viernes, 13 de octubre de 2006

LA IMPORTANCIA DE TENERLO LIMPIO

Ya expliqué en otra ocasión lo que llega a molestar la suciedad en un coche, y lo conveniente que es limpiarlo por fuera (e ignorar la suciedad interna en coche ajeno). Bueno, pues más o menos me había ido apañando con la meteorología y el rollo de cocina, posponiendo ese momento crítico del Túnel de Lavado, pero hete aquí que me iba a ir de viaje el fin de semana a más de ciento cincuenta kilómetros de mi casa, y eso ya es una distancia seria para la que conviene ir bien pertrechada, dispuesta a hacer frente ante cualquier coyuntura.

Porque vamos a ver, si uno se pone sobran detonantes para la infracción y el accidente, pero a ver como explico yo

(Yo): - “Mire, señor agente, que me llevé su brazo porque el churretón de mierda del parabrisas me hizo intuir que lo tenía pegado al cuerpo...”
O como le digo a mi amigo (el Íntimo) que le devuelvo solo una chapa de matrícula doblada puesto que todo lo demás está en el desguace porque mi retrovisor opaco no me dejó ver al coche que me estaba adelantando justo cuando decidí cambiar de carril. Se añade también que todos estos días el coche ha dormido en la calle, y mi calle está cuajadita de árboles y de unos pájaros cagones que no sé qué comen, pero sea lo que sea lo retienen poco y de verdad os digo, que han cogido a mi coche como WC (también es cierto que puestos a hacer puntería desde las alturas, mi coche es el blanco sucio más seguro, aunque sólo sea por volumen).

Así que el día del Pilar, festivo en estos lares, le dije a mi hija que tenía plan estupendo para ella:

(Yo): - “Hoy vamos a pasar por un sitio genial donde van a dar una ducha al coche”,

Ella me miró con cara, de “pues vale”, nos montamos en el coche y me fui a mi gasolinera de cabecera que está como a doscientos metros de mi casa. Llegando a destino reduje a primera y me posicioné como debe ser en cabeza del túnel de lavado, justo detrás de otro coche que estaba iniciando el ciclo de prelavado. Así me pude fijar un poquillo en la mecánica. Cuando el coche desapareció entre los rodillos, me puse a la altura del operario de la manguera portador de ese aire festivo que solo tienen los a punto de jubilarse, con su cigarrillo colgado de la comisura de los labios porque a él se la suda que aquello fuera una gasolinera.

Bajé la ventanilla y le pregunté esa pregunta oportuna para romper el hielo:

(Yo): - “¿Le pago ahora o cuando acabe?”
(Él): (Con el gracejo que da trabajar en festivo) - “No señora, mejor la próxima vez que vuelva por Madrid” - (mi coche tiene matricula de provincia externa).
(Yo): “¿Y cuanto cuesta?”
(Él): - “Depende de si quiere lavadillo o lavado a fondo”
(Yo): - “Pues lo más profundo que usted pueda”.

Le pagué la tarifa más cara, y fue terminar de darme las vueltas, con el dinero yo en la mano y ponerse el hombre a lanzar agua y jabón a presión como un energúmeno por esa manguera que llevaba y que está claro que no era de atrezzo. Vamos, que para cuando subí la ventanilla en cero coma segundos, tenía todo mi lateral mío propio profundamente empapado y enjabonado. Cuando terminó, me hizo la seña de que avanzara con el coche, y yo como me había fijado en el coche anterior, lo hice genial, metiendo la rueda en el engranaje de arrastre. En cuanto estuvo dentro, se puso en marcha todo el proceso: la cadena comenzó a tirar del coche, el agua y el jabón a caer de todas partes, como la lluvia de Forrest Gump, desde arriba, desde los lados y desde abajo. Y los rodillos a rodar.
Y allí estaba yo relatándoselo a mi hija para que se riera un poco, cuando oí unos golpes en mi ventana llena de espuma, y ví unos nudillos. Bajé la ventanilla asustada, me empapo aun más, todita entera, y eso no era nada comparado con el poema que representaba el operario festivo a punto de jubilarse con la colilla empapada gritando “¡Señora que no frene, QUE NO FRENE!”, y yo alucinada aun pregunto “¿quito el pie del freno?” el hombre, en lo que me pareció a mi a punto de llorar (o culpa de los litros de jabón que le anegaban los ojos, que también es posible) me gritó “¡PUES CLARO!”. Y solté el freno. Cierto que a partir de ahí el coche fue más ligerito y bajó el nivel de decibelios de túnel una vez que restamos el chirrido, que por lo visto hacía la cadena y el coche resistiéndose a ella.

Tras pasar por todos los rodillos, y el secador, me vi libre del cepo, y afortunadamente, ubicada en la parte trasera de la gasolinera desde donde me pude ir discretamente sin tener que mirar siquiera al operario, que en cuanto yo salí cerró el túnel de lavado y se fue a su casa, supongo que pensando que no le pagan lo suficiente, y que qué mierda de vida, casi jubilado y trabajando cuando todos los domingueros hacemos experimentos.

P.D. El coche quedó bastante limpio, salvo unas cagadas de pájaro en una puerta, que no consiguió quitar ni la presión de la manguera de mi amigo el operario.

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