Nunca he contado la razón por la que yo me separé y divorcié. Me gustaría poder argumentar razones cargadas de madurez y sensibilidad a lo Barbra Streisand y Robert Redford, como por ejemplo: “se nos acabó el amor”, o “éramos mejores amigos que amantes…” pero la razón pura y dura es que se largó con otra, mínimamente más joven (porque sino sería menor de edad) pero con mucho más pecho y culo.
A veces te ocurre que te compras en Benetton un abrigo maravilloso de punto, que es perfecto para ti, pero que luego en casa, nunca acaba de cuadrar contigo, te lo pones mil veces, y mil veces te lo quitas antes de salir a la calle, porque nunca queda como pensabas. Lo reciclas una tras otra vez hasta acabar reconvertido en vestido, y por fin un día que te lo pones, sales a la calle y con la inestimable ayuda de tu amiga Cruela ves la luz y piensas: será precioso, pero me queda como el culo. Finalmente, después de mil temporadas encariñada con él, cargando con tu abrigo reconvertido en vestido de trastero a armario y de armario a trastero, lo tiras a la basura y sientes hasta alivio.
A mi mi marido me salió como el abrigo de punto de Benetton, y lo intenté y reconvertí en todo lo que pude, pero estaba claro que aquello no me sentaba de ninguna manera (seguramente si hubiera tenido más tetas y culo el abrigo me hubiera quedado bien a la primera). Por eso cuando bajó a comprar tabaco, y subió borracho cinco horas más tarde explicando que estaba en crisis y que ahí me quedaba, yo ya estaba un poquito harta de cargar con una prenda inútil de una temporada a otra. No diré que no me sentó como un cuerno, de hecho hice todo lo propio de estos casos: lloré un poco, me ví las seis temporadas completas de sexo en Nueva York, hice petit comité con mis amigas en varias discotecas bailando como descosidas y ligeramente trompas, arreglé una lámpara de cristal de la Granja, y a otra cosa mariposa.
Lo de tirar el abrigo a la basura llega a ser cosa fácil, pero después hay que seguir vistiéndose. Cambiar el estado civil fue la parte sencilla, pero ser madre sin padre, y ni siquiera ser soltera: ya os digo yo que es tela marinera. Porque si eres soltera, te subvenciona mínimamente el estado y tienes dos puntos más para encontrar colegio, si eres S barra D, las subvenciones en concepto de niña te las tiene que dar tu ex y el mío me lo dejó claro justo después de contarme que estaba malísimo y en crisis: “si hombre, para que te lo gastes con otro” y yo pensé “sí claro, y que el otro se gaste el suyo con otra más dotada”. Aún así, como en lo nuestro no había rencor, conseguimos hacer las cosas medianamente bien. Por eso y porque justo a tiempo vi la luz, nuevamente con la inestimable ayuda de Cruela y su peluquero Dante, “cariño, los hombres son unos cobardes, nunca dejan a una mujer (ni a un hombre ya te lo digo yo) sino tienen repuesto”. Así que rebusqué en las facturas de su móvil y efectivamente allí estaban registradas todas las amorosas llamadas de un año a aquella parte.
Poner a un hombre malito y en crisis delante de ese tipo de evidencias les lleva a firmar pitando cualquier Convenio de Separación y a hacer la maleta de una vez por todas. Pero si debo decir que aquí mi ex lo hizo francamente bien. Porque redecoró su vida por completo y desde el primer momento, así cuando mi niña fue a pasar su primer fin de semana en casa de papá se encontró sofá nuevo, tele nueva, habitación nueva, y novia de papá nueva. Todo puesto de origen. Cuando mi niña volvió a casa me preguntó: "¿y por qué en tu casa mi habitación sigue siendo la vieja y tú no tienes novio nuevo?" (cuanto daño han hecho las series americanas en la infancia, esto no pasa con el Cuéntame).
Yo también redecoré mi vida: dejé la casa familiar en barrio residencial con aspiraciones a pijo y me volví a la quincallería cálida de mi barrio de soltera, a mi cuarto sin ascensor y dos habitaciones: la vieja de mi niña y la mía minimalista. Y efectivamente, el tema del novio aun no he conseguido resolverlo, pero es que yo tengo amigas que me ocupan muchísimo tiempo. De vez en cuando alguna incluso se queda a dormir en casa y mi niña se levanta quinientas mil veces en medio de la noche a asegurarse de que mi amiga desde la infancia no ha salido despavorida en medio de la madrugada y la despierta aterrorizada preguntando: ¿no te vas a ir verdad? ¿te vas a quedar en casa?. Lo que me lleva a pensar que esta niña necesita que yo me eche un ligue ya. Pero bueno esa es otra historia, buenos están los íntimos como para traerlos a casa cuando hay familia. Pero nadie podrá decir que no me apaño. Yo ejerzo de madre con alegría y buen humor y soluciones originales. Lo que me lleva a reunirme cada mes con las tutoras de mi niña y el equipo de atención temprana, que no termino de saber si lo hacen porque consideran que la marciana es mi hija o porque me tienen a mi en estudio. No lo sé. El caso es que ayer mi retoño y yo nos distrajimos un poquillo en nuestra bien organizada mañana en las que las dos funcionamos como un perfecto tándem de remeros coordinados, cada una con un remo para un lado: suena mi despertador y ella se levanta, yo me levanto, hago mi cama y a la ducha, ella juega, yo salgo de la ducha y ella recoge el desaguisado que suele ser su habitación (o por lo menos quita de la vista los juguetes) yo hago el desayuno y ella pone la mesa, ella desayuna y yo hago su cama, preparo su ropa y me arreglo, ella se lava y yo me visto, ella se viste y yo preparo el bolso. Las dos volvemos a encontrarnos en el recibidor tomando aliento (yo con menos resuello, porque como sabéis fumo en su patio de colegio) a la misma hora con los abrigos puestos. Pero ayer se nos descoordinó el Actimel de frutas en vez del de verdad de toda la vida, porque a mi hija no la gusta ni un pelo el moderno: me ha salido conservadora (y solo tiene cinco años), va a ser verdad eso de que los niños se comportan por reacción a sus padres. Por cierto señores del Actimel desde aquí les pido: diferencien los modelos por colores, no hagan todos parecidos, que una va por el Súper como una loca y no le da tiempo a leer las etiquetas. El caso es que mi niña entra en el cole a las nueve y ayer salíamos de casa a las y cinco. Un desastre, llegamos por los pelos, y como mi Luisi no hay quien la mueva en parado por aquello de la dirección no asistida y su volante tamaño pulsera, pues yo llegué al colegio quemando rueda y pegadita al bordillo para frenar en el último momento y no tener que maniobrar. No calculé muy bien y fui soltando chispas del roce salvaje que metí a los tapacubos metálicos antes blancos impolutos contra la acera. El ruido hizo que se volvieran todos los padres que se quedan hablando en la puerta y pensaran, "¡ah, vale, la madre que fuma en el patio"!. Así que ayer noche preparé el despertador para que hoy sonara cinco minutos antes, y nada más levantarnos casi antes del besito y de los buenos días, he hablado con mi hija y le he echado la charleta de Capello, que virgen santa que resultado le ha dado a él: "hoy lo conseguimos, hoy llegamos a tiempo". Eso y cierto chantajillo del tipo: "si no te das prisa no te va a dar tiempo esta tarde a ir a comprar el disfraz de Halloween y nos tendremos que quedar en casa" (es lo bueno de los cinco años. Te pueden preguntar como se hace un vaso, pero no se cuestionan porque cepillarse los dientes despacio impide materialmente elegir un disfraz diez horas más tarde). La técnica del chantaje y la tortura emocional es vital para toda madre que desprecie la violencia física, como es mi caso. Y doy fé de su eficacia, por ejemplo: hoy mi niña estaba a su hora, vestidita y preparada. Yo he tenido cierta dificultad, porque a media ducha me he dado cuenta de que ayer no saqué los chandals de la lavadora. Como mi hija es tan pequeña, procuro juntarlos todos para hacer colada porque si no no lleno una lavadora completa, así que siempre hay un día emocionante en la semana que viene a coincidir con los miércoles o los viernes, en que unas veces tenemos secado por oreo natural y otra por secador de pelo, y hoy ha sido de secador. Esta técnica ya la tengo dominada porque la primera vez que intenté forzar el secado no me atreví con el microondas y recurrí a la plancha, pero como toda la ropa de cole es sintética que hasta huele a petroleo en cuanto se le pasa el aroma especial del Corte Inglés, pues se quedó pegadito y bien fundido en la superficie superdeslizante de titanio Magefesa y ese día tuvo que ir mi niña al cole con un chándal rosa de Zara y yo al Carrefour a comprar otra plancha. En fin que con las prisas el chándal se quedó lo que mi madre viene a llamar “tiernito” (mi madre tiene un talento increíble para el eufemismo, por ejemplo, lo que yo llamo “mi íntimo”, para ella es “el andoba”, desde aquí os recomiendo que busquéis el termino en el diccionario aunque sea online para que apreciéis la riqueza de matices tan exactos del término). Mi pobre retoño me decía, "mamá el chandal está mojado" y yo "¿siiii?" y ella "no, bueno, fresquito". Mi amiga Cruela, pozo de sabiduría en estas materias porque su hija tiene ya diez años, me ha explicado que en estos casos, una buena madre debe poner leotardos a su hija, para que absorba toda la humedad del pantalón. De la chaqueta se encarga la camiseta con el logo del colegio. Ya lo sé para la próxima. Al final hemos llegado al cole como siempre, y además, mi niña me ha castigado sin disfraz de Halloween. ¡Con la ilusión que me hacía quitarme el disfraz de bruja!.
El P.D. de hoy: Luís, en cuanto sepa como descargar las fotos de mi móvil y aliviar un poco su tarjeta le hago una a La Luisi y la cuelgo en el blog. Me compré el móvil de Bisbal y aunque he intentado borrarle, válgame dios lo pesado que es este chico, que no hay manera de deshacerse de sus videos.
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