Yo sé que existe un mundo paralelo al mío propio donde habitan los coches nuevos de colores relucientes que aun llevan las etiquetas colgando y que tienen matrículas con cuatro números delante y tres letras detrás. En ese mundo, los coches no necesitan llave y se abren cuando te acercas a la puerta por obra y magia de un sensor. Se ponen en marcha al pulsar un botón y tienen unos chivatos traseros y delanteros que pitan incrementando su frecuencia conforme uno se aproxima a un obstáculo O. También cuentan con una limitación de velocidad inteligente que hace que cuando el conductor (sea su amo o el chófer de) se excede pisando el acelerador, el solito y paulatinamente sin que apenas se note para no ofender a nadie, reduzca hasta la buena velocidad de crucero, libre de multa y claxon. Con las mismas, al salir del coche, él solito intuye si es o no para no volver en un buen rato y se cierra por fuera y por dentro, quedándose parado con sus retrovisores autoplegados, en posición de firmes y a la espera de nueva orden. Con las mismas pone en marcha los limpia parabrisas cuando llueve y las luces al caer el sol. Sin intervención humana ni divina. Y estoy segura de que dedicándoles el tiempo suficiente, estos coches aprenderían a preparar un té con pastas e incluso nos traerían el desayuno a la cama. Mismamente como la zorra de la Esteban en un futuro próximo.
Pero en el mundo en el que yo vivo, los coches son diferentes (que no digo yo peores) y la chapa reluce menos y llevan algún que otro bollo que les otorga carácter y personalidad. En mi mundo, los coches no son nuevos, y se abren con llave y se vuelven a cerrar con llave o con seguro desde dentro. Cuando no se les cuida con suficiente atención y mimo, nuestros coches se ponen enfermos y tosen y se acatarran o se les agarran unas decimillas de aceite que les deja baldados por algunos días e incluso les puede llevar a la muerte.
En este mundo mío y no en el otro, habitan el Grison, el Vernon y mi Luisi. A mi me gusta conducirlos todos, pero especialmente el Grison, que va muy requetebién. Aunque debo deciros que nos ha salido con mucho carácter y no es que esté demostrando tener mucho aguante. Resulta que este viernes pasado, tras un suspiro, se nos ha cruzado de brazos, nos ha hecho un medio corte de mangas y nos ha dejado tirados en la carretera a Boadilla del Monte. Bueno, realmente no nos ha dejado tirados. A mí no. Le ha dejado tirado exclusivamente al Íntimo y esta es una delicadeza que yo le agradezco sobremanera al Grison.
Yo sé que los coches son coches, y no son ni amigos, ni confidentes, ni familiares. Yo sé que encariñarse con un coche no es nada práctico, que lo práctico es verlos como lo que son y utilizarlos para lo que sirven, que es llevar y traer al portador (igual que un talón). Yo sé que ponerles nombres es una ñoñería, pero ¿que queréis?. Yo a mis coches aunque no sean míos, les tengo mucho cariñito, y me da a mi por creer que a ellos les pasa como a las plantas: les gusta escuchar cuando les hablas. Hasta ahora ningún miembro del género vegetal (incluyendo los comas profundos) ha respondido a su propietario regante con el Discurso del Método, pero oye, el padre Mundina y mi exsuegra se comunicaban hasta por los codos con sus propiedades vegetales, y éstas estaban hechas un primor. Pues más o menos a mi me pasa algo así con los coches, todavía no he conseguido que me hablen, pero me devuelven mis atenciones tratándome con mucho amor.
Mi Luisi, por ejemplo, tardamos un poquito en conocernos, pero luego después, jamás me ha dejado tirada, ni con una avería ni con nada. Ni siquiera con esos imponderables que un coche no puede controlar como por ejemplo las heridas en sus extremidades. La única vez que mi pobre Luisi pinchó, tuvo la deferencia de hacerlo en una de esas infrecuentes ocasiones en las que yo cedo su uso a Topí, el canguro de mi hija. Fue a él a quien le tocó ocuparse de cambiar la rueda, de reparar la otra… y a mi nada.
Topí es un pedazo de pan gigante (en sentido lírico y literal) y con un corazón proporcionado, o sea, enorme, pero también es un hombre, práctico y poco sensible al mimo a la chapa. Para él el coche es el coche y ya está. Topí es una de las tres altas torres, junto a la Esteban y a mi misma, que han caído en el curso 2006-2007, cuando los tres, para epate de todo el barrio y nuestros propios entornos, tras años y años de propósitos y fracasos, conseguimos sacarnos el carnet de conducir y conducir incluso. Él lo hace subido a un Ford Fiesta año tropocientos, muy viejo y muy esforzado que le regaló un amigo cuando ya había decidido darlo de baja y llevarlo al reposo de un merecido desguace. A la edad en que otros coches por fin descansan y pasan al retiro, a éste le ha crecido una nueva vida lleno de Topí y de su mujer (de talla muy proporcionada a la de su hombre). Cuando ambos están dentro del coche uno les mira y piensa que están metidos en un bache y si les miras de frente no consigues ver la luneta trasera. Además al coche le han impuesto una sillita infantil y un niño bebé que no ha cumplido aún los dos años, y al que por su tono de piel color miel y su mala leche, los del barrio hemos decidido apodarle cariñosamente “Hamilton” (y también, para qué negarlo, por el nada desestimable hecho de que a su padre le toca las narices muy mucho). Pero el coche es cumplidor, y les lleva y les trae incluso de vacaciones en Levante, y también a las dos niñas de la Calcuta, que como ya os he contado, ha estado de mudanza.
Topí es hombre y práctico como os decía, y no mima ni anima a su coche, ni habla con él exhortándole con frases tipo: “tú puedes campeón” (que es lo que yo les digo a los míos en la cuesta y aceleres). En consecuencia su coche se desgana: solo en estas vacaciones se le ha roto la cerradura del maletero y se le ha pinchado una rueda. La cosa no habría ido a más si no hubiera sido por la sobrecarga en el vehículo, si Topí no hubiera ido despistado compaginando como podía las atenciones a la carretera y a su tropa , y si no hubiera circulado zumbando a 160 km/h, que francamente aun no sé como ha podido el cochecito. El caso es que se produjo el pinchazo, y Topí no se dio cuenta. Reventó la cubierta, y Topí no se dio cuenta. Se deshizo el neumático en diversos látigos y Topí no se dio cuenta. Los latigazos se cargaron la yanta, un piloto, parte del parachoques y un no-se-qué, que no puedo transcribir porque hasta ayer no lo había oído mencionar en mi vida. Y Topí no se dio cuenta hasta que llegó al barrio. Yo le comenté que eso le pasa por llevar a Hamilton dentro (me entenderán los que hayan visto la carrera de Turquía), pero me ha puesto cara de “hoy no hay clima” y no he querido insistir.
Y es lo que yo os digo. A veces hace más una mano izquierda con cariño que una derecha con la herramienta. Algo que va sabiendo el Íntimo. Porque aquí viene otro ejemplo: el Vernon.
A mi el Vernon jamás me ha fallado ni me ha dejado tirada. Es cierto que una vez olvidé cerrar bien la puerta del maletero y le tuve toda la noche con la luz encendida. ¿Y qué hizo él? pues vaciar la batería. Aun así, como sabía que yo lo había hecho sin querer, pese a que el coche estuviera cerrado por dentro en la parte habitáculo de pasajeros con el cierre electrónico centralizado por el cuarto de vuelta en la puerta delantera, y a que ni siquiera podía acceder al interior para abrir el capó y enganchar las pinzas para alimentar de nuevo la batería, y pese a los fracasos de mis intentos de entrar en el coche de cualquiera de las maneras, incluyendo el método de la percha que conoce mi prima Mariví. Pese a todo eso, yo conseguí volver de vacaciones subida al Vernon y en fecha prevista sin pasar siquiera por el taller ni llamar al seguro. (Ya sé que las cosas que me pasan a mi no suelen ser frecuentes, pero he aquí un consejo de máxima utilidad para la gente con vida pintoresca: se puede alimentar la batería desde cualquier lucecilla del coche incluyendo la del maletero: pinza + en borna +, pinza – en borna –).
Sin embargo el íntimo no puede decir lo mismo. El íntimo puede llegar a hablar muchísimo, bien largo y bien extendido, pero a este hombre los mimos verbales (no confundir con los orales) se le caen siempre en negativo con un no bien rotundo por delante. Así que imaginad lo que le ha tenido que escuchar este pobre coche ¡ay, ay! ¡qué estrés mi pobrecito!. Visualizo ahora lo que tuvo que sufrir cuando me le cedió para irse a la África más profunda, el pobre coche sin pegar ojo toda la noche pensando en que al día siguiente y durante un largo mes le iba a conducirle, yo, la agresora de recoletas iglesias románicas… aguantó como pudo. Posiblemente por eso, y por la tensión acumulada, en cuanto el Inti volvió a poner su culo en el asiento del conductor, el Vernon se desinfló y encendió todos los pilotitos del salpicadero. Empezando por el del aceite que estaba todo retorrado.
¿Y qué hizo el Inti? ¿le dio las gracias por los servicios prestados?, ¿le compró una fruslería para el retrovisor de dentro ni para el salpicadero? (como yo, que en estas últimas vacaciones le compré un perrito de los que mueven la cabeza en los Seat Panda), no, señores no. Nada de nada. Y el Vernon, que es muy sentido empezó a defenderse como pudo: dejándole sin frenos un par de veces en la eme cuarenta. Reposando tres meses en el taller mientras le cambiaban el ordenador del ABS... Y vengarse costándole un dineral, pero esta ha sido la cuestión personal.
Y veis, yo jamás he tenido ninguno de esos problemillas.
Ahora llega el Grison, y yo le cojo, le traigo, le llevo, le muevo, le paseo y digo a todo el que me quiera oir lo bien que funciona este coche. Y no nos engañemos, cuando yo le llevo, al coche se le ve contento. Pero este coche no es el Vernon, este nos ha salido con un carácter que me da a mi que no se va a llevar pero que nada bien con el Inti. Cuando la semana pasada lo puso en marcha (y debía ser la cuarta vez que lo hacía) para irse a trabajar (su moto, la fucsia estaba en el taller en lo que él llama mantenimiento, pero vaya usted a saber de qué manera la habrá ofendido) ya empezó el Grison a rezongar encendiendo una lucecita con forma de motor ni más ni menos. El Inti lo comentó en casa sin mostrar demasiada preocupación ni deferencia por la enfermedad de su utilitario y ¿qué es lo que ha hecho éste mismo resentido?. Dejarle tirado un viernes por la tarde en la carretera de Boadilla del Monte.
Así andaba yo en ese momento, preparando unas sopitas de ajo para capear el finde con el estómago entonado y lleno, cuando sonó el teléfono:
(El Inti): - “Hola, ¿qué hacías?”
(Yo): - “Uy, no me hagas contártelo…” – (es que él dice que en el fondo y cuando me encuentro en mi intimidad más íntima, yo disfruto siendo una maruja y no me apetecía argumentar dándole la razón).
(El Inti): - “Ya, pero ¿te aburres?”
(Yo): - “Yo no me aburro casi nunca”
(El Inti): - “Bueno, pero ¿tienes planes?” – (empiezo a darme cuenta lo buenos clientes que somos para cualquier compañía de teléfonos).
(Yo): - “¡Uy!” – emocionada, imaginando un excitante plan nada más arrancar el finde – “¿qué propones?”
(El Inti): - “que si vienes a buscarme a un taller en la calle Virgen de Lluc, que el Grison me ha dejado tirado”
(Yo): - “Vale cojo la Luisi y voy”
(El Inti): - “No, coge el Vernon que en la Luisi no quepo y además, me pican las plumas rosas” – (ya empezamos ofendiendo…)
Así que por el momento nos hemos quedado sin Grison y de nuevo el Vernon ha vuelto al ataque recogiendo el testigo, y demostrando que él será más feo y más viejo, pero mucho más leal. (Nota personal: Cosita, vamos a tener que posponer nuestros planes. Por cierto reina: qué atracón de pollo cocinado en todas las formas posibles, es que ahora veo uno en el Carrefour y me no te digo de que me dan ganas, pero lo puedes imaginar).
Eso sí el Inti ahora conduce callado y cuando cierra la puerta lo hace, yo lo noto, con mucha más suavidad que antes. Estoy segura de que de aquí a nada, y cuando nadie le vea, empezará a hablarle como a una planta.
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