Mi amiga Olgui está haciendo el camino de Santiago a plazos, en etapas y veranos distintos. Ahora se está planteando andar desde León hasta la Compostela, porque lo anterior lo tiene caminado de hace algunos años. Comentando sus planes, yo evocaba un viaje reciente por aquella zona, y le conté mis impresiones, convencida de que es una parte del camino preciosa, llena de paisajes que sobrecogen y de pueblitos con historias que beben un poco de esa magia gallega vecina que nadie ha visto aunque haberla la halla. Ella estaba de acuerdo conmigo, y cree que las partes más bonitas del camino son la de Roncesvalles y la llegada a Galicia. Y añadía, “no como Castilla, ese secarral plano, lleno de días de treinta kilómetros bajo el sol de torrarse, viendo paja cortada seca y nada más”.
Esto lo cuento y aprovecho para congraciarme con los murcianos. Hace un par de meses escribí un post contando mis días de asueto en la región de Murcia-Qué-Hermosa-Eres, y comentaba que me había parecido un secarral sin encanto. Entonces hubo naturales de Murcia que no estuvieron de acuerdo con mi apreciación y en aquel momento yo expliqué que lo de la belleza y su aprecio es algo bien subjetivo que siempre depende del ojo que mira. Pues he aquí el ejemplo claro:
Yo soy de ese otro secarral plano, lleno de días de treinta kilómetros bajo el sol de torrarse viendo paja cortada. Y eso que a mi amiga Olgui le saturó los pies y el alma hasta hartarle más que muy mucho, a mi todavía me emociona y me conmueve. Yo es que veo una llanura amarilla segada y se me hincha el pecho de viento y sol a la hora de la siesta, de baños en los ríos, y de merendolas de chuletillas en las bodeguitas al caer el sol.
Olgui añadía que no sabe como a Machado los famosos campos de Castilla le dieron como para escribir tanto libro y poema, que a ella le sobró desde el segundo vistazo. Yo no quise sumar más, porque noté que no había mucho clima dispuesto al aprecio del terruño, pero estuve por contarle que además, Miguel Delibes (vallisoletano de pro) opinaba que no se puede entender a las personas sin ver el entorno en el que viven, que el paisanaje siempre está unido a su paisaje hasta resultar casi mimético, y que la gente de castilla es como su tierra: seca, árida y muy dura por fuera aunque luego guarde el calor del verano y el agua de la nieve del invierno muy, muy dentro, bajo la capa quemada o congelada.
Pero Delibes tiene razón. En mi tierra, Castilla La Vieja, no somos muy dados a la efusividad en la demostración de afectos. Se nos dan mejor los cantos regionales. En mi familia todos somos Castellanos Viejos, pero por parte de madre yo creo que tenemos raigambre judía, porque desde los ancestros que podemos recordar encontramos el gen itinerante, desde los tatarabuelos carreteros, pasando por los bisabuelos errantes que no tuvieron dos hijas en la misma ciudad y por mi abuelo que recorrió toda España tendiendo la línea telefónica. Así hasta mi propia familia de padre, madre, hermana y yo misma, que hemos cambiado de ciudad más de cinco veces, esto todos juntos o por cuenta ajena. Donde otros nacen, crecen, se reproducen y quedan hasta morir, nosotros tenemos un baúl de la Piquer lleno de pegatinas de muchos lugares, cuajadito de recuerdos, nombres de calles y números de portales y de teléfonos con prefijos diferentes. Así que sí somos muy castellanos, pero también muy mediterráneos, y muy vascos y muy andaluces, y madrileños, y catalanes… Supongo que si investigáramos encontraríamos un ancestro gallego de culo inquieto (¡por dios, que no sea Fraga!).
Pues este fin de semana pasada estuve yo empapándome de mi Castilla querida, visitando el pueblito donde nació mi padre, por donde los judíos pasaron un poquito y de visita. Para mi hija y para mí este lugar es como un parque temático, en el que ella se mueve sin vigilancia de adulto de casa en casa, de corral en corral, donde cada gallina, pollito, paloma, conejo y hasta ratón de campo o infame topillo la conoce y la teme. Dispone de toneladas de tierra bien distribuida por cualquier parte para hacer comiditas, y ensuciarse hasta el cogotillo, un divertimento que cualquier niño del mundo disfruta infinitamente más que la última versión de una video consola. Y yo me solazo a solas o con ella (dependiendo de sus planes y agenda) en merendolas, conversaciones a la fresca y paseíllos por el campo y el río, con la compañía de los familiares y amigos que siempre nos reciben alegrándose de vernos. Un gustazo para mis ojos, mi corazón y mis pies de madrileña adoptada.
Llegar a este pueblo de la Castilla que entronca directamente con el Cid y sus parientes, siempre arrastra una ceremonia de besos y saludos que a mi se me antoja bastante divertida por lo pintoresca que resulta, pero que estoy segura que a cualquier otro ajeno le dejaría desconcertado.
Es aparcar el coche (Grison), desembarcar mi retoño y yo misma y dirigirnos tres pasos más allá hasta donde mis familiares y otros parientes toman el vermutillo y los aperitivos resguardados en la sombra que les proporciona la casa de Isidora. Comienza la ceremonia del beso:
- Hombre Uno: “no, no a mi no me plantes besos que esas cosas no me gustan”.
Lo resuelvo ofreciéndole muy pomposa mi mano derecha y en eso se queda el saludo. Los otros hombres, animados por la ruptura de hielo del de más edad, se apuntan “a mi tampoco, a mi tampoco…”: así que más manos pomposas con mis risillas por dentro. Las mujeres somos distintas, y aceptamos los besos con más gusto, aunque mi tía siempre da un respingo cuando me siento a su lado y le toco el hombro para llamar su atención y comenzar la conversación. Decididamente los castellanos como concepto no somos gente de contacto físico.
Pero yo que tengo todos los genes de la sensibilidad y el sentimiento, si soy cariñosa y abrazona. A mi me encantan los besillos, los abrazos y los mimos, todo lo que no se me cae fácilmente de palabra, se me cae de gesto. A mi niña le doy unos achuchones que parecen tornados (en uno reciente tiramos un par de vasos y el plato de panchitos de una mesa), y los saludos a mi hermana y otras amigas a las que veo tras tiempo de ausencia, exceden el roce en las mejillas y se eternizan en baterías de sonoros besotes de abuela y abrazos de osa. Pero aprecio que esta inclinación de la familia mía no es algo que se estile demasiado en los tiempos que corren.
Yo últimamente ando dando vueltas a la cabeza con posibles negocios que me saquen de asalariada y pobre (esto último es obra y gracia de mi hipoteca, como ya os he contado abundantemente), y reflexioné sobre el tema de los abrazos. En Madrid, zona Preciados y Puerta del Sol, algunos sábados se puede encontrar a gente con cartelones anunciando “SE DAN ABRAZOS GRATIS”, y yo alguna vez he hecho uso del servicio porque me parece divertido, y me encanta que haya gente por el mundo con ese sentido del humor.
Pensando, pensando he estado echando cuentas: Una mujer de treinta y tantos años, (como yo misma), con vida liadísima, (como yo misma), viviendo sola (como yo misma) sin un íntimo próximo (lo cual tampoco garantiza siempre el abrazo, que les hay muy parcos para estas cosas) y con cierto apuro para reclamar abrazos (ese no es mi caso porque a mi no me importa nada ser un poco plasta), ¿con cuantos abrazos se encuentra a lo largo del año? Y digo abrazos de esos de los sentidos de verdad, no de los de saludo ceremonioso. Veamos: Navidades, Año Nuevo, tal vez cumpleaños y/o enhorabuena/desgracia notable. Vamos un erial.
Y empecé a creer que no era mal negocio el del afecto a domicilio. No estoy hablando de ese otro “afecto” de hotel y apartamento con visa o efectivo, no, señores, estoy hablando del “TELE AMIGA”, de esa que llega a echarse unas risas, a ver una peli de llorar a moco tendido sin racanear lagrimones, de poner a parir al ex traicionero hablando de lo pequeña que la tenía y lo mal que la usaba (esto es un secreto a voces, todas sabemos que es una fase de la ruptura por la que se pasa casi siempre salvo contadísimas excepciones como el de las ex de Nacho Vidal) de contar inquietudes penas, incertidumbres, y arreglarlo con sesiones de “nenas tu vales mucho” y unos abrazos bien hermosos.
Yo creo que la vida se las apaña siempre para irnos soltando momentos de esos de hipersensibilidad y melancolía. Yo misma he tenido días adolescentes en los que mi madre me preguntaba si me había acordado de comprar el pan, y yo con el olvido patente y las manos vacías me ponía a llorar como una magdalena diciendo que no, que se me había olvidado y para cuando conseguía dejar de hipar ya no había quien me consolara.
Pues ya está, es que me parece el negocio del siglo. Todavía estoy investigando en que parte de terruño lo planto, porque haciendo caso a Delibes, la cosa funcionaría allá por el Amazonas, y me da por pensar mucho eso de que lo únicos TELES que de verdad funcionan aquí Enespaña son los TELEPIZZAS y los TELECINCOS. No sé, no sé, yo creo que algo se me está escapando…
P.D.: Como es obvio sigo sin saber como dejar mis propios mensajillos en mi propio blog, así que sigo con la técnica de los post datas.
P.D.1: Cosita reina, que yo creo que si hablamos con el Inti hasta te deja el Vernon, porque está empezando a percatarse de que este coche es muy conocido en éste mi barrio y no hay nadie dispuesto a adoptarlo. Dice que no estaría mal moverlo un poco para lucir el cartelillo. Yo si quieres te voy tramitando las gestiones, y ya tendremos cuidado que Cosita Que Pierde Perros (CQPP) no se entere de estos nuestros movimientos.
P.D.2: Si señor, Luís, lo tuyo si que es de campanillas. Y dime, ¿superaste el infarto?, ¿estresaste a la novel?, ¿te sigue hablando?, ¿y el padre, te habla?. Piensa que podría ser peor: el coche podría haber sido el tuyo, y tú no sabes lo sibilinas que llegan a ser la iglesias románicas y las columnas de garage...
De todos modos, desconfía, los padres somos muy listos... (je, je)
Besitos a todos.
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