a hablar de lo alimenticio que resultaba el zoo de este viernes: un conejo para un arroz, un cochinillo para el horno, y de chupitos: su difunta iguana. Yo puse cara de póker, que de verdad, a veces no me entero de nada, y la Cruela me ilustró explicando que la Esteban, encariñada con el reptil, dolida por el drama de tener que desprenderse de ella, había decidido conservarla a su vera metidita en alcohol. Concretamente en orujo blanco gallego. Yo, que no me sorprendo ya casi por nada, le pregunté si había tenido la precaución de eviscerarla, porque si no el bicho y el orujo se echarían a perder, y ella con cara de “tú con quien te crees que hablas” me dijo:

(La Esteban): - “Pues claro, la destripó el indio” – (su suegro).

Y en ese momento yo deseé fervientemente que la perrita Bull Dog abortara pronto de suyo propio y sin la ayuda del cabeza de familia.

En fin, que todavía me quedé un ratillo más, lo justo como para oir a Cruela saludar a Luisito un dulce y tierno niño de nuestro barrio al que no veíamos desde antes de las vacaciones, de la manera que sigue:

(La Cruela): - “Luisito, ¡si no estás muerto!”

Y ver al niño palidecer, seguramente recordando a su propia hermanita, igual de dulce, y ella sí fallecida años antes.

Después de aquello, supe que no me había perdido nada, y subí a casa con mi niña a cenar.

AQUÍ VAN UNOS MEMÉS

Queridos míos todos (no añado la barra as, porque va implícito y mal que nos pese la RAE sigue siendo masculina):

La vuelta al cole me ha superado, y si bien los niños sobreviven a base de Cola-Cao y Actimel, las madres como yo, que desayunamos cigarrillos con Coca-Cola en el coche, sucumbimos en cuanto terminamos de forrar los libros. A mi me ha agarrado primero un cansancio que pa’ qué, y luego una bajadilla de defensas, y luego y aprovechando que me había cogido un viernes libre para un san quiero, van y me atacan una infección y una gastritis, que me han tenido todo mi finde de san quiero y mercadillo postrada entre la cama, el sofá y el WC colorido de mi casa. Así que aquí ando, recién recompuesta y muy cerquita de recuperar mi antigua talla, que hay que tener muchísimo cuidado con las plegarias que uno echa pa’ fuera porque luego van y se atienden siempre con los renglones torcidos y mirando para abajo, como de forma muchísimo más poética ya vino a largar Truman Capote. Yo, en mis últimos cumpleaños, ya no he pensado en deseos, he pensado y visualizado (y tengo intención de seguir haciéndolo) a George Clooney, que lo mires como lo mires es difícil de malinterpretar, y se me conceda como se me conceda digo yo que le sabré encontrar un apaño.

Pero ya he vuelvo al ataque postero inasequible al desaliento y gritando cual Monica Naranjo al viento ¡¡¡SOBREVIVIRÉÉÉÉ, ÉÉ, É!!!.

Mientras preparo otro post de vívidas vivencias, aquí os dejo un entretenimiento en forma de Memé (esta vez sí, voy y me sumo):

- Yo tengo los ojos: como en la foto, pero abiertos. De color verde que te quiero verde, y con arruguitas de expresión.
- Yo deseo: como he dicho antes, nada de nada, que luego va dios, y te jode concediendo lo que has pedido.
- Yo odio: muy poco, casi nada.
- Yo escucho: Todo lo que hace ruido. En los medios ocios, y también enormes opiniones tendenciosas, y metáforas de G doble uve Bush (p.ej.: “Mandela ha muerto”). En mi medio, muchas risas y consejos juiciosos, y los mimos de mi niña. Y muchos no dichos que se dicen entre líneas. Y mucha charleta para nada, que me hace sentir bien. Y mi cabeza que habla en bajo o en alto pero no se calla nunca.
- Yo le tengo miedo: no sé ¿a tener miedo?
- Yo no estoy: con frecuencia, mi cuerpo y mi mente son como la sombra de Peter Pan, que no necesariamente van unidas.
- Yo lloro: en la intimidad si me pongo a ello, pero no me suele resultar convincente y paro pronto. Con verdadero desconsuelo y frustración, no lo recuerdo.
- Yo pierdo los nervios: uy, ya no recuerdo cuando fue la última vez ni por qué razón. No debía de ser importante…
- Yo necesito: de tó.
- Yo le debo: un pastizal al banco, muchos genes a mi madre, mi carácter fifty fifty a mi madre y a mi padre y al mundo mundial.
- Me pone feliz: casi todo, es que a mi la angustia me produce una pereza…
- Me duele: la cabeza con frecuencia. Por lo demás, es como lo de llorar. Hay actitudes que me cabrean más que me duelen, pero por dentro, de forma muy tranquilita.
- ¿Tengo un diario?: no, pero este blog ya deja constancia de mis días.
- ¿Me gusta cocinar?: me encanta comer, luego cocino. A veces lo disfruto otras no. Me gusta muchísimo más el sexo, por ejemplo, o los viajes como concepto.
- ¿Pongo mi reloj unos minutos adelantado?, sí y hasta una hora si el reloj está colgado muy alto, no sigo el uso horario de ahora sumo y ahora resto, por aquello de que al final es cuestión de unos mesecillos que vuelvan a ir en hora.
- ¿Algún secreto que no haya contado a nadie?: Sí. Parece mentira, pero sí. Y si pienso un poco, seguro que más de uno, pero es que de no usarlos, se me olvidan.
- ¿Me baño todos los días?: me ducho y me lavo la cabeza una vez al día mínimo. Mis baños siempre incluyen velas, música y vinito y si puede ser un íntimo (como en las películas), y claro, me da una pereza…
- ¿Me quiero casar?: ¿con quien?
- ¿Me gustan las tormentas?: salvo que esté en el campo en medio de un páramo sin árboles o en un campo de golf, siempre.
- ¿La persona más rara?: no la conozco.
- ¿La persona más molesta?: no sé, tengo mis dudas entre G. doble uve Bush y unos muchos cuantos. Supongo que el primero porque los demás los he pensado después.
- ¿La persona que mejor me conoce?: No lo sé. Depende de qué faceta.
- ¿El profesor más aburrido?: vaya, no lo recuerdo… sobreviví a todos sin aborrecerles.
- ¿La frase más uso en msn? Hola.
- ¿Mi grupo favorito?: ¿de música? muchísimos, pero claro, entonces ya no son favoritos. Me gustan los Clash, una canción de B-Movie hasta llorar cada vez que la oigo, los Who, Frank Sinatra (me crece una Big Band en la espalda y me saca a bailar Fred Astaire…).
- ¿Mi mayor deseo?: si no me atrevo con los pequeños… quizá poder ser feliz siempre, pero claro, seguro que voy me pego un golpe y me quedo super lela y super feliz para los restos…

OTRAS PREGUNTAS

- Signo: Piscis muy piscis.
- Color de pelo natural: el de la foto
- Color de pelo que tengo: el de la foto
- Número favorito: (siempre me he preguntado para que sirve esta respuesta), el dos, el veinte y todos los que son el mismo número dos veces, 11, 22, 33, 44… y en los relojes digitales, los cuatro números, o dos y dos, salvo el 22:55 que me encanta aun más, porque es simétrico.
- Día favorito: el que más contenta estoy y mejor me lo paso.
- Mes favorito: lo mismo, depende de rachas y años.
- Estación del año favorito: lo dicho. Y el otoño, siempre le visualizo de manera muy prometedora.
- Deporte favorito: el único que tolero y puedo practicar sin cansarme: patinar.
- Café o té: Coca-Cola. Y si acaso alguna infusión acidilla…
- Montaña o playa: ambas, y la ciudad, y caminitos de tierra, y el campo liso y la huerta (incluyendo la murciana)…
- Barça o Madrid: lo mismo me da que me da lo mismo, ni lo uno ni lo otro, pero tampoco vamos a quitarlos…
- Sol o nieve: Uy, las dos.


EN LAS ÚLTIMAS 24H YO HE :

- ¿Llorado?: No
- ¿Ayudado a alguien?: supongo que sí
- ¿Comprado algo?: no
- ¿Enfermado?: ¿más? No, ¡por Lenin!
- ¿Ido al cine?: No, pero he visto tres pelis y media
- ¿Salido a cenar?: no, aunque no me importaría…
- ¿Dicho te amo?: No. Los te amos no los trabajo, soy más de te quieros, y soy más de sentirlo, que de decirlo, salvo a mi familia, a nosotros se nos caen con una facilidad...
- ¿Escrito una carta?: emails, y cortitos.
- ¿Perdido un novio?: no, ni tampoco un Masseratti
- ¿Hablado con alguien que hace tiempo no hablabas?: define tiempo
- ¿Escrito en un journal?: un blog. Si es periódico, de jovencilla, hace muuuchos años.
- ¿Tenido una conversación seria?: Si, con bromillas y risitas, que lo cortés no quita lo caliente.
- ¿Perdido a alguien?: no, o eso espero.
- ¿Abrazado a alguien?: si, los que tenemos hijos tenemos esa ventaja enorme
- ¿Peleado con un pariente?: No. El umbral de bronca en mi familia está elevadísimo, no se llega fácilmente.
- ¿Peleado con un amigo?: sí, sin palabras, solo por dentro.
- ¿Soñado despierto?: yo no distingo demasiado bien a veces la vigilia de la realidad.


ALGUNA VEZ PODRÍAS……

- ¿Comer un gusano?: si está rico, claro. Con setas y sabiendo a setas un montón
- ¿Matar a alguien?: ni idea, hasta ahora no he sentido la necesidad
- ¿Besar a alguien del mismo sexo?: pues no sé, si es persona… ¡pues claro!
- ¿Sexo con alguien del mismo sexo?: idem. No tengo ese prejuicio en mente.
- ¿Lanzarte en paracaídas?: metafóricamente hablando, fijo, oníricamente hablando, seguro, ahora, de pie en la puerta del avión, con la mochila a la espalda, no sé yo que haría…
- ¿Cantar en un karaoke?: seguro
- ¿Ser vegetariano?: si me lo propongo… pero no entiendo la utilidad
- ¿Robar en una tienda?: no sé, yo soy más de “ es muy duro de pedir, pero más duro es de robar…”
- ¿Usar maquillaje en público?: Si, y también salir con la cara lavadita.

Pues ya está. Creo que no hay más preguntas posibles. Besitos.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

UN RASTRILLO SOLIDARIO

Hola a todos, he aquí un evento solidario a la par que divertido. Una muy buena opción para pasar un ratillo divertido con los coleguillas, la parejita o los niños, y a la vez tranquilizar nuestras conciencias sabiendo que lo que pasa por el mundo no nos resbala del todo.

A continuación tenéis todos los datos, hala ¡animaros!. Yo desde luego, pienso ir.


¡¡YA LLEGA EL RASTRILLO!!

Vente a tomar unas cervezas y dar con lo que andas buscando. Tendremos de todo: libros, discos, complementos,ropa, muebles, maletas,....
Si quieres colaborar con alguna de tus cosas ( esas que están bién pero nos hartamos de ver en casa ), avísanos que vamos por ellas.
Los días 21 y 22 de Septiembre ( sí, este mes), de 12h. a 21h., organizamos este mercadillo para recaudar fondos para el Encuentro que la Asociación de Afectados de Síndrome Marfan ( SIMA ), va a realizar en Octubre, en Madrid.

Este síndrome está considerado como una enfermedad rara, las que afectan a 1 de cada 5.000-10.000 hab. Es una enfermedad hereditaria que afecta principalmenta al sistema cardiovascular, ojos y sistema músculo-esqulético. En el encuentro se tratarán los aspectos médicos más novedosos, asi como los recursos disponibles para mejorar la calidad de vida de afectados y familiares.

Aprovéchate: esta puede ser esa buena obra en que todos queremos participar: cercana, directa, eficaz...pero si ya tienes la tuya, esta es una excusa tan buena como cualquier otra para reunirnos y tomar unas cervecitas, nos dejan un grifo !!
También habrá música non-stop, cortesía de Dance & Party.

Lugar del rastrillo: ( por cierto, no hay problema para aparcar)

C/ Villaescusa 30. Corta con Avda. Gcía. Noblejas 180. aprox.
¡Cinelux nos ha cedido el local!

¡¡ GRACIAS A TODOS, OS ESPERAMOS !!


Y para aportaciones, colaboraciones varias o información, aquí estamos:

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Desde O’Donell: Coger prolongación de O’Donell dirección M40 – Atravesar el túnel – Ignorar la primera salida y tomar la segunda: Fuente CArrantona – Tras pasar el semáforo, tomar dirección izquierda hacia rotonda donde se encuentra el Centro Comercial Las Rosas (Carrefour), pasando por debajo del puente de la M40 – Antes de llegar a la rotonda, tomar el desvío que se encuentra a la izquierda controlado por un semáforo (Avenida de Daroca)– Después de pasar una gasolinera que queda a la derecha, tomar la primera calle a la derecha – Tras pasar el semáforo, girar a la derecha (Calle Nicolás Salmerón) y tomar la tercera calle que gira a la izquierda (Calle Rodrigo de Triana): Ya puedes aparcar, llegando al final de esta calle y doblando a la izquierda está el local donde se celebra el rastrillo.

martes, 11 de septiembre de 2007

YO QUE SOY TAN PROGRESISTA Y MODERNA

¡Qué bonito es septiembre!. Esa época del año que lejos de oler a final de algo, siempre huele a principio de. La época de los buenos propósitos, de los “de este año no pasa”, del campo tornando a colores ocres, de los atardeceres a las ocho, de un día soleado inesperado alternando con otro fresquillo soplando en la cara, de volver a ponerse el jersey de cuello alto y ochos, de las setas con y sin gusanillos en el campo y no en las latas; de la vendimia y de las chuletillas porque ya no hay riesgo de calcinar el campo, la época de corzo en las tapitas del Pardo… Y sobre todo, de mi vuelta a mi vida civil con niña, que es algo que a mi me encanta.

Bueno pues septiembre ha llegado y de nuevo mi niña marcianilla se ha convertido en la estarlette de mi vida sin desmerecer otras aficiones. Esta temporada además estrenamos etapa educacional en primarias (gen santa, no quiero ni imaginar las aventuras que me deparará este año con el equipo de atención temprana, la nueva tutora aun a estrenar y los psicólogos ya estrenados de varios años anteriores). Y es que su madurez de los seis añazos se va notando en esto, en el desembolso en concepto de equipamiento (llevo unos 465,83 euros aproximadamente) y en las largas conversaciones infantiles en las que ella va demostrando su interés infinito por el mundo, y yo mi poquito sentido práctico que le va a acabar causando un trauma de proporciones desorbitadas.

Porque, yo, como todas las madres modernas, intento educarla desde un guión pensado, diseñado y planificado en su momento para que no me pillara en bragas. Y mi momento fue cuanto el Predictor se tiñó de rosa en mi cuarto de baño, igualito igualito que en la canción de Sergio Dalma. Yo vi el “que sí” en la torunda y ya empecé a darle vueltas al asunto del cómo me la maravillaría yo para mostrarla un mundo ilimitado, donde pudiera ser quien ella quisiera, donde consiguiera y pensara sin más límites que la creatividad y la tolerancia… un mundo libre sin prejuicios donde no sintiera miedo de ser ni de comportarse de manera diferente a todos a cambio de un poquito más de felicidad.

Pero ahora echando la vista atrás, me percato de que he sido y soy una madre de lo más ambigua. A mi, mi niña me pregunta si se pueden comer las cáscaras de los mejillones y yo la respondo que sí, que claro que se puede, pero que está muy dura, que es bastante indigesta y que a veces guarda bichitos en unas pequeñas formaciones calcáreas. Y claro, hasta que mi niña no ha mordido la concha y se ha dejado medio diente, no sabe si del mejillón se come solo lo naranja o también lo negro.

Y este del diente es un daño bastante venial comparado con el cacao mental que me tiene la pobre a estas edades con los asuntos sentisexuales del libre amor al amor libre, con el tema de la guerra y los ejércitos y con los conceptos religiosos (mis ex suegros, tan píos ellos, intentaron enseñarle la bonita oración de los Cuatro Angelitos en una cama, y mi niña lo repetía tan libremente adaptado que acababa diciendo unas blasfemias que le habrían chirriado en el alma hasta al mismísimo cura del Exorcista). En fin, que ser una madre roja de mentalidad abierta, pacifista y atea es una cosa de complicadísima aplicación.

EL CONCEPTO SENTISEXUAL

Mi niña sabe que sus papás se divorciaron y que a muy poco de este evento, papá ya tenía una novia y mamá un millón de amigos con los que así más fuerte poder cantar. Y en mi caso, ya os digo yo que el dato no es del todo exacto y que me va poniendo en unas situaciones, dejémoslo en pelín comprometidas.

Como ya he comentado en otras ocasiones mi casa no es muy grande pero si es muy espaciosa. Esto se debe a que la compré y reformé imbuída del típico espíritu postdivorcio que a mi me cogió con una maza en la mano derribando tabiques mientras ponía a dios por testigo de que en mi vida jamás se realojaría otro nadie ni de coña. Fruto de este momento queda nuestro lindo hogar en forma de casi loft, con las paredes justitas para cerrar el cuarto de baño, la habitación de mi niña, y la mía propia (afortunadamente sobre todo esto último). Lo que hasta mi llegada era un práctico cuarto de invitados se quedó reconvertido en el office de la cocina colindante con el salón. Poco me importó entonces que mi sofá no fuera cama y sí bastante incómodo. El caso es que ahora, cuando alguna de mis buenísimas amigas como por ejemplo mi hermana, viene a mi casa y se queda a dormir, lo hace en el único sitio donde hay una plaza que, en principio, no requiere de atención médica posterior: mi cama doble.

Mi niña que además de la educación propia que yo la doy, recibe otra muy vasta y extensa de esos otros edificantes sitios como su cole pijo o la tele, me cuestionó durante un viaje, si dos mujeres pueden casarse. Y a mi se me iluminó la cara pensando en que pocas posibilidades tendría tan a huevo de colaborar a la formación de su espíritu libre y tolerante. Así que sin mentir ni un pelo, respondí la verdad: que naturalmente y que por supuesto que sí (porque de momento y hasta que el Pepe vuelva al gobierno con la teoría etílica de las manzanas y las peras, poderse, se puede).

Y ella con su duda resuelta pasó a la siguiente cuestión, preguntando si yo pensaba casarme con mi amiga Olga o no (y lo dijo llena de ilusión). Olga es una buenísima amiga mía a la que mi niña adora. Ella vive cerca de mi casa, no tiene responsabilidades contraídas con nadie que la espere nunca a hora fija en su casa, y al igual que yo, duerme poquito. Así que no es del todo infrecuente que algunas tardes, a su salida de trabajar, se pase por mi casa y nos entreguemos al divino arte de la cervecilla bien conversada sin control sobre el reloj que marca las horas, y que dando las tantas y un pelín, decidamos que casi mejor ya no coja el coche y se quede a dormir en nuestra casa.

Un poco menos ilusionada por la posibilidad de la respuesta que con la primera pregunta, me tiré en plancha a la explicación honesta: que no me iba a casar con Olga por dos razones, porque no quiero casarme y porque yo a Olga la quiero mucho, mucho, pero no como a una novia, solo como a una amiga. Por si acaso, aun sabiendo que era innecesario y que no tenía naaadaaaa que ver con su duda, añadí que como en casa no tenemos más camas que la suya pequeñita donde duerme ella y la mía grande donde duermo yo, pues que cuando Olgui se queda a dormir en casa lo hace conmigo porque resulta más cómodo para todos. Y mi niña lo entendió perfectamente.

Tan bien lo entendió, que cuando mi niña empezó a coincidir con el Inti por las mañanas en el baño, yo ya no tuve que explicarle nada porque ella asumió desde el primer momento que era otro amigo mío con el que yo tampoco tenía ninguna intención de casarme, y yo me refugié bien calladita en el grandísimo alivio de no tener que solventar ningún otro interrogante. La confirmación de su claridad de ideas la tuve un día en el que yo me desperté indispuesta como para no tenerme siquiera en pie y fue el Inti quien se encargó de hacer la entrega de mi retoño en el colegio. Mi niña, encantada con la novedad, subía las escaleras de acceso a las aulas de dos en dos contando a todos los niños que quisieran oírle (y a sus padres que salvo alguna excepción, no suelen ser sordos) que “hoy mi mamá está malita y me ha traído un amigo suyo de los que se quedan a dormir en su cama porque es la más grande” (mismamente, como la difunta Jura'o). Como ya imagináis todos, en mi cama sí se han quedado a dormir varias amigas estando mi niña en casa, pero hombres ya os digo yo que solo uno y casi siempre acojonadillo y rezando para que mi retoño no se despertara por la noche. Porque es un hecho sabido por todos, que los hombres ajenos en cama propia son absolutamente incompatibles con el niño propio pero no del hombre ajeno. Y que si acaso llega a entrar uno, suele tratarse de una muy rara avis más que digno de exposición. Hablar de hombres múltiples no ha lugar porque no son frecuentes en la realidad y solo suelen existir en algunas películas americanas.

Sin embargo y gracias a esta educación un poco libertaria (y por lo que veo muy libertina), mi niña ha aprendido muy bien a no hacer distinciones en cuestiones de género… y hasta que su tutora no me comentó sonrojada este episodio anterior, yo no podía entender porque las madres de otros niños me miraban con recelo y los padres con ojitos curiosos.

Yo pensé que en fin, que estas son cosas de niños, que qué rica mi hija y no le dí más importancia. Pero mi niña es niña, y como a todos los humanillos de su edad, le encanta todo lo que se sale de su rutina habitual porque tiene saborcillo a cumpleaños y navidades, y que se quede alguien a dormir en nuestra casa para ella es de las cosas más chulas que pueden ocurrir en el mundo. Libre de prejuicios como es ella, durante un tiempo le dio por preguntar a todo el mundo que pasaba por casa si quería quedarse a dormir con nosotras. Y cuando digo todo el mundo, me refiero a todo el mundo, incluyendo:

Al presidente de esta mi comunidad de vecinos cuando vino acompañado de un fontanero primo de un primo, a cambiarme un par de llaves de radiador. En aquella ocasión mi niña estaba cenando y encantada por la visita, enseguidita pegó hebra con él. El presidente mientras tanto intentaba liquidar su conversación con mi niña e iniciarla conmigo. El fontanero fontaneaba, el presidente supervisaba y mi niña charloteaba con la boca llena de cena. La cosa iba con pausa y apuntaba para eterno y yo intentaba que mi niña terminara de comer, el fontanero de fontanear y que el presidente dejara de presidir y todos se largaran a su casa, salvo mi niña, que sólo tenía que irse a la cama. Cuando sugerí muy educadamente al presidente que podía volver al amor de su hogar y de su señora propia, que ya me las apañaba yo solita con el primo de su primo sin necesidad de sus servicios, mi niña con la boca llena de Petit Suisse preguntó sorprendida si este señor no se iba a quedar a dormir en casa. Yo sin dar la oportunidad al presidente a abrir siquiera la boca dije que de eso nada, que este señor tenía su casa y bien cerquita y que de hecho ya se estaba yendo.

Entonces ya sí me ví en la obligación de explicar que si bien la hospitalidad es una gran virtud, no todas las personas que vienen a casa por la tarde noche lo hacen para dormir conmigo, que algunos lo hacen solo para trabajar, otros solo para cenar, otros para charlar un ratito… y que lo normal es que acabados estos quehaceres cada uno se vuelva a su casa. Pero yo intuyo que no se lo creé del todo y que al final a ella no le deben de cuadrar tanto las cuentas. Mi niña a la que yo tanto adoro y que tanto me adora a mi, se está haciendo mayorcita y ha cogido la costumbre de prepararme un cafetillo con su cafetera y sus tacitas de juguete cada mañana al levantarme. Últimamente cuando abre la puerta de mi habitación por la mañana me pregunta si hoy pone una o dos tazas, y si yo contesto siempre y todos los días que una, es porque sé que al Inti le gusta tomarse su café con leche en el bar.

EL CONCEPTO MILITAR

Y es que mi niña entiende lo que dice el mundo, pero le faltan los matices que yo no suelo explicarle porque nunca son tan importantes, y porque ya se encargará la edad y el tiempo de irla contaminando. Como este verano, por ejemplo. El primer día de vacaciones que tuvo que ir a Faunia (que es algo que le gusta aun más que tener invitados durmiendo en casa), cuando yo fui a despertarla con las palabras mágicas de “Cariiiiñoooo, hoy vas a Fauuuuuniaaaaa”, ella se levantó de la cama como expulsada con un resorte y a las dos nos pareció muy divertida su reacción espitada. Ya desayunando ella reía recordando la gracia, y me comentaba, “jo, me he levantado super rápido, como una mujer de compañía”. A mi se me pusieron los ojos como platos y a punto estuve de escupir su café imaginario que yo saboreaba en ese momento, y de volcar su tacita de porcelana de juguete. Como intuyó por mi reacción que yo no había comprendido su mensaje, ella insistió: “sí, como una mujer de las de ¡adelante mi compañía!”. Suspiré y dando un sorbo a mi exquisito café, le expliqué que si bien se podían utilizar en este caso los términos “mujer de compañía” quedaba más poético expresarlo utilizando la palabra “soldado” o incluso “recluta”, aunque ésta última en los tiempos corrientes había ido perdiendo mucha de su vigencia…

Y LOS CONCEPTOS RELIGIOSOS

Pero mi niña ya ha vuelto al cole, donde se ha reencontrado con los eficientes profesores y con sus compañeros bien informados que me van a echar una mano en esto de educarla para la vida moderna. De hecho uno de los que más colaboran es su amigo del alma y de también seis años Moli Mola. A Moli Mola, como a ella, le crecen y se le reproducen los amiguitos imaginarios de la especie animal y por eso siempre, siempre juegan a Pokemon. Resulta que nosotros, los padres de niños tremendamente imaginativos que asisten a colegios tremendamente competitivos, tendemos a poner cara de disgusto cada vez que nos sueltan por el pasillo alguna marcianaza del tipo “cuidado mamá que vas a pisar a los cachorritos de Reina” (sobre todo porque en mi casa solo tenemos al gato Machín que siempre está tumbado y no se mueve nunca). Como los humanos adultos somos mucho más tontos que los humanos niños, estos dos especimenes nuestros han descubierto que jugar a Pokemon no solo es menos conflictivo, sino que tiene muchísimas ventajas, porque pueden imaginar infinidad de animalitos a cual más raro, con los nombres más inverosímiles que inventen, y a nosotros encima se nos pone cara de alivio en concepto de normalidad. En fin que ayer al volver del cole, yo pregunté como era su Pokémon del día, y ella recién regresada aun de sus vacaciones en la casa de los abuelos paternos, (muy píos y creyentes en la ley de dios y en la de Franco), me respondió desde un divino melange teológico: “es uno muy fuerte y malísimo que se llama “El cuerpo del pecado””.

Pero no es nada comparado con el momento en el que descubrió que entre nosotros los vivos cohabitan muchos muertos. A ella esta sabiduría le llegó cuando me preguntó por la localización del marido de mi abuela (en adelante Abuela Visa). Yo le dije la verdad, muy ceremoniosa, y bien preparada para el momento: "el Abuelo Visa está muerto". Ella me contestó que sí, que vale, pero que DÓNDE estaba. Yo recordé el jaleo que tuve de pequeña con aquello de que los que se mueren se van al cielo, y que cada vez que mis padres iban a un entierro yo les imaginaba en algún sitio parecido a un circo (¡hola Mónica!) con una cama elástica descomunal y al difunto intentando saltar cada vez más alto hasta perderse entre las nubes. Por lo que recurrí a la verdad más cierta al purito estilo National Geographic, tal y como había visto hacer a Annie Leivowitch explicando la ausencia de Susan Sontang a sus retoños:

(Yo) - “El abuelito visa se murió y le enterramos en la tierra dentro de un sitio especial para hacer esto que se llama cementerio”.
(Ella): - “¿Y por qué?”.
(Yo): (Muy pacientemente) – “Pues porque en la tierra hay unos bichitos y unos gusanos que poquito a poco van descomponiendo los cuerpos muertos, que son muy grandes y muy duros, para que así, en chiquitito, puedan servir de alimento para las plantas. De esta forma las plantas pueden crecer y hacerse grandes y alimentar a los conejitos y a las ovejas, para que luego nos alimenten a nosotros, y así cuando nosotros nos morimos de viejitos, y nos entierran, volvemos a la tierra para que crezca la hierba y alimenten a los conejitos… y todo el mundo esté en equilibrio” – Y oye, que me quedé más ancha que larga.

Mi niña me miraba, asentía, lo entendía todo. Y tanto lo entendió que estuvo días y días dibujando cementerios con enterrados bajo hierbas y conejitos que se las comían. Cuando le resumió sus nuevos conocimientos a mi padre, fue tan breve que solo le dijo que ya sabía que habíamos enterrado al Abuelito Visa para poder comérnoslo. Y entonces también pensé que quien inventó la milonga de lo del cielo ya sabía lo que hacía ya, y que sin duda era una madre de familia numerosa.

Ahora ya he conseguido que entienda que este es un secreto que no puede mencionar bajo ningún concepto en presencia de la Abuela Visa, pero empiezo a creer que debería considerar con toda seriedad reconvertirme en madre estándar antes de hacerle más daño en su infancia, porque si no, en cuanto crezca un poco, va a tener que dilapidar toda su paga en psicoanálisis.
Y además, el día menos pensado se va a presentar en nuestra casa la secreta con sabe dios que listados de cargos en mi contra y al precio que se han puesto los abogados...