domingo, 15 de octubre de 2006

ABUELAS, MADRES Y DEMÁS FAMILIARES RUEGAN UNA ORACIÓN POR LA NIÑA

Este viernes de puente del Pilar, fiesta nacional donde las haya, hice mi primer viaje largo conduciendo yo solita.

Llevaba una semana anunciándolo porque el lugar de destino era la casa de mi abuela. Una quiere a los suyos y me pareció una deferencia y una atención para con ella. Sin embargo, la pobre mujer se ha pasado toda la semana sufriendo y yendo a misas a pedir a San Cristóbal (una santo de lo más reclamado por mi familia últimamente) por mi seguridad también, pero principalmente por la de mi retoño, a ojos de todos víctima inocente de su madre. Llegó a ofrecerse a pagarme los billetes de autobús para que me olvidara de la idea del coche, pero buena soy yo.

Así que justo un día después de la aventura del Túnel de lavado, a menos de veinticuatro horas del incidente, volví a la gasolinera de mi barrio, a llenar el depósito, un trámite que domino bastante bien, la verdad, y que en cuanto consiga acordarme de dejar el coche a suficiente distancia como para poder abrir mi puerta hasta el punto de caber yo misma por ella, empezará a merecer hasta una nota diez.

Como una es responsable y muy leída, tenía previsto comprobar la presión de las ruedas, pero como no tenía ni idea de cuanto era lo recomendable y mi amigo (el Íntimo) estaba en el extranjero profundo, le pregunté a mi padre. El reflexionó la regla de tres: “si una furgoneta son 2,5, pues tú tienes que ponerlas a 2,5“. Yo por si acaso las puse un poco menos. Y entré a la zona de pago a abonar mi gasolina. Os juro que no exagero, que cuando me vió entrar el operario festivo a punto de jubilación, de eterno cigarrillo en la comisura de los labios, que estaba acodado en el mostrador echando un ojo al Marca, pegó un brinco y desapareció. Una pena, porque estoy segura de que habría agradecido el gesto que tuve de sacarme la tarjeta “CEPSA porque tú siempre vuelves“, que bonifica con puntos y descuentos hacer gasto siempre en la misma gasolinera y no en otra. O a lo mejor le provoco un infarto qué sé yo, que a esas edades...

Os diré que hice el viaje sin ninguna incidencia, del tirón, y contenta, a una media de cien por hora (es que de verdad que a ochenta no se mueve la carretera), y con todos los vehículos adelantándonos. Mi niña me preguntaba “¿mamá por qué todos los coches van más rápidos que nosotras?”.

Mis padres se habían ido el día anterior de puente, como auténticos expertos: en plena operación salida, yo como novata que soy esperé al día laborable del puente para pillar más desalojada la autovía. Así que nadie estaba pendiente de a qué hora salía ni entraba. Cuando llegué a casa de mi abuela, la noté más pálida y avejentada ("es el trago", me dijo), pero es que ella sufre mucho cuando viajamos en coche, y dice que ya no tiene edad para soportar tanta tensión, porque en dos meses nos hemos sacado el carné mi hermana y yo, y claro, la mujer no puede. Para compensar nos fuimos a comer a un restaurante y nos cascamos mano a mano las dos una botellita de tinto Ribera del Duero, que Virgen Santa, como la devolvió el color y la agilidad de la adolescencia.

Mi retoño, también conocida como hija, es única, (como todos, pensaréis), pero no, ella es única literal: hija única, sobrina única, nieta única y en ambas familias la de su padre y la mía, y ambos, mi ex y yo tenemos unos hermanos absolutamente irresponsables que nos han dejado a nosotros solos la tarea de continuar con nuestra especie, una especie con un futuro cortito, cortito, pero bueno. Así que en cuanto mi padre (abuelo primerizo y entregado donde los haya) supo que estábamos en casa de la abuela, arregló su agenda, y hala comida familiar en toda regla.

A todo esto, mi amigo (el Íntimo) regresó de su viaje del extranjero profundo, y mandó un tímido mensajillo a mi móvil preguntando por su coche. Mi carne es muy débil y después de un mes de dieta sosa, está de lo más necesitada. Así que me apañé para dejar a mi niña única el fin de semana con los abuelos, de paso les dí una alegría a todos porque así la niña no se veía arrastrada por su irresponsable madre a un viaje de lo más incierto. Comí ligerito por aquello de la somnolencia al volante y todo lo que no pude comerme me lo llevé en Tupper Wares (las abuelas cocinan de cine, y la mía más). Y a las cuatro en punto pisaba acelerador saliendo espitada como Superman con necesidades urgentes, caminito de Madrid ("¿será un avión...?"). Mi madre me propuso que la llamara cada ratito por teléfono para que se quedaran tranquilos. Yo miré con una nada disimulada cara de “¿tú te pinchas?” pero solo respondí, “es que si me pillan...” mi abuela se puso a rezar, pero ya os digo yo que como la niña volvía con mis padres, rezaba de corridillo y sin sentimiento. Les requeteprometí a todos que no iba a pasar de ochenta y en menos de hora y media estaba ya en mi casa.

A todo esto mi madre me llamó cuando yo entraba en Madrid y ella calculaba que yo debía andar por Somosierra. El asunto es que según sus cálculos deberían haberme adelantado más o menos a los diez minutos de haber comenzado su viaje, mi coche otra cosa no tiene, pero verse, se ve, no hay muchos como él, (de hecho en el camino de vuelta me adelantó otro coche idéntico modelo y color, que me pitó e hizo señas como si fuéramos de un mismo club. Qué majo). Después de hora y pico les angustiaban las imágenes de mi coche ruedas arriba y yo cual bonito escorzo sin poderme dar la vuelta: ¿cómo explicar sino mi ausencia de la carretera?: tenían que haberme adelantado, seguro. Eso decía mi padre, mi madre aun tuvo esa intuición femenina que las madres tienen y los padres no quieren tener, que la decía que amigo íntimo de vuelta tras un mes de exilio, equivale a ir folladita por las carreteras de España (o casi).

En fin que he sobrevivido a mi primer viaje largo, y mi amigo (el Íntimo) ha mirado muy de reojo su coche, y sin hacer ni ademán de subirse dentro, me preguntó por el aceite, ("ah, el aceite, claro, claro, pues no tengo ni idea", dije yo, que soy como los testigos de Jehová y no sé mentir). Y nos subimos a mi casa, a dedicarnos a lo importante. Por cierto. Esto no se acaba. Mi amigo (el Íntimo) se vuelve a ir mañana de viaje y yo sigo “cuidando” de su coche. Así que no os relajéis en la carretera, que continúo en la brecha.

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