viernes, 20 de octubre de 2006

DEPRESIÓN Y BUENAS AMIGAS

Ayer estaba un poco depre y esto es rarísimo en mi. Vosotros me conocéis desde que tengo carnet, y eso es poquito tiempo, pero mi tendencia natural es la del acelere, eso lo he sabido yo de siempre.

Últimamente he empezado a notar cosillas raras, como palpitaciones y similares, así que fui al médico, y ya sabéis como son estas cosas: un médico te lleva a otro, y este a otro y a otro hasta que por fin te mandan a la ventanilla de citas para que tomen nota de tu nombre y te den fecha con el especialista para dentro unos tropecientos meses. Bueno, pues justo hace unos días cumplía el mes tropecientos y como estrenaba Luisi, pensé ¿qué mejor primer viaje que caminito de un hospital? (es que este coche parece normal por fuera, pero de verdad que por dentro es muy raro).

La especialista me inspeccionó por todos los lados posibles, me preguntó toda mi vida y finalmente llegó a la conclusión de que lo que yo tengo es estrés, no ansiedad ni dolencias más concretas ni con más clase, no: ESTRÉS, que digo yo que si para esto tanto y que cómo me lo curo, que si la receta del balneario la cubre la Seguridad Social.

El caso es que a mi tener palpitaciones no me importa mucho porque pasa dentro y no se vé, pero ayer por la mañana me levanté con un sarpullido estupendo en la cara que no me dejaba ni pestañear sin que me escociera, (esto también es por culpa del estrés), y ya os digo, yo por aquí si que no paso, porque poquito a poco y con tenacidad he ido juntando un pequeño capitalito en cremas para hacer que los yas parezcan aun todavías, no puedo consentir que el estrés venga a arruinar mi esfuerzo de esta manera. Estoy dispuesta hasta a dejar de fumar (seguro que me hacen la ola en el patio del colegio de mi hija) y la Coca Cola si hace falta, lo que sea.

Así que yo que me había previsto esa mañana minifaldera, de repente me sentí sin ánimo y acabé echando mano de un abriguillo de punto reconvertido en vestido con capucha, al que tuve mucho aprecio en temporadas pasadas y que descubrí hace un par de semanas guardando la ropa de verano y sacando la de invierno. Yo ya sé de otras vez que esto no debe hacerse nunca, son tres errores de principiante: el primero es que no hay que dejarse llevar por el estado de ánimo a la baja nunca, pero jamás, jamás en temas de armario (ni para salir de él, hacedme caso). Segundo error: modificar la elección de vestuario en el último momento, porque después ya no queda tiempo material para subsanar el desaguisado y te toca apechugar todo el día con lo que te has puesto, y por último el tercero pero el más gordo: si no te has puesto algo en quince años siempre es por una razón buenísima, que los milagros no existen, son milongas, y menos en un trastero, como mucho sale moho, pero eso no es extraordinario ni en un desván ni en mi nevera.

Resumiendo, que o el abrigo había crecido (¡milagro!) o yo he menguado, que ya no me extrañaría, pero de verdad que casi lo arrastraba, y aquí el ejemplo de lo que os contaba: como ha sido una decisión improvisada tomada a última hora, ya no me daba tiempo a cambiarme de nuevo. Así que con la cara abarrotada de granitos rojos, y esta cosa puesta, con mi depre en alza totalmente falta de espíritu enfilé para el trabajo, previa escala habitual en el colegio. Pues, como dijo el sabio (y podría haber sido el de Hortaleza) sabed que todo lo que es susceptible de empeorar, empeora. De manera totalmente imprevista se me vino a sumar a lo mío, la entrada en ese ciclo de días especiales que toda mujer de mi edad (o aledañas) tenemos en el mes. Esto suele ser siempre una magnífica noticia para mi porque implica que no voy ampliar el índice de natalidad de este país, y al fin y al cabo yo ya he hecho mi propia aportación para mi futura pensión, que he puesto a mi hija en el mundo para que dentro de muchos, pero que muchos años yo pueda cobrarla; pero ¿por dios, por qué tiene que manifestarse en un día así?.

Yo aguanté lo que puede, pero al final, dirigiéndome a mi compañera de trabajo, y os juro que no sé por qué, sin embargo amiga, Cruela inicié un spitch de autoestímulo de esos de: “jo, es que hoy estoy bajilla de moral, es que no sé ni como poner la cara para que no me pique, encima creo que he menguado…” pero para eso está ella, dispuesta a no dejar caer a nadie en la autocompasión, cómo un látigo azotando a los infieles para que el espírtu se eleve, y he aquí su considerada sentencia: “es que no me extraña, como diría mi suegra, hoy te ha vestido tu peor enemiga, esto que llevas tíralo, que ya no tiene ni gracia”. Os aseguro que no me puse a llorar, pues porque pa qué, pero no sería por falta de ánimos. Hay días en los que me encantaría salir de la oficina e irme al Caribe, pero como lo trivial no deja sitio para lo importante, me fui dispuesta a subirme a MI COCHE e ir a toda leche a hacerle el seguro a terceros, que todavía era una cuestión pendiente, aunque yo pensaba que tal y como iba el día, era probable que llegara a la aseguradora con el volante marca Luisi de sombrero (de collar imposible, es tan pequeño que la cabeza no me cabe dentro) diciendo, "que no, que nada, que ya no hace me falta". Eso sí, me acompañó la Cruela.

P.D. Aprovecho para enviar un saludillo a mi madre, fiel lectora y bastante responsable de que yo haya salido un poco marciana: Mami, que te quiero mucho pese a lo que me gusta chincharte!. También a mi padre, que es irrepetible, un santo con un puntillo de mala leche. Y a la Cruela por ser tan burra (¡no cambies nunca!). Y mi enhorabuena a mi querida casi hermana Raquela, (¡nena el algodón no sé pero el tarot no engaña!). Agradecimientos a los que me dejáis comentarios, gracias por tomaros la molestia, me encanta leeros y me suponéis siempre un subidón, salvo alguien con nombre Lur, que viene a poner en alto un pensamiento que yo no quiero ni considerar. (¿A que parece que me han dado un Oscar?).

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