Mi niña ha vuelto de su primer turno de vacaciones con los abuelos paternos y el íntimo ha desaparecido de mi casa llevándose casi todas sus cosas hasta mejor ver, que será más o menos cuando mi niña vuelva al segundo turno de vacaciones con los mismos abuelos y él regrese de las suyas propias que comienzan en un par de días.
Ya os he hablado otras veces de mi vida bipolar que se va cruzando sin guión y como puede: la de mujer independiente con hija en casa ajena, que es sentisexualmente activa, trabaja, disfruta, vive y paga su hipoteca. Y la de madre dependiente con hija en casa propia, sentisexualmente mucho menos activa, que trabaja, disfruta, vive y paga su hipoteca. Pues este es el turno en el que estoy ahora.
Imbuida desde hace solo unas horas en estas funciones, me he ido a la piscina con mi niña, la Cruela, la Musu y los tres churumbeles que suman ambas. El equipo estaba compensado: la niña de la Cruela es de la misma edad que el mayor de la Musu, y el pequeño de la Musu de la misma edad que la mía. Dos y dos, el equilibrio perfecto para que ellos lo pasaran en grande, y sus madres (nosotras mismas) hiciéramos lo propio bien relajadillas.
Y así nos hemos ido: yo con mi botella de agua. Cruela con lo puesto y la Musu, que es mucho mejor madre que nosotras, con un bolsa tamaño híper abarrotada de chuches y con una nevera portátil cargada de refrescos gaseosos azucarados que no edulcorados (es musu-lmana practicante y respetuosa con todas las normas gastroetílicas, salvando el cava, porque ha llegado a la conclusión de cuando ella lo bebe Alá y Mahoma están concentrados mirando para otro lado, Oriente Medio, por ejemplo). Ha sido llegar, montar el campamento, mandar a los niños al agua y sin tiempo casi ni para el parloteo ni para la vuelta y vuelta de churrasque, hemos montado el número, que de verdad que yo no sé que es lo que nos pasa, pero donde vamos se nos ve.
Yo como madre no soy de las más cargantes, y en la piscina en concreto, mi niña va a su aire con muy poquitas restricciones. Es cierto que no le quito el ojo, pero dejo que se bañe en la piscina en la que no hace pie anuque no le acompañe ningún adulto y aunque yo no esté en el bordillo vigilando. Yo me planto en la atalaya de mi toalla, establezco contacto visual y hala, que nade, bucee y hasta haga pis que es lo que hacen todos los niños cuando están en el agua. La Musu se inquieta un poco más con su pequeño, pero yo le explico que el porcentaje de niños que se ahogan en las piscinas públicas es muy reducido y suele ocurrir a principio de temporada, no a alturas tan avanzadas como estas, luego el riesgo en un día como hoy, es tirando a insignificante. ¿Qué posibilidad hay? ¿una entre mil? Exacto: una.
Porque la variable con la que yo no contaba es con que la Musu y la Cruela cuando se juntan, son letales. Esto no es un eufemismo, es una verdad como un templo. Por circunstancias vita-profesionales de sus retoños artistas, compartieron vecindad y espectáculo en la ciudad de Barcelona (y en mis oídos resuenan a coro las voces del Mercury y la Caballé). Unidas por las circunstancias y el destino, y por la química petarda que se me gastan ambas, se movían como cuasi siamesas por la ciudad Condal: a comer al restaurante, de paseo por el barrio del Born. Fue en ese tiempo y con ellas dos presentes, cuando más bajas se produjeron entre todo el entorno suyo, conocido o sin conocer. Ejemplos:
1- Restaurante comiendo: abuelo desconocido infartado atendido por el Sámur.
2- Comunión de una amiguita de la niña de Cruela: abuela de la comulgada mete el tacón en el agujerito de un sumidero de agua, pierde el equilibrio y se desnuca contra un bordillo de Faunia. Cruela no asistió al entierro porque la cosa se demoró con la autopsia y ella tuvo que regresar a Barcelona. Supongo que la familia de la difunta lo agradeció.
3- Suegra de Cruela, madre de su C, se cae al salir de un restaurante, se rompe la cadera. Un año entero convaleciente. Cuando le van a dar el alta se cae y se rompe la muñeca. Medio año más.
4- Otro restaurante comiendo: madre de hija de unos cuarenta y muchos se atraganta. Las últimas palabras que oyó fueron: "¿¡mamá qué te pasa!? ¡Mamá! ¡Mamááááá!".
5- Suegra de Musu: Ictus. Todavía en el hospital. Va para dos años.
6- Hermana de la suegra de Cruela, tía de su C: se caé y nunca más podrá salir de la residencia.
A mi la verdad es que me suele dar un poco de yuyu juntarme con ellas, y más en esta ocasión porque la próxima semana tengo que ir al médico a hacerme unas pruebas, y con lo que son, lo mismo hasta me dicen que tengo cualquier fruslería como cáncer. Me tranquilizo un poco pensando que nunca han mandado al otro barrio ni a la UCI a nadie menor de 65 años. Pero tal y como han ido las cosas esta tarde, yo ahora estoy mucho más tranquila. O pensándolo bien, no lo estoy para nada.
Estábamos tan pichis contándonos intimidades sagradas de esas de "pero por dios, que no salgan de aquí", (haciendo uso de nuestras muletillas habituales como “si cariño”, “qué bien cariño”, “que te vayas para lo menos hondo, cariño!“ y “seis, o siete, u ocho puntos, cariño” ante las constantes interrupciones de nuestros retoños empeñados en mostrarnos sus evoluciones en el medio líquido y en que pongamos nota a sus tiradas de cabeza) cuando la niña de la Cruela, respirando con dificultad nos ha avisado de que el niño mayor de la Musu iba a atravesar la piscina buceando, como ella misma, que acababa de hacerlo. Hemos dicho lo típico: “muy bien cariño”. Y así se ha quedado la cosa, hasta que la Musu, que es la buena madre, se ha callado, ha reflexionado un poco y ha dicho “¿y donde está mi niño?”. La niña de la Cruela ha respondido “aquí, bajo el agua” y la Musu agudizando la vista con notoria desconfianza ha insistido “¿no es ese que se está ahogando?”, la niña ha mirado donde la Musu miraba, y ha respondido “no, ese no es“. Y vuelta a la conversación. Hasta que nos ha saltado el resorte a las tres, nos hemos mirado, hemos mirado al niño, y hemos concluido que sí, que efectivamente el niño se estaba ahogando. Nos hemos mirado otra vez, y a la de tres, hemos empezado a gritar como energúmenas:
- “SOCORRISTAS, SOCORRISTAS, SOCORRISTAS, EL NIÑO, QUE SE AHOGA, SOCORRISTAS...”
Simultáneamente y sin dejar de gritar ni gesticular ni hacer aspavientos para llamar la atención de los profesionales, nos poníamos el sujetador para salir de nuestro topless y lanzarnos nosotras mismas al agua prestas al rescate porque inauditamente, el socorrista que estaba en frente ni nos veía ni nos oía y porque no sé por qué estúpida razón hemos pensado que era mejor no salvar al niño con los pechos al aire y que ya que estaba, la criatura podía esperarnos.
En estas uno de los dos maromos socorristas nos ha oído, se ha girado, ha visto al niño y a partir de aquí ya todo sucede a cámara lenta: vuelve sobre sí mismo, a la vez que arranca a correr, y a la vez que se arranca la ropa dejando a la vista un torso lleno de torso y de abdominales y de otros bultos que supongo que serían unos músculos que a mi nunca me han presentado, y que yo jamás había visto ni tan desarrollados ni tan de cerca. Sin terminar de quitarse la camiseta comienza a lanzarse al agua en posición fronto lateral (como los accidentes) y de cabeza. En el aire ha terminado de quitarse la prenda y ha movido la mano que la sujetaba hasta alinearla en perfecto escorzo con la otra colocada en posición de exposición y así, impecable y con la camiseta en la mano ha atravesado el agua sin salpicar gotitas a penas.
La Cruela, la Musu y yo misma nos hemos quedado mudas (no sabéis lo extraordinario que es eso). Yo que soy la que más dificultad tengo para esto, solo he podido decir pero muy muy bajito y sin casi aire “veinte puntos”.
Y el socorrista ha sacado al niño que no se estaba ahogando sino que estaba jugando a sacar una anilla del fondo y volver a tirarla y volver a sacarla, así hasta la extenuación. Afortunadamente se ha llevado una muy buena, contundente y merecida bronca de su padre que yo creo que con la tensión de la expectación y el susto del concurrente, no se veía con coraje para hacer otra cosa.
Nosotras, después aleladas por la impresión, que no muertas de vergüenza, nos hemos justificado con los socorristas especialmente con el del espectáculo al que yo no he sido capaz ni de mirar a los ojos (no he conseguido subir de los abdominales ensombrecidos por su prominente y duro pecho), explicándole que veíamos al niño entrar en el agua y salir y entrar y salir otra vez sin avanzar, como intentando nadar, y que cada vez se metía más tiempo bajo el agua y salía menos... Pero ellos eran muy jovencitos y parecían encantados con la tensión de la acción del momento (seguro que ha sido lo más emocionante que les ha pasado en todo el verano que llevan sentados en su silla), con la atención y el aplauso cosechado, y supongo que sobre todo aliviados de no contar con una demanda de los padres de un niño ahogado.
Ahora en casa, la imagen se repite una y otra vez en mi cabeza y no hago más que pensar en las pruebas estas que os contaba que me tienen que hacer la semana que viene y cuyo escenario es el interior de mis bajos. Esto traerá consigo una cuarentena que se sumara a mi quincena de madre inactiva, y me da por pensar que si sobrevivo a la Cruela y la Musu, va a ser un tiempo terrible de sobrellevar. ¡Ay! ¡Dios mío!, ¡qué calor hace en Madrid por estas fechas!.
viernes, 3 de agosto de 2007
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