Yo tengo una pandi de amigas terroristas que data de la época de mi ciudad de origen. Como mi ciudad de origen tiene mucha marcha pero poco más, pues todas nos hemos ido yendo en diáspora según hemos llegado a la edad de culturizarnos: esa memorable época de la Universidad. Luego la mayoría ya no hemos vuelto, porque total, pa’ qué. Además ese momento suele coincidir con el de los novios, y claro una elige: casa de mamá, casa del novio, y va usted a comparar lo que se puede hacer en un sitio y en otro.
El caso es que varias veces al año, coincidiendo con San Quieros de obligado cumplimiento, nos reunimos todas en akelarre en nuestra villa natal, y hala, a comportarnos como verdaderas exaltadas ajenas a nuestras responsabilidades del resto del año. A estos eventos siempre vamos sin retoños y llevando a rastras a nuestros maridos, novios, apaños e íntimos, que han acabado a su vez haciendo pandi porque a la fuerza ahorcan y la verdad es que da mucha ternura verles despedir con lágrimas en los ojos y santa resignación a las bajas que se van produciendo, pero también cómo acogen a los nuevos fichajes con una solidaridad y una consideración, que francamente, les honra.
Pero hay un día especial siempre, que ocurre de uvas a peras, y que es ese en que una de la pandi de toda la vida, llega de visita a la ciudad de acogida de otra miembro de la pandi. Ese día una se olvida de todo y se dedica única y exclusivamente al mimo de la terrorista numeraria y a ilustrarla en la vida de una misma en su medio habitual. A mi esta semana como que me hubiera tocado el gordo, porque mi amiga Vicki se ha venido a pasarla toda enterita a mis Madriles, con la excusa de que tenía que hacer un curso del trabajo o no sé qué. Así que para agasajarla qué mejor que reunirnos en una cenola informal en mi casa con la otra panda terrorista de mi ciudad putativa.
El evento estaba preparado para el jueves (hoy) pero a última hora Vicky tuvo un imprevisto de agenda que movió la cita al miércoles, así que a media tarde empecé con los mensajes a móviles, y doy fe de que si de mis amigas se tratara, a la calle Génova hubieran ido a manifestarse cuatro gatos con el asunto del 11M. Total, que la mesa no estuvo muy concurrida, nos juntamos, a saber: la Cruela, la Esteban, Vicki y una servidora.
Cuando salí de trabajar me acerqué al Carrefour a comprar un par de chorraditas de esas que te resuelven cualquier imprevisto: un patecillo, algo de embutido, cava, pan... Yo debo decir que para el cava soy una exquisita, y a mi si no me pones Juve i Camps, como que prefiero una Mahou. También debo decir que a la Cruela, si tiene burbujas, corcho cabezón y etiqueta en catalán, como si la das zotal, pero es cierto que puestos a pedir, ella también se inclina por esta marca. Es lo único que ella bebe con alcohol: cava (bueno es de origen francófono, la vale también el champaña) y en día normal cerveza pero con gaseosa, que de aspecto dice que se parece, y de verdad que la mejor manera de sobornarla es con una copita de las alargadas o con varias (dependiendo del favor, claro). Pero mi Carrefour está situado en un barrio, digamos que popular, y pocas veces encuentras más que Freixenet. Me imagino que se piensan que en estos barrios no tenemos educado el gusto, y que con el choped nos vale. Deben reservar lo exquisito para el barrio de Salamanca, qué se yo. Pero ¡Oh, dioses! Ayer me doy un paseíllo por el pasillo de los vinos, y me encuentro que han puesto el cava bueno (la proximidad a las Navidades, fijo). Arramplé con todas las botellas que pude y que estaba dispuesta a subir cuatro pisos sin ascensor junto a la compra que ya llevaba, es decir: tres (qué queréis, todavía no me he puesto como Brigitte Nielsen, que llevo poco con la Luisi). Así que llamé a la Cruela:
(Yo): - “Cruela, que la cena no es mañana, que es hoy, vente cuando quieras pero la cena empieza a las diez”
(Cruela): “Yo paso de cenar” - Ella está siempre a dieta, pero esto es por culpa de su padre, y nunca se lo tengo en cuenta.
(Yo): “Bueno, pues vale, te vienes y no cenas”
(Cruela): “No sé, ya veremos”
(Yo): “Tengo una botella de Juve i Camps para la cena y dos más que he comprado de stock”
(Cruela): “Luego me paso”
Siguiente parada: la Esteban. Le mando un mensaje: nada. Le llamo al móvil: nada. Le llamo a casa: lo coge el Melendi 2 después de una eternidad y cuando yo ya estaba a punto de colgar. Me responde con voz de sueño.
(Yo): - “Hola Melendi 2,¿está la Esteban?”
(Melendi 2): “Mmmmno” - y bosteza (¿es que este chico tiene la enfermedad del sueño o yo el don de la oportunidad?
(Yo): - “Por fa, dile a la Esteban que hoy a las diez cenita de chicas en mi casa. Viene la Cruela y una amiga mía de la infancia”
(Melendi 2): - “Mmmmmm”
Lo de la Esteban es una apuesta segura porque desde que rompió aguas hace catorce meses, no ha salido ni un solo día de rock’n’roll como dios manda, y está que se apunta a un bombardeo.
Mi amiga Vicki es educada, y vino a casa un par de horas antes de la cena para poder estar con mi niña un ratito y así disfrutarla, apurada por el día de trabajo y de no parar y pidiendo disculpas por no haber podido comprarla nada. A mi me pareció de un encanto exquisito, pero también es verdad que a mi niña sus modales no la consolaron para nada de la falta de tiempo y sobre todo de regalo. No es que no fuera educada, pero cuando Vicki terminó de excusarse sólo dijo: “sí, que pena“ y volvió a concentrarse con profunda melancolía en la sopa que estaba cenando. De todos modos debo decir que disfrutó igualmente de la compañía, porque ya sabéis lo que le gusta a mi hija que haya gente en casa. Casi entra en éxtasis cuando se enteró de que venían dos amigas más. Por supuesto le preguntó a Vicki si se iba a quedar a dormir, pero a Vicki su trabajo le está pagando un hotel de cuatro estrellas, y yo también lo tendría claro.
La Cruela y la Esteban llegaron justo después de meter a mi niña en la cama (es que entre las dos suman tres hijas y tienen una intuición que las hace no fallar nunca) y mientras Vicki y yo estábamos conversando al amor de un tintillo ella y yo de una sin alcohol (porque soy medianamente prudente y procuro no beber cuando conduzco y cuando ejerzo de madre).
Educadamente les ofrecí un vino también a ellas, pero la Cruela, exquisita también, me dijo sin tapujos, “déjate de bobadas y saca el Juve i Camps”. Así que cenamos como los catalanes, acompañando el pollo con el cava.
Tengo comprobado que las reuniones de mujeres fomentan el cáncer de pulmón. A la hora habíamos comido lo que podíamos digerir y un poco más, incluso Cruela, porque nunca cena, y rara vez come, pero pica de todos los platos ajenos, por eso yo la había puesto plato y cubiertos como a una más (son ya muchos años juntas) y debo decir que es gracias a esto que se mantiene bien alimentada y que los demás nos mantenemos con la figura a raya. Ella siempre comenta que se quedó con su chico porque era once años mayor que ella, y con su sentido práctico llegó a la conclusión de que en esa pareja la fabulosa siempre iba a ser ella. Pero es cierto que su chico, también conocido como nuestro jefe, se mantiene estupendo a sus cincuenta años, y delgadito y fibroso. Pues bueno, Cruela, aprovecho estas páginas para decirte:
A) nada avejenta más que la grasa corporal (algo que tu chico no va a poder tener nunca) y por supuesto, la falta de pelo (algo que a tu chico sigue teniendo).
B) no es que todas tus amigas estemos delgadas por obra y milagros de la naturaleza
C) deja de comerte nuestra comida
y D) eres una cabrona, las demás nunca llegaremos a ejercer la presión que tu puedes ejercer con tus métodos sindicales al estilo Troyanas, y estamos hartas de coger las vacaciones las últimas.
Pues ya está dicho, qué a gusto me he quedado. Decía que a la hora ya nos habíamos comido todo lo que podíamos y pasábamos al postre: la cajetilla de Marlboro ellas, Ducados yo, que soy así. Mínimo ratito y ya no podíamos vernos las caras, los ceniceros parecían los de un plató de Garci. Nos fuimos al sálón a hacer la post cena, también conocida como sobremesa, mayormente para poder respirar un poco. Para entonces ya habían liquidado la botella oficial y la mitad de mi stock.
A eso de la una de la mañana, cuando quedaba un culín de mi última botella y ya habíamos contado todas las intimidades más vergonzosas de nuestros íntimos en distintos grados desde la guardería hasta el día de hoy, decidimos dar por finalizado el akelarre. Yo llamé al taxista Paco para que llevara a mi amiga Vicki a su hotel, mientras la Cruela y la Esteban exprimían cual bayeta la última gotilla de mi reserva de cava y hacían planes para irse a tomar la penul. Nos despedimos en la puerta con sonoros besos y diciéndonos mutuamente lo estupendas que somos y que estamos, y cuando la estaba cerrando, la Esteban, más que notablemente perjudicada se asomó aun para decirme: “y que sepas que cada vez que veo a tu Luisi, lloro”.
P.D.: Ysae, reina, qué maja eres. Un saludito de la treintañera (pero por poco, que los tengo recién estrenados). Estoy contigo con lo de las toallitas, tanto poner IPods y se olvidan de lo fundamental.
jueves, 26 de octubre de 2006
NO HAY SUPER HÉROE PERFECTO
El Melendi 2 ha comenzado el traslado de sus enseres de mi coche. Y yo estoy empezando a traspasar los míos a mi Luisi, que todavía tengo en mi terraza la bolsa industrial de Ikea cuajadita tal y como estaba en el coche del Íntimo. El aspecto de mi Luisi va puliéndose y adaptándose a mi particular estilo. Por ejemplo ayer desapareció de mi retrovisor interior (ese mundo lleno de posibilidades) un atrapa sueños y yo ya lo he sustituído por un Spiderman retrepado a caballito.
Debo decir que yo soy una adicta a Peter Parker, no hay habitación en mi casa que no cuente con un Spiderman haciendo acto de presencia: en la cocina comedor un poster enmarcado de un dibujo de Lee / Romitas (la primera época, para los no iniciados), mi taza de desayuno es una cabeza de Spiderman trepanada (regalo de cumple de la Cruela), en mi dormitorio uno de medio metro con mano en posición de lanzar sus redes y que yo utilizo para colgar el reloj, anillos, pulseras, gomas de pelo… y que habla (más mono…), en el baño, uno hinchable sobre la ducha, en el salón uno pequeñito en la antena del teléfono inalámbrico… En la única habitación donde Spiderman no entra es en la de mi hija, que está con sus cosas y ella pasa de este señor. De hecho cada vez que ve uno fuera de casa me dice “mira mamá, Superman” y yo creo que lo hace a posta, porque todos los que me conocen saben que a mi Superman no me gusta nada.
Sin embargo he descubierto que Superman tiene mucho más predicamento que mi Spider, solo basta con darse una vuelta por el pasillo de los juguetes de mi Carrefour de cabecera, que está plagadito de merchandising de Superman y no tiene casi nada de mi Spiderman, o apenas unas chorradillas, que la verdad, no está en relación, porque puestos a ser famosos, mi Spider ha hecho dos pelis ultimamente, y Superman sólo una (aunque dura como dos, eso si). Y de verdad que no lo entiendo. Con el traje de héroe, pues vaya, a mi me sigue pareciendo ridículo eso de llevar los calzoncillos por fuera, pero yo entiendo que a los hombres les resulte admirable, porque ha conseguido encontrar la manera de no tener que darles la vuelta y que tampoco haga falta echarlos a lavar, que debe ser como la fórmula de la Coca Cola que todo hombre medio desea descubrir (aunque hay excepciones ¿verdad?, yo confío en encontrarla algún día). Pero ¿soy la única que se ha percatado de que va demasiado repeinado y peripuesto?, yo no sé con qué se fija el pelo, pero es que ese caracolillo no se le va ni volando más rápido que un Boeing (comprobado, vean Superman III). Tendré que hablarlo con Dante, el estilista capilar de Cruela en cuanto se relaje de sus quebraderos sentimentales (ver último post de “Crueles Pensamientos”). Y otras dudas que me asaltan: si el padre de Superman le dio solo un traje cuando le envió fuera de Kripton, y lo lleva siempre, siempre debajo de la ropa, incluso en verano, y los calzoncillos por fuera, no por dentro… ¿os imagináis como puede estar el modelito?, no sé como deciros, pero a mi que no me lleve a dar una vuelta. Superman, desde aquí te lo pido, a mi ni te me acerques. Y más aún, os habéis fijado en la bonita estampa que hacen Clark Kent y Lois Lane juntitos, ¿no os recuerdan a los de “Amo a Laura”?, a mi de verdad que me parece que son antiglamour ¿quien es el estilista de estos señores? ¿alguien del Opus? ¿Van a hacer Superman Tropecientos: la Comunión?. Ves a ese señor cachas, ves a su novia y piensas, "pues vale, estás cachas, pero yo no quiero ser ella ni loca". Y luego, qué les pasa, ¿son lelos todos en Metrópoli?. Superman se pone gafas y ya no le conoce nadie. Pues yo me pongo las gafas del ordenador y me conoce todo el mundo, y eso que las mías son de pasta gorda naranja. A mi Superman y Lois Lane me recuerdan a los de la canción de Victor Manuel “Solo pienso en ti” dedicada a dos enamorados encerrados en un colegio para niños especiales disminuidos psiquicos (he intentado ser políticamente correcta). Mi primer noviete de cuando yo era adolescente trabajaba en una radio fórmula y me la dedicó cuando era jovencilla. A mi casi me da algo, menudo mosqueo me cogí. Pero entonces no conocía a los hombres como ahora, debo decir que después ya nadie me ha dedicado canciones. De hecho en lo últimos tiempos tengo que cachear a los íntimos y similares cuando salen de mi casa y de mi vida para controlar que no se llevan ningún CD. El único súper héroe que no es mi Spiderman al que le doy un pase y al que miro de reojo es a Batman, pero sólo porque sé que en algún momento se puede quitar la mascara y aparecer ¿quién? el espléndido George Clooney (¡tú si que eres mítico, chato!), sólo por eso, y porque hay que decir que si que tiene pinta de machote, sí. Los demás me parecen una panda de perturbados: La Masa (todo verde y vaya carácter), el Hombre Igneo (me imagino todo el día llamando al 112, aunque mira, tiene el superpoder de llenarte toda la casa de bomberos, que no está nada mal), el Capitán América (ya solo el nombre pone los pelos de punta, debe ser como un híbrido de los dos Georges Bushes, Ronald Reagan, Nixon... y nuestro Aznar, que es adoptado, pero obviamente de la familia, y a lo bestia). De todos modos, seamos prácticos, puestos a tener un mítico súper héroe en mi Luisi, mejor uno que se pueda agarrar en cualquier momento y a cualquier sitio, que a los otros me los veo dando tumbos de un lado para otro del coche intentando volar y dominar la capa. El Íntimo, una vez reflexionando en voz alta y supongo que inspirado por la presencia de tanto Spiderman en mi casa, se preguntaba por qué a las mujeres nos fascinan tanto los Súper Héroes, aprovecho esta plataforma inigualable para responderle: Íntimo, tal y como está el panorama, hay que aspirar alto, lo más alto posible, luego ya se encarga la realidad de rebajarlo pero que mucho. Si encima nos conformáramos sumisas con la vuelta y vuelta del calzoncillo, no quiero ni imaginar el nivel que alcanzaría el macho ibérico (el de fuera lo tengo menos trabajado). Y otra cosa (esto es privado): cuando puedas, sin que te estreses, devuélveme mi tortuguita rosa que me tenía que dar tanta suerte, que voy a dejar el coche sin tapacubos, que hoy me he distraido un poco con el dial de la radio y he venido rebañando el bordillo de la mediana por no-sé-cuánta-vez. Ya no les queda casi nada del lacado blanco original y he perdido los floripondios centrales de las ruedas delanteras. Queda dicho.En fin, como os contaba antes de dispersarme, estoy redecorando mi Luisi: conforme queda un hueco libre yo lo lleno como si fuera un pintor flamenco con “Horro Vacui”. Pero como soy yo, siempre con cosas prácticas. Influída por el aspecto de mi coche, bastante cochino por dentro, he ido poniendo los accesorios imprescindibles: un blister de bayetas atrapapolvo, toallitas húmedas como siempre (este gran invento), rollo de cocina tamaño industrial, y un aspirador de mano, que es un inventazo. Además de mis coca colas y chicles de obligado cumplimiento. El caso es que ahora mismo mi coche se parece más al carrito de la limpieza de un asistenta de oficinas pulcra y repulida que al utilitario macarra que era en su origen.Cuando el Melendi 2 entró en mi coche para recoger su atrapasueños, descubrió que enganchado al mando de los intermitentes había un aderezo, muy mono que a mi me parecía macarra pero nada más, y que a él le sobresaltó hasta decirme “pero niña quita eso de la vista, que si te para la policía te va a registrar todo el coche”. Sigo sin saber muy bien lo que era, pero intuí que algo relacionado como mínimo con el consumo de estupefacientes (¿ya he dicho que el anterior dueño, el hermano pequeño del Melendi 2, es un jovencete bastante calavera? ¿y que yo vivo en un barrio de estrato social, como diría yo, popular?). Facilmente me visualicé en el camino de vuelta del cole o del Carrefour (mi vida discurre en un cuadrado con cuatro ces: casa, cole, curro y carrefour), abordada por la policía mosqueadísima con ese infame accesorio que consiguió saltar a su vista de entre los quince mil coches circulando a 40 km/h y lo flipados que se iban a quedar cuando efectuaran el registo de mi coche. Pensarían lo mismo que mi ex suegra le expresó a mi ex a secas cuando me vió por primera vez: “no sé como saldrá esta chica, pero por lo menos parece limpia”.
Debo decir que yo soy una adicta a Peter Parker, no hay habitación en mi casa que no cuente con un Spiderman haciendo acto de presencia: en la cocina comedor un poster enmarcado de un dibujo de Lee / Romitas (la primera época, para los no iniciados), mi taza de desayuno es una cabeza de Spiderman trepanada (regalo de cumple de la Cruela), en mi dormitorio uno de medio metro con mano en posición de lanzar sus redes y que yo utilizo para colgar el reloj, anillos, pulseras, gomas de pelo… y que habla (más mono…), en el baño, uno hinchable sobre la ducha, en el salón uno pequeñito en la antena del teléfono inalámbrico… En la única habitación donde Spiderman no entra es en la de mi hija, que está con sus cosas y ella pasa de este señor. De hecho cada vez que ve uno fuera de casa me dice “mira mamá, Superman” y yo creo que lo hace a posta, porque todos los que me conocen saben que a mi Superman no me gusta nada.
Sin embargo he descubierto que Superman tiene mucho más predicamento que mi Spider, solo basta con darse una vuelta por el pasillo de los juguetes de mi Carrefour de cabecera, que está plagadito de merchandising de Superman y no tiene casi nada de mi Spiderman, o apenas unas chorradillas, que la verdad, no está en relación, porque puestos a ser famosos, mi Spider ha hecho dos pelis ultimamente, y Superman sólo una (aunque dura como dos, eso si). Y de verdad que no lo entiendo. Con el traje de héroe, pues vaya, a mi me sigue pareciendo ridículo eso de llevar los calzoncillos por fuera, pero yo entiendo que a los hombres les resulte admirable, porque ha conseguido encontrar la manera de no tener que darles la vuelta y que tampoco haga falta echarlos a lavar, que debe ser como la fórmula de la Coca Cola que todo hombre medio desea descubrir (aunque hay excepciones ¿verdad?, yo confío en encontrarla algún día). Pero ¿soy la única que se ha percatado de que va demasiado repeinado y peripuesto?, yo no sé con qué se fija el pelo, pero es que ese caracolillo no se le va ni volando más rápido que un Boeing (comprobado, vean Superman III). Tendré que hablarlo con Dante, el estilista capilar de Cruela en cuanto se relaje de sus quebraderos sentimentales (ver último post de “Crueles Pensamientos”). Y otras dudas que me asaltan: si el padre de Superman le dio solo un traje cuando le envió fuera de Kripton, y lo lleva siempre, siempre debajo de la ropa, incluso en verano, y los calzoncillos por fuera, no por dentro… ¿os imagináis como puede estar el modelito?, no sé como deciros, pero a mi que no me lleve a dar una vuelta. Superman, desde aquí te lo pido, a mi ni te me acerques. Y más aún, os habéis fijado en la bonita estampa que hacen Clark Kent y Lois Lane juntitos, ¿no os recuerdan a los de “Amo a Laura”?, a mi de verdad que me parece que son antiglamour ¿quien es el estilista de estos señores? ¿alguien del Opus? ¿Van a hacer Superman Tropecientos: la Comunión?. Ves a ese señor cachas, ves a su novia y piensas, "pues vale, estás cachas, pero yo no quiero ser ella ni loca". Y luego, qué les pasa, ¿son lelos todos en Metrópoli?. Superman se pone gafas y ya no le conoce nadie. Pues yo me pongo las gafas del ordenador y me conoce todo el mundo, y eso que las mías son de pasta gorda naranja. A mi Superman y Lois Lane me recuerdan a los de la canción de Victor Manuel “Solo pienso en ti” dedicada a dos enamorados encerrados en un colegio para niños especiales disminuidos psiquicos (he intentado ser políticamente correcta). Mi primer noviete de cuando yo era adolescente trabajaba en una radio fórmula y me la dedicó cuando era jovencilla. A mi casi me da algo, menudo mosqueo me cogí. Pero entonces no conocía a los hombres como ahora, debo decir que después ya nadie me ha dedicado canciones. De hecho en lo últimos tiempos tengo que cachear a los íntimos y similares cuando salen de mi casa y de mi vida para controlar que no se llevan ningún CD. El único súper héroe que no es mi Spiderman al que le doy un pase y al que miro de reojo es a Batman, pero sólo porque sé que en algún momento se puede quitar la mascara y aparecer ¿quién? el espléndido George Clooney (¡tú si que eres mítico, chato!), sólo por eso, y porque hay que decir que si que tiene pinta de machote, sí. Los demás me parecen una panda de perturbados: La Masa (todo verde y vaya carácter), el Hombre Igneo (me imagino todo el día llamando al 112, aunque mira, tiene el superpoder de llenarte toda la casa de bomberos, que no está nada mal), el Capitán América (ya solo el nombre pone los pelos de punta, debe ser como un híbrido de los dos Georges Bushes, Ronald Reagan, Nixon... y nuestro Aznar, que es adoptado, pero obviamente de la familia, y a lo bestia). De todos modos, seamos prácticos, puestos a tener un mítico súper héroe en mi Luisi, mejor uno que se pueda agarrar en cualquier momento y a cualquier sitio, que a los otros me los veo dando tumbos de un lado para otro del coche intentando volar y dominar la capa. El Íntimo, una vez reflexionando en voz alta y supongo que inspirado por la presencia de tanto Spiderman en mi casa, se preguntaba por qué a las mujeres nos fascinan tanto los Súper Héroes, aprovecho esta plataforma inigualable para responderle: Íntimo, tal y como está el panorama, hay que aspirar alto, lo más alto posible, luego ya se encarga la realidad de rebajarlo pero que mucho. Si encima nos conformáramos sumisas con la vuelta y vuelta del calzoncillo, no quiero ni imaginar el nivel que alcanzaría el macho ibérico (el de fuera lo tengo menos trabajado). Y otra cosa (esto es privado): cuando puedas, sin que te estreses, devuélveme mi tortuguita rosa que me tenía que dar tanta suerte, que voy a dejar el coche sin tapacubos, que hoy me he distraido un poco con el dial de la radio y he venido rebañando el bordillo de la mediana por no-sé-cuánta-vez. Ya no les queda casi nada del lacado blanco original y he perdido los floripondios centrales de las ruedas delanteras. Queda dicho.En fin, como os contaba antes de dispersarme, estoy redecorando mi Luisi: conforme queda un hueco libre yo lo lleno como si fuera un pintor flamenco con “Horro Vacui”. Pero como soy yo, siempre con cosas prácticas. Influída por el aspecto de mi coche, bastante cochino por dentro, he ido poniendo los accesorios imprescindibles: un blister de bayetas atrapapolvo, toallitas húmedas como siempre (este gran invento), rollo de cocina tamaño industrial, y un aspirador de mano, que es un inventazo. Además de mis coca colas y chicles de obligado cumplimiento. El caso es que ahora mismo mi coche se parece más al carrito de la limpieza de un asistenta de oficinas pulcra y repulida que al utilitario macarra que era en su origen.Cuando el Melendi 2 entró en mi coche para recoger su atrapasueños, descubrió que enganchado al mando de los intermitentes había un aderezo, muy mono que a mi me parecía macarra pero nada más, y que a él le sobresaltó hasta decirme “pero niña quita eso de la vista, que si te para la policía te va a registrar todo el coche”. Sigo sin saber muy bien lo que era, pero intuí que algo relacionado como mínimo con el consumo de estupefacientes (¿ya he dicho que el anterior dueño, el hermano pequeño del Melendi 2, es un jovencete bastante calavera? ¿y que yo vivo en un barrio de estrato social, como diría yo, popular?). Facilmente me visualicé en el camino de vuelta del cole o del Carrefour (mi vida discurre en un cuadrado con cuatro ces: casa, cole, curro y carrefour), abordada por la policía mosqueadísima con ese infame accesorio que consiguió saltar a su vista de entre los quince mil coches circulando a 40 km/h y lo flipados que se iban a quedar cuando efectuaran el registo de mi coche. Pensarían lo mismo que mi ex suegra le expresó a mi ex a secas cuando me vió por primera vez: “no sé como saldrá esta chica, pero por lo menos parece limpia”.
martes, 24 de octubre de 2006
MADRES EJEMPLARES NO HAY MÁS QUE UNA, Y LA TIENEN DE EXPOSICIÓN
Nunca he contado la razón por la que yo me separé y divorcié. Me gustaría poder argumentar razones cargadas de madurez y sensibilidad a lo Barbra Streisand y Robert Redford, como por ejemplo: “se nos acabó el amor”, o “éramos mejores amigos que amantes…” pero la razón pura y dura es que se largó con otra, mínimamente más joven (porque sino sería menor de edad) pero con mucho más pecho y culo.
A veces te ocurre que te compras en Benetton un abrigo maravilloso de punto, que es perfecto para ti, pero que luego en casa, nunca acaba de cuadrar contigo, te lo pones mil veces, y mil veces te lo quitas antes de salir a la calle, porque nunca queda como pensabas. Lo reciclas una tras otra vez hasta acabar reconvertido en vestido, y por fin un día que te lo pones, sales a la calle y con la inestimable ayuda de tu amiga Cruela ves la luz y piensas: será precioso, pero me queda como el culo. Finalmente, después de mil temporadas encariñada con él, cargando con tu abrigo reconvertido en vestido de trastero a armario y de armario a trastero, lo tiras a la basura y sientes hasta alivio.
A mi mi marido me salió como el abrigo de punto de Benetton, y lo intenté y reconvertí en todo lo que pude, pero estaba claro que aquello no me sentaba de ninguna manera (seguramente si hubiera tenido más tetas y culo el abrigo me hubiera quedado bien a la primera). Por eso cuando bajó a comprar tabaco, y subió borracho cinco horas más tarde explicando que estaba en crisis y que ahí me quedaba, yo ya estaba un poquito harta de cargar con una prenda inútil de una temporada a otra. No diré que no me sentó como un cuerno, de hecho hice todo lo propio de estos casos: lloré un poco, me ví las seis temporadas completas de sexo en Nueva York, hice petit comité con mis amigas en varias discotecas bailando como descosidas y ligeramente trompas, arreglé una lámpara de cristal de la Granja, y a otra cosa mariposa.
Lo de tirar el abrigo a la basura llega a ser cosa fácil, pero después hay que seguir vistiéndose. Cambiar el estado civil fue la parte sencilla, pero ser madre sin padre, y ni siquiera ser soltera: ya os digo yo que es tela marinera. Porque si eres soltera, te subvenciona mínimamente el estado y tienes dos puntos más para encontrar colegio, si eres S barra D, las subvenciones en concepto de niña te las tiene que dar tu ex y el mío me lo dejó claro justo después de contarme que estaba malísimo y en crisis: “si hombre, para que te lo gastes con otro” y yo pensé “sí claro, y que el otro se gaste el suyo con otra más dotada”. Aún así, como en lo nuestro no había rencor, conseguimos hacer las cosas medianamente bien. Por eso y porque justo a tiempo vi la luz, nuevamente con la inestimable ayuda de Cruela y su peluquero Dante, “cariño, los hombres son unos cobardes, nunca dejan a una mujer (ni a un hombre ya te lo digo yo) sino tienen repuesto”. Así que rebusqué en las facturas de su móvil y efectivamente allí estaban registradas todas las amorosas llamadas de un año a aquella parte.
Poner a un hombre malito y en crisis delante de ese tipo de evidencias les lleva a firmar pitando cualquier Convenio de Separación y a hacer la maleta de una vez por todas. Pero si debo decir que aquí mi ex lo hizo francamente bien. Porque redecoró su vida por completo y desde el primer momento, así cuando mi niña fue a pasar su primer fin de semana en casa de papá se encontró sofá nuevo, tele nueva, habitación nueva, y novia de papá nueva. Todo puesto de origen. Cuando mi niña volvió a casa me preguntó: "¿y por qué en tu casa mi habitación sigue siendo la vieja y tú no tienes novio nuevo?" (cuanto daño han hecho las series americanas en la infancia, esto no pasa con el Cuéntame).
Yo también redecoré mi vida: dejé la casa familiar en barrio residencial con aspiraciones a pijo y me volví a la quincallería cálida de mi barrio de soltera, a mi cuarto sin ascensor y dos habitaciones: la vieja de mi niña y la mía minimalista. Y efectivamente, el tema del novio aun no he conseguido resolverlo, pero es que yo tengo amigas que me ocupan muchísimo tiempo. De vez en cuando alguna incluso se queda a dormir en casa y mi niña se levanta quinientas mil veces en medio de la noche a asegurarse de que mi amiga desde la infancia no ha salido despavorida en medio de la madrugada y la despierta aterrorizada preguntando: ¿no te vas a ir verdad? ¿te vas a quedar en casa?. Lo que me lleva a pensar que esta niña necesita que yo me eche un ligue ya. Pero bueno esa es otra historia, buenos están los íntimos como para traerlos a casa cuando hay familia. Pero nadie podrá decir que no me apaño. Yo ejerzo de madre con alegría y buen humor y soluciones originales. Lo que me lleva a reunirme cada mes con las tutoras de mi niña y el equipo de atención temprana, que no termino de saber si lo hacen porque consideran que la marciana es mi hija o porque me tienen a mi en estudio. No lo sé. El caso es que ayer mi retoño y yo nos distrajimos un poquillo en nuestra bien organizada mañana en las que las dos funcionamos como un perfecto tándem de remeros coordinados, cada una con un remo para un lado: suena mi despertador y ella se levanta, yo me levanto, hago mi cama y a la ducha, ella juega, yo salgo de la ducha y ella recoge el desaguisado que suele ser su habitación (o por lo menos quita de la vista los juguetes) yo hago el desayuno y ella pone la mesa, ella desayuna y yo hago su cama, preparo su ropa y me arreglo, ella se lava y yo me visto, ella se viste y yo preparo el bolso. Las dos volvemos a encontrarnos en el recibidor tomando aliento (yo con menos resuello, porque como sabéis fumo en su patio de colegio) a la misma hora con los abrigos puestos. Pero ayer se nos descoordinó el Actimel de frutas en vez del de verdad de toda la vida, porque a mi hija no la gusta ni un pelo el moderno: me ha salido conservadora (y solo tiene cinco años), va a ser verdad eso de que los niños se comportan por reacción a sus padres. Por cierto señores del Actimel desde aquí les pido: diferencien los modelos por colores, no hagan todos parecidos, que una va por el Súper como una loca y no le da tiempo a leer las etiquetas. El caso es que mi niña entra en el cole a las nueve y ayer salíamos de casa a las y cinco. Un desastre, llegamos por los pelos, y como mi Luisi no hay quien la mueva en parado por aquello de la dirección no asistida y su volante tamaño pulsera, pues yo llegué al colegio quemando rueda y pegadita al bordillo para frenar en el último momento y no tener que maniobrar. No calculé muy bien y fui soltando chispas del roce salvaje que metí a los tapacubos metálicos antes blancos impolutos contra la acera. El ruido hizo que se volvieran todos los padres que se quedan hablando en la puerta y pensaran, "¡ah, vale, la madre que fuma en el patio"!. Así que ayer noche preparé el despertador para que hoy sonara cinco minutos antes, y nada más levantarnos casi antes del besito y de los buenos días, he hablado con mi hija y le he echado la charleta de Capello, que virgen santa que resultado le ha dado a él: "hoy lo conseguimos, hoy llegamos a tiempo". Eso y cierto chantajillo del tipo: "si no te das prisa no te va a dar tiempo esta tarde a ir a comprar el disfraz de Halloween y nos tendremos que quedar en casa" (es lo bueno de los cinco años. Te pueden preguntar como se hace un vaso, pero no se cuestionan porque cepillarse los dientes despacio impide materialmente elegir un disfraz diez horas más tarde). La técnica del chantaje y la tortura emocional es vital para toda madre que desprecie la violencia física, como es mi caso. Y doy fé de su eficacia, por ejemplo: hoy mi niña estaba a su hora, vestidita y preparada. Yo he tenido cierta dificultad, porque a media ducha me he dado cuenta de que ayer no saqué los chandals de la lavadora. Como mi hija es tan pequeña, procuro juntarlos todos para hacer colada porque si no no lleno una lavadora completa, así que siempre hay un día emocionante en la semana que viene a coincidir con los miércoles o los viernes, en que unas veces tenemos secado por oreo natural y otra por secador de pelo, y hoy ha sido de secador. Esta técnica ya la tengo dominada porque la primera vez que intenté forzar el secado no me atreví con el microondas y recurrí a la plancha, pero como toda la ropa de cole es sintética que hasta huele a petroleo en cuanto se le pasa el aroma especial del Corte Inglés, pues se quedó pegadito y bien fundido en la superficie superdeslizante de titanio Magefesa y ese día tuvo que ir mi niña al cole con un chándal rosa de Zara y yo al Carrefour a comprar otra plancha. En fin que con las prisas el chándal se quedó lo que mi madre viene a llamar “tiernito” (mi madre tiene un talento increíble para el eufemismo, por ejemplo, lo que yo llamo “mi íntimo”, para ella es “el andoba”, desde aquí os recomiendo que busquéis el termino en el diccionario aunque sea online para que apreciéis la riqueza de matices tan exactos del término). Mi pobre retoño me decía, "mamá el chandal está mojado" y yo "¿siiii?" y ella "no, bueno, fresquito". Mi amiga Cruela, pozo de sabiduría en estas materias porque su hija tiene ya diez años, me ha explicado que en estos casos, una buena madre debe poner leotardos a su hija, para que absorba toda la humedad del pantalón. De la chaqueta se encarga la camiseta con el logo del colegio. Ya lo sé para la próxima. Al final hemos llegado al cole como siempre, y además, mi niña me ha castigado sin disfraz de Halloween. ¡Con la ilusión que me hacía quitarme el disfraz de bruja!.
El P.D. de hoy: Luís, en cuanto sepa como descargar las fotos de mi móvil y aliviar un poco su tarjeta le hago una a La Luisi y la cuelgo en el blog. Me compré el móvil de Bisbal y aunque he intentado borrarle, válgame dios lo pesado que es este chico, que no hay manera de deshacerse de sus videos.
A veces te ocurre que te compras en Benetton un abrigo maravilloso de punto, que es perfecto para ti, pero que luego en casa, nunca acaba de cuadrar contigo, te lo pones mil veces, y mil veces te lo quitas antes de salir a la calle, porque nunca queda como pensabas. Lo reciclas una tras otra vez hasta acabar reconvertido en vestido, y por fin un día que te lo pones, sales a la calle y con la inestimable ayuda de tu amiga Cruela ves la luz y piensas: será precioso, pero me queda como el culo. Finalmente, después de mil temporadas encariñada con él, cargando con tu abrigo reconvertido en vestido de trastero a armario y de armario a trastero, lo tiras a la basura y sientes hasta alivio.
A mi mi marido me salió como el abrigo de punto de Benetton, y lo intenté y reconvertí en todo lo que pude, pero estaba claro que aquello no me sentaba de ninguna manera (seguramente si hubiera tenido más tetas y culo el abrigo me hubiera quedado bien a la primera). Por eso cuando bajó a comprar tabaco, y subió borracho cinco horas más tarde explicando que estaba en crisis y que ahí me quedaba, yo ya estaba un poquito harta de cargar con una prenda inútil de una temporada a otra. No diré que no me sentó como un cuerno, de hecho hice todo lo propio de estos casos: lloré un poco, me ví las seis temporadas completas de sexo en Nueva York, hice petit comité con mis amigas en varias discotecas bailando como descosidas y ligeramente trompas, arreglé una lámpara de cristal de la Granja, y a otra cosa mariposa.
Lo de tirar el abrigo a la basura llega a ser cosa fácil, pero después hay que seguir vistiéndose. Cambiar el estado civil fue la parte sencilla, pero ser madre sin padre, y ni siquiera ser soltera: ya os digo yo que es tela marinera. Porque si eres soltera, te subvenciona mínimamente el estado y tienes dos puntos más para encontrar colegio, si eres S barra D, las subvenciones en concepto de niña te las tiene que dar tu ex y el mío me lo dejó claro justo después de contarme que estaba malísimo y en crisis: “si hombre, para que te lo gastes con otro” y yo pensé “sí claro, y que el otro se gaste el suyo con otra más dotada”. Aún así, como en lo nuestro no había rencor, conseguimos hacer las cosas medianamente bien. Por eso y porque justo a tiempo vi la luz, nuevamente con la inestimable ayuda de Cruela y su peluquero Dante, “cariño, los hombres son unos cobardes, nunca dejan a una mujer (ni a un hombre ya te lo digo yo) sino tienen repuesto”. Así que rebusqué en las facturas de su móvil y efectivamente allí estaban registradas todas las amorosas llamadas de un año a aquella parte.
Poner a un hombre malito y en crisis delante de ese tipo de evidencias les lleva a firmar pitando cualquier Convenio de Separación y a hacer la maleta de una vez por todas. Pero si debo decir que aquí mi ex lo hizo francamente bien. Porque redecoró su vida por completo y desde el primer momento, así cuando mi niña fue a pasar su primer fin de semana en casa de papá se encontró sofá nuevo, tele nueva, habitación nueva, y novia de papá nueva. Todo puesto de origen. Cuando mi niña volvió a casa me preguntó: "¿y por qué en tu casa mi habitación sigue siendo la vieja y tú no tienes novio nuevo?" (cuanto daño han hecho las series americanas en la infancia, esto no pasa con el Cuéntame).
Yo también redecoré mi vida: dejé la casa familiar en barrio residencial con aspiraciones a pijo y me volví a la quincallería cálida de mi barrio de soltera, a mi cuarto sin ascensor y dos habitaciones: la vieja de mi niña y la mía minimalista. Y efectivamente, el tema del novio aun no he conseguido resolverlo, pero es que yo tengo amigas que me ocupan muchísimo tiempo. De vez en cuando alguna incluso se queda a dormir en casa y mi niña se levanta quinientas mil veces en medio de la noche a asegurarse de que mi amiga desde la infancia no ha salido despavorida en medio de la madrugada y la despierta aterrorizada preguntando: ¿no te vas a ir verdad? ¿te vas a quedar en casa?. Lo que me lleva a pensar que esta niña necesita que yo me eche un ligue ya. Pero bueno esa es otra historia, buenos están los íntimos como para traerlos a casa cuando hay familia. Pero nadie podrá decir que no me apaño. Yo ejerzo de madre con alegría y buen humor y soluciones originales. Lo que me lleva a reunirme cada mes con las tutoras de mi niña y el equipo de atención temprana, que no termino de saber si lo hacen porque consideran que la marciana es mi hija o porque me tienen a mi en estudio. No lo sé. El caso es que ayer mi retoño y yo nos distrajimos un poquillo en nuestra bien organizada mañana en las que las dos funcionamos como un perfecto tándem de remeros coordinados, cada una con un remo para un lado: suena mi despertador y ella se levanta, yo me levanto, hago mi cama y a la ducha, ella juega, yo salgo de la ducha y ella recoge el desaguisado que suele ser su habitación (o por lo menos quita de la vista los juguetes) yo hago el desayuno y ella pone la mesa, ella desayuna y yo hago su cama, preparo su ropa y me arreglo, ella se lava y yo me visto, ella se viste y yo preparo el bolso. Las dos volvemos a encontrarnos en el recibidor tomando aliento (yo con menos resuello, porque como sabéis fumo en su patio de colegio) a la misma hora con los abrigos puestos. Pero ayer se nos descoordinó el Actimel de frutas en vez del de verdad de toda la vida, porque a mi hija no la gusta ni un pelo el moderno: me ha salido conservadora (y solo tiene cinco años), va a ser verdad eso de que los niños se comportan por reacción a sus padres. Por cierto señores del Actimel desde aquí les pido: diferencien los modelos por colores, no hagan todos parecidos, que una va por el Súper como una loca y no le da tiempo a leer las etiquetas. El caso es que mi niña entra en el cole a las nueve y ayer salíamos de casa a las y cinco. Un desastre, llegamos por los pelos, y como mi Luisi no hay quien la mueva en parado por aquello de la dirección no asistida y su volante tamaño pulsera, pues yo llegué al colegio quemando rueda y pegadita al bordillo para frenar en el último momento y no tener que maniobrar. No calculé muy bien y fui soltando chispas del roce salvaje que metí a los tapacubos metálicos antes blancos impolutos contra la acera. El ruido hizo que se volvieran todos los padres que se quedan hablando en la puerta y pensaran, "¡ah, vale, la madre que fuma en el patio"!. Así que ayer noche preparé el despertador para que hoy sonara cinco minutos antes, y nada más levantarnos casi antes del besito y de los buenos días, he hablado con mi hija y le he echado la charleta de Capello, que virgen santa que resultado le ha dado a él: "hoy lo conseguimos, hoy llegamos a tiempo". Eso y cierto chantajillo del tipo: "si no te das prisa no te va a dar tiempo esta tarde a ir a comprar el disfraz de Halloween y nos tendremos que quedar en casa" (es lo bueno de los cinco años. Te pueden preguntar como se hace un vaso, pero no se cuestionan porque cepillarse los dientes despacio impide materialmente elegir un disfraz diez horas más tarde). La técnica del chantaje y la tortura emocional es vital para toda madre que desprecie la violencia física, como es mi caso. Y doy fé de su eficacia, por ejemplo: hoy mi niña estaba a su hora, vestidita y preparada. Yo he tenido cierta dificultad, porque a media ducha me he dado cuenta de que ayer no saqué los chandals de la lavadora. Como mi hija es tan pequeña, procuro juntarlos todos para hacer colada porque si no no lleno una lavadora completa, así que siempre hay un día emocionante en la semana que viene a coincidir con los miércoles o los viernes, en que unas veces tenemos secado por oreo natural y otra por secador de pelo, y hoy ha sido de secador. Esta técnica ya la tengo dominada porque la primera vez que intenté forzar el secado no me atreví con el microondas y recurrí a la plancha, pero como toda la ropa de cole es sintética que hasta huele a petroleo en cuanto se le pasa el aroma especial del Corte Inglés, pues se quedó pegadito y bien fundido en la superficie superdeslizante de titanio Magefesa y ese día tuvo que ir mi niña al cole con un chándal rosa de Zara y yo al Carrefour a comprar otra plancha. En fin que con las prisas el chándal se quedó lo que mi madre viene a llamar “tiernito” (mi madre tiene un talento increíble para el eufemismo, por ejemplo, lo que yo llamo “mi íntimo”, para ella es “el andoba”, desde aquí os recomiendo que busquéis el termino en el diccionario aunque sea online para que apreciéis la riqueza de matices tan exactos del término). Mi pobre retoño me decía, "mamá el chandal está mojado" y yo "¿siiii?" y ella "no, bueno, fresquito". Mi amiga Cruela, pozo de sabiduría en estas materias porque su hija tiene ya diez años, me ha explicado que en estos casos, una buena madre debe poner leotardos a su hija, para que absorba toda la humedad del pantalón. De la chaqueta se encarga la camiseta con el logo del colegio. Ya lo sé para la próxima. Al final hemos llegado al cole como siempre, y además, mi niña me ha castigado sin disfraz de Halloween. ¡Con la ilusión que me hacía quitarme el disfraz de bruja!.
El P.D. de hoy: Luís, en cuanto sepa como descargar las fotos de mi móvil y aliviar un poco su tarjeta le hago una a La Luisi y la cuelgo en el blog. Me compré el móvil de Bisbal y aunque he intentado borrarle, válgame dios lo pesado que es este chico, que no hay manera de deshacerse de sus videos.
lunes, 23 de octubre de 2006
ANDREÍÍÍTA, CÓMETE EL POLLO QUE SINO VIENE LA IRMA Y SE LLEVA EL COCHE
Continúa el P.D. de ayer (soy como Almodóvar): Mar cariño, besitos para tí también y para tu Shadow, pensaba que no me leías.
Mi amiga la Esteban está enfadada conmigo y ha dejado de hablarme. Como ya os conté en el post "CUANTO DAÑO HACEN LOS POSTIZOS..." me quedé con el coche de su más que amigo, en adelante y para abreviar Melendi 2 (Melendi 1 es mi cuñado, y los dos son como Pin y Pon, solo les distingues por las coletas, pero ¿a que nadie sabe quien es Pin y quien es Pon?. Pues eso). Pero lo que no dije es que este coche tenía que ser para ella, porque se ha matriculado hace cuatro días en la autoescuela (para ser más exacta desde el día anterior a quedarme yo con el coche).
El coche en cuestión ni siquiera era del Melendi 2, era del hermano pequeño y único del Melendi 2, pero ya no lo usaba y se había convertido en el utilitario de la Esteban y su Melendi, a la espera de que ellos compraran otro coche. Siglos antes, el cuñado se lo había prometido a mi amiga la Esteban, porque, lo que son las madres vocacionales, como el chico es un poco calavera y jovencete, la Esteban le tiene adoptado (¡criatura!) y es un cariño materno filial mutuo, así que estaba más que encantada de quedarse con mi alhaja también conocida como Luisi. Además, estoy segura de ella misma ayudó a elegir parte del tuneado, porque ahora que lo pienso es muy de su estilo.
Como la Esteban se nos ha matriculado por tercera vez en diez años en la autoescuela, nadie nos la hemos tomado muy en serio (error tremendo, porque yo misma me he sacado el carnet en mi segunda (¿o también tercera?) matrícula en nueve años, así que va a batir mi record por nada). Y el excepticismo empezaba por su Melendi 2 y su adorado cuñado, y eso pica. Como diría ella y esto sí que es citar a los grandes "le toca la patata".
Pero que el Melendi 2, le haya dicho "churri, que con este no nos apañamos, que necesitamos otro, que somos cuatro y el perro" (Pastor Alemán, nada de chucho talla XS), ella lo acepta. Que el cuñado haya seguido las recomendaciones de su hermano mayor, ella lo acepta también. Pero que yo, la Irma, le haya salido rana y de esa manera sibilina le haya ganado la mano en el último momento y justo recién matriculada, yo que sabía la ilusión que la hacía, eso si que no lo puede perdonar. Así que acercándonos al fin de semana ha empezado a lanzar mensajes por la plazoleta del barrio (que viene a ser el hall de nuestro bar de cabecera), y ¿a quién mejor que a la tercera en discordia: mi compañera, y no sé por qué sin embargo amiga Cruela?. Un mensaje herido transmitido por Cruela puede ser como una profecía divina, pero de las de 666. Hoy viernes me ha tocado desayunarme con un: "que dice la Esteban que este fin de semana se quedan en casa porque como no tienen coche...que dice la Esteban que Lulú (su hija pequeña) está llorando porque no va a poder ir el fin de semana a ver a su padre a la feria de Pinto donde le toca trabajar, porque como no tienen coche... que dice la Esteban que no aguanta al perro porque no puede sacarle de casa con lo que está lloviendo, y que tampoco puede llevarlo a casa de sus suegros en Ambiciones, porque como no tienen coche..." (Lo de la lluvia lo entiendo, porque vale que al campo le hace muchísima falta, pero es que a mi misma está empezando a salirme líquen). Y este desayuno se me ha juntado con el almuerzo. La Cruela ha disfrutado como hacía tiempo.
Los mensajes "así-como-quien-no-quiere-la-cosa" se veían venir, porque al día siguiente de quedarme con el coche, el Melendi 2 vino a la oficina a buscar por internet precios de coches de alquiler de Pepe Car, con Lulú en brazos, y vosotros no conocéis a este bebé, pero es de anuncio, tan, tan bonita, y con una vocecilla... que una no puede por menos que sentir que le está quitando el chupete y tirándolo por el balcón de un sexto piso. De hecho entre los accesorios que trae mi Luisi, está su silla adaptada para bebé, restos de gusanitos rancios (que ya he pillado a mi hija reciclando ¿debería acercarme a mi gasolinera "Porque Yo Siempre Vuelvo" y probar el aspirador?) y un bodi también suyo que en un siglo pusieron a secar en la bandeja trasera y desde ahí sigue contemplando el tráfico de Madrid. Es imposible coger el coche y no sentir que eres mala con Lulú. Esa niña va a ser un peligro, tiene un poder temible, de hecho es la única que consigue hacer lo que quiere con la fiera Cruela, que en sus manos llega a convertirse en la abuelita de Piolín (he descubierto que en cualquier caso, yo sigo siendo Silvestre).
La menda, que para algunas cosas, intuición tiene, pensó que lo mejor era ser discreta y no molestar, no hurgar en la herida, así que he procurado aparcar el coche en sitios poco frecuentados en vez de en mi calle enfrente del bar de cabecera. Y estar calladita. Pero esta mañana de viernes he empezado con mal pié. ¿Alguien se ha dado cuenta de lo difícil que es tener control sobre el horario?. Cuando no tenía coche e iba al colegio en autobús, llegaba siempre casi tarde, rallando el “hoy no entráis”. Eso cambió con el coche, y empezamos a llegar puntuales como lo hacen las niñas (y niños) que tienen madres (y padres) (¿a qué parezco nacionalista?) con todo atado y bien atado (así compenso), y no a medio coger con alfileres, como viene a ser mi caso. Pero nos duró dos días, nuevamente hemos empezado a llegar al colegio justo cuando van a echar la llave, ¡y seguimos levantándonos a la misma hora!. No sé, misterios.
El caso es que hoy, sin venir a cuento, hemos llegado al cole en hora y como unas señoras. Lo de llegar en hora lo noto yo por dos razones: porque me encuentro con una pareja de padres espectaculares que han conseguido encontrar tiempo para llevar los dos juntos a su niña al cole todas las mañanas, a los que además conozco porque son compañeros de profesión y amigos del "intimo", así que a estos sí los ubico, y debe ser de los pocos saludos que yo gasto antes de entrar en el colegio. Y porque la ristra de coches aparcados llega hasta la curva donde me toca a mi dejar el mío y poner las luces de emergencia. Este si que es un pacto no hablado que todos respetamos: el último de la fila es el que las pone y así los demás se ahorran el gasto de batería. Después de la curva ya no se puede dejar ningún coche sin impedir el paso a los demás. Total, que hoy he podido decir hola a la pareja de padres ejemplares y dejar el coche en la mismita curva. Los otros coches que no tienen niños que vayan a este colegio han empezado a pitarme antes mismo de que saliéramos de la Luisi al mundo, ¡cómo habremos llegado de puntuales!.
A mi niña le toca pasar este finde con su padre, así que hoy la despedida ha sido un poco más sensible y larga, más besitos, más te quieros, más pásalos bien... y cuando he salido del patio del cole, con mi cigarro en boca, mi coche estaba solito, solito aislado en medio de la curva. Eso sí con las emergencias guiñando ojos como debe ser. He dado al botoncillo de abrir el coche y no ha funcionado, así que he intentado entrar usando la llave, pero resulta que ya estaba abierto porque se me había olvidado cerrarlo (este olvido también es culpa del estrés, que es como el bálsamo de Fierabrás, sirve para todo). Coche que pasa coche que pita, pero mira, en eso si que no me estreso, yo tranquila: cinturón, cigarrito al cenicero, chicle, traguito Coca-Cola, radio, (señores de Tráfico, se han percatado, lo primero el cinturón), y hala, llave al contacto y todo lo demás.
Pero que no arranca, y que no arranca, y que no arranca. Cielos. Teléfono de emergencia: llamo al Melendi 2, porque para esto una es práctica y no tiene ni dignidad ni nada. Transcribo:
(Yo): -"Melendi 2, que el coche no arranca" - y doy a la llave de contacto quince veces más para que lo oiga.
(Melendi 2): -"###@@@@@~~~@###" - (por sí lo leen niños) - "ahora mismo bajo".
(Yo): - "Melendi 2, que no, que no estoy en el barrio, que estoy en el cole"
(Melendi 2): -“###@@@@@~~~@###, ahora voy, te devuelvo las pelas y me quedo con el coche”
(Yo): -"que no, que no, que ya llamo al seguro" (como lo contraté ayer y todavía no me lo han cobrado...)
(Melendi 2): -"###@@@@@~~~@###, que como vas a llamar al seguro, organización, quita todas las luces, emergencias, todo"
(Yo): -"que las emergencias no las puedo quitar"
(Melendi 2): - "Pedazo de burra, ¿has quitado el antirrobo?"
(Yo): -"¡Uy no! espera"
(La Luisi): -"Chas-chas, clic, Broooooum"
(Yo): - "Oye que gracias, que lo siento"
(Melendi 2): - "###@@@@@~~~@###"
Luego he sabido que el dormía plácidamente cuando yo he llamado .
Explico que mi coche tiene alarma pero solo luminosa, porque no suena, se quedó muda me imagino que al conectar por ejemplo los leds azules que ratean al ritmo de la música y que se encienden al abrir el maletero (es uno de mis últimos descubrimientos). O sea, cuando se activa el antirrobo, y esto ocurre, ahora lo sé, al meter la llave en la cerradura de la puerta, se encienden todas las intermitencias y se bloquea absolutamente el coche. La única manera de entrar al coche eludiendo la alarma y desactivarla si por error la has conectado es el mando de las narices (¡por dios que no lo pierda nunca, que yo soy muy dada y este año ya llevo tres tarjetas del banco!). Pero claro, lo dicho: eso lo sé ahora. He aquí la razón por la que hoy me he aguantado desde el desayuno hasta la comida, con el monotema de "La Esteban dice".
Esta tarde después de trabajar, estaba en la terraza de mi casa (también conocida como trastero de emergencia) cogiendo la comida para mi gato (ya he dicho que soy divorciada ¿verdad?) cuando he visto que La Esteban se dirigía a nuestro bar de cabecera (vivo a tiro de piedra de toda mi vida). Desde mi cuarto sin ascensor, fina como es una, le he dado una voz: "¡ESTEEBAAAAAN! (eban, eban, eban...)". Desde el llano me ha respondido "¿QUÉ HACEEEES? (aces, aces, aces...)". Yo: "AQUI, LIMPIAAAANDO (ando, ando, ando...), OYE, QUE SI QUIERES MAÑANA TE ACERCO A LA FERIA DE PINTOOOO (into, into, into...)". Ella "VALE, LO JODIDO VA A SER EL PERROOOO (erro, erro, erro...)". Yo: "NADAAA, NO TE PREOCUPES, YA NOS APAÑAREEEEEMOOOOS (emos, emos, emos...)". Así que mañana ya tengo plan. Que una es buena gente, y los Esteban - Melendi 2, más.
P.D.otra vez (van a empezar a ser más largos los P.D. que los post): Para los sarpullidos, lo mejor de todo Aloe Vera, pero vamos, cortas un trozo de planta y directamente a la cara. Es un poco asqueroso porque aunque los aficionados a la naturaleza dicen que es una gelatina, la verdad es que es como moco, pero hacedme caso, mano de santo.
Mi amiga la Esteban está enfadada conmigo y ha dejado de hablarme. Como ya os conté en el post "CUANTO DAÑO HACEN LOS POSTIZOS..." me quedé con el coche de su más que amigo, en adelante y para abreviar Melendi 2 (Melendi 1 es mi cuñado, y los dos son como Pin y Pon, solo les distingues por las coletas, pero ¿a que nadie sabe quien es Pin y quien es Pon?. Pues eso). Pero lo que no dije es que este coche tenía que ser para ella, porque se ha matriculado hace cuatro días en la autoescuela (para ser más exacta desde el día anterior a quedarme yo con el coche).
El coche en cuestión ni siquiera era del Melendi 2, era del hermano pequeño y único del Melendi 2, pero ya no lo usaba y se había convertido en el utilitario de la Esteban y su Melendi, a la espera de que ellos compraran otro coche. Siglos antes, el cuñado se lo había prometido a mi amiga la Esteban, porque, lo que son las madres vocacionales, como el chico es un poco calavera y jovencete, la Esteban le tiene adoptado (¡criatura!) y es un cariño materno filial mutuo, así que estaba más que encantada de quedarse con mi alhaja también conocida como Luisi. Además, estoy segura de ella misma ayudó a elegir parte del tuneado, porque ahora que lo pienso es muy de su estilo.
Como la Esteban se nos ha matriculado por tercera vez en diez años en la autoescuela, nadie nos la hemos tomado muy en serio (error tremendo, porque yo misma me he sacado el carnet en mi segunda (¿o también tercera?) matrícula en nueve años, así que va a batir mi record por nada). Y el excepticismo empezaba por su Melendi 2 y su adorado cuñado, y eso pica. Como diría ella y esto sí que es citar a los grandes "le toca la patata".
Pero que el Melendi 2, le haya dicho "churri, que con este no nos apañamos, que necesitamos otro, que somos cuatro y el perro" (Pastor Alemán, nada de chucho talla XS), ella lo acepta. Que el cuñado haya seguido las recomendaciones de su hermano mayor, ella lo acepta también. Pero que yo, la Irma, le haya salido rana y de esa manera sibilina le haya ganado la mano en el último momento y justo recién matriculada, yo que sabía la ilusión que la hacía, eso si que no lo puede perdonar. Así que acercándonos al fin de semana ha empezado a lanzar mensajes por la plazoleta del barrio (que viene a ser el hall de nuestro bar de cabecera), y ¿a quién mejor que a la tercera en discordia: mi compañera, y no sé por qué sin embargo amiga Cruela?. Un mensaje herido transmitido por Cruela puede ser como una profecía divina, pero de las de 666. Hoy viernes me ha tocado desayunarme con un: "que dice la Esteban que este fin de semana se quedan en casa porque como no tienen coche...que dice la Esteban que Lulú (su hija pequeña) está llorando porque no va a poder ir el fin de semana a ver a su padre a la feria de Pinto donde le toca trabajar, porque como no tienen coche... que dice la Esteban que no aguanta al perro porque no puede sacarle de casa con lo que está lloviendo, y que tampoco puede llevarlo a casa de sus suegros en Ambiciones, porque como no tienen coche..." (Lo de la lluvia lo entiendo, porque vale que al campo le hace muchísima falta, pero es que a mi misma está empezando a salirme líquen). Y este desayuno se me ha juntado con el almuerzo. La Cruela ha disfrutado como hacía tiempo.
Los mensajes "así-como-quien-no-quiere-la-cosa" se veían venir, porque al día siguiente de quedarme con el coche, el Melendi 2 vino a la oficina a buscar por internet precios de coches de alquiler de Pepe Car, con Lulú en brazos, y vosotros no conocéis a este bebé, pero es de anuncio, tan, tan bonita, y con una vocecilla... que una no puede por menos que sentir que le está quitando el chupete y tirándolo por el balcón de un sexto piso. De hecho entre los accesorios que trae mi Luisi, está su silla adaptada para bebé, restos de gusanitos rancios (que ya he pillado a mi hija reciclando ¿debería acercarme a mi gasolinera "Porque Yo Siempre Vuelvo" y probar el aspirador?) y un bodi también suyo que en un siglo pusieron a secar en la bandeja trasera y desde ahí sigue contemplando el tráfico de Madrid. Es imposible coger el coche y no sentir que eres mala con Lulú. Esa niña va a ser un peligro, tiene un poder temible, de hecho es la única que consigue hacer lo que quiere con la fiera Cruela, que en sus manos llega a convertirse en la abuelita de Piolín (he descubierto que en cualquier caso, yo sigo siendo Silvestre).
La menda, que para algunas cosas, intuición tiene, pensó que lo mejor era ser discreta y no molestar, no hurgar en la herida, así que he procurado aparcar el coche en sitios poco frecuentados en vez de en mi calle enfrente del bar de cabecera. Y estar calladita. Pero esta mañana de viernes he empezado con mal pié. ¿Alguien se ha dado cuenta de lo difícil que es tener control sobre el horario?. Cuando no tenía coche e iba al colegio en autobús, llegaba siempre casi tarde, rallando el “hoy no entráis”. Eso cambió con el coche, y empezamos a llegar puntuales como lo hacen las niñas (y niños) que tienen madres (y padres) (¿a qué parezco nacionalista?) con todo atado y bien atado (así compenso), y no a medio coger con alfileres, como viene a ser mi caso. Pero nos duró dos días, nuevamente hemos empezado a llegar al colegio justo cuando van a echar la llave, ¡y seguimos levantándonos a la misma hora!. No sé, misterios.
El caso es que hoy, sin venir a cuento, hemos llegado al cole en hora y como unas señoras. Lo de llegar en hora lo noto yo por dos razones: porque me encuentro con una pareja de padres espectaculares que han conseguido encontrar tiempo para llevar los dos juntos a su niña al cole todas las mañanas, a los que además conozco porque son compañeros de profesión y amigos del "intimo", así que a estos sí los ubico, y debe ser de los pocos saludos que yo gasto antes de entrar en el colegio. Y porque la ristra de coches aparcados llega hasta la curva donde me toca a mi dejar el mío y poner las luces de emergencia. Este si que es un pacto no hablado que todos respetamos: el último de la fila es el que las pone y así los demás se ahorran el gasto de batería. Después de la curva ya no se puede dejar ningún coche sin impedir el paso a los demás. Total, que hoy he podido decir hola a la pareja de padres ejemplares y dejar el coche en la mismita curva. Los otros coches que no tienen niños que vayan a este colegio han empezado a pitarme antes mismo de que saliéramos de la Luisi al mundo, ¡cómo habremos llegado de puntuales!.
A mi niña le toca pasar este finde con su padre, así que hoy la despedida ha sido un poco más sensible y larga, más besitos, más te quieros, más pásalos bien... y cuando he salido del patio del cole, con mi cigarro en boca, mi coche estaba solito, solito aislado en medio de la curva. Eso sí con las emergencias guiñando ojos como debe ser. He dado al botoncillo de abrir el coche y no ha funcionado, así que he intentado entrar usando la llave, pero resulta que ya estaba abierto porque se me había olvidado cerrarlo (este olvido también es culpa del estrés, que es como el bálsamo de Fierabrás, sirve para todo). Coche que pasa coche que pita, pero mira, en eso si que no me estreso, yo tranquila: cinturón, cigarrito al cenicero, chicle, traguito Coca-Cola, radio, (señores de Tráfico, se han percatado, lo primero el cinturón), y hala, llave al contacto y todo lo demás.
Pero que no arranca, y que no arranca, y que no arranca. Cielos. Teléfono de emergencia: llamo al Melendi 2, porque para esto una es práctica y no tiene ni dignidad ni nada. Transcribo:
(Yo): -"Melendi 2, que el coche no arranca" - y doy a la llave de contacto quince veces más para que lo oiga.
(Melendi 2): -"###@@@@@~~~@###" - (por sí lo leen niños) - "ahora mismo bajo".
(Yo): - "Melendi 2, que no, que no estoy en el barrio, que estoy en el cole"
(Melendi 2): -“###@@@@@~~~@###, ahora voy, te devuelvo las pelas y me quedo con el coche”
(Yo): -"que no, que no, que ya llamo al seguro" (como lo contraté ayer y todavía no me lo han cobrado...)
(Melendi 2): -"###@@@@@~~~@###, que como vas a llamar al seguro, organización, quita todas las luces, emergencias, todo"
(Yo): -"que las emergencias no las puedo quitar"
(Melendi 2): - "Pedazo de burra, ¿has quitado el antirrobo?"
(Yo): -"¡Uy no! espera"
(La Luisi): -"Chas-chas, clic, Broooooum"
(Yo): - "Oye que gracias, que lo siento"
(Melendi 2): - "###@@@@@~~~@###"
Luego he sabido que el dormía plácidamente cuando yo he llamado .
Explico que mi coche tiene alarma pero solo luminosa, porque no suena, se quedó muda me imagino que al conectar por ejemplo los leds azules que ratean al ritmo de la música y que se encienden al abrir el maletero (es uno de mis últimos descubrimientos). O sea, cuando se activa el antirrobo, y esto ocurre, ahora lo sé, al meter la llave en la cerradura de la puerta, se encienden todas las intermitencias y se bloquea absolutamente el coche. La única manera de entrar al coche eludiendo la alarma y desactivarla si por error la has conectado es el mando de las narices (¡por dios que no lo pierda nunca, que yo soy muy dada y este año ya llevo tres tarjetas del banco!). Pero claro, lo dicho: eso lo sé ahora. He aquí la razón por la que hoy me he aguantado desde el desayuno hasta la comida, con el monotema de "La Esteban dice".
Esta tarde después de trabajar, estaba en la terraza de mi casa (también conocida como trastero de emergencia) cogiendo la comida para mi gato (ya he dicho que soy divorciada ¿verdad?) cuando he visto que La Esteban se dirigía a nuestro bar de cabecera (vivo a tiro de piedra de toda mi vida). Desde mi cuarto sin ascensor, fina como es una, le he dado una voz: "¡ESTEEBAAAAAN! (eban, eban, eban...)". Desde el llano me ha respondido "¿QUÉ HACEEEES? (aces, aces, aces...)". Yo: "AQUI, LIMPIAAAANDO (ando, ando, ando...), OYE, QUE SI QUIERES MAÑANA TE ACERCO A LA FERIA DE PINTOOOO (into, into, into...)". Ella "VALE, LO JODIDO VA A SER EL PERROOOO (erro, erro, erro...)". Yo: "NADAAA, NO TE PREOCUPES, YA NOS APAÑAREEEEEMOOOOS (emos, emos, emos...)". Así que mañana ya tengo plan. Que una es buena gente, y los Esteban - Melendi 2, más.
P.D.otra vez (van a empezar a ser más largos los P.D. que los post): Para los sarpullidos, lo mejor de todo Aloe Vera, pero vamos, cortas un trozo de planta y directamente a la cara. Es un poco asqueroso porque aunque los aficionados a la naturaleza dicen que es una gelatina, la verdad es que es como moco, pero hacedme caso, mano de santo.
viernes, 20 de octubre de 2006
DEPRESIÓN Y BUENAS AMIGAS
Ayer estaba un poco depre y esto es rarísimo en mi. Vosotros me conocéis desde que tengo carnet, y eso es poquito tiempo, pero mi tendencia natural es la del acelere, eso lo he sabido yo de siempre.
Últimamente he empezado a notar cosillas raras, como palpitaciones y similares, así que fui al médico, y ya sabéis como son estas cosas: un médico te lleva a otro, y este a otro y a otro hasta que por fin te mandan a la ventanilla de citas para que tomen nota de tu nombre y te den fecha con el especialista para dentro unos tropecientos meses. Bueno, pues justo hace unos días cumplía el mes tropecientos y como estrenaba Luisi, pensé ¿qué mejor primer viaje que caminito de un hospital? (es que este coche parece normal por fuera, pero de verdad que por dentro es muy raro).
La especialista me inspeccionó por todos los lados posibles, me preguntó toda mi vida y finalmente llegó a la conclusión de que lo que yo tengo es estrés, no ansiedad ni dolencias más concretas ni con más clase, no: ESTRÉS, que digo yo que si para esto tanto y que cómo me lo curo, que si la receta del balneario la cubre la Seguridad Social.
El caso es que a mi tener palpitaciones no me importa mucho porque pasa dentro y no se vé, pero ayer por la mañana me levanté con un sarpullido estupendo en la cara que no me dejaba ni pestañear sin que me escociera, (esto también es por culpa del estrés), y ya os digo, yo por aquí si que no paso, porque poquito a poco y con tenacidad he ido juntando un pequeño capitalito en cremas para hacer que los yas parezcan aun todavías, no puedo consentir que el estrés venga a arruinar mi esfuerzo de esta manera. Estoy dispuesta hasta a dejar de fumar (seguro que me hacen la ola en el patio del colegio de mi hija) y la Coca Cola si hace falta, lo que sea.
Así que yo que me había previsto esa mañana minifaldera, de repente me sentí sin ánimo y acabé echando mano de un abriguillo de punto reconvertido en vestido con capucha, al que tuve mucho aprecio en temporadas pasadas y que descubrí hace un par de semanas guardando la ropa de verano y sacando la de invierno. Yo ya sé de otras vez que esto no debe hacerse nunca, son tres errores de principiante: el primero es que no hay que dejarse llevar por el estado de ánimo a la baja nunca, pero jamás, jamás en temas de armario (ni para salir de él, hacedme caso). Segundo error: modificar la elección de vestuario en el último momento, porque después ya no queda tiempo material para subsanar el desaguisado y te toca apechugar todo el día con lo que te has puesto, y por último el tercero pero el más gordo: si no te has puesto algo en quince años siempre es por una razón buenísima, que los milagros no existen, son milongas, y menos en un trastero, como mucho sale moho, pero eso no es extraordinario ni en un desván ni en mi nevera.
Resumiendo, que o el abrigo había crecido (¡milagro!) o yo he menguado, que ya no me extrañaría, pero de verdad que casi lo arrastraba, y aquí el ejemplo de lo que os contaba: como ha sido una decisión improvisada tomada a última hora, ya no me daba tiempo a cambiarme de nuevo. Así que con la cara abarrotada de granitos rojos, y esta cosa puesta, con mi depre en alza totalmente falta de espíritu enfilé para el trabajo, previa escala habitual en el colegio. Pues, como dijo el sabio (y podría haber sido el de Hortaleza) sabed que todo lo que es susceptible de empeorar, empeora. De manera totalmente imprevista se me vino a sumar a lo mío, la entrada en ese ciclo de días especiales que toda mujer de mi edad (o aledañas) tenemos en el mes. Esto suele ser siempre una magnífica noticia para mi porque implica que no voy ampliar el índice de natalidad de este país, y al fin y al cabo yo ya he hecho mi propia aportación para mi futura pensión, que he puesto a mi hija en el mundo para que dentro de muchos, pero que muchos años yo pueda cobrarla; pero ¿por dios, por qué tiene que manifestarse en un día así?.
Yo aguanté lo que puede, pero al final, dirigiéndome a mi compañera de trabajo, y os juro que no sé por qué, sin embargo amiga, Cruela inicié un spitch de autoestímulo de esos de: “jo, es que hoy estoy bajilla de moral, es que no sé ni como poner la cara para que no me pique, encima creo que he menguado…” pero para eso está ella, dispuesta a no dejar caer a nadie en la autocompasión, cómo un látigo azotando a los infieles para que el espírtu se eleve, y he aquí su considerada sentencia: “es que no me extraña, como diría mi suegra, hoy te ha vestido tu peor enemiga, esto que llevas tíralo, que ya no tiene ni gracia”. Os aseguro que no me puse a llorar, pues porque pa qué, pero no sería por falta de ánimos. Hay días en los que me encantaría salir de la oficina e irme al Caribe, pero como lo trivial no deja sitio para lo importante, me fui dispuesta a subirme a MI COCHE e ir a toda leche a hacerle el seguro a terceros, que todavía era una cuestión pendiente, aunque yo pensaba que tal y como iba el día, era probable que llegara a la aseguradora con el volante marca Luisi de sombrero (de collar imposible, es tan pequeño que la cabeza no me cabe dentro) diciendo, "que no, que nada, que ya no hace me falta". Eso sí, me acompañó la Cruela.
P.D. Aprovecho para enviar un saludillo a mi madre, fiel lectora y bastante responsable de que yo haya salido un poco marciana: Mami, que te quiero mucho pese a lo que me gusta chincharte!. También a mi padre, que es irrepetible, un santo con un puntillo de mala leche. Y a la Cruela por ser tan burra (¡no cambies nunca!). Y mi enhorabuena a mi querida casi hermana Raquela, (¡nena el algodón no sé pero el tarot no engaña!). Agradecimientos a los que me dejáis comentarios, gracias por tomaros la molestia, me encanta leeros y me suponéis siempre un subidón, salvo alguien con nombre Lur, que viene a poner en alto un pensamiento que yo no quiero ni considerar. (¿A que parece que me han dado un Oscar?).
Últimamente he empezado a notar cosillas raras, como palpitaciones y similares, así que fui al médico, y ya sabéis como son estas cosas: un médico te lleva a otro, y este a otro y a otro hasta que por fin te mandan a la ventanilla de citas para que tomen nota de tu nombre y te den fecha con el especialista para dentro unos tropecientos meses. Bueno, pues justo hace unos días cumplía el mes tropecientos y como estrenaba Luisi, pensé ¿qué mejor primer viaje que caminito de un hospital? (es que este coche parece normal por fuera, pero de verdad que por dentro es muy raro).
La especialista me inspeccionó por todos los lados posibles, me preguntó toda mi vida y finalmente llegó a la conclusión de que lo que yo tengo es estrés, no ansiedad ni dolencias más concretas ni con más clase, no: ESTRÉS, que digo yo que si para esto tanto y que cómo me lo curo, que si la receta del balneario la cubre la Seguridad Social.
El caso es que a mi tener palpitaciones no me importa mucho porque pasa dentro y no se vé, pero ayer por la mañana me levanté con un sarpullido estupendo en la cara que no me dejaba ni pestañear sin que me escociera, (esto también es por culpa del estrés), y ya os digo, yo por aquí si que no paso, porque poquito a poco y con tenacidad he ido juntando un pequeño capitalito en cremas para hacer que los yas parezcan aun todavías, no puedo consentir que el estrés venga a arruinar mi esfuerzo de esta manera. Estoy dispuesta hasta a dejar de fumar (seguro que me hacen la ola en el patio del colegio de mi hija) y la Coca Cola si hace falta, lo que sea.
Así que yo que me había previsto esa mañana minifaldera, de repente me sentí sin ánimo y acabé echando mano de un abriguillo de punto reconvertido en vestido con capucha, al que tuve mucho aprecio en temporadas pasadas y que descubrí hace un par de semanas guardando la ropa de verano y sacando la de invierno. Yo ya sé de otras vez que esto no debe hacerse nunca, son tres errores de principiante: el primero es que no hay que dejarse llevar por el estado de ánimo a la baja nunca, pero jamás, jamás en temas de armario (ni para salir de él, hacedme caso). Segundo error: modificar la elección de vestuario en el último momento, porque después ya no queda tiempo material para subsanar el desaguisado y te toca apechugar todo el día con lo que te has puesto, y por último el tercero pero el más gordo: si no te has puesto algo en quince años siempre es por una razón buenísima, que los milagros no existen, son milongas, y menos en un trastero, como mucho sale moho, pero eso no es extraordinario ni en un desván ni en mi nevera.
Resumiendo, que o el abrigo había crecido (¡milagro!) o yo he menguado, que ya no me extrañaría, pero de verdad que casi lo arrastraba, y aquí el ejemplo de lo que os contaba: como ha sido una decisión improvisada tomada a última hora, ya no me daba tiempo a cambiarme de nuevo. Así que con la cara abarrotada de granitos rojos, y esta cosa puesta, con mi depre en alza totalmente falta de espíritu enfilé para el trabajo, previa escala habitual en el colegio. Pues, como dijo el sabio (y podría haber sido el de Hortaleza) sabed que todo lo que es susceptible de empeorar, empeora. De manera totalmente imprevista se me vino a sumar a lo mío, la entrada en ese ciclo de días especiales que toda mujer de mi edad (o aledañas) tenemos en el mes. Esto suele ser siempre una magnífica noticia para mi porque implica que no voy ampliar el índice de natalidad de este país, y al fin y al cabo yo ya he hecho mi propia aportación para mi futura pensión, que he puesto a mi hija en el mundo para que dentro de muchos, pero que muchos años yo pueda cobrarla; pero ¿por dios, por qué tiene que manifestarse en un día así?.
Yo aguanté lo que puede, pero al final, dirigiéndome a mi compañera de trabajo, y os juro que no sé por qué, sin embargo amiga, Cruela inicié un spitch de autoestímulo de esos de: “jo, es que hoy estoy bajilla de moral, es que no sé ni como poner la cara para que no me pique, encima creo que he menguado…” pero para eso está ella, dispuesta a no dejar caer a nadie en la autocompasión, cómo un látigo azotando a los infieles para que el espírtu se eleve, y he aquí su considerada sentencia: “es que no me extraña, como diría mi suegra, hoy te ha vestido tu peor enemiga, esto que llevas tíralo, que ya no tiene ni gracia”. Os aseguro que no me puse a llorar, pues porque pa qué, pero no sería por falta de ánimos. Hay días en los que me encantaría salir de la oficina e irme al Caribe, pero como lo trivial no deja sitio para lo importante, me fui dispuesta a subirme a MI COCHE e ir a toda leche a hacerle el seguro a terceros, que todavía era una cuestión pendiente, aunque yo pensaba que tal y como iba el día, era probable que llegara a la aseguradora con el volante marca Luisi de sombrero (de collar imposible, es tan pequeño que la cabeza no me cabe dentro) diciendo, "que no, que nada, que ya no hace me falta". Eso sí, me acompañó la Cruela.
P.D. Aprovecho para enviar un saludillo a mi madre, fiel lectora y bastante responsable de que yo haya salido un poco marciana: Mami, que te quiero mucho pese a lo que me gusta chincharte!. También a mi padre, que es irrepetible, un santo con un puntillo de mala leche. Y a la Cruela por ser tan burra (¡no cambies nunca!). Y mi enhorabuena a mi querida casi hermana Raquela, (¡nena el algodón no sé pero el tarot no engaña!). Agradecimientos a los que me dejáis comentarios, gracias por tomaros la molestia, me encanta leeros y me suponéis siempre un subidón, salvo alguien con nombre Lur, que viene a poner en alto un pensamiento que yo no quiero ni considerar. (¿A que parece que me han dado un Oscar?).
jueves, 19 de octubre de 2006
CUANTO DAÑO HACEN LOS POSTIZOS: LA LUISI
Sí señores míos, vuelvo a ser conductora con herramienta, y esta vez es mía propia, y yo, cual Scarlet O’Hara, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a ser peatona.
Ayer por fin compré y me dieron mi primer coche mío de verdad y no prestado. Cuando me lo pedí hace cuatro meses, (porque no lo pagué hasta ayer), ni se me ocurrió probarlo, fue verlo y quedarme enamoradita de él. Como explicaros, un coche que tiene todos los extras posibles que os podáis imaginar, blanquito total como si fuera ibicenco. Un coche con once años y el look de ayer mismo. Y con matrícula de Madrid, algo que me hace muchísima ilusión porque yo soy de fuera pero llevo ya tantos años aquí, que me apetece mimetizarme con el ambiente, y además quiero salir a cualquier lado y que me tengan miedo y eso sí que lo hace una matrícula con una M (y si además tiene una L como la mía, ni te cuento).
Yo he comprado muchísimo, especialmente ropa y complementos, pero coches, pues jamás de los jamases, así que enfrenté esta compra de una manera absolutamente técnica, y lo más profesional posible, para que se me notara entendida y no intentaran colocarme un cochecito de feria. Es decir, batiendo palmas y diciendo, “mola, mola, mola, ¿y que tiene?” y lo tenía todo (y más que voy apreciando) pero que yo supiera cuando dije, “vale, me lo quedo“: elevalunas eléctrico, cierre centralizado, alarma, asientos forrados en eskay negro, (con los logos de volkswagen, eso sí), radio con frontal extraíble, cristales tintados y un volante deportivo de marca Luisi (¿la conociáis?) que me dejó anonadada.
Lo que pasa siempre después de dar un paso irremediable: empecé a ver más extras con bastante menos gusto (eso pasa cuando das un paso irremediable y cuando tienes a tu lado a una amiga como mi amiga Cruela que es experta en esto): seguros del coche y lavalunas (este nombre técnico lo conozco de mi autoescuela, pero como para mí fue una sorpresa, os explico que son los dos pivotitos que tienes delante sobre la chapa por donde sale agua para lavar el parabrisas) pues en este coche eran como todos pero muy historiados y en cromado, y el tintado de los cristales es de un color azul eléctrico que asusta. Oh! Dios! Mi amiga Cruela me abrió los ojos: “has comprado un coche tuneado y encima por un hortera“, mi amigo (el íntimo) solo dijo: “qué macarra es“.
Y lo peor es que tienen razón. Pero a mi, al fin y al cabo, eso me hacía hasta gracia, porque a mi me encanta lo pintoresco. Empecé a ver encanto en lo hortera y lo macarra, y claro, mi Luisi (ese volante tiene un nombre irresistible) se lleva un premio. Pero no entendí necesario conducirlo: ciento veinte mil kilómetros en once años está genial, me costaba ochocientos euros, que es lo mismo que le daban con el plan renove al propietario, que para más INRI es un amigo, el más que íntimo de mi amiga Esteban (en realidad no es su nombre, pero Cruela y yo la llamamos Belén Esteban porque tienen el mismo desparpajo y la misma apabullante clase, es igual de madre coraje y tampoco se pierde un sarao si puede evitarlo, ahora quiere que vayamos un día a cenar a un japonés, pero como que no la vemos).
El caso es que como yo tenía el carné recien sacado de esa misma mañana, pues me daba mucha cosilla conducirlo, que no me atrevía, que me parecía a mi que lo iba a romper. ¡Y menos mal que no lo cogí en ese momento! Si lo hubiera hecho me hubiera estampado nada más poner la llave en el contacto. Hoy casi me pasa, y ya llevo un mes conduciendo, ¡si soy una experta!. Mi amigo (el otro, el que es más que íntimo de la Esteban) se ofreció a dejarle como salió del concesionario, por ejemplo cambiándole el volante, pero yo dije “¡no, mi volante Luisi ni se toca!” y así se quedó la cosa.
El asunto es que mi coche (qué gusto me da escribirlo), decía que MI COCHE está tuneado de auténticas chorradas visibles, pero ¡ay dios, lo que no se ve!. Os cuento la experiencia: Me dirijo al coche, pulso el botoncito grande del llavero y se suben los seguros después de hacer “chas-chas” (música para mis oídos). Meto la llave en el contacto, y cuando voy a pisar los pedales veo que los tres están pegaditos, pegaditos, quito el freno de mano, y sin mirar echo mano de la palanca de cambios que no encuentro por ninguna parte: resulta que según me contó luego el más que amigo de la Esteban, mi Luisi tiene un modelo de palanca deportivo. O lo que es lo mismo está serrada, y es muchísimo más corta que lo normal, así que mientras conduces vas tan inclinada que parece que estás intentando coger algo que se te ha caído a un lado del asiento. El asiento. El fantástico asiento forrado en eskay negro (con el logo de Volkswagen eso sí), no transpira. Sacad conclusiones de cómo se me van a quedar las nalgas en la terapia exfoliante.
Pese a todo, respiré hondo y giré el volante para sacarlo a la carretera: no podía con él, ¡no tiene dirección asistida! (como dijo Cruela: “y que esperabas, con los años que tiene, acuérdate de mi Fiat, bla, bla, bla”, pues no señor: “JO, TÍA, QUÉ PUTADA”). Y encima es mucho más pequeño que los demás (pregunta: por qué cuando algo es deportivo es mucho más pequeño, y que no falla: Alonso, Pedrosa... La excepción es Sete, él si parece buen mozo, pero claro, deportivo, deportivo, para las tortas de campeonato. En fin que me disperso). Como el volante marca Luisi es más pequeño, hay que girarlo más veces, y eso sin dirección asistida me va a poner los bíceps como los de Brigitte Nielsen. Pese a todo yo conseguí sacar el coche. Entonces me fijo en mi planta al volante, recogidita en un Volkswagen Polo, con las rodillas pegaditas sin que corra el aire, como la Señorita Pepis, que intentaba pisar un pedal con mis botas de agua y pisaba dos, con las manitas bien juntas como si sujetara una galleta, y medio calléndome para un lado cada vez que intentaba cambiar de marcha. Una pena, no os lo podéis imaginar. Por no hablar de que pisar dos pedales a la vez (mayormente freno y acelerador), es como para habernos matado. Después me he enterado de que los pedales también son deportivos (qué curioso, justo esto lo hacen más grande y lo ponen en un coche que es a penas una talla más grande que un micromachine).
Total que he pensado que si todo esto se ha podido poner, también se podrá quitar y he quedado para este domingo con mi amigo (el otro, el que es más que íntimo de la Esteban) para destunearle el deportivo a mi coche y dejarle de andar por casa, empezando por el increíble volante marca Luisi. La próxima vez que me compre un coche voy a empezar por pedir “por favor, dime lo que no tiene”.
Ayer por fin compré y me dieron mi primer coche mío de verdad y no prestado. Cuando me lo pedí hace cuatro meses, (porque no lo pagué hasta ayer), ni se me ocurrió probarlo, fue verlo y quedarme enamoradita de él. Como explicaros, un coche que tiene todos los extras posibles que os podáis imaginar, blanquito total como si fuera ibicenco. Un coche con once años y el look de ayer mismo. Y con matrícula de Madrid, algo que me hace muchísima ilusión porque yo soy de fuera pero llevo ya tantos años aquí, que me apetece mimetizarme con el ambiente, y además quiero salir a cualquier lado y que me tengan miedo y eso sí que lo hace una matrícula con una M (y si además tiene una L como la mía, ni te cuento).
Yo he comprado muchísimo, especialmente ropa y complementos, pero coches, pues jamás de los jamases, así que enfrenté esta compra de una manera absolutamente técnica, y lo más profesional posible, para que se me notara entendida y no intentaran colocarme un cochecito de feria. Es decir, batiendo palmas y diciendo, “mola, mola, mola, ¿y que tiene?” y lo tenía todo (y más que voy apreciando) pero que yo supiera cuando dije, “vale, me lo quedo“: elevalunas eléctrico, cierre centralizado, alarma, asientos forrados en eskay negro, (con los logos de volkswagen, eso sí), radio con frontal extraíble, cristales tintados y un volante deportivo de marca Luisi (¿la conociáis?) que me dejó anonadada.
Lo que pasa siempre después de dar un paso irremediable: empecé a ver más extras con bastante menos gusto (eso pasa cuando das un paso irremediable y cuando tienes a tu lado a una amiga como mi amiga Cruela que es experta en esto): seguros del coche y lavalunas (este nombre técnico lo conozco de mi autoescuela, pero como para mí fue una sorpresa, os explico que son los dos pivotitos que tienes delante sobre la chapa por donde sale agua para lavar el parabrisas) pues en este coche eran como todos pero muy historiados y en cromado, y el tintado de los cristales es de un color azul eléctrico que asusta. Oh! Dios! Mi amiga Cruela me abrió los ojos: “has comprado un coche tuneado y encima por un hortera“, mi amigo (el íntimo) solo dijo: “qué macarra es“.
Y lo peor es que tienen razón. Pero a mi, al fin y al cabo, eso me hacía hasta gracia, porque a mi me encanta lo pintoresco. Empecé a ver encanto en lo hortera y lo macarra, y claro, mi Luisi (ese volante tiene un nombre irresistible) se lleva un premio. Pero no entendí necesario conducirlo: ciento veinte mil kilómetros en once años está genial, me costaba ochocientos euros, que es lo mismo que le daban con el plan renove al propietario, que para más INRI es un amigo, el más que íntimo de mi amiga Esteban (en realidad no es su nombre, pero Cruela y yo la llamamos Belén Esteban porque tienen el mismo desparpajo y la misma apabullante clase, es igual de madre coraje y tampoco se pierde un sarao si puede evitarlo, ahora quiere que vayamos un día a cenar a un japonés, pero como que no la vemos).
El caso es que como yo tenía el carné recien sacado de esa misma mañana, pues me daba mucha cosilla conducirlo, que no me atrevía, que me parecía a mi que lo iba a romper. ¡Y menos mal que no lo cogí en ese momento! Si lo hubiera hecho me hubiera estampado nada más poner la llave en el contacto. Hoy casi me pasa, y ya llevo un mes conduciendo, ¡si soy una experta!. Mi amigo (el otro, el que es más que íntimo de la Esteban) se ofreció a dejarle como salió del concesionario, por ejemplo cambiándole el volante, pero yo dije “¡no, mi volante Luisi ni se toca!” y así se quedó la cosa.
El asunto es que mi coche (qué gusto me da escribirlo), decía que MI COCHE está tuneado de auténticas chorradas visibles, pero ¡ay dios, lo que no se ve!. Os cuento la experiencia: Me dirijo al coche, pulso el botoncito grande del llavero y se suben los seguros después de hacer “chas-chas” (música para mis oídos). Meto la llave en el contacto, y cuando voy a pisar los pedales veo que los tres están pegaditos, pegaditos, quito el freno de mano, y sin mirar echo mano de la palanca de cambios que no encuentro por ninguna parte: resulta que según me contó luego el más que amigo de la Esteban, mi Luisi tiene un modelo de palanca deportivo. O lo que es lo mismo está serrada, y es muchísimo más corta que lo normal, así que mientras conduces vas tan inclinada que parece que estás intentando coger algo que se te ha caído a un lado del asiento. El asiento. El fantástico asiento forrado en eskay negro (con el logo de Volkswagen eso sí), no transpira. Sacad conclusiones de cómo se me van a quedar las nalgas en la terapia exfoliante.
Pese a todo, respiré hondo y giré el volante para sacarlo a la carretera: no podía con él, ¡no tiene dirección asistida! (como dijo Cruela: “y que esperabas, con los años que tiene, acuérdate de mi Fiat, bla, bla, bla”, pues no señor: “JO, TÍA, QUÉ PUTADA”). Y encima es mucho más pequeño que los demás (pregunta: por qué cuando algo es deportivo es mucho más pequeño, y que no falla: Alonso, Pedrosa... La excepción es Sete, él si parece buen mozo, pero claro, deportivo, deportivo, para las tortas de campeonato. En fin que me disperso). Como el volante marca Luisi es más pequeño, hay que girarlo más veces, y eso sin dirección asistida me va a poner los bíceps como los de Brigitte Nielsen. Pese a todo yo conseguí sacar el coche. Entonces me fijo en mi planta al volante, recogidita en un Volkswagen Polo, con las rodillas pegaditas sin que corra el aire, como la Señorita Pepis, que intentaba pisar un pedal con mis botas de agua y pisaba dos, con las manitas bien juntas como si sujetara una galleta, y medio calléndome para un lado cada vez que intentaba cambiar de marcha. Una pena, no os lo podéis imaginar. Por no hablar de que pisar dos pedales a la vez (mayormente freno y acelerador), es como para habernos matado. Después me he enterado de que los pedales también son deportivos (qué curioso, justo esto lo hacen más grande y lo ponen en un coche que es a penas una talla más grande que un micromachine).
Total que he pensado que si todo esto se ha podido poner, también se podrá quitar y he quedado para este domingo con mi amigo (el otro, el que es más que íntimo de la Esteban) para destunearle el deportivo a mi coche y dejarle de andar por casa, empezando por el increíble volante marca Luisi. La próxima vez que me compre un coche voy a empezar por pedir “por favor, dime lo que no tiene”.
miércoles, 18 de octubre de 2006
PEATONA AGAIN: QUE DIFÍCIL SER VALIENTE
Hay dichos que tocan las narices. Por ejemplo: “Siempre llueve cuando no hay escuela”. ¿Quién dijo eso? ¿alguien que no tenía niños?. En el último post os contaba que mi amigo (el Íntimo) había vuelto de las antípodas y que todo había ido sobre ruedas (nunca mejor dicho), que pese a su regreso y a volver a irse de viaje yo seguía siendo de depositaría de ese tesoro con ruedas que es su coche. Bueno, pues eso fue antes de que leyera este blog.
Pero no tiene nada que ver con que se le hayan podido poner los pelos como escarpias conociendo mis habilidades con el freno de mano, o con el hecho de que os haya contado a todos las intimidades que guarda en su coche... Ni siquiera con que se lo haya devuelto frito en su propio aceite requemado, que no le he dejado dentro ni para manchar la varilla, ni sin pastillas de freno (de esto estoy segura, porque no lo supo hasta que puso la llave de contacto para llevárselo). No mi amigo National Geographic es un hombre por encima de lo material: me he quedado sin coche por la casualidad de que le han fallado todas las otras maneras de irse de viaje, vamos, toda una suerte la mía (y la suya, por cierto, que le va a costar un dineral recomponer su coche). Y sí, ya sé que realmente los indicios apuntan a otras causas, que yo he pensado lo mismo que vosotros.
Así que ayer noche volví al triste grado de peatona. Mi amiga Cruela (tiene una blog buenísima aquí al lado con sus crueles pensamientos) y que es cualquier cosa menos sutil y cariñosa, me ha pasado una mano por el lomo y me ha dicho, “no sé por qué te pones así, si ya lo sabías, si el coche no es tuyo, si se va de viaje...” ¡bobadas!. Esa no es manera de consolar a una amiga, se hace frente común y se dice la frase estándar, a saber: “jo, tía, qúe putada”. Con esa dulce voz que se le queda a una cuando no le sale la voz del cuerpo, contesté a la llamada de mi amigo (el Íntimo) diciendo, “no hombre no, no pasa nada, si el coche es tuyo...” ¡qué lagrimones por dentro! ¡qué juramentos no aptos para páginas que pueden leer los niños! (porque los niños llegan a cualquier web de internet). Triste y pesarosa, arrastrando los pies como marine americano por tierras de Irak, me dirigí al que dejaba de ser mi coche a vaciarlo de todas mis pertenencias, y ya sabéis que no eran pocas, no, ¡dos viajes tuve que hacer con mi ropa, neceseres y “por si acasos”, con la sillita adaptada para niños, con mi L arrastras.
Para cuando llegaba al portal de mi casa, empezaban a caer las primeras gotas de lluvia, que yo pensaba que hasta el tiempo se hacía eco de mi ánimo. Una hora más tarde no tenía ni llaves de coche, ¡con lo bonitas que son las llaves de cabecita negra!, así andaba mi moral, y la de mi amigo (el Íntimo) no debía sentirse mejor, porque ni siquiera quiso entrar en casa cuando vino a buscar las llaves (claro que hace muchísimo también el hecho de que mi hija estuviera dentro, los hijos y las blogs pueden ser dos auténticos repelentes de amigos íntimos). Esto me quitó hasta el ánimo de escribir mi post de memorias y parte del sueño, porque a eso de las tres de la mañana, yo seguía despierta repasando mentalmente el camino al cole en autobús y lo que es más importante el estricto horario para no perder turno y evitar llegar tarde al colegio cómo tantas y tantas veces en mis periplos peatonales.
Esa hora era cuando me percaté de que seguía lloviendo pero de una forma exagerada, vale que intentara acompañar mi ánimo, pero francamente, no era para tanto, además estoy a punto de conseguir un coche que tengo apalabrado desde junio (el mismo día en que aprobé el examen práctico), no voy a estar mucho tiempo en este estado, y además mi amigo (el íntimo) es muy majete, y si él dice que no ha podido evitarlo, es cierto del todo, estoy segura, si ya me extrañaba a mi...
A las cuatro seguía lloviendo a mares y a las siete de la mañana, íbamos camino del diluvio y empezaban a verse por las calles parejas de animalitos en fila india camino de algún sitio concreto.
A las siete y cuarto llamé a teletaxi para que vinieran a buscarnos a mi niña y a mi para llevarnos al colegio, porque no sé si habéis oído hablar de los míticos atascos de Madrid cuando caen dos gotas de agua, pues lo que no dicen además es que en esos días de precipitaciones los autobuses desaparecen de las calles, y de vez en cuando una cree ver una alucinación con forma de vehículo grande rojo, borroso entre la cortina de agua, que pasa a toda leche salpicando champlazos de agua y sin detenerse porque ya no pueden alojar dentro ni un alfiler de cabeza reducida (como los jíbaros).
A la hora pactada, el taxi llamaba a mi telefonillo, veinte minutos más tarde afrontábamos la calle del colegio, y para entonces yo ya había tomado una determinación: resuelta, con la mirada firme le dije al taxista, “espéreme aquí dos segundos que vamos a hacer otro trayecto“, y con voz un poco menos firme “¿tendría cambio de cincuenta?” porque yo ya conozco como son los taxista cuando les pillas con billetazo y más si es a primera hora del día, que todavía no han hecho caja. Tuve suerte. Subimos corriendo las escaleras del cole, y más rápido aun las bajé de nuevo y me metí en el taxi, y dije “a la Caixa” (y añadí la dirección del mítico cajero de mi barrio con vistas a la rotonda), cuarenta minutos, treinta kilómetros de vuelta por Madrid eludiendo el atasco ineludible, y una llamada de teléfono al trabajo avisando de que llegaría tarde después, entendía porque al taxista no le preocupaba no tener vueltas para mi billete de cincuenta euros ¡para lo que me iba a sobrar!, pero por fin estaba en el banco.
Entré y dije “Hola Luís, dame ochocientos euros” (snif, mis ahorrillos, que ya sé que no parece mucho, pero como todas las estresadas hago terapia de shopping y además soy divorciada con hipoteca, que no sabéis lo que es eso), se puso a trastear en el ordenador, que parecía que estuviera escribiendo estas memorias, y mientras tanto yo llamé por teléfono al propietario de mi futuro coche, y sacando esa vocecilla dulce que ya he mencionado antes, dije “oye, que aunque no tengas aun coche nuevo y te deje sin él para llevar a tus niñas, una de once años y otra de catorce meses al colegio, ¿te importaría que te pagara hoy el coche y ya me quedara con él? Es que mi amigo (el íntimo) se ha llevado el suyo de viaje, pero oye, que hay confianza, si no te viene bien, tú me lo dices...”.
Y después de eso, cogí mi sobre con el dinero y me fui andando los casi quinientos metros que separan mi Caixa de mi oficina, empapándome bajo la lluvia porque me he dejado en el que hasta ahora fue mi coche y ahora vuelve a ser de mi amigo (el Íntimo), mi paraguas naranja de Pertegaz, el de mi hija de Mickey Mouse, y mi tortuguita rosa (que me tenía que dar mucha suerte).
Pero no tiene nada que ver con que se le hayan podido poner los pelos como escarpias conociendo mis habilidades con el freno de mano, o con el hecho de que os haya contado a todos las intimidades que guarda en su coche... Ni siquiera con que se lo haya devuelto frito en su propio aceite requemado, que no le he dejado dentro ni para manchar la varilla, ni sin pastillas de freno (de esto estoy segura, porque no lo supo hasta que puso la llave de contacto para llevárselo). No mi amigo National Geographic es un hombre por encima de lo material: me he quedado sin coche por la casualidad de que le han fallado todas las otras maneras de irse de viaje, vamos, toda una suerte la mía (y la suya, por cierto, que le va a costar un dineral recomponer su coche). Y sí, ya sé que realmente los indicios apuntan a otras causas, que yo he pensado lo mismo que vosotros.
Así que ayer noche volví al triste grado de peatona. Mi amiga Cruela (tiene una blog buenísima aquí al lado con sus crueles pensamientos) y que es cualquier cosa menos sutil y cariñosa, me ha pasado una mano por el lomo y me ha dicho, “no sé por qué te pones así, si ya lo sabías, si el coche no es tuyo, si se va de viaje...” ¡bobadas!. Esa no es manera de consolar a una amiga, se hace frente común y se dice la frase estándar, a saber: “jo, tía, qúe putada”. Con esa dulce voz que se le queda a una cuando no le sale la voz del cuerpo, contesté a la llamada de mi amigo (el Íntimo) diciendo, “no hombre no, no pasa nada, si el coche es tuyo...” ¡qué lagrimones por dentro! ¡qué juramentos no aptos para páginas que pueden leer los niños! (porque los niños llegan a cualquier web de internet). Triste y pesarosa, arrastrando los pies como marine americano por tierras de Irak, me dirigí al que dejaba de ser mi coche a vaciarlo de todas mis pertenencias, y ya sabéis que no eran pocas, no, ¡dos viajes tuve que hacer con mi ropa, neceseres y “por si acasos”, con la sillita adaptada para niños, con mi L arrastras.
Para cuando llegaba al portal de mi casa, empezaban a caer las primeras gotas de lluvia, que yo pensaba que hasta el tiempo se hacía eco de mi ánimo. Una hora más tarde no tenía ni llaves de coche, ¡con lo bonitas que son las llaves de cabecita negra!, así andaba mi moral, y la de mi amigo (el Íntimo) no debía sentirse mejor, porque ni siquiera quiso entrar en casa cuando vino a buscar las llaves (claro que hace muchísimo también el hecho de que mi hija estuviera dentro, los hijos y las blogs pueden ser dos auténticos repelentes de amigos íntimos). Esto me quitó hasta el ánimo de escribir mi post de memorias y parte del sueño, porque a eso de las tres de la mañana, yo seguía despierta repasando mentalmente el camino al cole en autobús y lo que es más importante el estricto horario para no perder turno y evitar llegar tarde al colegio cómo tantas y tantas veces en mis periplos peatonales.
Esa hora era cuando me percaté de que seguía lloviendo pero de una forma exagerada, vale que intentara acompañar mi ánimo, pero francamente, no era para tanto, además estoy a punto de conseguir un coche que tengo apalabrado desde junio (el mismo día en que aprobé el examen práctico), no voy a estar mucho tiempo en este estado, y además mi amigo (el íntimo) es muy majete, y si él dice que no ha podido evitarlo, es cierto del todo, estoy segura, si ya me extrañaba a mi...
A las cuatro seguía lloviendo a mares y a las siete de la mañana, íbamos camino del diluvio y empezaban a verse por las calles parejas de animalitos en fila india camino de algún sitio concreto.
A las siete y cuarto llamé a teletaxi para que vinieran a buscarnos a mi niña y a mi para llevarnos al colegio, porque no sé si habéis oído hablar de los míticos atascos de Madrid cuando caen dos gotas de agua, pues lo que no dicen además es que en esos días de precipitaciones los autobuses desaparecen de las calles, y de vez en cuando una cree ver una alucinación con forma de vehículo grande rojo, borroso entre la cortina de agua, que pasa a toda leche salpicando champlazos de agua y sin detenerse porque ya no pueden alojar dentro ni un alfiler de cabeza reducida (como los jíbaros).
A la hora pactada, el taxi llamaba a mi telefonillo, veinte minutos más tarde afrontábamos la calle del colegio, y para entonces yo ya había tomado una determinación: resuelta, con la mirada firme le dije al taxista, “espéreme aquí dos segundos que vamos a hacer otro trayecto“, y con voz un poco menos firme “¿tendría cambio de cincuenta?” porque yo ya conozco como son los taxista cuando les pillas con billetazo y más si es a primera hora del día, que todavía no han hecho caja. Tuve suerte. Subimos corriendo las escaleras del cole, y más rápido aun las bajé de nuevo y me metí en el taxi, y dije “a la Caixa” (y añadí la dirección del mítico cajero de mi barrio con vistas a la rotonda), cuarenta minutos, treinta kilómetros de vuelta por Madrid eludiendo el atasco ineludible, y una llamada de teléfono al trabajo avisando de que llegaría tarde después, entendía porque al taxista no le preocupaba no tener vueltas para mi billete de cincuenta euros ¡para lo que me iba a sobrar!, pero por fin estaba en el banco.
Entré y dije “Hola Luís, dame ochocientos euros” (snif, mis ahorrillos, que ya sé que no parece mucho, pero como todas las estresadas hago terapia de shopping y además soy divorciada con hipoteca, que no sabéis lo que es eso), se puso a trastear en el ordenador, que parecía que estuviera escribiendo estas memorias, y mientras tanto yo llamé por teléfono al propietario de mi futuro coche, y sacando esa vocecilla dulce que ya he mencionado antes, dije “oye, que aunque no tengas aun coche nuevo y te deje sin él para llevar a tus niñas, una de once años y otra de catorce meses al colegio, ¿te importaría que te pagara hoy el coche y ya me quedara con él? Es que mi amigo (el íntimo) se ha llevado el suyo de viaje, pero oye, que hay confianza, si no te viene bien, tú me lo dices...”.
Y después de eso, cogí mi sobre con el dinero y me fui andando los casi quinientos metros que separan mi Caixa de mi oficina, empapándome bajo la lluvia porque me he dejado en el que hasta ahora fue mi coche y ahora vuelve a ser de mi amigo (el Íntimo), mi paraguas naranja de Pertegaz, el de mi hija de Mickey Mouse, y mi tortuguita rosa (que me tenía que dar mucha suerte).
domingo, 15 de octubre de 2006
ABUELAS, MADRES Y DEMÁS FAMILIARES RUEGAN UNA ORACIÓN POR LA NIÑA
Este viernes de puente del Pilar, fiesta nacional donde las haya, hice mi primer viaje largo conduciendo yo solita.
Llevaba una semana anunciándolo porque el lugar de destino era la casa de mi abuela. Una quiere a los suyos y me pareció una deferencia y una atención para con ella. Sin embargo, la pobre mujer se ha pasado toda la semana sufriendo y yendo a misas a pedir a San Cristóbal (una santo de lo más reclamado por mi familia últimamente) por mi seguridad también, pero principalmente por la de mi retoño, a ojos de todos víctima inocente de su madre. Llegó a ofrecerse a pagarme los billetes de autobús para que me olvidara de la idea del coche, pero buena soy yo.
Así que justo un día después de la aventura del Túnel de lavado, a menos de veinticuatro horas del incidente, volví a la gasolinera de mi barrio, a llenar el depósito, un trámite que domino bastante bien, la verdad, y que en cuanto consiga acordarme de dejar el coche a suficiente distancia como para poder abrir mi puerta hasta el punto de caber yo misma por ella, empezará a merecer hasta una nota diez.
Como una es responsable y muy leída, tenía previsto comprobar la presión de las ruedas, pero como no tenía ni idea de cuanto era lo recomendable y mi amigo (el Íntimo) estaba en el extranjero profundo, le pregunté a mi padre. El reflexionó la regla de tres: “si una furgoneta son 2,5, pues tú tienes que ponerlas a 2,5“. Yo por si acaso las puse un poco menos. Y entré a la zona de pago a abonar mi gasolina. Os juro que no exagero, que cuando me vió entrar el operario festivo a punto de jubilación, de eterno cigarrillo en la comisura de los labios, que estaba acodado en el mostrador echando un ojo al Marca, pegó un brinco y desapareció. Una pena, porque estoy segura de que habría agradecido el gesto que tuve de sacarme la tarjeta “CEPSA porque tú siempre vuelves“, que bonifica con puntos y descuentos hacer gasto siempre en la misma gasolinera y no en otra. O a lo mejor le provoco un infarto qué sé yo, que a esas edades...
Os diré que hice el viaje sin ninguna incidencia, del tirón, y contenta, a una media de cien por hora (es que de verdad que a ochenta no se mueve la carretera), y con todos los vehículos adelantándonos. Mi niña me preguntaba “¿mamá por qué todos los coches van más rápidos que nosotras?”.
Mis padres se habían ido el día anterior de puente, como auténticos expertos: en plena operación salida, yo como novata que soy esperé al día laborable del puente para pillar más desalojada la autovía. Así que nadie estaba pendiente de a qué hora salía ni entraba. Cuando llegué a casa de mi abuela, la noté más pálida y avejentada ("es el trago", me dijo), pero es que ella sufre mucho cuando viajamos en coche, y dice que ya no tiene edad para soportar tanta tensión, porque en dos meses nos hemos sacado el carné mi hermana y yo, y claro, la mujer no puede. Para compensar nos fuimos a comer a un restaurante y nos cascamos mano a mano las dos una botellita de tinto Ribera del Duero, que Virgen Santa, como la devolvió el color y la agilidad de la adolescencia.
Mi retoño, también conocida como hija, es única, (como todos, pensaréis), pero no, ella es única literal: hija única, sobrina única, nieta única y en ambas familias la de su padre y la mía, y ambos, mi ex y yo tenemos unos hermanos absolutamente irresponsables que nos han dejado a nosotros solos la tarea de continuar con nuestra especie, una especie con un futuro cortito, cortito, pero bueno. Así que en cuanto mi padre (abuelo primerizo y entregado donde los haya) supo que estábamos en casa de la abuela, arregló su agenda, y hala comida familiar en toda regla.
A todo esto, mi amigo (el Íntimo) regresó de su viaje del extranjero profundo, y mandó un tímido mensajillo a mi móvil preguntando por su coche. Mi carne es muy débil y después de un mes de dieta sosa, está de lo más necesitada. Así que me apañé para dejar a mi niña única el fin de semana con los abuelos, de paso les dí una alegría a todos porque así la niña no se veía arrastrada por su irresponsable madre a un viaje de lo más incierto. Comí ligerito por aquello de la somnolencia al volante y todo lo que no pude comerme me lo llevé en Tupper Wares (las abuelas cocinan de cine, y la mía más). Y a las cuatro en punto pisaba acelerador saliendo espitada como Superman con necesidades urgentes, caminito de Madrid ("¿será un avión...?"). Mi madre me propuso que la llamara cada ratito por teléfono para que se quedaran tranquilos. Yo miré con una nada disimulada cara de “¿tú te pinchas?” pero solo respondí, “es que si me pillan...” mi abuela se puso a rezar, pero ya os digo yo que como la niña volvía con mis padres, rezaba de corridillo y sin sentimiento. Les requeteprometí a todos que no iba a pasar de ochenta y en menos de hora y media estaba ya en mi casa.
A todo esto mi madre me llamó cuando yo entraba en Madrid y ella calculaba que yo debía andar por Somosierra. El asunto es que según sus cálculos deberían haberme adelantado más o menos a los diez minutos de haber comenzado su viaje, mi coche otra cosa no tiene, pero verse, se ve, no hay muchos como él, (de hecho en el camino de vuelta me adelantó otro coche idéntico modelo y color, que me pitó e hizo señas como si fuéramos de un mismo club. Qué majo). Después de hora y pico les angustiaban las imágenes de mi coche ruedas arriba y yo cual bonito escorzo sin poderme dar la vuelta: ¿cómo explicar sino mi ausencia de la carretera?: tenían que haberme adelantado, seguro. Eso decía mi padre, mi madre aun tuvo esa intuición femenina que las madres tienen y los padres no quieren tener, que la decía que amigo íntimo de vuelta tras un mes de exilio, equivale a ir folladita por las carreteras de España (o casi).
En fin que he sobrevivido a mi primer viaje largo, y mi amigo (el Íntimo) ha mirado muy de reojo su coche, y sin hacer ni ademán de subirse dentro, me preguntó por el aceite, ("ah, el aceite, claro, claro, pues no tengo ni idea", dije yo, que soy como los testigos de Jehová y no sé mentir). Y nos subimos a mi casa, a dedicarnos a lo importante. Por cierto. Esto no se acaba. Mi amigo (el Íntimo) se vuelve a ir mañana de viaje y yo sigo “cuidando” de su coche. Así que no os relajéis en la carretera, que continúo en la brecha.
Llevaba una semana anunciándolo porque el lugar de destino era la casa de mi abuela. Una quiere a los suyos y me pareció una deferencia y una atención para con ella. Sin embargo, la pobre mujer se ha pasado toda la semana sufriendo y yendo a misas a pedir a San Cristóbal (una santo de lo más reclamado por mi familia últimamente) por mi seguridad también, pero principalmente por la de mi retoño, a ojos de todos víctima inocente de su madre. Llegó a ofrecerse a pagarme los billetes de autobús para que me olvidara de la idea del coche, pero buena soy yo.
Así que justo un día después de la aventura del Túnel de lavado, a menos de veinticuatro horas del incidente, volví a la gasolinera de mi barrio, a llenar el depósito, un trámite que domino bastante bien, la verdad, y que en cuanto consiga acordarme de dejar el coche a suficiente distancia como para poder abrir mi puerta hasta el punto de caber yo misma por ella, empezará a merecer hasta una nota diez.
Como una es responsable y muy leída, tenía previsto comprobar la presión de las ruedas, pero como no tenía ni idea de cuanto era lo recomendable y mi amigo (el Íntimo) estaba en el extranjero profundo, le pregunté a mi padre. El reflexionó la regla de tres: “si una furgoneta son 2,5, pues tú tienes que ponerlas a 2,5“. Yo por si acaso las puse un poco menos. Y entré a la zona de pago a abonar mi gasolina. Os juro que no exagero, que cuando me vió entrar el operario festivo a punto de jubilación, de eterno cigarrillo en la comisura de los labios, que estaba acodado en el mostrador echando un ojo al Marca, pegó un brinco y desapareció. Una pena, porque estoy segura de que habría agradecido el gesto que tuve de sacarme la tarjeta “CEPSA porque tú siempre vuelves“, que bonifica con puntos y descuentos hacer gasto siempre en la misma gasolinera y no en otra. O a lo mejor le provoco un infarto qué sé yo, que a esas edades...
Os diré que hice el viaje sin ninguna incidencia, del tirón, y contenta, a una media de cien por hora (es que de verdad que a ochenta no se mueve la carretera), y con todos los vehículos adelantándonos. Mi niña me preguntaba “¿mamá por qué todos los coches van más rápidos que nosotras?”.
Mis padres se habían ido el día anterior de puente, como auténticos expertos: en plena operación salida, yo como novata que soy esperé al día laborable del puente para pillar más desalojada la autovía. Así que nadie estaba pendiente de a qué hora salía ni entraba. Cuando llegué a casa de mi abuela, la noté más pálida y avejentada ("es el trago", me dijo), pero es que ella sufre mucho cuando viajamos en coche, y dice que ya no tiene edad para soportar tanta tensión, porque en dos meses nos hemos sacado el carné mi hermana y yo, y claro, la mujer no puede. Para compensar nos fuimos a comer a un restaurante y nos cascamos mano a mano las dos una botellita de tinto Ribera del Duero, que Virgen Santa, como la devolvió el color y la agilidad de la adolescencia.
Mi retoño, también conocida como hija, es única, (como todos, pensaréis), pero no, ella es única literal: hija única, sobrina única, nieta única y en ambas familias la de su padre y la mía, y ambos, mi ex y yo tenemos unos hermanos absolutamente irresponsables que nos han dejado a nosotros solos la tarea de continuar con nuestra especie, una especie con un futuro cortito, cortito, pero bueno. Así que en cuanto mi padre (abuelo primerizo y entregado donde los haya) supo que estábamos en casa de la abuela, arregló su agenda, y hala comida familiar en toda regla.
A todo esto, mi amigo (el Íntimo) regresó de su viaje del extranjero profundo, y mandó un tímido mensajillo a mi móvil preguntando por su coche. Mi carne es muy débil y después de un mes de dieta sosa, está de lo más necesitada. Así que me apañé para dejar a mi niña única el fin de semana con los abuelos, de paso les dí una alegría a todos porque así la niña no se veía arrastrada por su irresponsable madre a un viaje de lo más incierto. Comí ligerito por aquello de la somnolencia al volante y todo lo que no pude comerme me lo llevé en Tupper Wares (las abuelas cocinan de cine, y la mía más). Y a las cuatro en punto pisaba acelerador saliendo espitada como Superman con necesidades urgentes, caminito de Madrid ("¿será un avión...?"). Mi madre me propuso que la llamara cada ratito por teléfono para que se quedaran tranquilos. Yo miré con una nada disimulada cara de “¿tú te pinchas?” pero solo respondí, “es que si me pillan...” mi abuela se puso a rezar, pero ya os digo yo que como la niña volvía con mis padres, rezaba de corridillo y sin sentimiento. Les requeteprometí a todos que no iba a pasar de ochenta y en menos de hora y media estaba ya en mi casa.
A todo esto mi madre me llamó cuando yo entraba en Madrid y ella calculaba que yo debía andar por Somosierra. El asunto es que según sus cálculos deberían haberme adelantado más o menos a los diez minutos de haber comenzado su viaje, mi coche otra cosa no tiene, pero verse, se ve, no hay muchos como él, (de hecho en el camino de vuelta me adelantó otro coche idéntico modelo y color, que me pitó e hizo señas como si fuéramos de un mismo club. Qué majo). Después de hora y pico les angustiaban las imágenes de mi coche ruedas arriba y yo cual bonito escorzo sin poderme dar la vuelta: ¿cómo explicar sino mi ausencia de la carretera?: tenían que haberme adelantado, seguro. Eso decía mi padre, mi madre aun tuvo esa intuición femenina que las madres tienen y los padres no quieren tener, que la decía que amigo íntimo de vuelta tras un mes de exilio, equivale a ir folladita por las carreteras de España (o casi).
En fin que he sobrevivido a mi primer viaje largo, y mi amigo (el Íntimo) ha mirado muy de reojo su coche, y sin hacer ni ademán de subirse dentro, me preguntó por el aceite, ("ah, el aceite, claro, claro, pues no tengo ni idea", dije yo, que soy como los testigos de Jehová y no sé mentir). Y nos subimos a mi casa, a dedicarnos a lo importante. Por cierto. Esto no se acaba. Mi amigo (el Íntimo) se vuelve a ir mañana de viaje y yo sigo “cuidando” de su coche. Así que no os relajéis en la carretera, que continúo en la brecha.
viernes, 13 de octubre de 2006
LA IMPORTANCIA DE TENERLO LIMPIO
Ya expliqué en otra ocasión lo que llega a molestar la suciedad en un coche, y lo conveniente que es limpiarlo por fuera (e ignorar la suciedad interna en coche ajeno). Bueno, pues más o menos me había ido apañando con la meteorología y el rollo de cocina, posponiendo ese momento crítico del Túnel de Lavado, pero hete aquí que me iba a ir de viaje el fin de semana a más de ciento cincuenta kilómetros de mi casa, y eso ya es una distancia seria para la que conviene ir bien pertrechada, dispuesta a hacer frente ante cualquier coyuntura.
Porque vamos a ver, si uno se pone sobran detonantes para la infracción y el accidente, pero a ver como explico yo
(Yo): - “Mire, señor agente, que me llevé su brazo porque el churretón de mierda del parabrisas me hizo intuir que lo tenía pegado al cuerpo...”
Porque vamos a ver, si uno se pone sobran detonantes para la infracción y el accidente, pero a ver como explico yo
(Yo): - “Mire, señor agente, que me llevé su brazo porque el churretón de mierda del parabrisas me hizo intuir que lo tenía pegado al cuerpo...”
O como le digo a mi amigo (el Íntimo) que le devuelvo solo una chapa de matrícula doblada puesto que todo lo demás está en el desguace porque mi retrovisor opaco no me dejó ver al coche que me estaba adelantando justo cuando decidí cambiar de carril. Se añade también que todos estos días el coche ha dormido en la calle, y mi calle está cuajadita de árboles y de unos pájaros cagones que no sé qué comen, pero sea lo que sea lo retienen poco y de verdad os digo, que han cogido a mi coche como WC (también es cierto que puestos a hacer puntería desde las alturas, mi coche es el blanco sucio más seguro, aunque sólo sea por volumen).
Así que el día del Pilar, festivo en estos lares, le dije a mi hija que tenía plan estupendo para ella:
(Yo): - “Hoy vamos a pasar por un sitio genial donde van a dar una ducha al coche”,
Ella me miró con cara, de “pues vale”, nos montamos en el coche y me fui a mi gasolinera de cabecera que está como a doscientos metros de mi casa. Llegando a destino reduje a primera y me posicioné como debe ser en cabeza del túnel de lavado, justo detrás de otro coche que estaba iniciando el ciclo de prelavado. Así me pude fijar un poquillo en la mecánica. Cuando el coche desapareció entre los rodillos, me puse a la altura del operario de la manguera portador de ese aire festivo que solo tienen los a punto de jubilarse, con su cigarrillo colgado de la comisura de los labios porque a él se la suda que aquello fuera una gasolinera.
Bajé la ventanilla y le pregunté esa pregunta oportuna para romper el hielo:
(Yo): - “¿Le pago ahora o cuando acabe?”
(Él): (Con el gracejo que da trabajar en festivo) - “No señora, mejor la próxima vez que vuelva por Madrid” - (mi coche tiene matricula de provincia externa).
(Yo): “¿Y cuanto cuesta?”
(Él): - “Depende de si quiere lavadillo o lavado a fondo”
(Yo): - “Pues lo más profundo que usted pueda”.
Le pagué la tarifa más cara, y fue terminar de darme las vueltas, con el dinero yo en la mano y ponerse el hombre a lanzar agua y jabón a presión como un energúmeno por esa manguera que llevaba y que está claro que no era de atrezzo. Vamos, que para cuando subí la ventanilla en cero coma segundos, tenía todo mi lateral mío propio profundamente empapado y enjabonado. Cuando terminó, me hizo la seña de que avanzara con el coche, y yo como me había fijado en el coche anterior, lo hice genial, metiendo la rueda en el engranaje de arrastre. En cuanto estuvo dentro, se puso en marcha todo el proceso: la cadena comenzó a tirar del coche, el agua y el jabón a caer de todas partes, como la lluvia de Forrest Gump, desde arriba, desde los lados y desde abajo. Y los rodillos a rodar.
Así que el día del Pilar, festivo en estos lares, le dije a mi hija que tenía plan estupendo para ella:
(Yo): - “Hoy vamos a pasar por un sitio genial donde van a dar una ducha al coche”,
Ella me miró con cara, de “pues vale”, nos montamos en el coche y me fui a mi gasolinera de cabecera que está como a doscientos metros de mi casa. Llegando a destino reduje a primera y me posicioné como debe ser en cabeza del túnel de lavado, justo detrás de otro coche que estaba iniciando el ciclo de prelavado. Así me pude fijar un poquillo en la mecánica. Cuando el coche desapareció entre los rodillos, me puse a la altura del operario de la manguera portador de ese aire festivo que solo tienen los a punto de jubilarse, con su cigarrillo colgado de la comisura de los labios porque a él se la suda que aquello fuera una gasolinera.
Bajé la ventanilla y le pregunté esa pregunta oportuna para romper el hielo:
(Yo): - “¿Le pago ahora o cuando acabe?”
(Él): (Con el gracejo que da trabajar en festivo) - “No señora, mejor la próxima vez que vuelva por Madrid” - (mi coche tiene matricula de provincia externa).
(Yo): “¿Y cuanto cuesta?”
(Él): - “Depende de si quiere lavadillo o lavado a fondo”
(Yo): - “Pues lo más profundo que usted pueda”.
Le pagué la tarifa más cara, y fue terminar de darme las vueltas, con el dinero yo en la mano y ponerse el hombre a lanzar agua y jabón a presión como un energúmeno por esa manguera que llevaba y que está claro que no era de atrezzo. Vamos, que para cuando subí la ventanilla en cero coma segundos, tenía todo mi lateral mío propio profundamente empapado y enjabonado. Cuando terminó, me hizo la seña de que avanzara con el coche, y yo como me había fijado en el coche anterior, lo hice genial, metiendo la rueda en el engranaje de arrastre. En cuanto estuvo dentro, se puso en marcha todo el proceso: la cadena comenzó a tirar del coche, el agua y el jabón a caer de todas partes, como la lluvia de Forrest Gump, desde arriba, desde los lados y desde abajo. Y los rodillos a rodar.
Y allí estaba yo relatándoselo a mi hija para que se riera un poco, cuando oí unos golpes en mi ventana llena de espuma, y ví unos nudillos. Bajé la ventanilla asustada, me empapo aun más, todita entera, y eso no era nada comparado con el poema que representaba el operario festivo a punto de jubilarse con la colilla empapada gritando “¡Señora que no frene, QUE NO FRENE!”, y yo alucinada aun pregunto “¿quito el pie del freno?” el hombre, en lo que me pareció a mi a punto de llorar (o culpa de los litros de jabón que le anegaban los ojos, que también es posible) me gritó “¡PUES CLARO!”. Y solté el freno. Cierto que a partir de ahí el coche fue más ligerito y bajó el nivel de decibelios de túnel una vez que restamos el chirrido, que por lo visto hacía la cadena y el coche resistiéndose a ella.
Tras pasar por todos los rodillos, y el secador, me vi libre del cepo, y afortunadamente, ubicada en la parte trasera de la gasolinera desde donde me pude ir discretamente sin tener que mirar siquiera al operario, que en cuanto yo salí cerró el túnel de lavado y se fue a su casa, supongo que pensando que no le pagan lo suficiente, y que qué mierda de vida, casi jubilado y trabajando cuando todos los domingueros hacemos experimentos.
P.D. El coche quedó bastante limpio, salvo unas cagadas de pájaro en una puerta, que no consiguió quitar ni la presión de la manguera de mi amigo el operario.
Tras pasar por todos los rodillos, y el secador, me vi libre del cepo, y afortunadamente, ubicada en la parte trasera de la gasolinera desde donde me pude ir discretamente sin tener que mirar siquiera al operario, que en cuanto yo salí cerró el túnel de lavado y se fue a su casa, supongo que pensando que no le pagan lo suficiente, y que qué mierda de vida, casi jubilado y trabajando cuando todos los domingueros hacemos experimentos.
P.D. El coche quedó bastante limpio, salvo unas cagadas de pájaro en una puerta, que no consiguió quitar ni la presión de la manguera de mi amigo el operario.
miércoles, 11 de octubre de 2006
DE ROTONDAS, SEMÁFOROS, FRENAZOS Y OTRAS HIERBAS
La hora del día en la que yo cojo el coche es esa en la que acaban de poner la calle, la luz del amanecer empieza a ganar terreno a la noche y las farolas siguen encendidas. A esa hora indecente en la que la cafeína todavía no ha hecho efecto, yo me meto en el coche con mi retoño y entre bostezos a coro de ambas, nos vamos al colegio.
Realmente el trayecto es el mismo cada día, a la misma hora y con los semáforos siempre en el mismo estado, el que está abierto siempre lo está y el que está cerrado pues también. Yo diría que hasta el atasco de coches lo hacemos poniéndonos siempre en nuestro propio orden: yo detrás del Megane negro, y delante del Peugeot rojo. Con esto quiero decir que esa es una conducción de lo más rutinaria, que mientras podría incluso, por poner un ejemplo, terminar de colocarme el flequillo con un pelín de laca.
Lo mismo ocurre con el trayecto de vuelta. Según salgo del cole, de la parte cubierta, que no del patio, me enciendo un cigarrillo, desafiando las miradas de educadores, padres ejemplares y niños bien enseñados, porque todos ellos saben que fumar mata, y que yo tengo poquísimas probabilidades de llegar a vieja porque las estadísticas juegan en contra si eres una mujer, estresada, mayor de treinta y sin pareja, ya que como decían en la película de revelador título “Nadie me quiere”: a partir de los treinta es más fácil sufrir un atentado que encontrar pareja, y una piensa, "pues vaya que no sé que prefiero". Como decía, me enciendo el cigarrillo en la puerta misma de las aulas pese a la hostilidad del ambiente, porque si no no me da tiempo a fumarlo, así de claro. Me meto en el coche, y mientras le pongo en marcha aparco mi cigarrillo en el cenicero cuajadito de colillas. El camino de vuelta es otro atasco ordenado, detrás del Megane negro y delante Peugeot rojo día tras día en el que intento encontrar algo en la radio, me como un chicle, pego un par de traguillos a mi botella de medio litro de Coca Cola Light y fumo lo que queda de mi cigarro, mientras voy conduciendo de memoria y sin terminar de despertarme, que eso lo hago más o menos sobre las diez de la mañana, a un par de horas vista de lo que estoy relatando.
El jueves pasado (un día en el que una está casi a ras de agotamiento porque ya lleva cuatro de plena actividad) hice una ligera variación de trayecto porque tenía que pasar por el cajero a sacar dinero. Así que en vez de torcer por donde tuerzo habitualmente seguí la calle hasta la rotonda entre chicle, radio, coca cola y cigarrillo. Entré en la rotonda superando en verde el primer semáforo. El siguiente me tocó en rojo. Esperé prudentemente sin quitar ojo del disco y con la mano en la palanca de cambios, porque mira que odio que me piten por salir lenta, y en cuanto se insinuó el verde salí pitando cambiando a segunda tan lanzada y concentrada en no ser la última que ni vi el semáforo siguiente y me lo salté con pértiga olímpica.
Justo en ese momento observé que de la otra calle con entrada perpendicular a la rotonda, en la cual había otro semáforo en un verde que hacía daño a los ojos, de esa misma, salía más disparado que yo un camión adentrándose temerario dispuesto a interferir cruzándose en mi camino. Como ya he dicho, yo no era consciente de mi salto desemáforo, así que aun menos había visto en qué color estaba (que resulta, por lo que deduje después que estaba en rojo), pero yo alucinando con mis reflejos y soltura pisé el freno a fondo (me sorprendió porque yo despistada y en tensión piso siempre el acelerador, nunca el freno, un vicio que me ha llevado más de una vez a dar gracias sinceras y con los ojos cerrados (otro mal vicio conduciendo, lo sé) a San Cristobal, ¡yo que soy una atea de lo más practicante!. La verdad, no sé como este coche está todavía tan entero).
Semejante frenada pegué que saltó todo lo saltable que tiene el coche de serie, ABS para empezar y medio abecedario más seguidito. Levanté los brazos haciendo gestos al camionero de a ver si miramos y puse cara, de “mira, está bien, porque no ha pasado nada, que si no te ibas a enterar”, el camionero por su parte había frenado con tantos reflejos como yo, y la caja con la carga casi adelantó a la cabina.
Se hizo el silencio en las bulliciosas calles de Madrid en hora punta. Solo se oía el repiqueteo de las pelotillas, duras como piedras, y chiquitinas como cañamones, del pobre camionero rebotando por el asfalto, durante una eternidad de tres o cuatro segundos, en los que de verdad que creo que se paró el mundo. Transcurrido este momento de trance, arranqué mi coche, lancé mi última mirada condescendiente al conductor del camión, seguí veinte metros más, aparqué el coche en doble fila y saqué dinero del cajero mientras me palpaba para asegurarme de que lo que rodaba por el asfalto eran realmente la pelotillas del pobre hombre y no las mías propias.
Lo mismo ocurre con el trayecto de vuelta. Según salgo del cole, de la parte cubierta, que no del patio, me enciendo un cigarrillo, desafiando las miradas de educadores, padres ejemplares y niños bien enseñados, porque todos ellos saben que fumar mata, y que yo tengo poquísimas probabilidades de llegar a vieja porque las estadísticas juegan en contra si eres una mujer, estresada, mayor de treinta y sin pareja, ya que como decían en la película de revelador título “Nadie me quiere”: a partir de los treinta es más fácil sufrir un atentado que encontrar pareja, y una piensa, "pues vaya que no sé que prefiero". Como decía, me enciendo el cigarrillo en la puerta misma de las aulas pese a la hostilidad del ambiente, porque si no no me da tiempo a fumarlo, así de claro. Me meto en el coche, y mientras le pongo en marcha aparco mi cigarrillo en el cenicero cuajadito de colillas. El camino de vuelta es otro atasco ordenado, detrás del Megane negro y delante Peugeot rojo día tras día en el que intento encontrar algo en la radio, me como un chicle, pego un par de traguillos a mi botella de medio litro de Coca Cola Light y fumo lo que queda de mi cigarro, mientras voy conduciendo de memoria y sin terminar de despertarme, que eso lo hago más o menos sobre las diez de la mañana, a un par de horas vista de lo que estoy relatando.
El jueves pasado (un día en el que una está casi a ras de agotamiento porque ya lleva cuatro de plena actividad) hice una ligera variación de trayecto porque tenía que pasar por el cajero a sacar dinero. Así que en vez de torcer por donde tuerzo habitualmente seguí la calle hasta la rotonda entre chicle, radio, coca cola y cigarrillo. Entré en la rotonda superando en verde el primer semáforo. El siguiente me tocó en rojo. Esperé prudentemente sin quitar ojo del disco y con la mano en la palanca de cambios, porque mira que odio que me piten por salir lenta, y en cuanto se insinuó el verde salí pitando cambiando a segunda tan lanzada y concentrada en no ser la última que ni vi el semáforo siguiente y me lo salté con pértiga olímpica.
Justo en ese momento observé que de la otra calle con entrada perpendicular a la rotonda, en la cual había otro semáforo en un verde que hacía daño a los ojos, de esa misma, salía más disparado que yo un camión adentrándose temerario dispuesto a interferir cruzándose en mi camino. Como ya he dicho, yo no era consciente de mi salto desemáforo, así que aun menos había visto en qué color estaba (que resulta, por lo que deduje después que estaba en rojo), pero yo alucinando con mis reflejos y soltura pisé el freno a fondo (me sorprendió porque yo despistada y en tensión piso siempre el acelerador, nunca el freno, un vicio que me ha llevado más de una vez a dar gracias sinceras y con los ojos cerrados (otro mal vicio conduciendo, lo sé) a San Cristobal, ¡yo que soy una atea de lo más practicante!. La verdad, no sé como este coche está todavía tan entero).
Semejante frenada pegué que saltó todo lo saltable que tiene el coche de serie, ABS para empezar y medio abecedario más seguidito. Levanté los brazos haciendo gestos al camionero de a ver si miramos y puse cara, de “mira, está bien, porque no ha pasado nada, que si no te ibas a enterar”, el camionero por su parte había frenado con tantos reflejos como yo, y la caja con la carga casi adelantó a la cabina.
Se hizo el silencio en las bulliciosas calles de Madrid en hora punta. Solo se oía el repiqueteo de las pelotillas, duras como piedras, y chiquitinas como cañamones, del pobre camionero rebotando por el asfalto, durante una eternidad de tres o cuatro segundos, en los que de verdad que creo que se paró el mundo. Transcurrido este momento de trance, arranqué mi coche, lancé mi última mirada condescendiente al conductor del camión, seguí veinte metros más, aparqué el coche en doble fila y saqué dinero del cajero mientras me palpaba para asegurarme de que lo que rodaba por el asfalto eran realmente la pelotillas del pobre hombre y no las mías propias.
martes, 10 de octubre de 2006
COLUMNAS DE GARAJE Y OTRAS AGRESIONES EXTERNAS
Hace ya casi un mes que conduzco con regularidad, todos los días un poquito. Cada vez me aventuro un pelín más, y voy internándome en esta jungla de tráfico exuberante que es Madrid. Como las emociones son para los intrépidos, he asumido la máxima de que hasta donde llega el autobús también puedo llegar yo, como diría Buzz Lightyear (por citar a los grandes) “¡Hasta el infinito y mucho más!”.
Hace un par de semanas cobré un dinerillo extra (los atrasos del IPC) y decidí que tratándose de una cantidad pequeña, lo mejor era invertirlo en algo de lo más seguro: en mi. Es decir, me fui de shopping y lo hice a bordo de mi portaaviones con ruedas.
El autobús llega a los mismos sitios que mi coche, pero cambia la mecánica, conforme te acercas a destino, te levantas de tu asiento pulsas el interruptor rojo del timbre, el autobús se para, tú te bajas y a comprar. Con el coche tu sientes que te aproximas, que llegas, que ya estás, que te has pasado, y ningún sitio donde dejar el coche, nuevamente te aproximas, estás, estás... y te has vuelto a pasar. Finalmente no queda más que una posibilidad, ese riesgo que yo no quería asumir, esa aventura para hoy (como los ciegos): el PARKING.
Hace un par de semanas cobré un dinerillo extra (los atrasos del IPC) y decidí que tratándose de una cantidad pequeña, lo mejor era invertirlo en algo de lo más seguro: en mi. Es decir, me fui de shopping y lo hice a bordo de mi portaaviones con ruedas.
El autobús llega a los mismos sitios que mi coche, pero cambia la mecánica, conforme te acercas a destino, te levantas de tu asiento pulsas el interruptor rojo del timbre, el autobús se para, tú te bajas y a comprar. Con el coche tu sientes que te aproximas, que llegas, que ya estás, que te has pasado, y ningún sitio donde dejar el coche, nuevamente te aproximas, estás, estás... y te has vuelto a pasar. Finalmente no queda más que una posibilidad, ese riesgo que yo no quería asumir, esa aventura para hoy (como los ciegos): el PARKING.
Respirando profundo y acompasado como en las clases de preparación al parto, enfilé la rampa, muy hábil me coloqué a esa distancia justa que deja a dos milímetros de todo el retrovisor, y saqué el ticket sin tener que desabrocharme siquiera el cinturón de seguridad, a dios pongo por testigo, que parecía una profesional. Con las mismas, y con el ticket en la boca (como tantas veces he visto hacer), bajé la rampa y como si fuera magia, resulta que estaba en el sótano dos. Os aseguro que no sé como desapareció el primero. Pero como no hay bien que por mal no venga, atravesé cinco plazas vacías (y podrían haber sido 215) hasta dejarlo en un sitio que consideré adecuado. Me saqué el ticket de la boca, cerré mi coche, y más chula que un ocho me fui a darme mi gustito al cuerpo.
Mi enorme coche tiene un espacio brutal delante de mi asiento, totalmente desaprovechado que sirve para guardar el motor y un espacio brutal también llamado culo, donde cabe toda una planta del Corte Inglés. Un día haciendo cálculos, estimé que podía guardar tres cadáveres de humano medio estirado y con rigor mortis, y cuatro si los ponía doblados. Así que empujando un poquito, conseguí meter todas las bolsas dentro, y hala, de vuelta al hogar. El problema es que mientras yo había estado fuera habían llegado un montón de coches más, que por lo visto, tampoco habían encontrado el sótano primero, y sacar el coche en esas condiciones es otro tomate.
Como yo sé que todos, absolutamente todos han nacido sin coche y sin carnet, no me pongo nerviosa por maniobrar un poco más y un poco más despacio que todo el mundo. Son los demás lo que se estresan. Despacito y con buena letra, saqué el coche de mi plaza. Con las mismas enfilé la rampa, curiosa de saber si podría superarla en segunda o necesitaría cambiar a primera marcha. Qué orgullosa iba aguantando en segunda sin notar olor a quemadillo ni ensordecida por el ruido de las revoluciones, cuando, ¡CIELOS! De improviso, sibilinamente y a traición se me abalanzó encima la columna del garaje. Despacito, haciendo riiiiiiiis, me levanto toda la pintura de mi lateral derecho altura puerta pasajero, y además aboyó la chapa.
Varios conductores de coches próximos, metieron la cabeza entre los hombros, cerraron los ojos y enseñaron los dientes por el ladito de la boca que no tenían apretado. Con muchísima dignidad volví a ponerme el ticket en la boca (da un aire de experimentada en parkings, una imagen de “esta no es mi primera vez”), me hice a un lado, puse freno de mano, me bajé del coche, miré la avería, miré a la columna con cara, de “jó tía que faena, esta vez te perdono”. Consciente de que todo el mundo me miraba, me incorporé a la salida, saqué de nuevo el ticket de la boca, lo metí todo chupado en el tragador correspondiente, y me fui temiendo para mis adentros que mi amigo (íntimo) me vaya a enviar a mí, a la inversión segura, a la África más profunda en cuanto vuelva de sus vacaciones.
Mi enorme coche tiene un espacio brutal delante de mi asiento, totalmente desaprovechado que sirve para guardar el motor y un espacio brutal también llamado culo, donde cabe toda una planta del Corte Inglés. Un día haciendo cálculos, estimé que podía guardar tres cadáveres de humano medio estirado y con rigor mortis, y cuatro si los ponía doblados. Así que empujando un poquito, conseguí meter todas las bolsas dentro, y hala, de vuelta al hogar. El problema es que mientras yo había estado fuera habían llegado un montón de coches más, que por lo visto, tampoco habían encontrado el sótano primero, y sacar el coche en esas condiciones es otro tomate.
Como yo sé que todos, absolutamente todos han nacido sin coche y sin carnet, no me pongo nerviosa por maniobrar un poco más y un poco más despacio que todo el mundo. Son los demás lo que se estresan. Despacito y con buena letra, saqué el coche de mi plaza. Con las mismas enfilé la rampa, curiosa de saber si podría superarla en segunda o necesitaría cambiar a primera marcha. Qué orgullosa iba aguantando en segunda sin notar olor a quemadillo ni ensordecida por el ruido de las revoluciones, cuando, ¡CIELOS! De improviso, sibilinamente y a traición se me abalanzó encima la columna del garaje. Despacito, haciendo riiiiiiiis, me levanto toda la pintura de mi lateral derecho altura puerta pasajero, y además aboyó la chapa.
Varios conductores de coches próximos, metieron la cabeza entre los hombros, cerraron los ojos y enseñaron los dientes por el ladito de la boca que no tenían apretado. Con muchísima dignidad volví a ponerme el ticket en la boca (da un aire de experimentada en parkings, una imagen de “esta no es mi primera vez”), me hice a un lado, puse freno de mano, me bajé del coche, miré la avería, miré a la columna con cara, de “jó tía que faena, esta vez te perdono”. Consciente de que todo el mundo me miraba, me incorporé a la salida, saqué de nuevo el ticket de la boca, lo metí todo chupado en el tragador correspondiente, y me fui temiendo para mis adentros que mi amigo (íntimo) me vaya a enviar a mí, a la inversión segura, a la África más profunda en cuanto vuelva de sus vacaciones.
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