Hay dichos que tocan las narices. Por ejemplo: “Siempre llueve cuando no hay escuela”. ¿Quién dijo eso? ¿alguien que no tenía niños?. En el último post os contaba que mi amigo (el Íntimo) había vuelto de las antípodas y que todo había ido sobre ruedas (nunca mejor dicho), que pese a su regreso y a volver a irse de viaje yo seguía siendo de depositaría de ese tesoro con ruedas que es su coche. Bueno, pues eso fue antes de que leyera este blog.
Pero no tiene nada que ver con que se le hayan podido poner los pelos como escarpias conociendo mis habilidades con el freno de mano, o con el hecho de que os haya contado a todos las intimidades que guarda en su coche... Ni siquiera con que se lo haya devuelto frito en su propio aceite requemado, que no le he dejado dentro ni para manchar la varilla, ni sin pastillas de freno (de esto estoy segura, porque no lo supo hasta que puso la llave de contacto para llevárselo). No mi amigo National Geographic es un hombre por encima de lo material: me he quedado sin coche por la casualidad de que le han fallado todas las otras maneras de irse de viaje, vamos, toda una suerte la mía (y la suya, por cierto, que le va a costar un dineral recomponer su coche). Y sí, ya sé que realmente los indicios apuntan a otras causas, que yo he pensado lo mismo que vosotros.
Así que ayer noche volví al triste grado de peatona. Mi amiga Cruela (tiene una blog buenísima aquí al lado con sus crueles pensamientos) y que es cualquier cosa menos sutil y cariñosa, me ha pasado una mano por el lomo y me ha dicho, “no sé por qué te pones así, si ya lo sabías, si el coche no es tuyo, si se va de viaje...” ¡bobadas!. Esa no es manera de consolar a una amiga, se hace frente común y se dice la frase estándar, a saber: “jo, tía, qúe putada”. Con esa dulce voz que se le queda a una cuando no le sale la voz del cuerpo, contesté a la llamada de mi amigo (el Íntimo) diciendo, “no hombre no, no pasa nada, si el coche es tuyo...” ¡qué lagrimones por dentro! ¡qué juramentos no aptos para páginas que pueden leer los niños! (porque los niños llegan a cualquier web de internet). Triste y pesarosa, arrastrando los pies como marine americano por tierras de Irak, me dirigí al que dejaba de ser mi coche a vaciarlo de todas mis pertenencias, y ya sabéis que no eran pocas, no, ¡dos viajes tuve que hacer con mi ropa, neceseres y “por si acasos”, con la sillita adaptada para niños, con mi L arrastras.
Para cuando llegaba al portal de mi casa, empezaban a caer las primeras gotas de lluvia, que yo pensaba que hasta el tiempo se hacía eco de mi ánimo. Una hora más tarde no tenía ni llaves de coche, ¡con lo bonitas que son las llaves de cabecita negra!, así andaba mi moral, y la de mi amigo (el Íntimo) no debía sentirse mejor, porque ni siquiera quiso entrar en casa cuando vino a buscar las llaves (claro que hace muchísimo también el hecho de que mi hija estuviera dentro, los hijos y las blogs pueden ser dos auténticos repelentes de amigos íntimos). Esto me quitó hasta el ánimo de escribir mi post de memorias y parte del sueño, porque a eso de las tres de la mañana, yo seguía despierta repasando mentalmente el camino al cole en autobús y lo que es más importante el estricto horario para no perder turno y evitar llegar tarde al colegio cómo tantas y tantas veces en mis periplos peatonales.
Esa hora era cuando me percaté de que seguía lloviendo pero de una forma exagerada, vale que intentara acompañar mi ánimo, pero francamente, no era para tanto, además estoy a punto de conseguir un coche que tengo apalabrado desde junio (el mismo día en que aprobé el examen práctico), no voy a estar mucho tiempo en este estado, y además mi amigo (el íntimo) es muy majete, y si él dice que no ha podido evitarlo, es cierto del todo, estoy segura, si ya me extrañaba a mi...
A las cuatro seguía lloviendo a mares y a las siete de la mañana, íbamos camino del diluvio y empezaban a verse por las calles parejas de animalitos en fila india camino de algún sitio concreto.
A las siete y cuarto llamé a teletaxi para que vinieran a buscarnos a mi niña y a mi para llevarnos al colegio, porque no sé si habéis oído hablar de los míticos atascos de Madrid cuando caen dos gotas de agua, pues lo que no dicen además es que en esos días de precipitaciones los autobuses desaparecen de las calles, y de vez en cuando una cree ver una alucinación con forma de vehículo grande rojo, borroso entre la cortina de agua, que pasa a toda leche salpicando champlazos de agua y sin detenerse porque ya no pueden alojar dentro ni un alfiler de cabeza reducida (como los jíbaros).
A la hora pactada, el taxi llamaba a mi telefonillo, veinte minutos más tarde afrontábamos la calle del colegio, y para entonces yo ya había tomado una determinación: resuelta, con la mirada firme le dije al taxista, “espéreme aquí dos segundos que vamos a hacer otro trayecto“, y con voz un poco menos firme “¿tendría cambio de cincuenta?” porque yo ya conozco como son los taxista cuando les pillas con billetazo y más si es a primera hora del día, que todavía no han hecho caja. Tuve suerte. Subimos corriendo las escaleras del cole, y más rápido aun las bajé de nuevo y me metí en el taxi, y dije “a la Caixa” (y añadí la dirección del mítico cajero de mi barrio con vistas a la rotonda), cuarenta minutos, treinta kilómetros de vuelta por Madrid eludiendo el atasco ineludible, y una llamada de teléfono al trabajo avisando de que llegaría tarde después, entendía porque al taxista no le preocupaba no tener vueltas para mi billete de cincuenta euros ¡para lo que me iba a sobrar!, pero por fin estaba en el banco.
Entré y dije “Hola Luís, dame ochocientos euros” (snif, mis ahorrillos, que ya sé que no parece mucho, pero como todas las estresadas hago terapia de shopping y además soy divorciada con hipoteca, que no sabéis lo que es eso), se puso a trastear en el ordenador, que parecía que estuviera escribiendo estas memorias, y mientras tanto yo llamé por teléfono al propietario de mi futuro coche, y sacando esa vocecilla dulce que ya he mencionado antes, dije “oye, que aunque no tengas aun coche nuevo y te deje sin él para llevar a tus niñas, una de once años y otra de catorce meses al colegio, ¿te importaría que te pagara hoy el coche y ya me quedara con él? Es que mi amigo (el íntimo) se ha llevado el suyo de viaje, pero oye, que hay confianza, si no te viene bien, tú me lo dices...”.
Y después de eso, cogí mi sobre con el dinero y me fui andando los casi quinientos metros que separan mi Caixa de mi oficina, empapándome bajo la lluvia porque me he dejado en el que hasta ahora fue mi coche y ahora vuelve a ser de mi amigo (el Íntimo), mi paraguas naranja de Pertegaz, el de mi hija de Mickey Mouse, y mi tortuguita rosa (que me tenía que dar mucha suerte).
miércoles, 18 de octubre de 2006
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